"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

domingo, 27 de febrero de 2011

EL MISTERIO DEL MAL EN JUAN ANTONIO ESTRADA (jesuita y filósofo), por Juan Sánchez Nuño.





La imposible teodicea es el título de un libro de Juan Antonio Estrada. ¿Qué nos dice?


• Desde una perspectiva antropológica, racional y filosófica, el mal tiene que ser asumido. La única respuesta posible es la lucha contra él. El mundo es como es, no podemos evitarlo porque somos parte de él, pero sí transformarlo.


La praxis transformadora en que convergen la ciencia, la filosofía, el arte y la religión, es la respuesta común al problema del mal. Lo único racional es luchar contra él, incluso aunque tengamos conciencia de la derrota inevitable ante un mal que pervierte los ideales más nobles y que frustra cualquier proyecto liberador.


El siglo XX ha mostrado que los sueños de la razón producen monstruos… el fracaso del progreso como panacea frente al mal; los desastres causados por el hombre, han posibilitado filosofías existenciales del absurdo.

El problema se radicaliza cuando se cree en un Dios personal. De ahí surge la teodicea, los intentos de justificar a Dios ante el mal. Que remontándose a Epicuro, retoma Leibniz en el siglo XVII. Es el intento —digo— de explicar racionalmente el porqué y el para qué del mal y de justificar a Dios ante él. El hombre llama a Dios ante el tribunal de la razón para enjuiciar la creación y dilucidar si es bueno y justo, y explicar el mal desde la perspectiva divina.

La solución se basa en lo que Dios puede o no hacer. El Dios bondadoso crea el mejor de los mundos posibles y el mal forma parte de su acción creadora, ya que la imperfección de lo creado lo hace inevitable.

• ¿Qué piensa Estrada de todo esto? Que estos conocimientos intentan explicar racionalmente el mal, integrándolo en un sistema total de sentido, pero que para la mayoría de las personas, estos conocimientos son insuficientes, y a veces una manera teórica de huir del sinsentido que el mal plantea.

• Pero es más, esta visión entró en crisis con el terremoto de Lisboa de 1755, que cuestionó la tesis optimista de Leibniz de ser éste el mejor de los mundos posibles, al ser creación de Dios. La filosofía declaró imposible la teodicea. No se puede englobar en una teoría a Dios y al mundo, para desde ahí explicar el mal. Dios no puede ser parte de un sistema. El Dios divino, si es que existe, no puede integrarse en una construcción racional. Y añade: Hoy triunfa la teología negativa, el «si lo conoces no es Dios» de san Agustín; y triunfa la crítica al Dios de los filósofos, que no sería más que una mera construcción humana.

• Estrada, teniendo en cuenta a Kant, dice que cuando la razón especula sobre Dios, sin base empírica en qué apoyarse, cae en una divagación sin contenido. Dios sólo puede ser un postulado de la razón, objeto de la fe racional del hombre.


La existencia del mundo es problemática y nos plantea la pregunta por Dios, pero no podemos teorizar sobre él, sobre su esencia o sus intenciones.

De ahí que concluya Estrada que la teodicea es imposible y que el silencio y la pasividad de Dios ante un mundo supuestamente creado por él, es lo que hace del mal la roca fuerte del ateísmo y también lo que problematiza la fe del cristiano que ni sabe ni puede responder ante la queja sobre tanto mal.

Ahora bien, ¿hace alguna propuesta positiva J.A. Estrada?.

Sí. Invita al creyente a vivir apoyándose en su fe y tomando conciencia de que hay preguntas que la teología ni sabe ni puede responder, son las preguntas irresueltas de la teología.

Y es que racionalmente no podemos decir quién y cómo es Dios. No hay que confundir nuestras representaciones con la realidad divina; y hay que mantener la negación como más verdadera que lo que afirmamos sobre Dios.


Sin embargo, más allá del intento de la razón por llegar a Dios y conocer su esencia, están las religiones y sus pretensiones de conocimiento en base a experiencias y revelaciones. Y de ahí que siga preguntando: ¿Es posible una teodicea teológica en base a la revelación? Y si no lo fuera, ¿se puede seguir siendo cristiano con una teodicea irresuelta? Estas son preguntas que en el siglo XX se han vuelto determinantes para la fe, la teología fundamental y la misma apologética, como consecuencia del fracaso de las teodiceas filosóficas.

Como decía, Estrada nos invita a vivir como cristianos con una teodicea irresuelta, apoyándonos en nuestra tradición. En ella encontramos dos grandes crisis vinculadas al problema del mal: la de Job, en el A.T.; y la que provoca la cruz de Jesús.

En la cruz de Jesús, ésta crisis se agudiza hasta el extremo. Jesús apura el cáliz del sinsentido, y en ese cáliz se mezclan el dolor físico y el mal moral, la injusticia y el sufrimiento. Pide a Dios que le evite el mal, confesando que está triste hasta la muerte; pero sólo recibe fuerzas en la oración para afrontarlo. No hay intervención divina que le evite ese cáliz. La historia de Jesús se inscribe en la de tantos vencidos, víctimas injustas que fracasaron en sus proyectos a favor de una humanidad que supere el mal.


Jesús fue probado y tentado en la experiencia del mal, como nos ocurre a todos, y sin comprender, murió como vivió, perdonando a sus agresores y poniéndose en las manos de Dios. Sus preguntas son las de tantos: ¿Dónde está Dios? ¿En qué queda su providencia? ¿Por qué no interviene si es el Señor de la historia?


Son preguntas típicas de una teodicea irresuelta, como la de Jesús. Su no saber y su conciencia de abandono lo acercan a nosotros, que tenemos que asumir un mal incomprensible sin desfallecer ante él.


Ahora bien, la clave de la respuesta cristiana al problema del mal está en la resurrección, y en esto coinciden ambos autores. La resurrección hace posible la esperanza a pesar del mal. Pero vayamos concluyendo…


Nos dice Estrada, el anuncio de la resurrección confirma la presencia de Dios en y desde el crucificado. Dios se revela en un escenario que revela su impotencia ante el mal humano; la autonomía de los acontecimientos históricos y el mal que Dios no quiere son los elementos esenciales de ese escenario; en él se pone de manifiesto la ausencia de una fuerza divina, que desde fuera de la historia, contrarrestara el mal en la historia y limitara la libertad humana. Es el hombre, no Dios, el agente de la historia. Pero Dios se hace presente inspirando, motivando y actuando a través de personas que se convierten en sus testigos.

El Dios cristiano es incomprensible porque se manifiesta desde el no poder, incapaz de proteger a los suyos de los efectos del mal e identificado con las víctimas.

No hay que pretender saber más que los no creyentes acerca del mal. Hay que aprender a vivir con una experiencia del mal que genera preguntas a Dios y a los demás, sin que haya respuestas. La solución no está en que se tenga una teodicea explicativa, sino en que desde la historia de Jesús ya se sabe cómo afrontar el mal y vivir con esperanza.


Y termino la exposición de Estrada con esta frase: «Lo específico cristiano no es un saber global sobre el mal, sino la identificación con una vida, la de Jesús, y la esperanza en una promesa, la del resucitado. Se puede ser cristiano sin una teodicea resuelta.»

jueves, 24 de febrero de 2011

Es urgente retomar el espíritu del Concilio Vaticano II por Casiano Floristán






Juan XXIII, Papa de marcado carisma profético, lo convocó -como él mismo dijo- gracias a "una repentina inspiración de Dios", en un "momento místico".



El espíritu del Vaticano II impregnó el discurso inaugural del Papa, que pidió a los obispos convocados trabajar en clima de apertura y diálogo, aceptar desde el evangelio los valores culturales modernos y no lanzar condenas y anatemas.


El Concilio propuso que la Iglesia retornase a sus fuentes, tuviese en cuenta la variedad de situaciones en las que se incultura el evangelio y se hiciese presente en los dolores y gozos de la humanidad, especialmente la más pobre y marginada. Al acabar sus cuatro sesiones, dijo Pablo VI el 7 de diciembre de 1965: "Aquella antigua historia del buen samaritano ha sido el ejemplo y la norma según la cual se ha regido la espiritualidad de nuestro Concilio".



Algunos teólogos piensan que el espíritu del Concilio se reveló en ciertas decisiones, como la escucha directa de la palabra de Dios (primer magisterio), la vida en comunión y comunidad de fe (no de costumbres rituales), la atención a los "signos de los tiempos" (sin la "huida del mundo"), la unidad de todos los cristianos (aceptación del ecumenismo), el diálogo con las personas de buena voluntad (sin anatemas) y la llamada a la libertad de los hijos de Dios (sin sometimientos). Otros creen que el espíritu del Concilio consistió en un impulso espiritual de renovación que lo animó hasta su conclusión. Al ser considerado un nuevo Pentecostés, muchos católicos piensan que la Iglesia se renovó por el Espíritu Santo.



Para descubrir el espíritu conciliar se precisa, como recomienda san Ignacio, un "discernimiento de espíritus". En las primeras sesiones del Vaticano II los obispos más abiertos criticaron los documentos de las comisiones preparatorias porque no hacían referencias al Espíritu Santo. Carecían de espíritu, eran fósiles de teologías obsoletas.


El espíritu del Concilio -afirman los teólogos renovadores- promueve conciencia lúcida moral, da sentido agudo a los juicios, empuja al compromiso social por los pobres y fomenta la puesta en práctica del mensaje de Jesús. Espíritu es un término de honda raigambre cristiana, usado hoy más a menudo que antes en teología.



Puede decirse que una persona tiene espíritu cuando dimana aliento vital, se comunica de modo cálido y crítico, empuja a la renovación personal y social, genera fuerzas para el compromiso, sabe discernir, detecta las huellas de Dios en la historia, descubre los "signos de los tiempos", produce gozo y alienta esperanza. El Espíritu de Dios se expresa donde hay vida y verdad, amor, justicia y paz, reconciliación y perdón, renovación y apertura.


El Vaticano II no se reduce a sus textos, con ser importantes. Es preciso descubrir el espíritu con que se escribieron. Lógicamente, el texto lleva al espíritu y el espíritu hace entender el texto. Asimismo, hay que tener en cuenta la amplitud de la convocatoria del Concilio y sus objetivos, expresados primero por Juan XXIII y después por Pablo VI. La preocupación mayor fue formular la fe teniendo en cuenta el vigor de la palabra de Dios, el contexto cultural moderno, la situación injusta del Tercer Mundo, el escándalo de la división entre las Iglesias cristianas y las exigencias nuevas en la praxis de los creyentes.



Fue acontecimiento eclesial, religioso y espiritual, no mero pronunciamiento doctrinal o disciplinar. No pretendió hacer crecer la teología, sino poner el pensamiento teológico al servicio de la vida. Juan XXIII dijo que para redactar una nueva suma doctrinal no hacía falta un Concilio. La novedad más significativa del Vaticano II no la constituyen sus formulaciones, sino el hecho de haber sido convocado y celebrado dinámicamente, con espíritu vivo.


A raíz del Vaticano II se logró un entendimiento de la Iglesia como pueblo de Dios y del ministerio como servicio al pueblo. Despertó grandes ilusiones la reforma litúrgica, se iniciaron los contactos ecuménicos, se renovaron los seminarios y noviciados, cobró un gran impulso el laicado, la Iglesia se abrió al mundo de los pobres y la teología mostró una gran vitalidad. Contribuyó a un cambio profundo de la cosmovisión cristiana, ya que fue final de la Contrarreforma, consagración de los movimientos eclesiales innovadores, reconocimiento de los valores de la modernidad, retorno a la palabra de Dios y redescubrimiento de una nueva conciencia de Iglesia. El mundo no era visto ya exclusivamente como "enemigo del alma".


Algunos teólogos piensan que el Concilio se convocó demasiado tarde, ya que la esclerosis del catolicismo romano había avanzado casi irremediablemente. Otros creen que se celebró demasiado pronto, puesto que el proceso de la mutación cultural moderna o posmoderna estaba en sus comienzos.


Si se comparan los propósitos conciliares con lo ocurrido en la Iglesia cuarenta años después, los juicios son divergentes. Hay quienes descalifican al Vaticano II como decisión peligrosa y equivocada que introdujo en la Iglesia un anti-espíritu agresivo y crítico. Otros juzgan negativamente el posconcilio por la mala aplicación de las decisiones conciliares, ya que se interpretó mal su espíritu.



Muchos cristianos creemos que nos hemos desviado por involución del espíritu conciliar. Urge que los católicos volvamos a retomar el espíritu del Vaticano II, para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

Isabel Guerra, monja cisterciense y pintora de la luz interior, al servicio de la belleza que humaniza.










Sor Isabel Guerra Peñamaría nació en Madrid en 1947. Pinta desde los 11 años y su formación ha sido autodidacta. Pasó largas horas de su adolescencia y su primera juventud contemplando los cuadros del Museo del Prado, donde se "enamoró" de Velázquez. Con 23 años se hace monja cisterciense en el Monasterio de Santa Lucía de Zaragoza. Desde entonces, allí "ora" y "labora". A partir de 1960 ha realizado más de 20 exposiciones individuales y otras tantas colectivas. Todas ellas con un mismo denominador común: lleno seguro, venta total. Miembro de dos Reales Academias de Bellas Artes, ha recibido numerosos premios y condecoraciones. Es uno de los grandes pintores españoles de la actualidad, y ha sido calificada como "la pintora de la luz"; "de la luz, de la mirada, de la paz, de la búsqueda interior..."


Ella nunca deja de pintar, de entregarse a esa maravilla que es el ir descubriendo la santidad de las cosas. En este caso a través del color y de la luz como protagonistas indiscutibles. Pero también escribe. Publicó en la editorial Styria “El libro de la paz interior”, un libro de lectura obligada para todos aquellos que quieren conocer un poco más de cerca la vida interior de esta gran pintora, Isabel Guerra.

La verdad es que sorprende esta mujer. Por su arte y por su personalidad. Una vida dedicada a la belleza por completo, sin miedos ni complejos. A una belleza que es destello del amor de Dios.



Absorta en el misterio de la luz

"Entrego aquí nada más allá que hojas sueltas de mis ratos de oración. Este libro recoge mis pinturas y mis pensamientos, reflejados en forma de oración serena. La conjunción de ambos pretenden acercarnos a la Belleza y a la Luz. La oración es el agradecimiento a ese amor que Él nos da»: son palabras del prólogo de El libro de la paz interior, de sor Isabel Guerra. Ella misma afirma: «Yo era una pintora profesional cuando entré en el convento. Lo hice pensando que debía abandonar la pintura, pero me dijeron que no, que mi trabajo aquí dentro sería pintar, que eso es positivo para el hombre de hoy. Se trata de una vida compatible; san Benito ya escribió sobre la función de los artistas de los monasterios. Nuestra vida aquí es una liturgia, de la mañana a la noche. Traemos un mensaje nuevo: la paz y serenidad de la vida monástica, en búsqueda del infinito, en fraternidad».


Los cuadros de sor Isabel Guerra se caracterizan por un sereno juego de claroscuros, una luminosidad atrapada en los pliegues de un vestido, en los cristales de una ventana, en las hojas de una planta o en los objetos más sencillos de la vida cotidiana. Su finalidad, según sor Isabel, es «ofrecer un mensaje nuevo al hombre de hoy, tan torturado por tantas cosas, angustiado con tantas prisas, deseando lo que no tiene y despreciando lo que ya posee. La luz que hay en mis cuadros es una posibilidad de expresión para el hombre de hoy, que vive en medio de tanta oscuridad». Sus pinturas no suelen abordar una temática específicamente religiosa, pero –según su autora– «son, de alguna manera, religiosos. En ellos está presente la Belleza, que es Dios, bondad y amor. Él es la Belleza. Él está ya salvando el mundo. En este caos hay una mano salvadora que es la suya».



El estilo de sor Isabel Guerra, pegado a la realidad pero, al mismo tiempo, desvelando la luz y la belleza que hay en ella, descubre una mirada que no está encerrada en sí misma, ni tampoco en la mera expresión técnica de la obra artística. Si todo hombre es, por el mero hecho de serlo, religioso –en el sentido de estar empeñado en la búsqueda de una realidad mayor a la que ligarse–, entonces todo artista también lo es. La obra de sor Isabel Guerra es buena muestra de ello.

martes, 22 de febrero de 2011

HUMANIZAR EL ACOMPANAMIENTO EN El DUELO, por José Carlos Bermejo






Elaborar el duelo supone no solamente integrar la pérdida, asumir la desaparición del ser querido, aceptar que murió, sino también integrar la propia mortalidad, cuya conciencia se hace más patente con ocasión de la muerte de la persona querida. También hay muerte, pues, en los supervivientes.


Para humanizar el acompañamiento en el duelo, proponemos algunas claves a continuación, sin pretensión de ser exhaustivos, que complementarían cuantas pistas han ido surgiendo ya más arriba.


Las lágrimas que sanan la herida


El llanto es una de las expresiones más frecuentes en el duelo. Es una reacción natural a la pérdida, que algunas personas viven con más naturalidad y facilidad y otras intentan esconder o se lo permiten únicamente en soledad.


Llorar tiene un efecto benéfico de liberación: relaja, desahoga, produce descanso y tranquilidad de espíritu, reconcilia consigo mismo y con los demás, repara, restablece orden y equilibrio en el pasado para permitir vivir el presente serenamente, ablanda, deja visible la debilidad o, si se prefiere, la fortaleza de los sentimientos y del aprecio por el ser querido. Y ablandarse es humanizarse…


Las lágrimas son palabras pronunciadas (¡las hay de muchos tipos!) sentimientos drenados. Acompañar a quien llora significa intentar recoger los significados de estas “palabras”, escucharlos y más veces responder con el silencio que hacer grandes discursos acerca de ellas. Comprender empáticamente pasa también por poner en alguna palabra propia o en algún gesto la expresión de haberse hecho cargo del significado. Y hacerse cargo del mundo ajeno libera y descarga un poco del peso del sufrimiento.


Permitir desahogarse, o incluso invitar expresamente a hacerlo llorando, puede ser el mejor camino, sencillo, pero comprometido emocionalmente, para acompañar a quien llora.


El contacto y el abrazo que consuelan

El contacto físico tiene mucho poder. A través de él somos capaces de comunicar mil significados. Tocarse puede ser también algo frío y rutinario: hay que saludarse. Pero tocarse puede ser comunicarse afecto íntimo y gozoso, acoger tangible y epidérmicamente la vida del otro que se hace próxima.


El abrazo sincero, el abrazo dado en medio del dolor (como en medio del placer) implica comunión, permite hacer la experiencia de romper la burbuja dentro de la cual nos podemos esconder o aislar. El abrazo auténtico, el que no deja agujeros entre uno y otro porque aprieta al darse, recoge la fragilidad, la descarga de su virulencia, mata la soledad que mata, sostiene en la debilidad, rompe la distancia que duele en el corazón.


Quizás sea este abrazo una de las experiencias más intensas de trascendencia y de vida. El que abraza y es abrazado está vivo, acoge y es acogido, sale de sí y es recibido, recibe y se deja acoger. El abrazo es un modo de contacto corporal denso, quizá dificil de vivir en medio del dolor. Puede resultar incómodo por dejarnos desprotegidos, por la desnudez que le suele acompañar, pero nos pone en relación íntima y acogedora y descarga sobre nosotros y sobre el otro emociones fuertes: la gran satisfacción de la cercanía y la reconfortante comunión.

Así también, apretarse las manos, acariciarse, es una experiencia que levanta el ánimo, reconstruye a la persona, sobre todo si en las manos está el corazón. San Camilo de Lelis, experto en la atención en el sufrimiento, les decía a sus compañeros hace cuatro siglos: “Más corazón en esas manos, hermanos”. Es que las manos, el contacto corporal, tienen mucho poder cuando en ellas está puesto el corazón. Acariciar, tocar en medio del sufrimiento por la pérdida de un ser querido, permite licencias que no se dan en otros contextos. Aquí el abrazo y la caricia están llenos de significado solidario, de comunicación generosa y libre.

La escucha que sana

Invitar a narrar y preguntar cómo han sucedido las cosas, cómo ha vivido los últimos días, suele ser una estrategia que desencadena fácilmente el drenaje emocional, a no ser que lo mismo lo hagan excesivas personas y se someta a quien vive el duelo a tener que contar siempre y a muchos lo mismo, lo cual se puede convertir en un peso más que en un alivio.


Escuchar activamente, si realmente se hace bien e inspira libertad y confianza, acostumbra a desencadenar la expresión de sentimientos y la narración de momentos significativos. Permite poner nombre a algunas elaboraciones interiores que acontecen no siempre de modo controlado. Es el caso del frecuente sentimiento de culpa.


La soledad será una compañera necesaria para aceptar e integrar el vacío y la ausencia generada, pero la soledad sola puede ser mortal. El equilibrio entre soledad y compañía no sólo ha de ser tarea de la persona en duelo, sino también de quien desea acompañar.

La escucha, la verdadera escucha es la herramienta principal de la buena compañía en el dolor. El que se siente solo «es como si fuese ʻúnicoʼ en todo el universo que, por su ajenidad, le desborda y le angustia. únicamente un cambio significativo en su ambiente psicológico podría aliviar su sufrimiento. Algo que le hiciera apreciar que 1 perteneceʼ a alguien y que sus posibilidades de despliegue en el cauce de un ʻotroʼ permanecen intactas`. La escucha es la herramienta con la que matar la muerte social, la soledad.


El valor terapéutico del recuerdo


El recuerdo es el presente del pasado. Cuando un ser querido muere, nos queda el recuerdo, que es más que la memoria. La memoria es una propiedad común al hombre y al animal, mientras que el reconocimiento de eventos pasados en cuanto pasados es propiedad exclusiva del hombre. También el recuerdo puede constituir un gran tesoro y puede ser terapéutico si es bien utilizado. Puede cubrir el vacío generado por la pérdida, constituyendo el presente de lo que fue y ya no es. Invitar a olvidar en la elaboración del duelo no es la indicación más adecuada. Quien no consigue, por otra parte, hacer que el recuerdo no pase a ser una obsesión, probablemente necesite ayuda profesional. Es normal, en todo caso, que en los primeros momentos el recuerdo se imponga con sus leyes y los sueños cumplan también su función adaptativa a la nueva situación de pérdida.

Acompañar a alguien que quiera recordar sanamente supone, una vez más, dar espacio a la narración del pasado, de su significado, utilizando la evocación de hechos, de imágenes, utilizando objetos, fotografías, etc., que contribuyan a colocar al difunto en un lugar adecuado del corazón, donde no haga daño, donde constituya -como tal recuerdo- un valor del presente.

El valor terapéutico de los ritos y de la fe Todos los ritos tienen una función en todas las culturas, tanto los individuales como los comunitarios. Dentro de los comunitarios, tanto los ritos de solidaridad como los de transición cumplen una función relevante en la vida de los grupos. En el caso del fallecimiento de un ser querido, la comunidad ha previsto siempre ritos apropiados para humanizar la experiencia compartiéndola. Durkheim, estudioso de los ritos, los considera como los que marcan los acontecimientos, diferenciando los momentos ordinarios de los especiales y haciendo penetrar lo sagrado en lo profano y expresando, de forma simbólica, la pertenencia del individuo a la comunidad.

En esta situación, los ritos pueden salir al paso de verdaderas necesidades. Si no están deshumanizados, contribuyen a vivir el paso, a adaptarse a la pérdida, a socializar sanamente lo que realmente es un acto social: la muerte de un ser querido. La sabiduría popular y la tradición secular han ido dando formas distintas a los ritos, pero siempre con el valor del soporte de la comunidad a los más heridos. El toque de las campanas (con su repercusión en la naturaleza y su código de comunicación), el acompañamiento en la casa, la liturgia desde la fe, son elementos que pueden realmente expresar el acompañamiento en los sentimientos y en el vacío que produce la pérdida.


No es que la fe sea un anestésico o ansiolítico de las humanas reacciones ante la muerte y el duelo. El mismo Jesús manifestó claramente sus sentimientos de tristeza. “La espantosa noche de terror «me muero de tristeza» es uno de los más valiosos relatos que tenemos sobre Jesús, porque nos lo revela en toda su humanidad. Ese miedo y esa angustia, tan difíciles de soportar, forman parte de la condición humana”. Así mismo, al enterarse de la muerte de su amigo Lázaro, Jesús no se ahorró la expresión de su tristeza llorando (Jn 11, 35). La clave es poder compartirlos con los demás y con el Padre, y aprender juntos a seguir creyendo y confiando.


La fe, como la oración, pueden ser purificadas al tocar el final de la vida de un ser querido. Las palabras y los signos han de ajustarse con fidelidad ala experiencia vivida, también las propias palabras del rito, porque si el rito humaniza, el rito deshumanizado es denigrante. San Camilo, patrono de los enfermos, enfermeros y hospitales, y cuyos seguidores han sido reconocidos durante tiempo como los Padres de la buena muerte», decía: «Yo no sé en mis oraciones andar por las copas de los árboles”. Su espiritualidad, como refiere Pronzato, no se asemeja al aire con que se llenan los globos de colores, tan hermosos a la vista, sino al aire que sirve para llenar los neumáticos. Es una espiritualidad que le resulta indispensable para caminar y doblar el espinazo y servir a los que sufren la pérdida de un ser querido.


El afecto sincero, comunicado entrañablemente con nuestros sentidos, mucho más que la razón, será el camino más apropiado para acompañar a quien vive la pérdida de un ser querido y elabora el dolor por la misma.

domingo, 20 de febrero de 2011

El perdón es un pensamiento de liberación, por Georgina Arteaga.


(fragmentos)


Perdonar no es olvidar el evento, es solo observar el evento desde otra perspectiva, una en la que no pedimos que cambie nada externo a nosotros, sino algo que está en nuestro interior, en nuestro pensamiento lleno de mensajes erróneos.

Para que el proceso sea observado diferente necesitamos llegar al punto de que estamos molestos o heridos porque inconscientemente queremos estarlo, porque así lo hemos decidido cada uno de nosotros, pero nadie allá afuera es nuestro enemigo, necesitamos reconocer en nuestra mente y en nuestro corazón que el problema, la causa de nuestro sentir, no es todo lo malo que pensamos nos han hecho, sino la forma en que hemos decidido observar y existir y que el modificar este malestar está en uno mismo.

Que se requiere reconocer que es el pensamiento de culpa oculta en la mente lo que no permite la relación de Unidad con Dios y Sus Creaciones, es decir, lo que origina la separación. Es decidir por la búsqueda de una perspectiva vital más suave, más tierna, en la que perdonar el pasado es un paso importante para experimentar el milagro del amor y la libertad que éste nos proporciona.

Lo único real del pasado es el amor que recibimos y el amor que dimos en ese momento, todo lo demás es ilusorio, ya que el pasado es una idea que tenemos en nuestra mente. Entregar el pasado al Espíritu Santo es pedir que en nuestra mente solo queden pensamientos de amor y que todos los de culpa y miedo, los de dolor y resentimiento, de ira y de odio desaparezcan. Al entregar el pasado lleno de grabaciones erróneas de culpa, vergüenza, desamor, rechazo y resentimiento, nos liberemos de los miedos que bloquean el amor que llevamos dentro, liberamos el presente y aseguramos un futuro de paz, felicidad y amor. Nos convertimos en instrumentos de Dios que es Amor.

Para poder modificar nuestra visión es necesario que primero tengamos claro en nuestra mente y en nuestro corazón lo que es el verdadero perdón, porque generalmente tenemos una visión errónea de él. Estamos acostumbrados a partir de la base de “me hiciste, me lastimaste” y desde ahí el perdón no se presenta en nuestro pensamiento y si se llega a presentar va a estar manejado como lo que se llamaría el falso perdón.

El verdadero perdón a los demás parte realmente del perdón a uno mismo, ya que es un pensamiento de culpabilidad que guardamos sobre nosotros mismos lo que vemos proyectado en otros. No perdonamos a los demás por lo que han pensado o han hecho, nos perdonamos a nosotros mismos por lo que hemos pensado o hemos hecho. Es solo bajo esta perspectiva que es posible deshacer el error de culpar a otros por nuestros errores de decisión y así poder observar que cada relación nos brinda la oportunidad de aprender una lección de perdón, que cada persona con quien nos encontramos nos ofrece la oportunidad de elegir entre la proyección o el perdón, entre la separación o la Unidad, entre el miedo o el amor incondicional.


El proceso de perdonarse a sí mismo no es tarea fácil, mas bien es una de las tareas más difíciles que podemos enfrentar, nos saca de nuestra zona de confort en la que hemos permanecido y de la cual no queremos movernos, no queremos revisarnos porque nos da miedo lo que vamos a descubrir en nuestra mente, nos da miedo explorar nuestras emociones. Generalmente cuando decidimos observarnos lo hacemos erróneamente, lo hacemos partiendo de sentirnos culpables y enjuiciándonos o bien de sentir que alguien nos ha negado algo, nos ha quitado algo que queríamos y consideramos que es esto en sí lo que nos hace sentirnos mal y, bajo esta perspectiva, el perdonarse a uno mismo puede ser doloroso, angustiante, porque lo queremos hacer bajo una perspectiva de elementos aprendidos en el pasado, de mensajes recibidos durante mucho tiempo.


El perdón es la única herramienta de que disponemos para liberarnos del pasado, de las emociones que hemos acumulado desde ese pasado en el cual se formaron las ideas erróneas que nos han atado a través de los años. Sin embargo ese pasado puede ser modificado en el presente proporcionándonos una liberación en el futuro, ya que somos lo que pensamos, son solo nuestros pensamientos los que nos atan, los que nos limitan, son estos pensamientos los que generan el que nos neguemos la felicidad.



Son esos mensajes equivocados que aprendimos en el pasado los que generan que en este presente que vivimos y que es lo único real que tenemos, nos privemos del gozo del perdón, del amor incondicional y con ello, de la felicidad y la paz. Son realmente nuestros pensamientos de juicio los que nos limitan, es desde nuestro pensamiento que nos enjuiciamos y enjuiciamos a los demás. Nos estamos negando la experiencia de vivir felices cuando nos enjuiciamos y no podemos perdonarnos y cuando enjuiciamos y no perdonamos a otras personas.

viernes, 18 de febrero de 2011

García de Andoain aboga por un laicismo incluyente y constitucional.




La religión ha vuelto a la política y con ella también la agenda laica. Carlos García de Andoin considera que los poderes públicos tienen que abrirse a la gestión del pluralismo religioso «si quieren anticiparse a procesos de disgregación social, exclusión o derivas fundamentalistas». Coordinador Federal de Cristianos Socialistas del PSOE, también es director adjunto del gabinete del ministro de Presidencia, departamento que se encarga de las relaciones con la Iglesia. Lo cuenta Pedro Ontoso en El Correo.


Ayer habló como cristiano socialista en Bilbao, en la Fundación Ramón Rubial, en una conferencia sobre 'Ciudadanía, religión y democracia', junto al teólogo F. Javier Vitoria, presidente de la Fundación EDE.

El inicio del siglo XXI ha roto muchas previsiones. Entre ellas, García de Andoin sitúa la cuestión de las creencias. «Creíamos que la modernización iba a significar la secularización de nuestras sociedades, pero nos ha sorprendido con la repolitización de la religión, con una vuelta de la religión a la vida pública», sostiene.

En ese contexto se refiere a la capacidad de representación que tiene en un mundo global. «Al Qaida legitima con argumentario religioso su estrategia de lucha sobre la base de un diagnóstico por el que el mundo occidental domina económica, política y culturalmente al mundo árabe».

Coincide con muchos pensadores en que el poder de la identidad ha supuesto la aparición de la religión como fundamentalismo y extremismo político. De ahí que apueste por la gestión de la diversidad religiosa, en sociedades cada vez más heterogéneas, desde las instituciones públicas, porque constituye «un desafío para la convivencia democrática».


García de Andoin cree «firmemente en el valor de la religión para la formación de ciudadanos virtuosos, aquellos que, frente al individualismo, son capaces de integrar en su proyecto personal de vida el bien común, la solidaridad y la justicia».


Habermas defiende que las comunidades religiosas puedan afirmarse en la vida política de las sociedades seculares como comunidades de interpretación. Cuando la religiones intervienen en cuestiones como el aborto, la eutanasia o la bioética ¿socavan la separación Iglesia-Estado?, se pregunta el filósofo alemán. Depende como lo hagan.


García de Andoin cree que la manera como la jerarquía católica española se ha posicionado en cuestiones como el matrimonio homosexual o el aborto «no han ido acordes con la cultura de la deliberación democrática. La apelación a la ley natural ha servido para bloquear el diálogo y para negar legitimidad a los legítimos representantes de la ciudadanía», censura.


Política y teología

El conferenciante sostuvo que a lo largo de la primera legislatura, para el Gobierno socialista la Iglesia católica fue «el primer partido político de la oposición. Y para la Iglesia, el Gobierno fue un adversario antropológico. El Ejecutivo ha mantenido su soberanía legislativa, pero tambien su cooperación con la Iglesia católica».

Esa tensión ha sido compleja para el objetivo de tender puentes enre el PSOE y el mundo cristiano. En ese contexto, García de Andoin, que advierte «un resurgir del neotradicionalismo católico», aboga por una «laicidad positiva y constitucional, un laicismo incluyente».

Javier Vitoria, por su parte, defendió una alianza entre política y teología que sea capaz de regenerar la vida pública «en favor de una universalidad de los derechos humanos, de la justicia y de la fraternidad». El catedrático de Cristología se mostró, sin embargo, pesimista ante la constatación de «una ciudadanía indolente, un catolicismo contrareformista y el vasallaje de los gobernantes ante los mercados».

Aún así, el teólogo vasco cree que «el cristianismo de Jesús, el genuino, puede aportar un impulso para cambiar la realidad y que los últimos dejen de serlo».

miércoles, 16 de febrero de 2011

El Ecumenismo del mensaje de Jesús a partir del relato de la curación del ciego de Betsaida.


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Evangelio según San Marcos 8,22-26.


Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara.
El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?".
El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan".
Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en la aldea".




Tomado de http://personal.auna.com/amores/ciego/evmac-2.htm



Jesús se hace guía del ciego («cogió su mano») y va a marcarle un itinerario, que consistirá en salir del poblado donde se encontraba. Para dilucidar el significado de la frase hay que tener en cuenta que ésta contiene una clara alusión al texto de Jr 38,32 LXX, donde dice Dios: «cogiendo yo su mano para conducirlos fuera de la tierra de Egipto», recordando el éxodo liberador. El paralelo entre la frase de Mc y la del profeta hace ver que la acción de Jesús realiza un éxodo que saca de una tierra de opresión, representada por «la aldea».

Converge así la imagen del éxodo con la de la ceguera como figura de la opresión. La acción de Jesús equivale, por ,tanto, a una liberación, y la aldea adquiere un sentido peyorativo, el de tierra de opresión o esclavitud. Incluso aparte de la alusión al texto profético, el hecho de que Jesús saque al ciego de la aldea y le prohíba luego entrar en ella (v. 26) indica el sentido peyorativo que Mc le atribuye.


« La aldea», en singular, se encuentra tres veces en Mc, las dos primeras en esta perícopa (vv. 23.26; cf. 11,2). En el evangelio, «la aldea», poblado sin autonomía propia, representa el ámbito popular judío sumiso a la doctrina impuesta por «la ciudad», Jerusalén, sede del poder y del templo y centro de la ideología del judaísmo.

Por el paralelo con el texto profético, el ciego aparece como una figura de Israel, obtuso de mente para comprender y que se encuentra en una situación de opresión. Dado que, para Mc, a partir de la constitución de los Doce o Israel mesiánico (3,13-19) el antiguo Israel ha dejado de existir como pueblo escogido y se equipara a los pueblos paganos (4,11: «los de fuera»), el ciego representa, sin duda alguna, al grupo de discípulos (= los Doce), que en la perícopa anterior ha sido objeto de la invectiva de Jesús: ,«¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?» (cf. Jr- 5,21).

De este modo, «la aldea» representa un ambiente donde los discípulos respiran los aires de la superioridad de Israel y el ideal de la restauración de su gloria, en detrimento de los pueblos paganos. La ideología mesiánica triunfalista vigente en «la aldea» es la que ha aparecido en los fariseos de Dalmanuta (8,11), la que propagan los círculos oficiales de la capital y es diametralmente opuesta al mensaje de Jesús. La profesión de esta ideología impide a los discípulos hacer suyo «el secreto del reinado de Dios» (4,11), el del amor universal de Dios que quiere dar vida a todos los hombres sin distinción, concretado en el mensaje universalista de Jesús. Los discípulos no pueden avanzar así en su desarrollo humano ni pueden dedicarse a procurar el bien de la humanidad, según la misión que Jesús les había anunciado (cf. 3,14s).


Con su acción, por tanto, Jesús quiere liberar a los discípulos del influjo de «la aldea», para que puedan darse cuenta de la situación en que se encuentran y perciban el contraste con el mensaje que él les propone. Quiere sacarlos de la estructura social que les impide secundar el designio de Dios. El paralelo de esta perícopa con la del sordo aparece de nuevo si se tiene en cuenta que también la perícopa del sordo tartamudo aludía a un éxodo liberador, el de la deportación a Babilonia (Is 35,5; cf. 7,33 Lect.). Mc indica una y otra vez la semejanza de sentido de las dos perícopas.


El Evangelio de Marcos, Juan Mateos y Fernando Camacho.

lunes, 14 de febrero de 2011

QUÉ ES LA MÍSTICA por la Hna. Fátima Gil, stj.



Una definición sencilla de mística es la del teólogo Juan Martín Velasco en el Congreso Internacional sobre el fenómeno místico como “la experiencia de una presencia inobjetivable en el centro mismo de lo real pero desde la absoluta trascendencia”.


Parece contradictorio y sin embargo es así de fascinante todo lo referido al misterio de Dios, un misterio trascendente y cercano a la vez, del cual no podemos casi decir nada pero si podemos tener la certezas muy hondas, tanto que sostengan nuestra vida.


Martín Velasco destaca que el encuentro místico no se queda en un estado de ánimo sino que da lucidez porque el amor -usando su expresión que creo que es preciosa-es vidente. ¿Por qué?

Pues por algo sencillo, porque el amor verdadero permite penetrar distintos niveles de la realidad más hondos, que a menudo ni siquiera descubrimos.


Nos ocurre con el corazón como con el cerebro: la mayoría de los estudios sobre el funcionamiento del cerebro coinciden en destacar nuestro desconocimiento ya que no usamos habitualmente toda la capacidad de nuestro cerebro, pues igual nos ocurre con el uso del corazón; ya que habitualmente no somos capaces de experimentar todas las posibilidades de un amor maduro y auténtico en el ser humano. A menudo, estas posibilidades que se abren en el encuentro místico no pueden ser descritas si no es, como dice Teresa de Jesús, por los “dejos” que son los efectos que se dan en el proceso de transformación-visión personal. La experiencia mística no es por tanto, contrariamente a lo que mucha gente pueda pensar una serie de fenómenos extraños que asemejan al místic@ a alguien visionario y fuera de este mundo, en absoluto. Los fenómenos a veces son ciertamente poco comunes pero sólo son uno de los aspectos más externos de ese proceso de visión- transformación mística que se va dando en la persona.

Martín Velasco y muchos otros autores, junto con los propios místicos coinciden en invitarnos a esta aventura que es para todos, a “estar atentos al eco que las lecturas místicas dejan en nosotros porque estamos hechos de la misma condición aunque no tengamos la misma experiencia”. En palabras de la propia Teresa de Jesús:

“¡ No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque ansí dijo Su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mi también”, y dice: “Yo estoy en ellos” (IVM 2,10)

Por tanto se nos invita a todos a entrar en la experiencia mística. De Karl Rahner el gran teólogo del siglo XX es la tan repetida y profética frase: el cristiano del futuro será místico o no será cristiano. Todos estamos llamados a ser místicos porque todos somos llamado a vivir en plenitud la experiencia personal con el Dios Uno y Trino. ¿Habéis vivido alguna vez una experiencia de Dios tan fuerte que es capaz de sostener una vida y de resituar todas nuestras relaciones y vinculaciones? ¿Una experiencia de encuentro con Dios tan fuerte que es capaz de enseñarnos a mirar de otra forma la vida y a los demás, empezando por nosotros mismos? Yo creo que esos son encuentros místicos. Ese encuentro con el Dios de la vida que se da en el ámbito de lo nuestro más personal, tal y como somos, sin tapujos ni máscaras; tomando la definición que dábamos antes en el centro mismo de lo real pero desde la absoluta trascendencia, esos encuentros son místicos. Dios nos ama en lo que somos, poco o mucho, en nuestra desnudez; esta certeza de saberme profundamente amada por Dios pone raíces firmes a la vida hasta el punto de cambiar el centro de mis deseos, de mis convicciones, de mis acciones y la visión de la vida y de la gente con la que me relaciono.

Y ante esta relación tan profunda con el Dios de Jesús, el Dios que es comunión y relación, Uno y Trino me surge la primera pregunta: ¿Cómo es posible que este encuentro cierre nuestros ojos y nos haga vivir en la intimidad y desviar la mirada de la realidad?, como menciona algún autor reciente sobre nuestros grandes místicos. No me parece probable ni teológica, ni experiencialmente

Ya en el siglo XII decía Ricardo de San Victor que el elemento incomunicable de Dios, su esencia, es el amor como salida hacia el otro. Esa es también nuestra esencia puesto que somos imagen de Dios. La aperturidad, la alteridad, la salida hacia otros, es nuestro sello trinitario y también la promesa de nuestra plenitud como personas creadas a imagen de Dios. ¿Será posible pensar o imaginar un encuentro hondo con el Dios trinitario, con el Dios encarnado, que nos lleve a cerrar los ojos para no ver a los otros ni la realidad, que no nos fortalezca precisamente en esa alteridad, en el olvido de si y salida hacia el otro? ¿No será que es así como hemos malentendido un encuentro que se da desde la absoluta trascendencia? ¿No será más bien que el encuentro con el Dios Trino, si es verdadero, nos capacita para la relación, nos arranca las escamas de los ojos y nos da una nueva visión para descubrirlo presente en todo lo creado?.

sábado, 12 de febrero de 2011

“La hermandad de los Iniciados” una novela de José A. Delgado, muy, muy interesante.


Muchos de los que nos movemos por este mundo de “lo espiritual” hemos oído hablar, e incluso leído, sobre el pensamiento de Jung, pero quizá sean menos los que conocen directamente lo que nos pueden aportar las intuiciones de este gran autor.


Para aquellos que están interesados en la búsqueda espiritual y humanista, y en especial, para los que sientan interés por ver la utilidad concreta del enfoque junguiano, es muy recomendable la novela, recientemente publicada, de José Antonio Delgado llamada “La Hermandad de los iniciados”.


Muchas son las aportaciones de esta novela didáctica. Por señalar algunas podríamos decir que Delgado, ante todo, nos abre con ella un acceso a las riquezas ocultas en las profundidades de nuestro interior, ofreciéndonos recursos e instrumentos para recorrerlo sin peligros (sólo esto haría atractiva la propuesta); pero además nos descubre la sabiduría oculta en tradiciones marginadas por el actual paradigma (astrología, alquimia) y nos señala la riqueza que “habita” dentro de nuestra tradición cristiana, no sólo en sus vías más ortodoxas, sino también en otras corrientes consideradas más heterodoxas por las instancias religiosas oficiales, pero que pueden enriquecer nuestra vivencia cristiana y tienen algo que decir tanto a cristianos como a no cristianos.


La novela se sitúa en el marco de un viejo monasterio donde un sabio cristiano, muy vinculado a la tradición gnóstica, va ayudando a un grupo de discípulos a “descubrir qué mito les habita”, a descubrirse a sí mismos. Así se lo señala el monje a uno de ellos “viniste para ser consciente de tu mito, para tomar consciencia del lugar que ocupas en el universo”.

A medida que avanza la lectura vamos recorriendo con los discípulos ese camino por el que, no sólo llegamos a descubrirnos a nosotros mismos, sino a descubrir también otro modo de ver las cosas y de interpretar la realidad, que hace que aumente nuestra consciencia paso a paso.

De este modo, el autor consigue hablarnos del camino de individuación que todo ser humano está llamado a realizar, a la vez que concreta los signos de los diversos arquetipos, que surgen en este proceso de individuación, y cómo se manifiestan en el aquí y ahora de nuestra sociedad y cultura.


Situados, por tanto, en la época contemporánea, desfilan ante nosotros tradiciones antiguas que son reavivadas y redescubiertas, haciéndolas válidas y fecundas para nuestros días. Lo que en otros libros aparece complicado y lleno de palabras grandilocuentes se simplifica y clarifica a través de la pluma de José A. Delgado, que nos demuestra estar en posesión de un conocimiento sólido del mundo junguiano, de las tradiciones esotéricas y espirituales, así como de la cultura actual.

Descubrimos así que el conocimiento de nosotros mismos nos abre el camino a la sabiduría, a la experiencia contemplativa del Cristo interno o Abraxas, guiados de la mano de los gnósticos cristianos. Y es que “los gnósticos, los alquimistas, los astrólogos y los seguidores de Hermes nos dicen que es necesario conocerse a sí mismo, dado que ABRAXAS reside en el interior de todo ser humano” como nos dice un personaje de la novela.


Realizado el camino se nos invita a dar la mano a otros y transmitir lo vivido a los demás, (pienso que quizá esta novela es el modo como el autor realiza este acto de solidaridad espiritual).

Puede que no en todo asintamos a lo que el autor a través de sus personajes expresa, da igual, de lo que no hay duda es que la novela será una experiencia enriquecedora para sus lectores, les va a aportar muchos datos interesantes y poco conocidos, y ,si conectan con su mensaje, evocará en ellos aspectos y experiencias que quizá habían olvidado o que desconocían y que van a poder integrar y comprender.

Por si queréis más información sobre el libro o sobre el autor os dejo un link a su blog “psicología profunda y espiritualidad” así como a sendos comentarios de la novela realizados, en un caso, por el escritor Ángel Almazán y, en otro, por la psiquiatra, experta en espiritualidad, Maribel Rodríguez, autora del prólogo del libro.



Espero que os animéis a leerlo y que disfrutéis con él.

Para saber más:




jueves, 10 de febrero de 2011

¿Miedo a la libertad?. Interesante reflexión de Luis Pesciallo.





En una charla amena ayer con un amigo estábamos hablando del éxito que tienen las iglesias evangélicas en el mundo. Aún las que tienen propuestas abiertamente sectarias y que logran de sus fieles una sumisión y entrega considerable. En ese momento comprendí algo en lo que vengo dando vueltas hace un tiempo y que tiene que ver con la aparente restauración que está apareciendo en la Iglesia y sus resultados.


Cuando el Concilio Vaticano decidió "abrir las ventanas" para dejar entrar un poco de aire fresco en la Iglesia, la propuesta tenía que ver con dejar pasar al Espíritu; atreverse a salir un poco de los rígidos marcos legalistas. Hacer una apuesta por escuchar lo que el mundo tiene para decirle a la Iglesia y no solamente lo que ésta tenía para decirle al mundo. Como dijo un amigo es la primera vez que la Iglesia hace una "antropología religiosa". Pone al hombre en el centro. Lo mira y le pregunta queriendo escuchar su propia y libre respuesta. De ahí el lugar que empieza a tomar la libertad y la conciencia. No en el sentido de erigirse en ley propia sino entendiendo que hay algo que no se sostiene si es impuesto desde afuera.

Esta apertura y humanización -me viene a la mente la frase "capitalismo con rostro humano", disculpen- fue alegre y entusiastamente recibida por mucha gente. Aún hoy cincuenta años después sigue significando mucho. Podríamos pensar que el resultado de esta propuesta tendría que haber sido un nuevo impulso para acercar la religión a la gente. Para que esta Alegría se desparramara y convocara, no ya desde la afiliación a la Iglesia, voluntaria o compulsiva -como tantas veces- sino desde las ganas de participar en la empresa de vivir más evángelicamente.

Cincuenta años después, ¿cual es el resultado? Disminución de vocaciones, abandono de la Iglesia por parte de los fieles, decrecimiento de la práctica religiosa. Los más conservadores y restauracionistas dicen que esto se debe a haber aflojado las tuercas, que eso permitió la aparcición de confusiones -litúrgicas, doctrinales- y que esta especie de libertinaje ha dejado el tendal. Que deberíamos volver a lo de siempre. Por otro lado los más liberales sostienen que en realidad esta situación actual de alejamiento del hecho religioso se debe más bien a que el Concilio Vaticano II y los trabajos que le siguieron deberían haber ido más lejos. Que tras un primer momento que generó expecativas y alegría los animos se apagaron por no haber podido avanzar más decididamente.

Debo darles la razón a los más conservadores y restauracionistas. El Concilio probablemente sea responsable en gran parte de estas situaciones. Y probablemente si hubiera ido más lejos el resultado hubiera sido peor.


El Concilio nos abrió la posibilidad de empezar a tomar nuestro crecimiento espiritual en nuestras manos. Orientados por el Magisterio pero no sometidos a éste. Y quiero dejar en claro este punto. Es grande la cantidad de veces que los documentos del Concilio hablan de la libertad para poder decidir lo correcto. Es extremadamente claro cuando dice que el ser humano en cuestiones de fe debe poder hacer una opción LIBRE de coacción. El asentimiento de fe debe ser libre para ser válido. Solamente con esto cambia completamente el sentido de la palabra sometimiento. Ya no es algo impuesto desde afuera, por la ley, la manipulación, la mentira o el interés. Sino que es un libre "entregarse a".

Y esta propuesta de tomar en nuestras manos -que eso quiere decir tomar una decisión sin coacción y libremente: ser responsables- tuvo los resultados que dije antes.

Cincuenta años después, cuando vuelve a soplar el viento de la ortodoxia yo hubiera esperado que esto tuviera un efecto más devastador todavía; que los menos que quedaban se fueran más rapido aún. Pero no. Las vocaciones vuelven a subir. Los "nuevos movimientos" cobran fuerza. Y yo me pregunto donde está el error? No lo hay. Es cierto. Donde aparece el conservadurismo hay un nuevo resurgir de las vocaciones y lentamente los fieles se vuelven a acercar.

Y aquí vino el descubrimiento en la charla con mi amigo:


Queremos ese restauracionismo.


Queremos dogmas fuertes y reglas claras. Queremos saber cuando estamos en falta y cuando no. Queremos saber hasta donde. Y aún cuando esto pueda ser sumamente frustrante, para muchos es preferible al pánico que tenemos a la entrega, al no saber hasta donde tengo que llegar, cuanto es suficiente, que es lo mío para disponer. La invitación evangélica a caminar sobre el agua nos sobrecoge -por lo menos a mi sí- de espanto.

En un mundo en el que no sabemos ni si vamos a volar en pedazos de un día para el otro, o si no vamos a tener que comer pasado mañana, o si nos van a pegar un tiro en la calle para robarnos necesitamos algo claro. No nos pueden decir que tomemos el riesgo de escucharnos. Por eso ganan los reglamentadores y legalistas. Simplemente. La propuesta del Concilio requiere más trabajo, da más miedo y no da certezas escritas en papel. Llegar a certezas requiere mucho más. Y tal vez no estamos dispuestos.

¿Hacia una secta de sectas?





Que existe una crisis muy grave en la Iglesia, tanto a nivel vocacional en presbíteros, religiosos, religiosas y laicos, como en el reconocimiento de la misma institución eclesial, es evidente; y para ello, no hay que ser un gran iluminado, para darnos cuenta. Y que esta crisis eclesial, nos llevará a ser cada vez menos, y tener menos presencia en el mundo, es palpable ya.

Ante este problema, la jerarquía eclesial, esta reaccionando con el fácil argumento, de que todo ha sido, producido por las ilusiones que despertó el Concilio Vaticano II, y que poco a poco, se han ido desvaneciendo, dejando a la Iglesia sin norte.

Como consecuencia, se está produciendo una marcha atrás en el conjunto de la vida eclesial. Creyendo, que posiblemente con una linea restauracionista, de que tiempos pasados fueron mejores, vamos a conseguir encauzar el barco.

Y prueba de ello, es el resurgimiento de nuevas órdenes religiosas, movimientos religiosos y laicales, de forma muy explosiva, que dejan algo de sospecha, para los tiempos que corren.

Órdenes y movimientos que la Iglesia, quiere presentar como un renacer de nuevo, proyectando para ello, eventos de gran marketing religioso.

Y prueba de ello, es el que se llevará a cabo, en la catedral de Burgos y por todo lo alto, el próximo sábado 12 de febrero.

Las monjas de Iesu Communio (más conocidas por veroniquesas, por el nombre de su fundadora, Sor Verónica) profesarán solemnemente en su nueva congregación, tras abandonar a las clarisas franciscanas. Las 177 monjas de Lerma-La Aguilera casi en bloque (sólo 4 han decidido permanecer fieles al carisma clariantino) rubricarán públicamente su decisión de abrazar las nuevas constituciones y reglas aprobadas por Roma, de una forma también fulminante y explosiva.

Lo que no entiendo, es como la mayoría de las órdenes religiosa, tienen escases de vocaciones y esta nueva órden tiene para empezar 177. Cuando lo normal, es que al nacer un grupo sea reducido. Hasta el mismo Jesús, empezó con 12.

Yo, desde luego, esto no lo veo muy normal.

Hans Kung, gran teólogo y compañero del Papa Benedicto, creé que la Iglesia se va a convertir en una sectas de sectas.

RAFAEL GONZÁLEZ MARTÍN

martes, 8 de febrero de 2011

El regreso salvaje de la espiritualidad o la necesidad de pertenencia flexible a una organización iniciática.


Hoy parece que muchos están interesados en esto de la espiritualidad y también parece que más que nunca esta espiritualidad se vive de formas muy diversas. Esto en principio debería alegrarnos, pero también me genera dudas.

Y es que creo que este fenómeno del regreso de la espiritualidad es, por ahora, una realidad ambigua, ya que puede dar lugar a diversos resultados; pienso que, por un lado, puede ayudarnos a vivir en plenitud saliendo de reduccionismos, pero sospecho que también puede llevar al renacer de la irracionalidad más delirante o del fanatismo fundamentalista más grosero. No creo que esto fuera para alegrarse.


En cualquier caso, lo que parece que cada vez es más evidente es que el modelo tecnocrático, logocéntrico y economicista en el que vivimos es insostenible y debe ser superado.


No es extraño, por tanto, que cada vez más personas tengan experiencias “espirituales” y busquen cómo integrarlas en sus vidas de un modo adecuado. Aquí hay diversidad de “soluciones”.

Para muchos está superado el tiempo de las instituciones religiosas o espirituales, sólo se fían de la búsqueda personal y de la propia experiencia. A partir de ella, interpretan las tradiciones religiosas, las mezclan, las alaban o descalifican según sus criterios.

Otros dicen estar ligados a una tradición sin ninguna práctica, sin atender a las mínimas reglas de pertenencia a esa tradición o sin aceptar los elementos fundamentales de la misma.


No dudo que puedan darse en algunos casos verdaderas experiencias espirituales humanas y humanizadoras entre quienes optan por esta vía, pero no creo que sea el camino más recomendable.


Recorrer el mundo “espiritual” exige tener un hilo de Ariadna para que el subjetivismo y el narcisismo no se traguen todo el “trabajo” y, sin la ayuda de una organización espiritual y una tradición, esto es muy difícil. Lo más fácil será caer en el “narcisismo espiritual”, lo que se llama en el zen la enfermedad zen (quietismo en el cristianismo), que se caracteriza por creerse ya uno “iluminado” por su experiencia y sin necesidad de someterse a las reglas y las enseñanzas de las instituciones y organizaciones espirituales tradicionales.


Otros huyendo de este peligro del narcisismo espiritual buscan evitarlo ingresando en organizaciones espirituales a las que consideran el único lugar válido para vivir la espiritualidad. La organización se ensalza por encima de todo y el sometimiento extremo a las autoridades de esa organización es para ellos el punto central para no equivocarse en su camino. El narcisismo espiritual se refleja aquí identificándose con la organización que tiene toda la verdad y no puede errar en ningún caso. Al identificarme con la institución, cuanto más la ensalzo, más me estoy ensalzando yo mismo. La organización nada tiene que aprender ni debe adaptarse a las personas y a los tiempos, sino al contrario. No se busca la espiritualidad como una experiencia personal transformadora sino como una forma de identificación personal, una ideología que les dé identidad y protagonismo frente a los demás que están en el error o nos persiguen (son inferiores). Se mata así la persona y su espiritualidad y se sustituye por el robot religioso uniformado bajo un mismo patrón, que obtiene el caramelo de creerse en la verdad y ser superior. Unos buscan su identidad comprando coches o mediante buena ropa, otros buscan llenar su vacío interior con etiquetas religiosas que los distingan.

También están aquellos que desprecian las religiones y buscan una espiritualidad más madura, el esoterismo. Para ellos, las religiones son todas expresiones de una misma Tradición Primordial y conducen a la misma experiencia. Las religiones viven la espiritualidad de modo deformado e inmaduro, son infantiles. Habría pues que unirse a un grupo esotérico que nos diera la verdadera experiencia sólo reservada a una élite.


Creo que esta forma de pensar olvida que cada religión es una experiencia única e intransferible, si bien haya elementos comunes y que permiten estar en armonía, enriquecerse mutuamente y entenderse.


Desde mi punto de vista, la división exotérico (externo y masivo) y esotérico (interno y elitista) debe ser superada. El centro de las tradiciones no es el esoterismo sino la mística (que nada tiene que ver con el misticismo sentimental) o dimensión monástica. La experiencia espiritual no es en último término la iluminación, aunque suponga una experiencia iluminadora, sino un estilo de vida que ve en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo sencillo, en lo pobre y feo el lugar por excelencia del misterio. Es la llamada pobreza fecunda cisterciense.


Somos seres incompletos, fragmentados, “caídos” y por nosotros solos no podemos salir de nuestra situación. Necesitamos una “bendición”, la “gracia”, la “influencia espiritual” venida de más allá del mundo humano para salir de nuestra situación, pero que se “encarne” en nuestro mundo mediante una realidad física y material. Esto es lo que hacen las instituciones religiosas y espirituales, ser cadenas de esta influencia y encarnarla en el mundo. Naturalmente la influencia espiritual se daría también más allá de las instituciones religiosas o espirituales.


Creo, por tanto, en la necesidad de incorporarse a una institución religiosa u organización espiritual, haciéndolo de modo flexible, asumiendo lo esencial de su doctrina y de sus reglas y, a la vez, recreando la tradición recibida, sin traicionarla, a partir de la experiencia personal de la verdad espiritual que esta tradición porta.


Formar parte de una tradición nunca puede suponer perder la propia personalidad asumiendo un modelo prefabricado, ni renunciar al modo personal de vivir esa tradición. Las instituciones u organizaciones espirituales deben ser, por ello, plurales y, a vez, a través de una serie de referencias comunes, permitir vivir armonizadas todas sus sensibilidades. Querer uniformar demasiado será matar la tradición, tanto como olvidar los elementos comunes y caer en un puro subjetivismo narcisista. Ambos errores acechan al caminante.

lunes, 7 de febrero de 2011

La iglesia de la comunión frente a la antiiglesia de la uniformidad, por Mercedes Navarro



La eclesiología de comunión es la eclesiología del Pueblo de Dios. Pero hay distintas maneras de entender la comunión mirando a los centros sobre los que gira y se acomuna la iglesia. La eclesiología de comunión no tiene por qué rotar necesariamente sobre el gozne jerárquico, de modo que, de oponerse, habría de hacerlo al modelo vertical. Entiendo la eclesiología de comunión como un modelo de iglesia católica, universal por tanto, más horizontal y circular que vertical, a la luz de Mc 3,31-35. Este texto expresa principios de eclesiología de la comunidad a la que se dirige el evangelista inspirados directamente en el modelo propuesto por Jesús .


La vida de la iglesia en los últimos años adolece de serios problemas con respecto a la comunión, por eso deseo descubrir a los demonios que la disfrazan de otras cosas; que bajo su nombre introduce una práctica ajena a la comunión evangélica, que es la que suponemos que debe impregnar esta nueva eclesiología. El primer y más terrible demonio es el miedo. Con él se desatan otros dos, el control sobre la libertad y la imposición por la fuerza. Los tres suelen ir juntos, pues se escudan y se refuerzan mutuamente. Al disfraz del miedo, el control y la imposición lo llamamos frecuentemente comunión, de modo que bajo esta palabra se enmascaran otras realidades. No debemos dejarnos engañar, pues detecto demasiados signos en la institución eclesial que evocan a las dictaduras civiles como para aceptar tranquilamente que estamos en una eclesiología de comunión, aunque numerosos discursos lo formulen de este modo. Y es evidente que nadie que se encuentre presionado por un régimen dictatorial puede afirmar que en su institución se vive la comunión. Porque no es posible mantener el espíritu de comunión en una estructura que la ahoga permanentemente.


Es justo que mencione algunos indicadores de asfixia en la iglesia. El primero es el anhelo y la aspiración de uniformidad, escondido a menudo bajo el principio de la comunión. La uniformidad expulsa de sí todo lo que difiera de los criterios decretados como uniformes. Es uniformidad, que no comunión, perseguir a las y los distintos, ya sea por su manera de ver la vida, de formular y de vivir la fe, o por el pensamiento diverso y la libertad de expresión que se permiten. Hablamos sin cesar de pluralidad, pero no nos educamos en ella ni la hacemos viable. En el fondo nos puede el miedo.

Al miedo acompaña, por lo tanto, el control de las libertades y este control sólo se consigue imponiéndolo por la fuerza. Y donde no hay libertad no está el Espíritu del Señor, formulando la frase paulina en negativo (cf 2 Cor 3,17), pues es lógico que la libertad se exprese en la práctica de las libertades. En la iglesia -doy fe de ello- hay que mirar a todos los lados para decir lo que se piensa, lo que se cree, los resultados de la investigación teológica o de la propia experiencia de fe. Se imponen, bajo el régimen del miedo, el disimulo, la clandestinidad, el decir como si no se dijera, el confiar en que se leerá entre líneas, los recelos y sospechas sobre posibles chivatos/as... Facultades de teología, Institutos, revistas, catequesis, clases de religión, predicación dominical, artículos, libros, folletos, entrevistas en periódicos o en otros medios de comunicación civiles..., prácticas morales, prácticas cúlticas... todo está sometido al control de algunos . La comunión eclesial, desde luego, no se puede establecer sobre estos cimientos. Y, por lo que puedo observar, es bien difícil la libertad práctica y concreta para hacer frente a esta situación. No tanto, quizás, la libertad externa, cuanto la interna.


La fuerza para imponer el control y suscitar el miedo no es, por lo general, directa y bruta, sino que a menudo es tan sutil como eficaz. Basta, por ejemplo, con sembrar dudas sobre personas e instituciones. Basta con descalificarlas valiéndose, con frecuencia, de la autoridad y el poder que ciertos cargos les otorgan a algunos. O, sirviéndose del famoso divide y vencerás, que fragmenta grupos a los que ha costado décadas crear una difícil comunión en el respeto, el diálogo y la libertad evangélicas . También puedo dar fe de ello. Ningún tipo de comunión se impone jamás por la fuerza. Mucho menos la comunión de fe en Jesús que brota del espíritu del evangelio que sigue siendo un espíritu de libertad.

Jesús, que pudo detectar las trampas del miedo y su tremendo poder, lucha contra él en los evangelios, especialmente en el evangelio de Marcos, pues advierte que mina los cimientos de la fe . En los sinópticos, como es sabido, lo contrario de la fe no es la incredulidad, sino el miedo. La iglesia institucional sólo hará posible la comunión verdadera (y no la charada de la uniformidad) cuando en ella podamos todas y todos respirar el respeto y el diálogo que surgen del clima de libertad. Cuando la institución sea de verdad un cauce posibilitador de las libertades. Y es que la fe sin libertad es imposible. O es libre y para la libertad en Jesucristo, o no es fe (cristiana).


Un efecto del clima de miedo y de la presión (a menudo interiorizada) del control es el prejuicio moralista (y dualista) empleado a menudo en los discursos oficiales, que lleva a valorar como puro y verdadero lo interno y unificado, y como negativo, mentiroso, malo, impuro o, cuando menos, sospechoso, todo lo externo y diverso a la institución eclesial. Este prejuicio no puede ser más contrario al espíritu de Jesús en los evangelios, pues nadie como él se mezcló, contaminó... con la supuesta escoria humana, hasta el punto de que en el patíbulo se le podía confundir con dicha escoria. Uno de los resultados de su conducta fue que hizo visible la honestidad y los valores de esa supuesta escoria (las prostitutas os precederán... Mt 21,31) y la podredumbre de la supuesta santidad de los jerarcas (¡ay de vosotros... hipócritas...!, Mt 23,13ss) Tampoco del prejuicio moralista, que se disfraza de unidad moral cristiana, puede surgir la eclesiología de comunión, pues el prejuicio es, por definición, excluyente, mientras que la comunión es inclusiva...


Las paradojas de la comunión


La primera paradoja es positiva. Establece que a mayor diversidad mayor grado de comunión. Generalmente pensamos, con unos esquemas heredados de antiguo, que la diversidad dispersa e impide la comunión, mientras que, por el contrario, la uniformidad y la homogeneidad ayudan a mantenerla. La comunión no deja de ser un reto, pero sólo si lo que pretendemos poner en común, vivir en común y acomunar es diferente y plural. Lo diverso no tiene necesariamente que conducir a la dispersión ni a una malentendida tolerancia o a un relativismo cualquiera. Estos recelos forman parte de las estrategias disuasorias de quienes temen a la pluralidad. Lo que da miedo en realidad no es la dispersión que pueda derivarse de ella, sino la dificultad para controlar lo diverso. Pero la paradoja de la comunión de lo distinto, por el hecho de ser paradoja, ya indica que es preciso mantener la tensión entre los dos polos sin eliminar ninguno. Perder cualquiera de ellos la destruye y la hace imposible, mientras que mantenerlos promete creatividad y fuerza vital. Tengo para mí que la institución eclesial no es muy amiga de las paradojas...


En nuestro mundo lo diverso y plural se nos impone por doquier. Las democracias modernas no toleran mucho mejor lo diferente que la institución eclesial, e intentan el control de muchas maneras, la mayoría de ellas sutiles. La diferencia es que al menos los y las ciudadanas contamos con foros e instrumentos para expresar nuestra protesta y para exigir el respeto, ya que el derecho acompaña a esta forma de gobierno y, por lo tanto, puede exigirse. Si el Estado salta por encima de sus normas, los ciudadanos/as pueden y deben exigirles cuenta. Pero en la Iglesia, ¿con qué instrumentos legítimos contamos para expresar la protesta frente al control de las libertades, de las diversidades y la pluralidad ? La jerarquía suele apelar a que tenemos un Señor, una fe, un bautismo, un Dios Padre..., aunque sufre amnesia sobre su rica y difícil tradición de pluralidad.

La segunda paradoja es negativa. Se coloca en las antípodas de la primera: a mayor uniformidad mayor dispersión. Su contenido es psicológico, puesto que la homogeneidad uniforme exige mucho desgaste de energía, que se desperdicia para el mantenimiento del conflicto interior y de la represión, del control sobre toda realidad que no sea acorde con lo estipulado. Por eso no es extraño que la energía acumulada se encuentre dispuesta a salir explosiva y agresivamente en cuanto se presente la mínima oportunidad. Se diría que lo uno en realidad es muchos... sólo que reprimido.

Para un centro cuyo objetivo es controlar e imponer la uniformidad, la opción es explotar la segunda paradoja, la negativa, neutralizando la positiva. Debería de dar más miedo la negativa que la positiva y sin embargo nos sucede al revés, porque nos da pánico lo diferente.

viernes, 4 de febrero de 2011

Declaración de 144 teólogos pidiendo reformas en la Iglesia católica.




La revolución le llega desde su propia patria. Desde Alemania y en alemán, 144 teólogos (algunos de renombre) piden al Papa alemán, Benedicto XVI, un cambio de rumbo radical en el timón de la Iglesia católica. Un cambio en profundidad, que no sólo afectaría, según los firmantes del manifiesto, al celibato de los curas o al acceso de la mujer al sacerdocio, como subrayan los medios de comunicación, sino que apuesta por volver a recentrar el péndulo eclesial, por regresar a la Iglesia abierta, dialogante y samaritana. En definitiva, a la Iglesia de la Gaudium et Spes, a la Iglesia del vaticano II.


Un documento de calado, que está llamado a provocar todo tipo de reacciones. Con efecto contagio o sin él, es porevisible que otros muchos teólogos, en otras partes del mundo, se sumen al manifiesto. O hagan otros parecidos. Los que puedan y no teman represalias. Porque el clamor de un recentramiento eclesial ya no se puede parar. Por mucho que los ultracatólicos bramen y quieran seguir llevándonos a la extrema derecha, rayana en el fundamentalismo. La asfixia es tal que el Papa abre un repiradero (una ventana, mejor)o nos ahogamos todos.

Un clamor generalizado entre teólogos (la élite intelectual) y fieles al Papa teólogo e intelectual, que quizás sea el único preparado y capaz de operar esa reorientación sin traumas ni conflictos severos. Para volver a ilusionar a clérigos y fieles. Para inaugurar una nueva primavera eclesial. Para poner el reloj de la Iglesia a la hora actual y respetar dentro todos los derechos que proclamamos hacia afuera.


Tiempo habrá de examinar en detalle el manifiesto. Ahora, desde aquí y dentro de nuestra humildad, nos sumamos a este manifiesto. ¡Ojalá en la Curia no se le descalifique de entrada y sin escuchar su voz! ¡Ojalá Su Santidad lo tenga en cuenta y responda! Y sin tardar mucho. De lo contrario, la sal puede volverse insípida y el catolicismo dejar de tener capacidad de penetración e influencia en el mundo. Es decir, capacidad evangelizadora.


José Manuel Vidal

Un análisis de la situación en Egipto, por Yasmina Khadra.

Me llegan informaciones de la situación de extrema tensión que se está viviendo en estas horas en Egipto, según nos comentan las religiosas y religiosos que permanecen allí. Parece que en la próximas horas pueden darse situaciones muy duras. Que Dios, el clemente y misericordioso, ilumine los corazones de todos para lograr evitar violencias y muertes absurdas e irreparables. Salam.Pax.










Si los levantamientos que se encadenan en determinados países árabes tienen en común una misma motivación, a saber, la expresión ultrajada de un hartazgo y de una necesidad vital de emancipación y de libertad, los regímenes totalitarios contestados son muy diferentes los unos de los otros. En Yemen se trata de una dictadura estática, esclerotizada, sin proyecto real de sociedad y sin dinámica, basada exclusivamente en las alianzas tribales. Una dictadura virtual, sorda, opiácea, que ha instalado al pueblo en el estoicismo y la renuncia.



En la insurrección de 1988 en Argelia cometimos la torpeza de no contar con guías prevenidos
Túnez podría arreglárselas. En Egipto, se trata de las relaciones de fuerza de la región.



En Túnez, el régimen, nacido a partir de una esperanza de renovación y de progreso, cayó en la trampa de una espantosa estrechez de miras que condujo a Ben Ali a perder de vista la oportunidad de poder inscribir su nombre con letras de oro en la historia de su país. Ben Ali era, sin duda alguna, el más convincente de los presidentes árabes. Disponía de un pueblo magnífico, instruido, moderno, emancipado y no violento. Su reino era pan bendito. Pero, al no hacer la gloria estremecerse más que a las almas que son dignas de ella (Gogol dixit), el soberano de Cartago optó por la depredación bulímica y por una represión policial que no tenían ninguna razón de ser. Privilegió el reino de sus allegados y de su familia política en detrimento de su propio reino y acabó por verse superado por el giro de los acontecimientos. Podríamos decir que la dictadura de Túnez era sobre todo un poder crapuloso sobre el país, basado en el nepotismo, la corrupción y el tráfico de influencias.



En Egipto se trata de un régimen fantoche, deseado y alimentado por los intereses estadounidenses e israelíes. Considerado como la punta de lanza del mundo árabe, se ha convertido en su eslabón débil. Su incondicional alianza con los norteamericanos ha perjudicado mucho al destino de Palestina y dispersado considerablemente a la unidad árabe. Al concentrar en su seno a las principales instituciones árabe-africanas (políticas, económicas, culturales y deportivas), Occidente ha hecho de él su único interlocutor y su principal peón en la región. Valiéndose de ese privilegio, el régimen de Mubarak trocó deliberadamente su estatuto de hermano mayor por el poco brillante papel de cómplice y de traidor, actitud que el pueblo egipcio, considerado como el más intelectualizado del mundo árabe, no ha acabado de digerir. En la dictadura egipcia se da el ejercicio flagrante de una creciente injerencia de los intereses geoestratégicos occidentales, en particular los de Estados Unidos e Israel. Su vocación consiste esencialmente en amordazar el orgullo y la dignidad nacionales en beneficio de ambiciones vampirizantes exteriores.


Los levantamientos que tienen lugar en esos tres países responden también a una urgencia capital. En Yemen, como en Túnez y en Egipto, los pueblos reclaman la libertad, el honor y la posibilidad de acceder a una vida decente. Los regímenes denostados han sido, para nuestros pueblos, la causa principal del marasmo y de la descomposición socioeconómica que nos deniegan el derecho a poder ascender en el concierto de las naciones. Pero de ningún modo se trata de revoluciones. Se trata de una reacción espontánea, incoherente y sin orientación precisa, cuyo objetivo es el de expulsar al tirano sin prever ni preocuparse por lo que vendrá después. Una revolución es un acto pensado, maduramente articulado en torno a una hoja de ruta, de una estrategia, y conducido por actores identificados y determinados. No vemos a cabecillas titulares designados en las calles de El Cairo, de Túnez o de Adén. Privados de catalizadores eficaces, estos vastos movimientos de protesta van a tener que seguir hasta el final y desbaratar todos los ardides que los Gobiernos amenazados van a multiplicar para cambiar la situación a su favor. Nos hallamos ante la duda sideral, de ahí que se haga imperativo el recurso inmediato a conciencias intelectuales o políticas capaces de encarnar la cólera popular y la saludable alternancia exigida por el pueblo. Sería desastroso seguir sitiando las plazas públicas sin erigir en ellas tribunas y sin hallar para ellas una voz fuerte y creíble que desbanque los discursos falaces y las llamadas a la calma de los regímenes acorralados. Como sería desastroso aceptar un compromiso, que, con toda evidencia, no sería sino una trampa inesperada y una tentativa de ganar tiempo para los Mubarak y sus esbirros. Cometimos esa torpeza en Argelia con ocasión de la formidable insurrección de octubre de 1988. Al no contar con guías prevenidos que nos evitaran las trampas de la recuperación y nos precavieran de los fallos de nuestra inadvertencia, aplaudimos la proclamación de la democracia y del multipartidismo para desengañarnos algunos años más tarde bajo el tsunami islamista. No quisiera que esta catástrofe se operara en Túnez y en Egipto. Esa es la razón por la que resulta de extrema importancia, para esos dos países, escoger a hombres y mujeres aguerridos, vigilantes y dispuestos a erradicar toda traza de los antiguos aparatos represivos del Estado y a impedir las tentativas de instrumentalización y desviación ideológicas que reducirían a cenizas la instauración de una auténtica democracia laica y republicana.



Sin embargo, si el caso tunecino suscita la simpatía de Occidente, el de Egipto le quita el sueño. Porque en Egipto no se trata del porvenir del pueblo egipcio, sino de una nueva configuración de las relaciones de fuerza en la región. Si el régimen de Mubarak se hundiera, la "paz" de Oriente Próximo ya no estaría garantizada. Entendiendo por "paz" la estabilidad de Israel y su impunidad. Estados Unidos va a emplear todo su peso para mantener el régimen, a riesgo de sacrificar a Mubarak. Y los egipcios están viviendo las horas más peligrosas de su historia republicana. O aceptar la "transición" o la guerra civil. Personalmente, no soy nada optimista. Cada día que pasa lo hace en beneficio del régimen, que ha elegido la guerra de desgaste. Ya no es la calle la que gestiona el asedio. La economía está parada, la gente no percibe sus salarios y los estómagos empiezan a acusar el hambre. El régimen lo sabe y va a tratar de prolongar las manifestaciones pacíficas para volver a desplegarse, restablecer sus redes de propaganda y de disuasión y sembrar la duda en los ánimos. En el momento en que escribo, Mubarak habría confiado ya el destino de Egipto a los expertos del Pentágono. Esa "transición" que reclama Washington es la trampa mortal que destruirá toda oportunidad de recuperar su honor y su salvación al pueblo egipcio.



Hay dos preguntas que hacerse:



1. ¿Podrían extenderse estos levantamientos a Libia, Argelia, Marruecos y Jordania? Para Libia, la cuestión ni se plantea. Para los libios, Gadafi no es un dictador sino un líder iluminado. Tardaremos en ver sumidas en la cólera a las calles de Trípoli. Respecto a los otros tres países, a pesar de la corrupción generalizada, el desempleo, el empobrecimiento galopante y la falta de perspectivas para la juventud y los nuevos diplomados, no habrá insurrecciones en ellos. Los Gobiernos actuales prometerán la introducción de vastas y urgentes reformas para satisfacer las reivindicaciones de sus pueblos y seguirán sin comprender que es la alternancia lo que la nación exige. El brazo de hierro será flexible, pero nadie podrá prever la reacción popular a corto plazo. Una cosa es cierta, gracias a lo que ocurre en Túnez y en Egipto, los pueblos saben ya dónde están sus verdaderas fuerzas. Nada será ya como antes.



2. ¿Van a cambiar algo estos levantamientos? En Yemen, nada concluyente. Al régimen le bastaría con hacer algunas concesiones para dispersar a las multitudes. Las alianzas tribales están demasiado corrompidas como para renunciar a sus conquistas en beneficio de sus comunidades. Túnez podría arreglárselas. Tiene bazas reales de salir bien parado de la transición, pero los excluidos del aparato del poder no renunciarán a su parte del pastel. En cuanto a Egipto, se velan las armas, o, por seguir con la tradición musulmana, es "la noche de la duda". Se juega todo a una carta. Y todo lleva a creer que se va a armar una buena. Los envites geoestratégicos son de tal calibre que gustosamente aceptarían el sacrificio de algunas decenas de miles de muertos.



Yasmina Khadra es escritor argelino.
Traducción de Juan Ramón Azaola.

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Este Blog quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos que queremos ayudar a transformar la sociedad para convertirla en un lugar más fraterno, más libre, más justo y, a la vez, somos conscientes de que todo cambio social sólo es posible si hay un cambio personal e interno y no se olvida lo que nos enseña la Tradición Espiritual de la Humanidad, intentándo actualizarla creativamente en cada época.


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