"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

martes, 26 de abril de 2011

Una estupenda entrevista al teólogo Andrés Torres Queiruga



Tomado de http://www.periodistadigital.com/religion/espana/2011/04/25/andres-torres-queiruga-teologo-filosofo-hitler-infierno-iglesia-religion-galicia-wojtyla-zapatero.shtml


(José Manuel Vidal).- Andrés Torres Queiruga es el teólogo de la síntesis. Una síntesis difícil de realizar en determinadas circunstancias, y más en nuestro país, en estos momentos. Un pensador enraizado en Galicia pero abierto al mundo: muy gallego y muy universal. Teólogo y filósofo a la vez. Clásico y moderno, con un IPhone en la mano, después de haber utilizado uno de los primeros ordenadores, el que pesaba más de veinte kilos. Un hombre libre y atado a su conciencia y a su libertad. Empeñado desde hace muchos años en "repensar la fe" y en recuperar las claves actuales de la creencia y de la salvación. Por eso, casi todos sus libros giran en torno a esas dos palabras: recuperar y repensar. Una muestra es la obra que nos presenta hoy, Repensar el mal.

-Andrés, bos días. Encantado de tenerte aquí. Es un placer...Y ya iba siendo hora.

-Bos días (risas). Sí, la verdad es que tenía ganas.

-Por distintos motivos se fue retrasando la entrevista, pero hoy por fin la hacemos. Y vamos a empezar con el libro de Repensar el mal. Editado en gallego (en la editorial Galaxia, en Vigo) y en castellano (en Trotta). Más gordo en gallego y más apretado en castellano...

-...pero es el mismo libro (risas), con distinto tipo de letra.

-¿Cuál es la tesis fundamental? Porque es un libro de fondo...

-Sí. Yo llevaba mucho tiempo preocupado por esto. Ya cuando era estudiante, tuve la intuición de base. Pero las dos palabras esenciales, que tú recordabas, lo fueron siendo inconscientemente: repensar y recuperar. Y al escucharte estaba yo pensando que es verdad, que uno de los neologismos que introduzco (porque la acción de repensar exige nuevas palabras, para poder vestir los pensamientos que intentas...) es el de hablar de la "vía corta de la teodicea". Porque el mío va a ser un repensamiento bastante radical del problema, pero al mismo tiempo reconozco que hasta ahora la gente se ha arreglado bastante bien, con la antigua lógica con la que se pensaba el mal.

-¿Cuál era esa lógica?

-Ahora voy a decirlo...Porque, indudablemente, hoy nos damos cuenta de que decir que Dios es omnipotente, bueno, que nos quiere infinitamente y que podría acabar con el mal del mundo, hacerlo perfecto...pero que no quiere, es una contradicción.

-No quiere porque decíamos que así coartaba nuestra libertad...

-O porque era un misterio, o mil cosas. Pero, realmente, eso no vale. Si yo tengo un amigo que está en el hospital y me dice que él podría, con sólo querer y sin trabajo, acabar con todo el sufrimiento del hospital, pero que tiene motivos para no querer...
Si yo pensase que Dios eliminase todo el mal del mundo sin que le costara trabajo ninguno, y no lo hiciera......no podría afirmarlo.

-Es la pregunta que se hace mucha gente ante las grandes catástrofes: Si Dios es tan omnipotente como decimos, ¿por qué no ha parado el tsunami de Japón?

-Y fíjate que el Papa, que es un buen teólogo, cuando llegó a Auschwitz, con buena voluntad, pero se preguntó dónde estaba Dios, por qué consintió eso.






Si eso fuese verdad, el ateísmo tendría razón. Porque, dándole la vuelta a esa frase, si Dios estuviera presente y no lo consintiera, no existiría Auschwitz ni el Holocausto. Luego a Dios habría que llevarle al Tribunal de la Haya.





Naturalmente, ni el Papa ni nadie han pensado así. Pero es cierto que, durante mucho tiempo, en esto no se ha percibido la contradicción. Me preguntabas por qué... Porque había una lógica más honda, la lógica de la confianza: la fe cristiana, la tradición de un Dios bueno, de un Jesús que entrega su vida por todos... Eso de "yo no puedo dar razones contra el mal, pero sé que eso no puede tener nada que ver con Dios". Esa tesis, en el fondo, es la que está dentro del relato del Paraíso.





La confianza tan radical en Dios de la sociedad se admitía porque el ateísmo (que es un fenómeno de los siglos XVIII-XIX) no existía culturalmente. Dios era una evidencia: estaba ahí y se sabía que era bueno; entonces, si existía el mal, alguna razón habría. Si le ponían la objeción, o se la saltaban o la veían muy superficialmente...

-¿Y eso se rompe en algún momento?

-Al llegar la modernidad. Al llegar la "era crítica", que dice Kant, ya no toleramos contradicciones y nos atrevemos a juzgar. De hecho, la cultura llevó la idea de Dios al tribunal de la razón, y a partir de ese momento, sí que fue necesaria una "vía larga".

-Que es lo que tú haces, la vía que tú recorres

-Exactamente: repensar y recuperar... Le dedico un largo capítulo a la confianza de la "vía corta". Hay una frase que dice "yo parto del amor". Porque creo que de lo único que podemos estar seguros respecto a Dios en teología es que nos ama infinitamente, sin condiciones, y que es nuestra salvación.






Si yo aplico esta lógica asumiendo que aun así hay mal, es que el mal no se puede evitar. Si entro en una casa y escucho a un niño rabiando de dolor en su cama, y veo a su madre, sé que la madre no puede evitar el dolor de su hijo; que si pudiera, no lo permitiría. Pero es imposible que lo evite.






Isaías capta esta lógica auténtica, la lógica del amor: "¿Podrá una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide, yo no me olvidaré". Esta es la lógica que durante la tradición hizo posible tragarse la contradicción de la teodicea al uso, de la cual Kant dijo que había fracasado.
Yo siempre digo que la teodicea se hace -en general, así lo hacen todos los autores- con presupuestos antiguos y se critica con razones nuevas. Y lo que quiero es hacer ver que hay que revisar esos presupuestos antiguos para que la cultura actual, la que pone objeciones, pueda responder desde el mismo nivel. Eso es la "vía larga".

-¿Qué tratas de demostrar con la "vía larga"?

-El libro tiene un subtítulo: "de la ponerología a la teodicea". Un palabro griego que significa "malo". Ponerología es un tratado del mal. Ahí parto de una evidencia: el mal es un problema humano, no inmediatamente religioso. Seas creyente o ateo, vas a tener crisis y enfermedades, y vas a morirte. Los niños de los creyentes y los de los ateos nacen de la misma forma...Porque el mal es un problema humano, que nos afecta a todos, y hay que tratarlo como tal.
Hay que hacer un tratado del mal a nivel filosófico, humano, previo a la respuesta o no-respuesta religiosa. Por eso es ponerología, un tratado que prescinde de si eres creyente o ateo.

-Antes decíamos que el mundo era finito.

-Y finito es (risas). Esa es la clave en que yo me apoyo. Si yo pregunto por qué hay mal en el mundo, por qué existe, la respuesta es que el mundo produce mal. Si yo tengo un dolor de estómago, enseguida pienso que tengo una úlcera. Hay dolor en el mundo. Hay mal.

-¿Porque el mundo está mal hecho?

-Vamos por pasos, que con los problemas hay que ir poco a poco. Lo primero es que el mundo produce mal. Lo segundo, que todo mal parece tener una causa en el propio mundo... Hoy, que acabamos de padecer el tsunami en Japón, es algo evidente: hemos ido a la tele y nos hemos preguntado por qué se produce el tsunami. Porque hay un terremoto, porque hay fallas tectónicas...Es decir, que automáticamente nosotros, ante un mal tremendo, pensamos que el mundo lo ha producido.
Y esto es algo que ha cambiado. Porque, con el terremoto de Lisboa, lo que se pensó fue por qué Dios lo permitió. Es un cambio radical de cultura: todo lo que a nivel empírico se produce en el mundo, tiene una causa dentro de él. Por eso el S.XIV, con la peste negra, se llenó de procesiones; el XX y el XXI, con el SIDA, se llenó de laboratorios, porque sabemos que el virus no viene de Dios ni del demonio, sino que tiene una causa dentro del mundo.
Y esto a la ciencia le basta. Para un médico, como médico, el problema del mal se queda ahí: Hay enfermedades, descubro su causa, encuentro el remedio si puedo, y se acabó, como médico, mi problema del mal. Pero el mismo médico, en cuanto persona -como filósofo- se pregunta si no podría existir un mundo sin mal.
Que el mundo produce mal es evidente. Pero si fuera posible uno en el que no se conociese mal alguno, todos estaríamos libres de padecerlo.

-Y al mundo que produce mal, la ciencia lo está acotando poco a poco...

-Sí, pero no del todo. Mal habrá siempre. A veces la gente joven se me enfada cuando lo digo, pero ha sido así siempre: lo hay y lo habrá.

-¿Y por qué? ¿Por qué no puede haber un mundo sin mal? ¿Por qué es imposible pensar un mundo así?

-A todos, desde pequeñitos, nos han metido mitos en la cabeza. Nos han hablado del Paraíso, y entonces el mundo parecía poder ser perfecto. Pero eso es una contradicción: si fue tan perfecto, ¿por qué cayeron tan pronto?
Si buscamos la raíz última del mal, yo creo que la encontramos en la finitud: lo finito, como tal, no puede ser omnicomprensivo, ni tener todas las perfecciones, sino que tiene carencias y va a tener choques con otras realidades finitas. Cuando nosotros examinamos la realidad, cualquier mal que vemos ha sido un choque de realidades finitas, o simplemente una carencia: si tengo hambre, es que me falta algo que, si yo fuera infinito, tendría. Esto, llevado al sentido común, es lo que dice la gente, cuando asegura que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos.

-Nunca llueve a gusto de todos.

-Pero la vida es buena.

-¿Incluso el mal inocente?

-Incluso ese mal inocente. El niño que cae enfermo, cae enfermo, porque se ha contagiado de un virus, o lo que sea. También la causa del mal del inocente está producida por el mundo. Los animales también sufren...

-Luego el mundo es finito y producirá siempre mal.

-Claro. Y esto lo hemos intuido siempre: no se puede estar en la procesión y repicar las campanas. O, como dice un profesor mío, no se puede sorber y soplar al mismo tiempo. A nivel filosófico, lo dijo muy bien Spinoza: toda determinación es una negación. Si tú eres un hombre, lo cual es estupendo, no puedes ser mujer, que es también estupendo. No puedes ser las dos cosas al tiempo, por eso un círculo no puede ser un cuadrado. Es una imposibilidad metafísica: el hecho mismo de ser circular impide la posibilidad de ser cuadrado. Es incompatible.

-¿Y el salto a la teología?

-Un momento (risas), que voy por pasos. Y a donde quiero llegar es a poder pensar, no a imaginar. La imaginación produce infinitos: el niño cree que todo es posible pero, cuando lo piensas y, de hecho, miras la evolución del mundo...o el crecimiento de una persona. ¿Hay algo más maravilloso que unas manos? Peléate con el león. Y dile al león que coja un bolígrafo y escriba...
Al determinar, niegas otras posibilidades. Y por eso los grandes dueños de las utopías, o acaban en catástrofe, como las modernas, o reconocen que son imaginaciones. El mismo Marx, en su entusiasmo humanista de buscar la sociedad perfecta, donde por la mañana irías a cazar y por la tarde a descansar, comprendió que no, que el mundo jamás va a ser así de perfecto.

-Pero se puede intentar mejorar.

-Claro, lo que podemos hacer es mejorarlo. Y aquí es donde entra la religión, el salto a la teología que decías. Como a otros muchos, toda persona va a enfrentarse en su vida al problema del mal. Y toda persona tiene una respuesta a este problema. Incluso hay inventado otro palabro: pisteodicea ("písteos" es "fe", exposición de la fe). En el sentido filosófico y relacionado con el mal, la tiene Sartre, que dice que hay mal en el mundo, luego el mundo produce náuseas, es un asco. Camus piensa que el mundo es absurdo y Sísifo va a estar siempre subiendo la piedra que luego va a volver a caerse... Tenemos que imaginarnos que su respuesta es que, en un mundo contradictorio, él salva su dignidad afrontándolo, aunque sepa que su lucha es absurda. O Schopenhauer: si el mundo es absurdo, lo mejor sería parar.
Y el mal también tiene respuesta religiosa. Hay distintas pisteodiceas. Como creyente, ya como teólogo cristiano, yo tengo una respuesta apoyada en Dios, por lo que hablamos de teodicea: justificación de Dios. Pero él no necesita justificaciones: lo que justificamos es nuestra idea de Dios.
Yo tengo que responder al que me pregunta cómo puedo creer en ese famoso Dios bueno y omnipotente...El dilema de Epicuro en el S.IV a. C.: O Dios quiere y no puede eliminar el mal del mundo, y entonces no es omnipotente, o puede y no quiere, y entonces no es bueno. ¿O ni puede ni quiere?
Este dilema, a nivel lógico, es tremendo. En la "vía corta" lo rompe la confianza: uno sabe que no sabe contestar, pero que alguna razón tendrá Dios que tener, porque él es bueno, porque es Dios.
Es curioso que Lactancio, que reproduce el dilema de Epicuro, lo toma tan a la ligera que acaba diciendo que, si no hubiera mal, no distinguiríamos el bien del mal, y por eso vale la pena que haya mal en el mundo...Una respuesta que hoy no satisface ni a un niño. Pero ellos vivían en la "vía corta", vivían esa fe. Nosotros, ahora, desde la crítica, tenemos que responder. Por mi parte, de lo único que estoy seguro es que Dios es amor, es infinitamente bueno.

-¿Y cuál es tu respuesta?

-Aquí entra la consecuencia de la ponerología. Hemos dicho que no existe la posibilidad de un mundo sin mal, que sea perfecto. Entonces, no tiene sentido preguntarnos por qué Dios no ha hecho un mundo perfecto. Sería como preguntarnos por qué no hace un círculo cuadrado. El dilema de Epicuro tiene trampa, aunque él no cayó en la cuenta: es una pregunta sin sentido porque está dando por supuesto, como lo hace todavía mucha gente, que es posible un mundo perfecto.
En las clases y en mi libro pongo este ejemplo: como el problema es muy difícil, vamos a dividir la clase en tres mitades, para discutirlo. Entonces siempre se produce cierto movimiento, la gente empieza a levantarse...Y uno dice que un poco de cuidado: cae en la cuenta de que he dicho una tontería, porque dividir una clase en tres mitades es imposible. Estoy hablando sin decir nada. Y si a mí me dicen "Ya, pero Dios podría", digo que no se trata de si puede o no, cuando lo que estás diciendo ya carece, de por sí, de sentido.
Por lo tanto, no estoy diciendo que existe algo que Dios no puede hacer: simplemente niego una contradicción. Si el mundo no es perfecto, no puedo esperar que Dios lo haga, no puedo pretender que divida la clase en tres mitades.

-De acuerdo.

-Pero con esto no eliminamos totalmente el problema, porque queda una pregunta. Dios sabía que al crear el mundo no creaba un Dios, porque el mundo era finito. Y si era finito, en el mundo iba a haber mal...Y a medida que vamos avanzando en la vida, nos damos cuenta de que ésta tiene muchas alegrías -yo no soy pesimista-, pero también muchas durezas y tragedias. Queda una pregunta: ¿Por qué Dios, sabiendo esto, creó el mundo?
Yo me apoyo en ejemplos. Vamos a preguntárselo a unos padres... Hoy es un problema real para muchos padres la certeza de que traer hijos al mundo supone hacerles pasar enfermedades, crisis, muerte... Les traes a este mundo. ¿Por qué les traes? Si el padre y la madre son auténticos, están seguros de que merecerá la pena, si se vuelcan sobre ellos con todo su amor.

-Aunque haya gente que esté diciendo lo contrario: no tenemos hijos porque no vale la pena. Es más el sufrimiento y el mal que van a padecer que las bondades...

-Por eso digo que no puedo responder al ateo que dice que el mundo es absurdo, que no vale la pena. Yo no soy pesimista: yo creo que la vale y que hay un referéndum en la Humanidad. Que todos, en el fondo, sabemos que vale la pena. Por eso seguimos trayendo hijos al mundo.

-¿No influye también el instinto?

-También. Pero el instinto ya no está solo: ahora tenemos cultura, y estas cosas se piensan y se hablan.
Si Dios te dice que vale la pena, que él va a estar volcado sobre tu vida para apoyarte en la lucha contra el mal, tienes que fiarte de él. Esto permite una lectura de la Biblia que va al núcleo mismo de la Biblia: ¿Cuál es el hilo conductor de la Biblia? Yo diría que la preocupación de Dios por el mal. Fíjate: ¿qué es conocer a Yahvé? Hacer justicia al huérfano y a la viuda, preocuparse del extranjero y del esclavo... ¿Qué encargo deja Jesús de Nazaret? Que nos amemos. Su amar no era una cosa romántica: era dar de comer al hambriento, luchar contra el mal. Creo que Dios no habría creado el mundo si él no viviera volcado en el mundo, si de algún modo no fuese posible librarnos del mal. Un padre y una madre no pueden asegurarle a su hijo que va a ser feliz, que su vida va a ser una vida lograda, pero van a volcarse en intentarlo.

-Luego no le podemos pedir cuentas a Dios del mal. Y, como dices en tu libro, Dios es "anti-mal".

-Claro, es la definición final: Porque Dios nos ha creado por amor -todas las religiones ven a Dios como el que nos acerca a la perfección-, puede librarnos del mal, puede salvarnos. Es el último paso de la teodicea cristiana, el más difícil.
Y puede haber objeción a esta teoría, porque si yo digo que la finitud hace el mal, o hace imposible un mundo sin mal, nosotros que esperamos la salvación, al salvarnos seguiremos siendo nosotros. Por lo tanto, ¿seguiremos siendo finitos? Entonces sería imposible la salvación escatológica.

-Pero salvados ya no seremos finitos. O eso decíamos...

-Un momento (risas). Un autor del que yo he aprendido mucho, hace un planteamiento parecido al mío, que es por donde estás apuntando. No usa mis palabras porque no lo detalló tanto, pero cuando llega a esta objeción, da marcha atrás. No sabe contestarla. No sabe que puede buscar en la finitud.
Tenemos que darnos cuenta de que, buscando, hemos entrado en una lógica muy peculiar, en la que nos fiamos de Dios y hablamos de la salvación de las personas. Aquí no hay claridad: tú acabas de aludir a que la misma escolástica, cuando hablaba de la salvación, se encontraba con un problema y decía que no podemos mostrar la coherencia interna de manera positiva; que sólo podemos mostrar que no es contradictoria. Podemos mostrar racionalmente que no es imposible que Dios nos salve plenamente...
¿Cómo podemos responder, entonces, a esto, a la mayor objeción? Con experiencias que nos ayuden. Y la primera es que no siempre lo que no es posible en un momento dado deja de serlo más tarde. San Ireneo, que es un teólogo al que yo admiro y quiero mucho, cuando le preguntaban por qué había aparecido tan tarde Jesucristo si Dios nos quería tanto, decía que eso era una insensatez: que una madre no puede darle carne al niñito de dos meses, pero después sí puede dársela.

-Es una buena salida.

-No soluciona totalmente, pero abre la posibilidad de un futuro. Porque también es verdad que el mal lo experimentamos como inevitable en el mundo, pero al mismo tiempo podemos luchar contra él y disminuirlo. El mal es un desafío que podemos vencer.

-Lo experimentamos incluso como inevitable en nosotros mismos...

-En cuanto tienes una enfermedad, te quieres curar. Percibes que el mal es lo que no debiera ser. La cuestión es si algún día podrá llegar a no ser.
La persona es un ser finito, pero con una apertura infinita. Es el misterio de lo humano. Nunca estamos acabados... Aquello de Pascal, de que no hay nada finito que pueda llenar nuestra capacidad de conocer o superar nuestra capacidad de amar. No hay nada.
Nuestra segunda experiencia controlable, por lo tanto, es que tenemos una apertura infinita. La tercera es la experiencia del amor, lo que fascinó al joven Hegel. Él empezó haciendo su filosofía sobre el amor, y luego -una pena-, entró en el espíritu, la razón...y prácticamente lo abandonó. Pero cuando él habla del amor, y lo hace con pasión, dice que es una relación muy curiosa, porque nosotros recibimos la esencia de la persona amada, quien a su vez la recibe de nosotros... Y cuanto más se da, más se tiene. El mismo sentido común lo comprende: todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Tú puedes estar a veces más feliz con la alegría de tus hijos que con tus propias alegrías.

-Eso los padres lo vivimos a diario.

-Yo siempre cito algo que me gusta mucho de Tristán e Isolda: llega el momento de la experiencia amorosa y dice Tristán: "tú eres Tristán y yo soy Isolda". E Isolda le contesta: "tú eres Isolda y yo soy Tristán". Esta reciprocidad en el amor, que no anula a la persona, porque cuanto más amas, más eres (cuanto más amas a tus hijos, más José Manuel eres, más padre), nunca disminuye y crea una relación muy especial.

-Además, no lo vives como disminución, sino como crecimiento.

-Claro, al revés. Cuanto más das, más tienes. Esta es la posibilidad que se nos abre desde la fe, que está apoyada en razones. Dios es capaz de entregársenos en esta apertura infinita, de tal manera que nosotros podemos decir, como Tristán e Isolda, que somos Dios, que está en nosotros. Podemos negar la distinción.
En el libro cito un párrafo de San Juan de la Cruz, donde dice que ya en esta vida, en la experiencia de Dios, en la comunión, Dios se entrega de tal manera al alma que el alma es tan dueña de Dios como Dios es dueño del alma. El alma puede darle a Dios a quien quiera, lo mismo que Dios puede darle el alma a quien quiera...
En esta reciprocidad no desaparece nuestra finitud. Pero la comunión con Dios es una infinitud, algo plenificado, libre de mal. Entonces ya todo tiene coherencia: Dios crea el mundo sabiendo que va a existir el mal, nos apoya con todo su amor y nos demuestra que es su gran preocupación a lo largo de toda la revelación, y al final nos asegura que ya ahora podemos vivir esta alegría en la esperanza de que estamos habitados por Dios, por una Vida Eterna, que es la categoría teológica que a mí me encanta, que salta y nunca se apaga. Una vida que aunque puede ser herida, tiene a Dios tan enraizado en ella que queda liberada del mal, como decía San Pablo, que es la muerte, y nos plenifica en la eternidad.

-¿Y qué te pregunto yo ahora, después de esta clase magistral...? (Risas).

-Pregúntame por el último capítulo, que es donde yo trato de repensar ciertas verdades de nuestra fe tomando en serio que Dios es de verdad el "anti-mal".

-Por ejemplo, una de las cosas que me llamó mucho la atención, y eso que ya hay pocas cosas que me sorprenden teológicamente hablando, es tu descripción y tus afirmaciones sobre el infierno.

-Claro...Y sobre el diablo. Es que es una consecuencia inmediata.
Indudablemente, en cuanto al infierno se nos dice algo que creo que hay que recuperar. Porque nuestra vida es una vida humana y libre que tenemos que construir. Y tú, como padre, sabes que una vida que empieza puede hacerlo entrando por el camino del bien o el camino del mal; puede realizarse o desgraciarse... En el Deuteronomio está puesto preciosamente: Delante de ti están el agua y el fuego, la vida y la muerte...tienes que escoger. Por lo tanto, el infierno, el trasfondo del infierno, nos habla de que la vida humana puede arruinarse. No porque Dios la castigue, sino porque nosotros, usando mal nuestra libertad, no acogiendo el amor salvador de Dios, podemos estropear nuestra vida.

-¿Dios no condena a nadie?

-¡A nadie!

-¿Ni a Hitler? Se decía antes que a Hitler por lo menos...

-No. Hay una frase que digo que tiene copyright: Dios, como consiste en amor, consiste en estar amando. Luego Dios no sabe, ni puede, ni quiere hacer otra cosa que no sea amar. En él no hay más que amor y salvación. Por eso, el libro en el que empecé a desarrollar este pensamiento, lo titulé Recuperar la salvación.
De Dios sólo nos llega salvación: Dios no castiga. Nosotros podemos negarnos a acoger su amor, pero pensar que Dios nos castiga, a pesar de las frases de la Biblia, que hay que entenderlas como formas de expresarse, es un error.

-¿Por qué eclesialmente se nos amenazó durante tantísimos años con la teología del miedo?

-Porque la cultura es así: hasta que repensamos las cosas, no nos damos cuenta del fondo, de lo auténtico.
Vamos a seguir pensando: ¿Hasta qué punto nosotros podemos arruinar nuestra vida, si morimos entregados al mal, como sería el caso de tu alusión a Hitler? A mí ya me preocupaba el infierno en Recuperar la salvación. Y me hice este razonamiento: si nosotros somos mortales -como filósofo no puedo decir más que nacemos y somos mortales-, Dios podrá hacernos inmortales; igual que nos ha sacado de la nada, puede regalarnos la Vida Eterna. Es el pensamiento de la Biblia: la inmortalidad como un don de Dios.
Y si la inmortalidad es un don que Dios nos regala, si la acogemos, entramos en ella; si no, acabamos al morirnos. Esta fue la primera solución, mi hipótesis teológica, la cual nunca he obligado a compartir.
¿El infierno es un castigo de Dios? Mi manera teológica de interpretar esto es una teoría que, me di cuenta, tiene mucha presencia en la tradición. Todavía hoy muchos teólogos sostienen que el infierno sería la Muerte Eterna...Yo ya no pienso así. Tengo otra hipótesis que me parece más coherente.

-¿La de las dos partes de la misma persona de Anthony de Mello...?

-Eso es. Él no tenía esta teoría, pero me hizo ver que, en la parábola del Juicio Final, que hay que decir que es una parábola que habla del amor, las ovejas y los cabritos no son dos clases de personas: son dos aspectos de una misma persona. Todos somos un poco oveja y un poco cabrito.

-Algunos más que otros... (risas).

-Bueno, pero creo que no hace falta explicarlo: ciertamente, no hay nadie absolutamente bueno ni nadie absolutamente malo. Entonces, si tomamos esto en serio, dado que Dios sólo sabe amar y no tiene otro interés que salvarnos, estoy convencido de que no hay nadie absolutamente malo. Ni siquiera Hitler. Si pudiéramos ir al fondo de su corazón, pese a todo el mal que hizo -mucho más que bien-, encontraríamos más bondad que maldad. Porque toda persona, en el fondo, busca el bien.

-Ni existe el infierno ni hay nadie condenado...

-Un momento (risas). Pensemos en una persona que muere. En un Hitler, aunque no me gusta hablar de nombres propios porque no tenemos derecho a juzgar... Si no es totalmente malo, está claro que tiene toda una parte, unos aspectos, unas capacidades en su ser que le ha cerrado a Dios, por egoísmo, por agarrarse al mal. En esa medida, Dios no puede salvarle. Pero en la medida en que esta persona mantiene bondad, deseo de felicidad, luz...en esa medida, como Dios no quiere otra cosa, le salvará.
Entonces, para mí el infierno es la pérdida eterna de posibilidades, plenitud y felicidad. Esto es muy serio... Recuerdo que la primera vez que lo expuse en un grupo de teología que tenemos desde el año 70, una persona a la que yo quiero mucho, que es profundamente mística, se horrorizó: "¡podemos perder eternamente!". Empequeñecer unas posibilidades...

-...Claro, porque luego hay una parte que siempre es buena, para entendernos...

-Sí. Estaremos hablando de una persona que eternamente esté menos realizada de lo que podría, porque se ha castigado a sí misma, impidiendo parte del bien de Dios.

-¿La persona opta abiertamente?

-Claro: la persona ha empequeñecido su ser, y no le ha permitido a Dios más que unas capacidades, en lugar de todas sus potencialidades.
Recupero, como ves, el horror del infierno, pero evito lo que a mí me parece una barbaridad, que es pensar que Dios mantenga a gente sufriendo eternamente.
Orígenes y San Agustín, o uno de los dos, ya no recuerdo, se lo preguntaron: ¿puede una madre ser feliz si sabe que su hijo está condenado eternamente?

-¿El infierno es un dogma?

-El dogma es la posibilidad de condenación. Lo que tenemos que repensar es qué significa eso. Hablo de eso en un librito que título Qué queremos decir cuando decimos infierno. Yo creo que es una llamada preocupadísima de Dios para que no entremos por el camino de nuestra destrucción.
Hay una frase que a mí me gusta mucho citar: "Cuánto tiempo necesitará la Teología para comprender que las amenazas divinas que aparecen en la Biblia no son más que la preocupación del amor de Dios". Se está preocupando porque no estropeemos nuestra vida...
Un ejemplo que me gusta poner es la situación de ir por la calle y ver a una madre que le dice a su niñito: "¡¡Si haces eso te mato!!". No nos lo tomamos al pie de la letra, porque la preocupación de la madre no es matar al niñito, sino evitarle un daño.
De aquí se deducen otras cosas: el tema del milagro, la oración de petición...que a mí me preocupan mucho, aunque para ello necesitaría que el tiempo fuera más despacio.

-Claro. Además, el que se haya quedado con la inquietud y quiera saber más, que se compre el libro.

-Eso (risas).

-Llevamos más de cuarenta minutos y ya no pienso hacerte ninguna otra pregunta teológica, porque me das otra clase...

-A mí me gusta hablar de teología.

-Y a mí me encanta escucharte, porque lo haces con pasión. Pero ahora vamos a hacer preguntas periodísticas... (risas). Por terminar la entrevista no quedándonos sólo en el ámbito teológico puro y duro, sino atrayéndonos un poco a la actualidad...¿Con Rajoy la Iglesia estará mejor que con Zapatero?

-No soy profeta ni hijo de profeta. No lo sé, pero creo que la Iglesia nunca debería estar cómoda con nadie. Tiene que coger esa línea roja de la Biblia de la que hablaba, y preocuparse sobre todo de los que sufren, de los que están padeciendo la crisis económica; preocuparse por la justicia, la libertad y la igualdad.
Como no tenemos una política perfecta, la Iglesia tiene que mantener su independencia y estar muy atenta sobre todo a quién sufre en la Humanidad, y en qué medida ella puede ayudar a la política, o criticarla, si fuera necesario, para que haya menos sufrimiento humano.

-¿Desde arriba, como autoridad moral?

-No: desde dentro. Al participar en la sociedad sólo hay que responder con el encargo último y definitivo de Jesús de Nazaret: amar, es decir, preocuparse del que tiene hambre, del que está en la cárcel... Sin alinearnos con nadie, ni Rajoy ni Zapatero. La Iglesia tiene que aliarse con la fraternidad. Esto, si se tomara en serio, es muy exigente. Incluso cambiaría prioridades en la predicación de la Iglesia...
Enlazo otra vez con lo anterior: el pecado no es malo porque le haga daño a Dios, sino porque nos hace daño a nosotros. Lo dice Santo Tomás. Todo lo que la Iglesia diga a la sociedad tiene que ser con el fin de que alguien lo pase menos mal, con el objetivo de ayudar a que tenga una vida menos inhumana.

-¿La beatificación de Juan Pablo II apunta a eso o a otra cosa?

-Yo creo que apunta a otra cosa. No quiero ahora entrar a juzgar a Juan Pablo II, pero creo que es un procedimiento que puede calificarse de arbitrario. Se va a hacer sin consenso de toda la Iglesia y quemando etapas. Creo que lo de santo súbito no es correcto, no se debió hacer así, y que lo que apunta es que hay poca participación en la Iglesia. Y me atrevo a decirlo: la Iglesia necesita democratizarse.
Yo no tengo miedo en utilizar la palabra democracia, porque la Iglesia tiene que ser mucho más que eso. La base tiene que estar más presente, no puede haber un culto al líder, a los que gobiernan...

-Pero Andrés, ¿por qué esas cosas que decimos desde hace muchísimo tiempo (la corresponsabilidad, la iglesia Pueblo de Dios...) tenemos que repetirlas, seguir pidiéndolas después de cuarenta años?

-Después de dos mil años, y si la Humanidad dura otros dos mil, tendremos que volverlas a pedir. Porque la Iglesia está hecha de personas y continuamente estamos recayendo en lógicas demasiado humanas.

-¿Lógica de poder?

-Caemos continuamente en ella. Es la tentación.

-¿El péndulo se ha ido demasiado a la derecha?

-Sí. En este momento, mucho.

-¿Y cómo se recentra?

-Yo creo que con la participación de todos. Con la fidelidad. Porque es muy cómodo salirse de la comunidad...Yo no soy santo y tampoco tú eres santo, José Manuel, aunque eres muy bueno. Y cuando criticamos, tenemos que sentirnos implicados en la crítica. Y que lo que esté mal esté mal, lo haga yo o lo haga el otro; si el papa o si el monaguillo... Una crítica constructiva es la que piensa en el bien de la Iglesia, la que parte del Evangelio.

-¿La crítica y el recentramiento eclesiástico se exige? ¿Cómo se pide desde abajo?

-Yo creo que movilizándonos todos. Yo, por ejemplo, sé que hay mucha gente que, con todo el derecho, no está muy de acuerdo con mi teología. Pero a mí, en la medida en que me parece que defiendo la idea de un Dios puro amor y puro perdón que nos hace más humanos, me hace bien. Estaré siempre dispuesto al diálogo y la crítica, hasta a cambiar alguna teoría si se me demuestra que es incorrecta, pero creo que esto -que me produce tantas incomodidades- es mi manera de contribuir a que nuestra comunidad esté más viva, en defensa de mi participación democrática en la Iglesia. Yo nunca he sido un gran eclesiólogo, pero veo que en la Iglesia hay un problema práctico, el más serio, que es que no está democratizada a fondo.
El Concilio habla de la Iglesia como Pueblo de Dios, y dentro del pueblo hay servicios. Esto es lo que dijo Jesús de Nazaret: que en la Iglesia, el que manda tiene que estar abajo. Hoy es más democrática una sociedad política que la eclesiástica, cuando Jesús nos dijo que teníamos que ser inmensamente democráticos.

-Y eso nos está pasando factura a nivel de credibilidad, de confianza social y autenticidad...

-Y a nivel de un cierto resentimiento social. Por ejemplo, con el tema de los abusos a menores en la Iglesia: es el 1% de todos los abusos de la sociedad, y muchos se creen que es el único colectivo abusador. Me da mucha pena que se esté utilizando eso como escudo que tapa el 99% de los abusos que quedan. Nosotros tenemos que criticar muchísimo todo este escándalo en la Iglesia, que contradice directamente al Evangelio, pero también tenemos que pedir que la sociedad reconozca que el problema también tiene que afrontarse fuera de la Iglesia. Y no utilizar las acusaciones a la Iglesia como tapadera de un problema que es, ante todo, social.

-Pero tampoco le podemos pedir a la sociedad lo que nosotros no hacemos. La Iglesia lo ha tapado tanto tiempo...

-Pero hoy lo está confesando y afrontando. Pero yo no quería defenderla, sino decir que, si hay este resentimiento con la Iglesia, es porque nos hemos pasado la vida criticando y acusando a los demás, en lugar de a nosotros mismos. Y la Iglesia ha recibido el pago de estar siempre acusando.

-¿En eso Benedicto XVI está siendo valiente?

-Claro. Se está reconociendo, se están dando pasos. Hay diócesis, en Estados Unidos, que incluso se han quedado en bancarrota, y quienes lo pagan son los pobres: hay muchísima asistencia que ha quedado desmantelada. Es un pecado de la Iglesia acusar siempre en vez de autocriticarse. Nuestra predicación sólo tiene sentido si demostramos que todo aquello que decimos es sólo porque nos preocupa la felicidad de las personas, el bien de la humanidad, la justicia, la libertad y la fraternidad en la sociedad...

-¿Vas a venir a la Jornada Mundial de la Juventud?

-Pues no.

-¿Cómo está a nosa terra?

-Pois a nosa terra está un pouco como está toda a Igrexa en general: La Iglesia en Galicia, supongo que reflejo de la Iglesia universal, está un poco paralizada.

-¿Hay desilusión y desencanto?

-Yo creo que sí. Y me preocupa mucho. Posiblemente esto nos lleve a tropezar con el muro de la frustración, y nos haga revivir más certeramente.

-¿Pero hay posibilidad de que resurja una primavera, como la del Concilio?

-Peor que estábamos antes de él, no estamos ahora, es lo que yo digo. Y creo que en la cultura, en la sociedad en general, hay ansia de trascendencia. Es decir, una sociedad puramente pragmática, frívola y televisiva, no satisface las hambres profundas que están en toda persona, ya sea religiosa o atea. Hay hambre de algo más profundo.
Yo soy admirador de un gran teólogo protestante que, unos años antes de los 60 en Nueva York, decía que la juventud estaba muerta, que no había nada que hacer. Un gran diagnosticador de la cultura como era él, no se dio cuenta de lo que empezaba, de que amanecía la revolución del 68.

-¿O sea que hay esperanza?

-Sin duda.

-Muchísimas gracias, Andrés. Tenemos que terminar. Como ven, es un placer. ¡Y algunos te acusan de hereje...! ¡Es una herejía acusar a un pensador de hereje!

-Yo lo que quiero es ser un buen teólogo.

-Gracias, Andrés.

TITULARES

Decir que Dios, aunque es omnipotente y bueno y nos quiere infinitamente, no quiere acabar con el mal, es una contradicción.
Hasta el papa, al llegar a Auschwitz, se preguntó dónde estaba Dios, por qué había consentido eso.

Si de veras Dios hubiera consentido el Holocausto, habría que llevarle al Tribunal de la Haya.

Para llegar a Dios, la "vía corta" es la confianza radical; en la "vía larga" somos más críticos, nos atrevemos a juzgar.

En lugar de hacer una teodicea con presupuestos antiguos y criticarla con razones nuevas, repensemos los presupuestos, para igualarlos a las objeciones actuales.

Seas creyente o ateo, vas a tener crisis y enfermedades, vas a morirte... Y tus hijos nacerán de la misma manera que los de los demás.

El mal del mundo parece proceder del mundo mismo.

El siglo XIV, con la Peste Negra, se llenó de procesiones, mientras que el XX, con el SIDA, se llenó de laboratorios: ahora sabemos que un virus no viene de Dios ni del demonio, sino que lo causa nuestro mundo. Y a la ciencia le basta.

A todos, desde pequeñitos, nos han llenado la cabeza de mitos.
Lo finito no puede ser omnicomprensivo, tener todas las perfecciones: tiene carencias y va a tener choques con las otras realidades finitas.

A donde quiero llegar es a poder pensar, no imaginar.
Los grandes dueños de las utopías, o acaban en catástrofe (como las utopías modernas), o reconocen que son imaginaciones.

El filósofo salva su dignidad afrontando las contradicciones del mundo, aun sabiendo que su lucha es absurda.

Dios no necesita justificaciones; nuestras ideas, sí.

Antiguamente la fe era ligera, uno sabía que no tenía respuestas. Nosotros ahora, desde la crítica, tenemos que responder.

No se puede dividir una clase en tres mitades; no se puede pedir que el mundo sea perfecto.

Si traes hijos al mundo, sabes que van a tener que pasar enfermedades, crisis...Que les traes a este mundo. Y que, no obstante, vale la pena, si vas a volcarles tu amor.

Si Dios te dice que la vida merecerá la pena porque él va a apoyarte en la lucha contra el mal, tienes que fiarte.

Para Jesús de Nazaret, amar es dar de comer al hambriento, luchar contra el mal.

Un teólogo decía, cuando le preguntaban por qué había aparecido tan tarde Jesucristo si Dios nos quería tanto, que una madre no puede darle carne al niñito de dos meses.

Este es el misterio de lo humano: La persona es un ser finito, pero con una apertura infinita.

No hay nada finito que pueda llenar nuestra capacidad de conocer o superar nuestra capacidad de amar.

Cuanto más amas, más eres.

Gracias a la reciprocidad del amor, podemos decir "yo soy Dios", reconocerlo en nosotros y en el prójimo.

El trasfondo del Infierno nos habla de que la vida humana puede arruinarse.

Dios no sabe ni puede ni quiere hacer otra cosa que no sea amar. Salvar.

Me parece una barbaridad pensar que Dios mantenga a gente sufriendo eternamente... ¿acaso puede una madre ser feliz estando su hijo condenado?

¿Rajoy o Zapatero? La Iglesia nunca debería estar cómoda con nadie. Tiene que preocuparse sobre todo de estar atenta a los que sufren, ayudar o criticar a la política siempre para reducir el sufrimiento de la Humanidad. Desde dentro.

Que todo lo que la Iglesia le diga a la sociedad sea con el fin de que alguien lo pase menos mal.

Yo me atrevo a decirlo: la Iglesia necesita democratizarse.
Cuando criticamos, tenemos que sentirnos implicados en la crítica para poder avanzar.

Una crítica constructiva es la que piensa en el bien de la Iglesia y parte del Evangelio.

La Iglesia ha recibido el pago de estar siempre acusando: la desconfianza y el resentimiento de la sociedad.

Una sociedad puramente pragmática, frívola y televisiva, no satisface las hambres profundas que están en toda persona, religiosa o no.

jueves, 21 de abril de 2011

RECUPERAR EL SENTIDO NO DOLORISTA (NO CENTRADO EN EL SUFRIMIENTO) DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS.





¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención».

Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que está en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para asumir así nuestra representación jurídica ante Dios y «pagar» por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» la ofensa, redimiendo de esa forma a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.

Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo, que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino de la Iglesia.

¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?

¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (aunque lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una maravillosa construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la genialidad medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo, en aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo bien: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van ya mucho más allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.

¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias?

Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como estamos en un siglo XXI...

Debajo de la semana santa que celebramos no dejan de estar, allá, lejos, bien al fondo de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya celebraban sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, de una a otra cultura, de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los nómadas israelitas como la fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como la fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención, por obra del genial san Anselmo de Canterbury..

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente!

No vamos a desarrollar aquí, ahora, una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos por hoy cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables del deseo de que «otra semana santa es posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

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No obstante, la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí, pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró. En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una «propuesta nueva pero desde los mismos fundamentos»... Hoy esos fundamentos están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva, es decir, desde presupuestos nuevos: sin «dos pisos», sin el histórico pecado original, sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas literales...

En este sentido, es el obispo John Shelby SPONG quien con más claridad y valentía está proponiendo reinterpretar el cristianismo desde una superación radical de este «mito básico cristiano», como lo llama él: cfr. el capítulo «Cambiando el mito básico cristiano» de su reciente libro «Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo» (Editorial Abya Yala, Quito enero 2011). Véase un artículo exprofesso sobre el tema en la RELaT titulado «Jesús como rescatador y redentor: una imagen que debe desaparecer» [.

También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista,).



Tomado de http://admaioremdeigloriam.wordpress.com/2010/03/28/comentarios-domingo-de-ramos/

DIOS NO QUISO SU MUERTE

No. No fue por voluntad de Dios,
ni mucho menos porque fuera necesario su sufrimiento para nuestra salvación. La pasión y muerte de Jesús, en cuanto sufrimiento y muerte, no formaban parte del designio de Dios. Fueron exigencia del pecado instalado en la esencia del poder de este mundo.

NO FUE DIOS

Se ha dicho, y quizá se siga diciendo, que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios como condición para conce­der a los hombres el perdón de los pecados: como nosotros, humanos, no teníamos capacidad para merecer el perdón de Dios, éste envió a su Hijo para que, sufriendo y muriendo, consiguiera para nosotros los méritos necesarios para alcanzar tal perdón.

Mirando las cosas desde el corazón del hombre no es posible pensar que un padre exija el sufrimiento y la muerte de su hijo para perdonar a otros hijos suyos, y si hay algo claro en los evangelios es que Dios es Padre. ¿Cómo se puede compaginar la imagen de un Dios justiciero implacable con el padre de la parábola del hijo pródigo (véase comentario núm. 13) que está esperando a su hijo para perdonarlo, que, cuando llega, no lo deja terminar de pedir perdón y que, además, organiza una fiesta porque lo ha recuperado vivo?

Sin embargo, en los evangelios hay frases que, si se sacan fuera de su contexto, podrían servir para justificar esta forma de pensar: «Padre, si quieres, aparta de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo»; éste, que pertenece al evangelio de hoy, podría ser uno de ellos.

FUERON ELLOS

Los evangelios, y de forma especial el de Lucas, dejan muy claro quiénes fueron los verdaderos culpables de la muer­te de Jesús: fueron ellos, los poderosos, los que manipulaban la fe del pueblo para manejar a su antojo a la gente, los que habían convertido la religión en un negocio, los que estaban interesados en que los pobres tuvieran miedo de Dios para que así les temieran también a ellos: los sumos sacerdotes, los letrados, los jefes, los reyes, los que se hacen llamar bien­hechores de la humanidad… ¡en beneficio propio! Y también aquella parte del pueblo que, por miedo, por ceguera o porque se han dejado dominar por la ambición de poder, no se atreven a ser libres, no se deciden a ser hijos, no se arriesgan a ser solidarios, no se atreven a ser hermanos. Esos fueron los responsables de la muerte de Jesús. Fueron ellos los verdade­ros culpables. No fue Dios ni el pueblo judío. Fue el sistema de poder establecido que contaminaba, como aún hoy la con­tamina, la sociedad de los hombres: los jerarcas judíos (22,66s; 23,1-2.13-23), denunciados directamente por Jesús (véase Lc 20,14); Herodes, cuya autoridad Jesús se niega a reconocer (22,8-12), y Pilato, que prefiere ceder a la arbitrariedad de los grandes en lugar de hacer justicia a los derechos de un pobre (22,24-25), y una parte del pueblo, totalmente dominada por sus opresores (22,13-23). Lucas, sin embargo, tiene buen cuidado de salvar a «una gran muchedumbre del pueblo, incluidas mujeres» (22,27), que siguen a Jesús por su camino hacia la cruz.

LO QUE DIOS SI QUERIA

¿Qué es entonces los que Dios quería? ¿Cuál es ese desig­nio que Jesús dice que debe cumplirse antes que el suyo propio?

Lo que Dios pide a Jesús es que mantenga su compromiso de amor hasta el final, aunque los enemigos del amor lo hagan víctima de su odio asesino; que sea solidario con sus herma­nos, aunque los enemigos de la solidaridad lo intenten elimi­nar. Es el amor, la lealtad en el amor, lo que Dios quiere. Un amor sin límites, que será la manifestación del amor del mismo Dios.

Jesús sabe que ese amor será rechazado por los que disfru­tan o ambicionan el poder, por los que gozan de privilegios gracias a la injusticia establecida en la sociedad, y sabe que no van a ser blandos con él, porque su propuesta, convertir este mundo en un mundo de hermanos, acabaría con sus injusticias y sus privilegios. Y ante el dolor y la muerte, siente miedo «como un hombre cualquiera» (segunda lectura). Pero él está decidido hasta el final, y en el momento final seguirá dejándolo todo en las manos del que él sigue llamando Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu».

¿Y lo de que la muerte de Jesús nos obtiene el perdón de los pecados? Pues precisamente porque es la mayor muestra de amor que un hombre puede dar por sus amigos: dar la vida. Es el amor lo que salva, lo que libera, lo que obtiene el perdón, no la muerte en cuanto muerte ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. El amor de Dios que se manifiesta en el amor de su Hijo-hombre; el amor de aquel hombre que se mostró así como el Dios-hermano.

LA HORA CERO DE LA CUENTA ATRAS

«Cuando llegó la hora, Jesús) se recostó a la mesa y los apóstoles con él» (22,14). Jesús no se pone a la mesa con los Doce -¡si Judas ya ha resuelto entregarlo!-, sino con los «após­toles»: la denominación positiva «apóstoles/enviados» pone a la eucaristía bajo el signo de la misión; el compromiso que ésta presupone será lo que les capacitará para llevarla a término. La frase semitizante: «con gran deseo he deseado», expresa el deseo vivísimo de Jesús de completar su obra (c£ 12,50) y lo relaciona con el hambre que experimentó en el desierto (c£ 4,2: al término de los «cuarenta días», toda su vida pública). Es la última «pas­cua» que Jesús comerá con ellos antes de su pasión (22,15). Con su muerte inaugurará un nuevo éxodo, una nueva pascua, ya no patrimonio de Israel, sino de toda la humanidad: ésta no tendrá plena realidad hasta que los paganos reciban el mensaje (22,16: «hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios», cf. 9,27; 13,28s; 21,31).

A continuación expresa el mismo compromiso de entrega, el suyo personal y el de los discípulos: «Tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomad, repartidla entre vosotros; porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios” »(22,17-18). Jesús acepta la «copa», anticipando el momento en que el Padre le pedirá que acepte su pasión y muerte como expresión de su entrega total por amor a la humanidad (cf 22,42). Con ella Jesús renueva el compromiso sellado en el bau­tismo (cf. 3,21-23; 12,50) y a la vez invita a los discípulos a comprometerse con una entrega semejante a la suya (cf. 9,24).

El producto de la vid contiene una alusión a la parabola de los viñadores (cf. 20,9-19). El reinado de Dios se inaugurará con la entrada de los paganos (cf. 20,16: «entregará la viña a otros»).

«PARTIR EL PAN», SIGNO DE IDENTIFICACION

DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

«Y cogiendo un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo [...]. Pero mirad, la mano del que me entrega está a la mesa conmigo, porque el Hombre se va, según lo establecido, pero ¡ ay del hombre que lo entrega!”» (22,19a.21-22). Con toda probabilidad éste es el texto primitivo de Lucas. La mayoría de códices griegos, en cambio, conservan un texto más largo (el que se suele editar en las traducciones), emparentado con 1Cor 11,24b-25, que lo asimila a Mc y Mt. De hecho, el lenguaje de la lección larga presenta rasgos no lucanos, su origen es muy difícil de explicar y el significado de la segunda copa no podría ser distinto del de la primera (la aceptación por parte del discípulo de la entrega de Jesús y de la suya propia); finalmente, el texto breve da cuenta de la expresión «la fracción del pan» empleada exclusivamente por Lucas para la eucaristía (Hch 2,42.46; 20,7.11) o como forma de reconocer a Jesús (Lc 24,30.35; cf. 9,16).

Lucas evita cualquier atisbo de terminología sacrificial, ci­frando en la acción de «compartir» la señal distintiva de la iglesia «cristiana» (cf. Hch 11,26). Esta se manifiesta precisamente, no a base de grandes proyectos comunitarios (como se propuso la iglesia «judeocreyente» de Jerusalén, a imitación de comunidades judías análogas, como la de Qumrán), sino en el preciso instante en que se dispone a prestar un servicio a los demás (cf Hch 11,28-29). Poner los bienes en común puede ser un acto heroico, pero es puntual y, bien mirado, egoísta, ya que revierten en el mismo grupo o comunidad que se beneficia de ellos; en cambio, compartir los bienes propios, «según los recursos de cada uno» (Hch 11,29), nos obliga a salir de nosotros mismos y nos entrena para una comunión de bienes cada vez más universal.

La traición de que ha sido objeto Jesús por parte de Judas no es un sacrilegio (lenguaje religioso) ni una deserción (lenguaje secular), sino fruto de la especulación más horrenda: «y se com­prometieron a darle dinero» (22,5). Judas, lejos de compartir, ha vendido al Maestro a cambio del valor supremo de la sociedad, al que nunca había renunciado (por mucho que lo hubiese dejado todo). La invitación que Jesús hará al grupo a continuación conviene que nos la grabemos en la cabecera de la cama. «Vamos a ver, ¿quién es más grande: el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve» (22,27). No tiene vuelta de hoja. Lucas lo desacraliza todo y lo sitúa a nivel del hombre, a nivel del plan de la creación, donde no existe puro e impuro, sagrado o profano (léase tres veces [!] Hch 10,9-16; 11,5-10), sino «pan», «compar­tir» y «servir». Eso está al alcance de todo el mundo.

LA CRUZ

la cruz aparece en este relato de la Pasión como un verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc 23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

A la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51); el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos(Lc 23,34); el del malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).

Jesús aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aún en el proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El centurión también reconoce su inocencia.

Sólo en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero, para Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por el Señor.

La Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y de la muerte de Jesús.

Lucas concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús. Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23). En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese ‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret, Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2 que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.

Nota para lectores críticos

Si somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.

Pues bien, en la historia ha habido varios modelos soteriológicos.

El modelo que nos ha llegado a nosotros es el que elaboró fundamentalmente san Anselmo de Cartebury en el siglo XI,
sobre la tradición jurídica del derecho romano. El ser humano ofendió a Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.

Por una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no es «la» explicación, sino «una» explicación, no la única. Además, no está en el Nuevo Testamento: es una elaboración teológica muy posterior, que asume las categorías y la lógica del derecho romano recepcionado en el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción. Es la teología de la «redención» («re-d-emere»), re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.

Esta teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de pastoral tienen todavía hoy día en su conciencia, en su comprensión del cristianismo, o en su subconsciente incluso. Y es para muchos de ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio de la «redención».

Hay que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la metáfora nunca debe ser tomada literal ni metafísicamente, sobre todo en el segundo término al que traslada el sentido (“metá-fora” = cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos soteriológicos o, en general, esas teologías, aparecen crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor» feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana… para cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y miles de años -hoy sabemos que serían millones de años-, hasta la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo, con razón.

Si este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la «satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un derecho sobre la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V, 1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17 y 18).

Este modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad, aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana. Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que retiene la la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es resarcido «justamente» por Dios, nada menos que con la muerte de su Hijo, un Diablo que sólo así será «derrotado por la victoria de Cristo».

¿Qué queremos decir con todo esto? Muchas cosas:

-que las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni descripciones metafísicas;

-que las teologías son muchas, variadas, no sólo una… y que cuando adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata sólo de «una» teología, no de «la» teología;

-que las teologías son contingentes, no necesarias;

-que son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la sociedad en la que han sido concebidas;

-que son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta desechadas;

-que los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar muy atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;

-que pueden y deben tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra generación actual a las preguntas de siempre.

La Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de nuestros esquemas teológicos al respecto.

- Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://www.untaljesus.net

- La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene un capítulo, el 85, titulado «¿Los judíos mataron a Cristo?», que puede ser útil para suscitar un diálogo-debate sobre el tema. Su guión y su audio puede recogerse en http://www.emisoraslatinas.net/entrevista.php?id=180085

- Como bibliografía para recuperar lo mejor de la visión clásica de la teología respecto a la pasión y muerte de Jesús, recomendamos el excelente libro de BOFF Pasión de Cristo, Pasión del mundo (Sal Terrae en España, Indoamerican Press en Colombia, Vozes en Brasil…). Del mismo autor, el artículo 217 en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat): Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro señor Jesucristo.

Para el estudio de la sucesión de interpretaciones de las fiestas a lo largo de la historia de Israel, se puede recurrir al ya citado Fiesta en honor de Yavé, de Thierry MAERTENS (disponible en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca). También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista, www.seleccionesdeteologia.net). También, véase: John Shelby SPONG, Jesús como Rescatador y Redentor: una imagen que debe desaparecer, en RELaT (servicioskoinonia.org/relat/380.htm). Sobre mesianismo, véase: Jon SOBRINO, Mesías y mesianismos, (servicioskoinonia.org/relat/069.htm).

viernes, 15 de abril de 2011

NUEVO LIBRO "INTEGRANDO LA ESPIRITUALIDAD EN LA PSICOLOGÍA"




Por fin ha salido a la luz el nuevo libro sobre Psicología y Espiritualidad, que se titula: "Integrando la Espiritualidad en la Psicología". Tengo el honor de haberlo dirigido y haber escrito un capítulo del mismo, por lo que, aparte de que el tema me parece apasionante, siento la ilusión de ver "nacer" un libro en el que he participado. En el mismo hemos participado varias personas interesadas en cuestiones relacionadas con la espiritualidad, con entusiasmo, ilusión y alegría. Considerando que aún hay mucho por investigar y descubrir sobre estas cuestiones, aportando nuestro "granito de arena" a diversas cuestiones. Los temas que aborda el libro son: recuperar el alma de la Psicología, antropología cristiana y Psicología, el perdón en la terapia matrimonial, Psicología, mística y poesía, impacto psicológico y espiritual de las experiencias cercanas a la muerte, las aportaciones de la mística a la psicoterapia, el amor humano y el divino, la Medicina del encuentro y la atención, el acompañamiento espiritual, algunas claves antropológicas para el encuentro de la psicoterapia y la espiritualidad, narcisismo y experiencia espiritual, cerebro y experiencia mística y aportaciones de la mística cisterciense a una antropología integral y pluralista. Los autores del libro somos: Feliciana Merino Escalera, José Ramón Sánchez Rodríguez, María del Rosario González Martín, Raquel Torrent Guerrero, Mariano Betés del Toro, Maribel Rodríguez Fernández, María del Rosario Sánchez Vázquez, Felipe Lucena Marotta, Javier López Martínez, Aquilino Polaino Lorente, Ignacio Boné Pina, José Antonio Vázquez Mosquera, José Francisco Gallego Pérez y Joaquín García Alandete. En la web de la Editorial (Ediciones Monte Carmelo) podemos leer: En este libro, que recoge las ponencias del primer congreso realizado desde la Cátedra Edith Stein de la Universidad de la Mística de Ávila, se recogen diversas propuestas para tender puentes entre Psicología y Espiritualidad, sobre todo, para integrar la dimensión espiritual en la Psicología, para rehumanizarla, enriquecerla, revivirla, etc. Dichos enfoques son propuestos por autores desde disciplinas y ámbitos de conocimiento diferentes que han expuesto sus planteamientos en los textos del presente libro, para ayudarnos a reflexionar y a crecer, con la propuesta de integrar humanamente psique con espíritu. Espero que el libro sea de vuestro agrado.

jueves, 14 de abril de 2011

Marcel Légaut en síntesis, por Domingo Melero

Tomado de http://www.atrio.org/2011/03/marcel-legaut-en-sintesis/
ECLESALIA, 28/03/11.- Nacido en París en 1900 y doctor en matemáticas por la Escuela Normal Superior, Marcel Légaut enseñó en diversas Facultades, hasta que, en 1940, bajo el impacto de la rápida derrota de Francia, y tras concienciar algunas carencias fundamentales en su vida debidas a su formación (como por ejemplo su falta de carácter para el mando), decidió comenzar una nueva vida, de profesor y campesino a la vez, a 200 km de Lyon.

Tres años más tarde, sus superiores en el Ministerio dejaron de apoyar su iniciativa y entonces abandonó definitivamente la Universidad, colgó los libros y siguió viviendo, junto con su mujer, como pastor de alta montaña, en su granja de Lèsches, a 1200 m. de altura, en los pre-Alpes, en el Alto Diois. Veinte años después de este descenso sin retorno en la escala social, y del consiguiente arraigo en la vida común (de trabajo manual, familia y relaciones), Légaut, sintiéndose como enterrado en vida, emprendió una reflexión a fondo sobre la condición y la existencia del hombre, que recogió en los dos tomos de El cumplimiento humano. Légaut reflexionó sobre su itinerario y el de sus compañeros durante el siglo XX, siglo de grandes convulsiones y mutaciones, incluido el fracaso de las iglesias ante la modernidad, su crisis que aún dura, pero también su posibilidad de salir bien de ella, lo cual sólo ocurrirá si los cristianos retoman todo desde la base, es decir, a partir de su humanidad, sin miedo, es decir, con fe.

A partir de temas de la época, como el testimonio y la pobreza, a los que él les dio la vuelta, su reflexión se centró en la «fe en sí mismo», la fe conyugal y paterna, y la fe en el otro y ante lo real, incluida la asumción de la propia muerte y de la de los más próximos. Todo un itinerario de autoconocimiento en la línea de un «socratismo cristiano» o de un «cristianismo socrático»; camino de descubrir, de forma no ideológica, la fe en Dios, el seguimiento de Jesús y un estilo especial de obrar en el Mundo, a manera de fermento, que incluye un modo especial de estar en el cristianismo, igual como el que cualquier hombre debe descubrir para estar en su propia tradición, tal como Jesús, en medio de Israel.

Casado y padre de seis hijos, Légaut escribió veinte libros, dieciséis de ellos a partir de 1970. Monsieur Portal, su mentor, le había descubierto, de joven, que la honestidad y la independencia intelectuales son esenciales para una vida espiritual auténtica, pues, de lo contrario, ésta está en falso, y es artificial y estéril, tal como puede comprobarse a menudo. Animado por M. Portal (admirable este sacerdote lazarista precursor del ecumenismo, represaliado por la más alta jerarquía romana antes y durante la crisis modernista), Légaut, entre los veinte y los veinticinco años, descartó el camino normal en régimen de cristiandad para una vocación cristiana (sacerdocio y vida religiosa) y escogió, en cambio, el camino de la ciencia.

Fruto de estas primeras decisiones, así como del modo como plasmó el “don total” en su grupo, pero también más allá de él (gracias a criticar el engaño de absolutizar su función de líder célibe en dicho grupo), vinieron las decisiones posteriores, antes mencionadas, a las que siguieron largos años de barbecho intelectual; años, sin embargo, de reflexión, inmerso en el trabajo, la familia y el espesor de lo humano. Hasta que llegó el tiempo de escribir de verdad. Ni filósofo ni teólogo ni psicólogo de oficio, y con el único título de su tenacidad y responsabilidad (otro nombre para su libertad), la vida devolvió a Légaut un antiguo sueño de juventud, casi olvidado: decir libre y sinceramente la vida espiritual; no la que debería ser sino la que es. Fruto de la dura ascesis de la escritura, Légaut nos ofrece, en sus libros, su meditación, su testimonio y su plegaria; dirigidos a sí mismo, a sus amigos y a su Dios: los interlocutores de la comunicación a la que su vida (como toda vida) aspiraba, por razón de su instinto profundo. La autoridad de sus textos no proviene, pues, ni de un mandato institucional ni de una solvencia socialmente garantizada (que justifican separarse y apoyarse en algún claustro o plataforma, académica o de otro tipo), sino del don total de vivir y de pensar a cuerpo gentil, sin autodefensas, inmerso en «las mesmas vivas aguas de la vida», lo cual, aparte de ser infrecuente, es inestimable. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


Para más información Asociación Marcel Legaut:

http://www.marcellegaut.org/?id=mlegaut&tit=Marcel-Legaut?

"Sabiduría para despertar. Una lectura transpersonal del evangelio de Marcos".Un nuevo Libro de Enrique Martínez Lozano.



Tomado de la contraportada del libro:


El evangelio encierra un tesoro de sabiduría que, con frecuencia, ha quedado oculto tras una lectura literalista del mismo. Ese tipo de lectura hacía que el relato evangélico apareciera como un compendio de moral o como un mero conjunto de “anécdotas” sobre la vida de Jesús.

¿Cómo descubrir aquella sabiduría? ¿Nos afecta en algo? ¿Aporta luz y sentido a nuestro vivir cotidiano? El autor nos ofrece una “clave” de lectura –“traduciendo” el evangelio a nuestro “idioma cultural”–, lo cual nos permite comprender en profundidad su mensaje y percibirlo como un medio poderoso que facilita y sostiene el despertar a nuestra verdadera identidad.

En esta nueva “traducción” –y cada cultura tiene que hacer la suya–, no solo no se pierde nada valioso, sino que todo –empezando por la propia figura de Jesús– aparece enriquecido y cargado de frescor, aportando luz, sentido, liberación, dicha, plenitud, haciendo verdad las palabras del propio Maestro: “He venido para que tengáis vida, y vida en abundancia”.

Paralelamente, al hilo del comentario del relato evangélico, se nos ofrecen unas “aportaciones transversales” en las que, desde la teología, la espiritualidad y la psicología, se abordan y actualizan algunos de los temas suscitados en la lectura del texto.

Enrique Martínez Lozano, (Guadalaviar, Teruel, 1950) es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo. Es autor de varios libros y se halla comprometido en la tarea de articular psicología y espiritualidad, abriendo nuevas perspectivas que favorezcan el crecimiento integral de la persona. Su trabajo asume y desarrolla la teoría transpersonal y el modelo no-dual de cognición. http://www.enriquemartinezlozano.com/

lunes, 11 de abril de 2011

El Fenómeno Monástico

Nueva Presentación del libro "La hermandad de los iniciados" de José Antonio Delgado. Entrevistas.




Tengo el placer de anunciaros que el próximo día 19 de abril me entrevistarán, con motivo de la reciente publicación de mi novela LA HERMANDAD DE LOS INICIADOS, en tres medios de comunicación, prensa, radio y televisión, en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. La primera entrevista tendrá lugar a las 10:30 de la mañana del día 19 de abril en la cadena de televisión I más TV, en Ciudad Real. La segunda entrevista acontecerá seguidamente, a las 12:30, en la Cadena Ser de Ciudad Real. La tercera entrevista se dará a continuación, para ORETANIA, el periódico de la provincia de Ciudad Real. Aprovecho la ocasión, también, para anunciaros la próxima presentación de mi ensayo novelado histórico-espiritual, LA HERMANDAD DE LOS INICIADOS, en el Ateneo de Madrid, el día 29 de abril del 2011 a las 17:00, a la que estáis invitados a acudir todos aquellos que así lo deseéis. Estamos convencidos de que esta presentación no dejará indiferentes a quienes asistáis, pues tenemos reservadas sorprendentes y enriquecedoras novedades, que anunciaremos próximamente en este mismo blog. Que lo disfrutéis.

jueves, 7 de abril de 2011

Crisis y transformación evangélica de la Iglesia, por el Consejo de Dirección de Iglesia Viva



La existencia de una crisis grave y crucial en la Iglesia actual es un dato que no se puede negar. Cosa distinta es el análisis o diagnóstico de la misma, las causas a las que se atribuye y sobre todo los caminos para salir de la misma. La presente situación eclesial nos parece ser más angustiosa que en vísperas del Vaticano II, entre otras razones porque la conciencia del pueblo de Dios como sujeto es hoy radicalmente nueva y muy distinta de entonces.

Pero por otra parte sucede que en los grupos y movimientos eclesiales más concienciados difícilmente se percibe una fuerza emergente transformadora.

Muchos de los mejores militantes no saben qué hacer, se encuentran en total desamparo y en actitud de desbandada. Y puede preverse que las cosas no van a cambiar en años dentro de la Iglesia. Mientras tanto, buena parte de la sociedad no consiente ciertos modos de proceder y de actuar de la jerarquía y critica abierta y razonablemente sus criterios morales.

El Consejo de dirección de esta revista, que se considera a sí misma de pensamiento cristiano, dedicó la última de sus sesiones a reflexionar sobre la situación y, al tiempo que preparaba el contenido del presente número, a adoptar una postura común que reflejara nuestra visión de dicha crisis y de sus causas, así como las vías de salida de la misma.

El deber que tenemos para con nuestros lectores nos lleva a proponerles aquí los términos de tal reflexión con el deseo de suscitar un diálogo amplio y un movimiento más amplio aún de reforma eclesial.

Tratamos de poner en sus manos un conjunto de reflexiones que les ayuden a descubrir las últimas razones de su mal-estar en la Iglesia, asumir los criterios teológicos con los que responder a la situación de crisis y plantearse propuestas de actuación pastoral en aplicación de dichos criterios. No tenemos la pretensión de decir la última palabra, ni de dar la fórmula mágica para resolver la grave crisis por la que atravesamos.

De hecho, creemos que, para comenzar, es necesario rescatar mucho de lo pensado y escrito hace algunos años y hoy olvidado, silenciado u ocultado. Es necesario volver a aquellos importantes criterios y aplicarlos al presente.

Síntomas de la crisis

La crisis se manifiesta en una serie de hechos que afectan tanto a la institución jerárquica como al conjunto del pueblo de Dios. Dar importancia a los primeros en virtud de la representatividad pública que corresponde al ministerio ordenado, no significa desconocer o silenciar los segundos. No queremos que se nos atribuya una especie de fijación obsesiva en lo clerical que suele ser propia de ciertas críticas al uso respecto de la Iglesia. Ello no consigue otra cosa que reforzar el centralismo que dice combatir.

a. En el conjunto del pueblo de Dios

Como hemos dicho, la crisis de la Iglesia afecta al conjunto del pueblo de Dios.

Nuestra debilidad tiene muchas razones y causas que no todas responden a la actuación de la jerarquía o a la hegemonía de ciertos sectores neoconservadores respaldados por ella. La crisis es ante todo una crisis del sujeto eclesial, esto es, de sus miembros individuales e institucionales, una crisis de seguimiento de Jesús y de fe vivida. Esta crisis de fe es la gran cuestión que nos afecta a todos. Hemos sustituido el seguimiento a Jesucristo por la adhesión doctrinal (sea al Catecismo Universal, sea a la teología de teólogos de nuestro gusto).

Pero nosotros somos seguidores de Jesús, no seguidores de la Iglesia; nuestro verdadero centro es Jesús y hay que volver constantemente a Él, que es el único que puede salvarnos, que puede salvar a su Iglesia.

Dada la pluralidad de sujetos, pluralidad en todos los sentidos, la crisis tiene muchos rostros que queremos señalar, siquiera brevemente. Tres aspectos nos parecen especialmente significativos:

• La primera faceta tiene que ver con las mutaciones que se están dando en lo religioso y su problemática relación con la Iglesia. Ciertamente, tal relación problemática siempre ha existido, ha sido de tensión, de mutuo solapamiento y también de enriquecimiento en ambas direcciones. Pero la nueva situación de la sociedad mundial resulta especialmente impactante en el conjunto del pueblo de Dios: la globalización neoliberal, el retorno de manifestaciones religiosas basadas en sospechosos prodigios o mitos, la crisis de un proyecto de humanidad capaz de existir unida en libertad, solidaridad y dignidad, etcétera.

Hoy uno de los elementos de la crisis eclesial tiene que ver con la pérdida del control de lo religioso en buena parte del mundo. Bien porque surgen nuevas formas de religiosidad no cristianas, bien porque la religiosidad de los cristianos se ha hecho difusa y su vínculo con la institución eclesial se ha vuelto más débil e inefectivo. A lo cual hay que añadir la evidencia del pluralismo religioso y la presencia pública y notoria de las grandes religiones a las que la propia teología católica concede rango de verdaderas y de auténticos medios de salvación para sus miembros; es este un hecho irreversible que cambia por sí mismo las mentalidades.

Hasta hace bien poco los cuadros de la Iglesia tenían la sensación equivocada de estar al frente de un gran pueblo. La situación ha cambiado radicalmente y ello se experimenta en gran medida como pérdida de poder o de influencia de los dirigentes, desde la curia romana a los párrocos y agentes de pastoral a pie de obra.

Existe un gran desconcierto, muchos miedos y a veces respuestas reactivas que exigen cerrar filas, disciplina e identificación. Si la religión ha actuado como vínculo social y horizonte existencial de sentido y moralidad de amplias capas de la población allí donde la Iglesia estaba implantada, su debilitamiento y transformación, unidos a su creciente desvinculación institucional está originando una crisis sin precedentes.

• El segundo aspecto a considerar de la crisis del sujeto colectivo eclesial es el referido al modo como se verifica la iniciación a la fe en Jesucristo y su mantenimiento en la vida comunitaria. Las viejas estructuras pastorales al servicio de la génesis y sostenimiento de la vida cristiana siguen inalteradas en lo esencial, desde las parroquias o los movimientos, pasando por las órdenes religiosas o los diferentes grupos.

Tales estructuras o fórmulas de organización de la vida eclesial han perdido vitalidad, no alumbran en medida suficiente ni vida comunitaria ni pertenencia eclesial. ¿Cómo generar y reproducir hoy vida comunitaria eclesial? Esta cuestión se ha vuelto extremadamente problemática. El surgimiento de verdaderas comunidades cristianas tiene que ver con la potencia del evangelio para configurar la vida singular y grupal, y esa potencia se encarna en vidas concretas.

• Por fin, el tercer aspecto de la crisis del sujeto tiene que ver con la relación entre la Iglesia y el mundo. No puede existir el cristianismo sin pretensión de universalidad; la Iglesia no es un fin en sí, sólo tiene sentido al servicio de la transformación profunda y evangélica del mundo. Ahora bien, la quiebra de la modernidad nos abrió los ojos y nos puso ante el absurdo en que incurríamos de querer impulsar el reinado de Dios desde y por medio de poder, porque la supuesta universalidad constreñida por ese camino encubría la hegemonía de los poderosos.

Una parte de la Iglesia y la jerarquía desde luego reaccionó con el rechazo, defendiendo la subordinación del poder temporal al espiritual y condenando la emancipación del mundo y del orden político. Los burgueses revolucionarios, sin embargo, pronto perderían su ímpetu antirreligioso y antieclesiástico, pues al ver que su poder económico y social no estaba en peligro por ese lado, aceptaron de buen grado una alianza con el poder eclesiástico para mantener el orden sobre el que se sustentaba su hegemonía.

La Iglesia jerárquica, pese a todas sus condenas de un orden político que prescindía de cualquier fuente de legitimación religiosa, concentró sus esfuerzos en atribuirse el papel de portadora y custodia del orden moral natural universal, maestra y guía de la humanidad en su conjunto. Esta función justificaba su pretensión de universalidad tras la cancelación de su papel de legitimadora del orden político premoderno. Y en ello sigue.

Ese papel se ha visto cuestionado con el cambio epocal que ha introducido el pluralismo religioso al que ya nos hemos referido y el nihilismo teórico y práctico de las sociedades desarrolladas, consecuencia del vaciamiento que impone sobre todo la lógica del mercado y del consumo y no el laicismo o el secularismo.

Como la posibilidad de hacer valer esa moral natural universal sólo con argumentos y sin coacciones externas se ha visto reducida a su mínimo nivel, se confía en los autodenominados nuevos movimientos eclesiales para influir en las opiniones públicas y en los ordenamientos jurídicos en favor del papel de representación de lo verdaderamente humano por parte de la jerarquía. Los costes de esta estrategia y, sobre todo, su escasa perspectiva de éxito saltan a la vista.

Las reflexiones anteriores nos hacen ver que el eje de la relación entre la Iglesia y el mundo es fundamental para el análisis de la crisis. Eje que resulta inseparable del problema de cómo construir hoy una universalidad humana inclusiva y desde los últimos, desde los más pobres, y de cómo recrear el papel del Iglesia en esa construcción.

Una fuente del debilitamiento evangélico en buena parte de la iglesia es que o esos pobres ya no se reconocen como sujetos eclesiales, o se identifican con movimientos eclesiales o sociales sin impulso emancipador y liberador, o carecen de espacio y posibilidad de articular su vida, sus luchas o sus resistencias dentro de la iglesia, que es fundamentalmente portadora de una religiosidad burguesa.

Más aun. En el siglo XXI la Iglesia sigue reproduciendo el conflicto de sus orígenes. Todavía se necesita ser occidental para ser católico. Las causas que originaron la penosa historia de De Nobili y Ricci siguen vivas en la Iglesia católica.

En la práctica se otorga un carácter absoluto a la interpretación occidental romana del cristianismo que produce la impermeabilidad de las otras culturas al evangelio y paradójicamente cierra las puertas a Cristo, mientras se les ruega patéticamente que las abran. La presión que ejerce el poder central romano reprime la eclesiogénesis de las Iglesias locales. Si las Iglesias de la periferia de América Latina, de África, de Asia y de Oceanía, no son capaces de superar este control asfixiante, la inculturación de la fe se hará inviable.

b). En lo que se refiere a la institución eclesiástica.

Los fenómenos que están en el ambiente son muy graves y han producido un impacto masivo de falta de credibilidad en la Iglesia por parte de amplios sectores de la población, católica o no. Por citar algunos más difundidos:

• la reconducción del Concilio mediante interpretaciones inaceptables, intervenciones papales manifestativas de una voluntad de restablecer el integrismo católico, las cuales han suscitado inmediatas reacciones sociales,

• el freno total a la democratización de la Iglesia, a la libertad de opinión y comunicación,

• el centralismo y verticalismo crecientes,

• la catastrófica situación de la curia romana con una inmundicia que sale cada día más a la luz mientras la ambigüedad del papa impide su reforma,

• la intolerancia respecto a los derechos de las mujeres en la comunidad cristiana,

• el levantamiento de la excomunión a los lefebvrianos sin exigirles la plena adhesión al Concilio ecuménico y el Motu Proprio sobre los anglicanos high church al tiempo que se da un frenazo al movimiento ecuménico,

• la obsesión en ciertos temas de la teología propia del papa (como la lucha sin cuartel contra el relativismo),

• la contrarreforma litúrgica,

• los nombramientos episcopales y de curia,

• el “prietas las filas” en una marcha continua e inexorable de la Iglesia hacia el gueto.

Especial repercusión han tenido los descubrimientos sobre abusos de menores por parte de eclesiásticos. Esta última lacra está recibiendo una firme réplica por parte del papa y de un cierto número de miembros de la jerarquía eclesiástica actual. Pero, a nuestro entender, se trata de amagos de salir de la crisis con la petición de perdón por los pecados personales de los representantes de la Iglesia e intensificación de las medidas disciplinarias de selección, nunca con un proyecto de cambios estructurales.

Es más, ciertas iniciativas jerárquicas parecen buscar más la ocultación de responsabilidad por connivencia con ciertas estructuras eclesiales perversas, que asumir con honradez la complicidad en los pecados estructurales de la Iglesia. La rápida canonización del papa Juan Pablo II promovida por el papa actual parece querer silenciar los problemas del papado reciente en dichos pecados (secretismo e irresponsabilidad grave ante los crímenes cometidos por los clérigos).

Tenemos serias reservas a quedarnos solo en esas medidas porque creemos que no desvelan otras realidades que se esconden tras ellas. Algunos sugieren que tal respuesta equivocada puede deberse quizá a intereses más o menos ocultos; a nosotros nos parece que se debe a un diagnóstico falso de sus raíces que no se encuentran tanto en el ámbito de una sexualidad mal educada o reprimida, cuanto en el ejercicio del poder espiritual de forma autocrática y privatizada.

Evidentemente una respuesta errónea a la crisis global de la Iglesia contribuye a mantenerla o agravarla. Es preciso hacer una crítica no convencional de las derivas del sector eclesial que es hegemónico en este momento histórico. Muchos de los fenómenos que se perciben con evidencia pueden constituir una nube que nos impida ver el núcleo de la crisis. De ahí la importancia del análisis de la situación de la que partimos y que ofrecemos a nuestros lectores, el cual debe incluir una mirada amplia y profunda al contexto global social y cultural en que se encuentra la Iglesia al comienzo del siglo XXI.

Elementos para un diagnóstico global de esta crisis.

Estamos persuadidos de que nos falta valentía para hacer un diagnóstico realista sobre la situación presente. Aunque somos conscientes de la gran dificultad de diagnosticar con acierto el camino a recorrer, considerada la complejidad de los síntomas relatados, creemos que la forma de resolver nuestra incertidumbre no pasa ni por mirar al pasado con nostalgia, ni por la huída hacia delante.
Hay caminos errados que no hay que volver a recorrer y los hay que se han manifestado como razonables, por lo que no deben ser abandonados por mucho que el riesgo de la libertad nos invite a hacerlo. Y para ello nos parece importante ir a las causas de la situación.

Como fundamento de todo se encuentra el intento de reconstruir una Iglesia preconciliar, con ignorancia o rechazo de la cultura secular. Los frenos iniciales que casi desde el fin del Concilio se pusieron a su plena recepción, ya se han convertido en un giro de 180º respecto al Vaticano II.

La consiguiente autocomprensión eclesial premoderna del propio ser y de su relación con el mundo no es “razonable”, no es coherente con la razón humana histórica.
Reflejo de esa realidad son las estructuras eclesiales, históricamente obsoletas y antievangélicas: son estructuras de dominación que impiden la libertad del creyente y la construcción de comunidades eclesiales adultas y suficientes.

El clericalismo o la falta de democracia interna causa la crisis de inadaptación de las estructuras existentes. Lo cual va unido al sentido propietarista respecto a la Iglesia por parte de la jerarquía. De ahí, el amordazamiento de la autonomía personal a causa de una antropología teológica que quiere seguir manteniendo al sujeto católico en la condición de oveja.

Ese clericalismo conlleva el sexismo, con la correspondiente marginación de las mujeres en la estructura eclesial. Y, hablando de sexualidad, no podemos perder de vista la rígida concepción acerca de la moral sexual y las nociones sobre el cuerpo y el placer, la sexualidad no reproductiva, etc.

Nuestro intento de realizar un diagnóstico correcto y acertado nos mueve a pensar también en las consecuencias que pueden sobrevenir si no tenemos el coraje evangélico, la parresía (en términos paulinos) para enfrentarnos a la situación, por grave que nos parezca. Los efectos inmediatos de la enfermedad serán muchos, pero nosotros señalamos ahora dos que nos parecen especialmente graves:

• En primer lugar, la marginación de grandes sectores del pueblo de Dios empobrecerá extremadamente a la Iglesia. Un organismo potencialmente tan rico como ella quedará colapsado por una autoridad que se extralimita en sus funciones, mientras muchas congregaciones religiosas, diócesis y movimientos laicales seguirán sintiéndose atados de pies y manos. Se hará imposible el pluralismo de la comunión católica en un mundo globalizado.

• En segundo lugar, la Iglesia no logrará ser fuerza de cohesión social en el contexto de las sociedades democráticas, dado que no comprende que el paradigma de su relación con la sociedad ha cambiado radicalmente y ya no es el de la unión del trono y del altar. El instinto de conservación de las presentes estructuras ha llevado a esta opción que reducirá la Iglesia a una gran secta, sociológicamente hablando. Su única razón de ser, la misión de anunciar el evangelio, no podrá verificarse por asfixia.

Para vivir la crisis y preparar su salida.

Es insuficiente realizar un análisis de la situación actual y de las exigencias del presente; necesitamos posibilitar una valoración realista de los caminos que la Iglesia debe recorrer en el futuro si quiere permanecer fiel al espíritu del Concilio.
Somos de la opinión de que nos encontramos en una auténtica encrucijada histórica.

La primavera traída por el Concilio Vaticano II se ha retirado y estamos viviendo, en conocida frase de Karl Rahner, la experiencia de un duro invierno en la Iglesia. Sin embargo las semillas echadas por el Concilio fueron potentes y fructíferas; muchas han dado ya fruto y aportado nuevas semillas; otras por el contrario han sido sofocadas y nunca han tenido una oportunidad de crecer o esperan todavía algún momento oportuno para germinar.

Por otra parte no podemos caer en el peligro de una cierta momificación del Concilio. Aunque los documentos pueden leerse de corrida, interpretarse y dejarse atrás, sin embargo queda siempre el espíritu que movió a toda una generación. Y es precisamente ese espíritu el que no deberíamos perder. Alienta hoy de forma anónima en todos los grupos de excluidos de esta sociedad, en todos los proyectos de cooperación que surgen frente al modelo hegemónico de la globalización neoliberal, en todas las iniciativas que defienden la creación de una sociedad nueva.

Ello significa que la causa del evangelio de Jesús, su anuncio a los pobres y el anhelo del Reino nos ha de llevar a pensar en cómo salir de la crisis sostenidos por “la esperanza crucificada”.

Hablamos de pretensión de universalidad: la Iglesia solo tiene sentido al servicio de la transformación evangélica del mundo. Como hemos recordado arriba, la quiebra de la modernidad ha abierto la posibilidad de recuperar la visión evangélica de la universalidad, es decir, de construir la universalidad desde el pobre, desde los últimos, desde los excluidos. Pero los grupos y movimientos eclesiales que han luchado por esa recuperación no se encuentran en su mejor momento. Seguramente no sólo porque no han recibido el respaldo que necesitaban desde arriba, sino porque las posibilidades de transformación radical del mundo desde los intereses y las necesidades de los últimos tampoco pasan por su mejor momento. A todos se nos pide impulsar una espiritualidad de compromiso con el mundo y en el mundo desde la perspectiva señalada de la opción por los pobres.

Debe quedar claro que no se puede pretender superar la crisis sin reivindicar los mejores logros de la modernidad (democracia, derechos humanos, opinión pública, etcétera).

Aunque somos conscientes de la carga de ambigüedad que estas realidades conllevan, no debemos olvidar su gran virtualidad trasformadora, también para la Iglesia.

Desde la nueva cristología y pneumatología se han de ver las exigencias de abrirse a las nuevas maneras con que el mundo de hoy busca una espiritualidad y un proyecto de salvación realistas. Sentimos como un deber de todos el generar y reproducir hoy vida comunitaria eclesial.

La cuestión de la “eclesiogénesis” se ha vuelto extremadamente problemática y difícil pero es la clave del futuro.

Tiene que ver con la potencia del evangelio para configurar la vida singular y grupal, y esa potencia se encarna en vidas concretas. Hay que animar las experiencias de parroquias, movimientos apostólicos, congregaciones religiosas que siguen defendiendo los criterios de organización colegial y otras reformas (liturgia, estilo de vida cristiana…) surgidas tras el Vaticano II, sin preocuparse demasiado de normas y órdenes de la curia.

La distancia creciente entre la institución y la base eclesial exige profundizar en el tema de la comunión eclesial desde esta perspectiva de la crisis. Pero no se puede utilizar el término venerable de comunión como lo hace tantas veces la jerarquía: como coartada para exigir una obediencia ciega a los mandatos de la autoridad. Es preciso establecer unos criterios públicos, generales y válidos para todos los católicos de respuesta interior a la propia conciencia y al posible disenso en cuestiones doctrinales, morales o disciplinares frente al autoritarismo indebido de lo que dicta la jerarquía. La llamada Nota explicativa praevia al capítulo III de la Lumen gentium (obs. 2ª, § 3) inició un camino de reflexión que no se ha seguido. En concreto debemos clarificar qué es exigible y qué no lo es para poder hablar en sentido pleno de eclesialidad, qué márgenes de libertad pueden existir sin romper la comunión.
Impulsar la comunión en medio de la crisis conlleva trabajar en la consecución de un pluralismo real en grandes zonas de la Iglesia real que quieren resistir a la actual contrarreforma y no permiten que se les descalifique como rebeldes o rupturistas. La cultura actual permite la utilización de las redes existentes y de medios de comunicación informáticos para lograr una Iglesia más comunión y por ello más sacramento de salvación para el mundo.

Todo lo dicho es inviable si no estamos dispuestos a aceptar que la Iglesia está necesitada de continua reforma para ser signo de Dios y no intento de monopolizarlo. Hemos de mantener vivo el principio de la eclesiología más tradicional de la ecclesia semper reformanda. No otra cosa quiso ser el proyecto del papa Juan XXIII. Ese proyecto está vivo y hemos de volver constantemente a sus ideas clave porque los textos del Concilio fueron un inicio y no una definición de límites. Sería por tanto la peor reacción ante el rumbo actual de la Iglesia caer en el pesimismo y la resignación. Esto solo sería ayudar a los adversarios de la renovación conciliar.

Más bien hemos de convocarnos a la esperanza y a la energía.

El Vaticano II dejó claras señales teológico-pastorales como puntos de partida para una Iglesia que se considera por su naturaleza misionera y que se definió como pueblo de Dios y sacramento universal de salvación.

La renovación de las comunidades cristianas es urgente. La prioridad del pueblo de Dios, que debe ocupar el lugar teológico que merece, debe también llegar a prácticas significativas de participación. La Iglesia se debe construir a partir de un proceso “sinodal”, de “caminar juntos” en el cual se valore la diversidad. Reconstruir el concepto y la realidad de la sinodalidad solo se consigue practicándolo.

El poder en la Iglesia no debe ejercerse sin reparto, a fin de que la obediencia sea dada a Dios mismo y no se detenga en la persona de los jefes, y a fin igualmente de que la autoridad no impida la libre creatividad inspirada por el Espíritu a los miembros del cuerpo de Cristo para el crecimiento de ese cuerpo.

Tampoco debe ejercerse sin el necesario control que el ejercicio de todo poder exige y que debe ser llevado a cabo por instancias eclesiales distintas a las que han tomado las decisiones.

Si la Iglesia quiere volver a entrar en comunicación con la sociedad presente ha de dar figura en sí misma a la libertad cuya fuente es el evangelio. La recuperación efectiva de su misión solo se realizará al precio de tal conversión.

Dicho todo esto, añadimos que la renovación interna de la Iglesia, la de sus estructuras e instituciones no significa centrarse en sí misma, sino cumplir su misión de servir a este mundo desde el evangelio. La primera contribución que la Iglesia puede dar al mundo para su renovación social, económica, cultural y política que deseamos es la de transformarse ella misma en comunidades más igualitarias, serviciales y fraternas.

Es imprescindible que la Iglesia pueblo de Dios ejerza valientemente la función profética que le corresponde ante el mundo, aunque viva esta misión en medio de conflictos y aunque el ejercerla evangélicamente le suponga tener que renunciar a situaciones de privilegio social como las que ahora tiene. La apuesta profética solamente es compatible con el paradigma de las libertades y no con el paradigma concordatario de los poderes, que solamente algunos pocos grupos de presión pueden ejercer.

Y todo ello debe estar infundido de una auténtica mística del Espíritu. Tanta mayor posibilidad de configuración tendrán las indicaciones anteriores cuanto más enraizadas estén en una mística militante comprometida. Una mística de la fe que se profundiza en medio de los que viven en el descrédito, una mística de la esperanza vivida que se acrisola en la presente situación de desesperanza, una mística del amor a los pobres que cargan sobre sus espaldas el proyecto hegemónico presente.

Una mística así abre el camino hacia el futuro.

[Número 245 de Iglesia Viva (enero-Marzo de 2011) de próxima aparición]

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Este Blog quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos que queremos ayudar a transformar la sociedad para convertirla en un lugar más fraterno, más libre, más justo y, a la vez, somos conscientes de que todo cambio social sólo es posible si hay un cambio personal e interno y no se olvida lo que nos enseña la Tradición Espiritual de la Humanidad, intentándo actualizarla creativamente en cada época.


Mi camino...

el camino que sigo es el camino de la mística del amor, no un amor sentimental, sino un amor inteligente o consciente (amor iluminado decían los antiguos) y solidario, que no olvida el sufrimiento y la injusticia.
Guiado de la mano de de la mística monástica cisterciense (la primera mística moderna del amor), el esoterismo cristiano, la mística de san juan de la cruz y el zen... y animado por ideales progresistas y solidarios os invito a caminar juntos hacia un mundo y unos hombres y mujeres nuevos.