"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Abrirse al Ecumenismo Interreligioso de corazón. Para todos los que se sienten monjes, religiosos o laicos, más allá de confesiones e instituciones.

Publicado en la revista "Intercambios monásticos", por José Antonio Vázquez.

¿Es “monástico” el ecumenismo?

¿El ecumenismo interreligioso es algo que nos afecta como monjes y monjas o es simplemente una realidad de la que han de ocuparse los teólogos y de la que podemos prescindir en nuestra vida?

Cada monje y cada monja tendrá su propia respuesta, basándose en razones que nos convencerán más o menos, pero creo que lo que no se puede negar es que objetivamente el ecumenismo interreligioso es una realidad cuya importancia es cada día más evidente, y que afecta ya a cualquier hombre o mujer de nuestro tiempo. Es más, para muchos, es la realidad más importante que está aconteciendo en nuestro mundo y en nuestra Iglesia. Por lo tanto, no parece insensato el que sea un tema al que dediquemos nuestra atención también los monjes y monjas.

La novedad del movimiento ecuménico interreligioso en la Iglesia.

¿Por dónde empezar? Lo primero que habría que señalar, lo que aparece con más claridad en este terreno, es el cambio que se ha producido en la Iglesia en relación con la valoración que merecen las religiones no cristianas; pero, pienso que, aun siendo asombroso, no es lo más importante. Aún más destacadas son las consecuencias que este cambio conlleva; muchos ven en este ecumenismo una novedad, que viene en nuestra ayuda, para que la Iglesia y el cristianismo, renovándose, sean hoy un signo y un instrumento más claro y transparente de Amor, ternura y comunión en el mundo.

Para comprender la magnitud de la “evolución” vivida, y las consecuencias positivas que se prevén de esta novedad, nada mejor que un ejemplo concreto.

En 1442 el Concilio de Florencia declaraba “ninguno de los que existen fuera de la Iglesia católica… pueden llegar a ser partícipes de la vida eterna; sino que irán al fuego eterno”[1].

En 1965 el Concilio Vaticano II señala en uno de sus textos: “La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y de santo… exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración… reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales, que en ellas existen”.[2]
Ambos textos, aunque parezca increíble, provienen de la misma autoridad religiosa y son un ejemplo de esta nueva visión positiva que, en relación con las religiones no cristianas, se ha vivido en la Iglesia católica desde finales de la II Guerra Mundial. Habría que decir, sin embargo, que esta apertura se ha visto después frenada. Hoy nos encontramos todavía con una gran ambigüedad en este ámbito ecuménico interreligioso.

Pero el movimiento ecuménico interreligioso no ha desaparecido. Y es que de lo que nadie parece dudar, dentro de la Iglesia, es de la importancia del fenómeno del diálogo interreligioso. Jean Leclercq dice que “cuando los futuros historiadores examinen nuestra época, lo que la distinguirá de un modo único no será ni ‘la Era Nuclear’, ni la confrontación entre el Este y el Oeste, sino cierto fenómeno que no se había producido en el decurso de toda la historia, y que transciende todas las barreras políticas, económicas, ideológicas: el hecho de que hombres religiosos del mundo entero se avengan a reunirse, conocerse, comprenderse e incluso colaborar”.[3]

Para algunos, sin embargo, el fenómeno no tiene más consecuencias que la apertura de un nuevo campo a la misión evangelizadora de la Iglesia y parecen intentar evitar cualquier renovación que pudiera producir; son aquellos que sienten miedo y desconfianza hacia la nueva teología de las religiones y del pluralismo religioso, nacida de este diálogo, y que sí saca consecuencias novedosas para la autocomprensión y la vivencia del cristianismo. De hecho, esta actitud de miedo parece predominar en la reciente Declaración Dominus Iesus, en la que se nos dice que “el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no solo de facto sino también de iure” y que, por ello, “la revelación cristiana y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia pierden su carácter de verdad absoluta y de universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos la sombra de la duda y de la inseguridad”.[4]

Ya sabemos que la Iglesia se renueva lentamente.

La ampliación de nuestro mundo nos lleva a un cristianismo ecuménico.

Lo cierto es que, si abrimos los ojos a los cambios que ha vivido el mundo, parece inevitable llegar a concluir que el modo de entender el cristianismo no puede ser ya el mismo. Nuestro mundo se ha ampliado enormemente y esto transforma nuestra visión de la realidad de manera inevitable. Nuestros antepasados cristianos no conocían muchas de las cosas que ahora sabemos y que nos hacen imposible sostener algunas de sus afirmaciones.

Andrés Torres Queiruga nos dice que esta ampliación ha sido, en primer lugar, temporal. “Hoy la paleontología habla de, al menos, un millón de años para la vida de la humanidad en el planeta. Piénsese en lo que significa a esa escala el brevísimo lapso de la revelación bíblica, y sáquese la consecuencia: la inmensa mayoría de los humanos nada tuvieron que ver con ella”.[5]
Pero también ha habido una enorme ampliación espacial: “a partir de la época de los descubrimientos, la ecumene clásica aparece como una pequeña mancha en la inmensidad de los continentes”.[6]

Además el fenómeno de la mundialización ha hecho que los contactos reales entre las religiones nos hayan hecho conocerlas y valorarlas mucho mejor, de manera que “ya no se puede seguir creyendo, sin lesionar el sentido común, que fuera de la Biblia todo son tinieblas”.[7]

De ahí se deduce que “el famoso, y terrible, principio extra ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación)… sería literalmente monstruoso seguir dándolo por válido, o simplemente seguir haciendo equilibrios hermenéuticos a su propósito”.[8]

Y con esto se viene abajo el paradigma exclusivista que el cristianismo ha mantenido durante casi dos mil años. Ya no podemos seguir viviendo un “cristianismo tribal”, como diría R. Panikkar. “El nuevo paradigma de cristianismo, así hay que esperarlo y pretenderlo a pesar de la actual “baja” ecuménica, pues de lo contrario las iglesias se convertirán en sectas, será un paradigma ecuménico”.[9]

El ecumenismo afectivo.

Para algunos, esta apertura ecuménica consistiría fundamentalmente en encontrarse con miembros de otras religiones, sería una apertura predominantemente afectiva. Esto, por supuesto, es ya una gran novedad, que encuentra reticencias por parte de otros.

A estos últimos sería bueno informarles de que, a ello, nos han exhortado los Papas más recientes, como nos recuerda García M. Colombás: “Muchas veces en sus discursos los Papas han animado a los monjes a establecer contactos, intercambios de ideas y experiencias, incluso servicios de oración comunes y convivencias más o menos largas con monjes no cristianos”.[10]

Estos encuentros son muy positivos y deberíamos tomarnos muy en serio esta llamada al encuentro con miembros de otras religiones.

Desde el punto de vista de la construcción del nuevo paradigma ecuménico, en el que nos situamos, habría que señalar que estos encuentros son la base indispensable sobre la que construir, desde cimientos reales, ese nuevo paradigma; un motor que impulsa y anima a cambiar, porque promueve un cambio que nace del amor, y éste sólo puede producirse al conocer a los miembros de otros credos.

El ecumenismo intelectual.

Otro fruto de estos encuentros es el nacimiento de la Teología de las religiones y del pluralismo religioso, que intenta reflexionar desde la fe cristiana sobre el sentido de las otras religiones.

El ecumenismo no podía limitarse a una actitud puramente sentimental, muchas veces paternalista, de simpatía hacia las otras religiones. Era necesaria una comprensión crítica del fenómeno a la luz de la propia fe.

Es una teología que ha sufrido una rápida evolución en sus planteamientos. En un primer momento, elaboró un modelo inclusivista, que consideraba lo bueno y santo de las otras religiones como referido siempre a Cristo y a la Iglesia.

Pero con la aparición de las posturas pluralistas, que consideran que Dios no puede tener preferencias “absolutas” por una religión u otra y que toda religión es relativa, y no puede pretender tener “toda” la verdad, el ecumenismo se ha convertido en una verdadera llamada a pensar y vivir el cristianismo de una forma nueva.

El pluralismo nos ha hecho ver que el ecumenismo nos obliga a replantearnos nuestra idea de verdad y la manera como podemos llegar a esa verdad.

El cristianismo ecuménico: más allá de un cristianismo ideológico.

Enrique Martínez Lozano nos explica cómo se ha ampliado nuestro concepto de verdad: “la nueva conciencia histórica no concibe ya la verdad como realidad estática y eterna, sino como realidad dinámica e históricamente condicionada”.[11] Esto supone reconocer el carácter relativo de toda expresión de la verdad, “la relatividad es la forma histórica de la verdad”.[12] La verdad ya no es un concepto esencialista, “un bloque o depósito, definido ya para siempre, y que la Iglesia poseería de un modo definitivo”.[13] Y es que no reconocer la relatividad del propio posicionamiento conduce a la intolerancia y a la imposición autoritaria.

Hablar de relatividad no es hablar de relativismo, es simplemente reconocer que la verdad “estaría siempre más allá de nuestras palabras, conceptos e imágenes”.[14] Es decir, que “la verdad está más allá del pensamiento”.[15] Por lo tanto, el cristianismo ecuménico ha de vivirse más allá de la cabeza.

El Cristianismo ecuménico será una mística.

El ecumenismo, al final, termina afirmando lo que los místicos de todos los tiempos y religiones han dicho: Dios-la Verdad- está más allá de todo razonamiento y sólo se le puede conocer por el amor. Y, como sabéis, esto no es otra cosa que la esencia del pensamiento cisterciense.

Recordemos lo que decía Guillermo de Saint-Thierry: “(Dios) Excede todo cuanto pudiera de algún modo sentirse y comprenderse… con más certeza y seguridad se le alcanza con conocimiento de amor iluminado y humilde que con reflexiones de razón… ni la razón ni la búsqueda apremiante logrará verle o aprehenderle, sino sólo el amor humilde de un corazón puro”.[16]

La verdad sólo se conoce plenamente yendo más allá de la mente, alcanzando una experiencia mística. De forma que podríamos responder ahora a la pregunta con que comenzábamos el artículo, diciendo que el ecumenismo es algo que nos concierne, como monjes o monjas, muy especialmente.

La Mística ecuménica será una mística profética y corporal.

Ahora bien, para el ecumenismo actual, el pluralismo no es una ilusión ni un error, es una estructura última de la realidad. El pluralismo nos hace descubrir que todos los elementos de la realidad son valiosos y necesarios, siempre que se encuentren reconciliados y en armonía. La conciencia ecuménica es una conciencia que intenta superar todo dualismo, ya que el dualismo rechaza elementos de la realidad, tales como: el cuerpo, el tiempo, la materia… El ecumenismo se incluye dentro de la nueva conciencia secular, una conciencia que considera que el tiempo (es decir la secularidad, mundaneidad y corporalidad) es una “condición constitutiva del ser; no hay ser atemporal”.[17]

La vieja mística no puede servir al ecumenismo porque se expresa en un paradigma dualista, que rechaza la materia, el tiempo, el cuerpo, la pluralidad y busca huir hacia un ámbito uniforme, espiritual, inmaterial… sólo accesible a nuestra cabeza.

El viejo paradigma dualista es un paradigma patriarcal (machista), logocéntrico (racionalista), tecnocrático y economicista. La mística ecuménica, que se opone al paradigma dualista, ha de ser una mística profética que se pone del lado de todos y de todo lo que ha sido marginado por el viejo paradigma: los pobres, las mujeres, los laicos, los sentimientos, el cuerpo, la naturaleza…

Hoy sabemos que el dualismo surgió con el paso de la Edad de Piedra a la Edad del Bronce, cuando las culturas matriarcales fueron sustituidas por las patriarcales. Y que esto supuso el predominio de la mente sobre el cuerpo, la búsqueda del poder y del ego sobre el amor y la ternura, de la técnica sobre la naturaleza.[18]

La mística ecuménica no puede ser dualista, tiene que ser una mística que integre la mente y el cuerpo, el amor y la fuerza, que ponga la técnica al servicio de la naturaleza. Tiene que ser una mística del cuerpo, que haga descender la mente al corazón, el lugar donde mente y cuerpo se encuentran.


Un ecumenismo de corazón

El ecumenismo, en último término, ha de ser un ecumenismo del corazón, es decir, un camino de renovación de la Iglesia y del cristianismo para y desde el Amor.

Así será un estímulo para promover en la Iglesia un cristianismo de no confrontación con los otros, de comunión, de tolerancia y apertura a lo diferente. Un cristianismo que supere el dualismo, tenga una visión positiva del cuerpo, el placer, la sexualidad, la naturaleza, la mujer, y una visión positiva del pluralismo y la colegialidad intra y extra eclesial. Un cristianismo de colaboración con todos los hombres y mujeres en la lucha contra la pobreza, la marginación, la exclusión.

Un cristianismo que refleje mejor el reino del Padre maternal, el Abbá, por el que Jesús dio la vida.

Sólo el Amor hará que podamos abrirnos a este proyecto de otra Iglesia y otro mundo mejores, a los que nos invita, de corazón, el ecumenismo interreligioso.

José Antonio Vázquez.

[1] Denzinger 1351
[2] Declaración “Nostra Aetate”. Sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas n .2.
[3] J. Leclercq, Nouvelle page d´histoire monastique. Histoire de L´A.I.M., Vanves, 1986, p.33.
[4] Declaración Dominus Iesus n.4.
[5] A. Torres Queiruga, “Diálogo de las Religiones”, Sal Terrae, Santander, 2005, p. 19.
[6] Ibíd. p. 20.
[7] Ibíd. p. 21.
[8] Ibíd. p. 20.
[9] H. Küng, Cristianismo. Esencia e Historia., Trotta, Madrid, 1997, p. 799.
[10] García M. Colombás, La Tradición Benedictina, T. IX, Montecasino, Zamora, 2002, p. 677.
[11] Enrique Martínez Lozano, Dios Hoy, Narcea, Madrid, 2005, p. 78.
[12] Ibíd. p. 79.
[13] Ibíd. p. 72.
[14] Ibíd. p. 83.
[15] Ibíd. p. 81.
[16] G. de Saint.Thierry, Carta de Oro, Studium, Madrid, 1967, p.155.
[17] R. Panikkar, La Intuición Cosmoteándrica, Trota, Madrid, 1999, p. 150.
[18] Lowen A., Amor y orgasmo, Kairos, Barcelona 2006, pgs. 329-340.

2 comentarios:

  1. Hola José Antonio. Acabo de abrir un blog "Conciencia Primordial" obedeciendo a una necesida de compartir y comunicar aspectos de ese Espacio Interno que va haciendo Camino y evolucionando. No he podido localizar tu correo en tu perfil. El mio es : padmakarma@hotmail.com.

    Me encanta leer tus textos, comentarios, pues además de estar de acuerdo con esa espiritualidad abierta y no doctrinal...sino de Experiencia..tambien estas muy cultivado.

    Por hoy lo dejo aqui. Un Abrazo.

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  2. Perdona por el retraso en responderte, muchas gracias por lo que dices y bienvenido, espero que te pases por aquí cuando quieras. Yo voy a visitar tu blog.
    Un abrazo.

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