Se ha dicho con toda razón que si la secularización de la sociedad y la cultura ha sido el reto mayor del siglo XX para las religiones y el cristianismo, el reto que les planteará el siglo XXI será, sin duda, está siendo ya, la nueva situación de pluralismo cultural y religioso en que hemos entrado y que con toda probabilidad no hará más que desarrollarse en las próximas décadas.
De las sociedades homogéneas a las pluralistas
Hasta la época moderna las sociedades estaban constituidas por comunidades uniformes en cuanto a la visión de la realidad, las convicciones fundamentales, las formas de vida, los usos y costumbres y las prácticas éticas y religiosas. La época moderna introdujo en las sociedades europeas un factor importante de diferenciación con el reconocimiento de la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión de los individuos. A partir de ese momento comenzaron a convivir en una misma sociedad personas con diferentes creencias, diferentes formas de pensar y de vivir, y diferentes concepciones en relación con la ética y la política. En mayor o menor medida y con un ritmo más o menos rápido, el fenómeno ha ido produciéndose después en casi todos los países del mundo.
Las sociedades actuales han dado un paso importante en relación con la aceptación de las diferencias. Éstas no se refieren tan sólo a los individuos; se aplican también a una pluralidad de grupos diferentes en cuanto a las cosmovisiones, las culturas y las religiones. Por otra parte, a esos grupos diferentes se les reconoce, salvo en situaciones de excepción cultural, política y religiosa, igualdad de derechos y capacidad de interacción social. Hemos accedido así a lo que conocemos como una situación de pluralismo.
El pluralismo, además, está instalado en nuestro mundo a una doble escala. Por una parte, a escala mundial, ninguna cultura ni religión puede vivir aislada de las demás, ya que los poderosos medios de información y la interacción entre todos los países de la tierra hacen que entre todas ellas se establezcan relaciones cada vez más estrechas y que resulte prácticamente imposible sustraerse al influjo de todos los demás. Por otra parte, ya apenas quedan continentes, países e incluso grandes ciudades que conserven el carácter homogéneo y uniforme de las sociedades premodernas. Europa, por ejemplo, hasta hace poco dominado en sus diferentes países por las tres grandes formas de cristianismo: católico, protestante y ortodoxo, se ha convertido en la actualidad en un continente en el que convivimos personas de muy diferentes culturas y religiones. En más de un país europeo el islamismo constituye ya la segunda o la tercera religión en importancia numérica.
Las religiones, del aislacionismo y el exclusivismo, a la convivencia en situación pluralista
En la época en que el mundo estaba compuesto por un gran número de países o regiones cultural y religiosamente homogéneas, las religiones podían vivir en situación de aislamiento, ignorando a todas las demás y considerando a sus miembros sólo como posibles destinatarios de su actividad misionera. Ignorar a las demás religiones permitía a cada una de ellas descalificar a las demás en su pretensión de constituir posibles revelaciones de Dios y caminos de los hombres hacia Él. A principios del siglo XX, un eminente teólogo protestante, proclamó, sin que su expresión produjese escándalo alguno: "Quien conoce el cristianismo, conoce todas las religiones”. A la altura de la situación actual nos choca sobremanera que otro gran teólogo protestante pudiera afirmar de las religiones no cristianas que son "intentos de autojustificación por parte del hombre”, y que “sólo un loco podría esperar que su conocimiento pudiera aportar al cristiano un mejor conocimiento de su fe”. Otro gran teólogo, católico, calificaba las religiones no cristianas de "depravadas".
En realidad se trataba, en definitiva, de juicios emitidos desde una situación de aislamiento de las religiones que favorecía formulaciones de la propia identidad cristiana y de su relación con las religiones no cristianas como las que condensa el célebre adagio teológico: "fuera de la Iglesia no hay salvación". En la situación actual tales opiniones y tales juicios, que se emitían en términos idénticos o muy semejantes desde otras religiones en relación con el cristianismo, nos resultan sencillamente incomprensibles.
Nos encontramos en la actualidad con una situación claramente pluralista que impone a los fieles de las diferentes religiones la convivencia con fieles de otras tradiciones. Esta situación ha llevado a la misma Iglesia católica, a partir del Vaticano II, a invitar a sus fieles a apreciar lo que de bueno y valioso hay en todas las religiones y a entablar con sus fieles relaciones de aprecio, diálogo y colaboración. Desgraciadamente, las interpretaciones y las valoraciones teológicas del pluralismo religioso por parte del pensamiento oficial y de la teología de las diferentes religiones y del cristianismo están todavía lejos de hacer justicia a las exigencias de la situación y de responder de forma adecuada a los desafíos que el pluralismo, sobre todo el religioso, plantea a la conciencia de los cristianos. Otro tanto cabe decir, en lo positivo y en lo negativo, de la mayor parte de las religiones.
El desafío que la situación de pluralismo plantea a las diferentes religiones podría formularse en estos términos: "¿Es posible vivir la fe cristiana o la propia adhesión religiosa; es posible realizar la propia identidad religiosa o cristiana, evitando el peligro del relativismo absoluto de quien renuncia a la pretensión de universalidad inherente a las afirmaciones de la propia fe, sin caer en el peligro contrario de quien piensa que, al ser depositario de una revelación por parte de Dios, está en posesión de la verdad absoluta y puede por tanto declarar falsas al resto de las religiones o no concederles otro valor que el de momentos provisionales llamados a culminar en la propia religión"?
Confieso que las respuestas de las teologías actuales de las religiones, también de las elaboradas en el interior del cristianismo, me parecen todas ellas insuficientes e incapaces de dotar a sus fieles de una respuesta práctica que permita eludir ese dilema. Pero esto no significa que realmente los hombres religiosos, y en concreto los cristianos, nos encontremos en este aspecto vital de la actual situación religiosa en un callejón sin salida. Pienso al contrario, que la situación nos invita a dar pasos concretos hacia el diálogo y la colaboración entre las religiones, y que el ejercicio sincero de las actitudes que eso supone hará posible abrir puertas, en el terreno de las teologías y de la realización de la propia identidad, que en este momento nos parecen imposibles de franquear.
El diálogo interreligioso, una necesidad y una oportunidad para las religiones
Anotemos, en primer lugar, que adoptar esa actitud es una exigencia que no admite compromisos ni dilaciones. De ello depende que las religiones evitemos posibles enfrentamientos entre pueblos y culturas de consecuencias imprevisibles para el futuro de la humanidad. De ello depende, además, que las religiones nos mostremos a la altura de nuestra propia vocación de hacer realidad en la tierra la promesa de paz y de felicidad central en los mensajes de los que todos los sujetos religiosos vivimos. De ello depende, por fin, que hagamos posible la realización de nuestra propia identidad de creyentes en las actuales circunstancias históricas en otros términos que los del enfrentamiento y la exclusión.
Por otra parte, no faltan indicios que nos animan a entrar sin prejuicios en ese camino, el del diálogo y la colaboración entre las religiones, lleno de promesas. En efecto, el diálogo y el encuentro entre las religiones no es ya una mera posibilidad. Es un hecho que tiene muchos años de vida. Sin contar los precedentes que se han dado en otras épocas de la historia, los encuentros interreligiosos comienzan a vivir una nueva etapa a finales del siglo XIX con el Parlamento Mundial de las Religiones (1893). A partir de entonces esos encuentros no han hecho más que multiplicarse. Juan Pablo II ha convocado, en un gesto que muchos estimamos de gran valor profético, dos Encuentros Religiosos en Asís, para que líderes de un número muy considerable de religiones orasen por la Paz. Todavía resuena en la conciencia de muchas personas el grito que resumía el espíritu del primero: “No hay guerras santas; sólo es santa la paz”. Pues bien, tales encuentros han producido ya efectos que permiten augurar un futuro en el que podrán superarse muchos de los obstáculos que las teologías actuales tienen por insuperables. El más importante es el descubrimiento de una convergencia efectiva de las religiones en un amplísimo terreno común, compartido por todas, que puede servir de base para ulteriores ampliaciones y profundizaciones del diálogo.
La convergencia tiene su primera manifestación en el terreno de la ética, poniendo de relieve una especie de ética mundial entendida como "consenso básico respecto a los valores vinculantes, las normas inamovibles y las actitudes personales fundamentales". El contenido fundamental de esa ética consiste sin duda en la llamada “regla de oro” de la conducta humana que podría formularse en nuevos términos como “la exigencia de que todos los humanos deben ser tratados humanamente”. La Conferencia Mundial de las Religiones por la Paz celebrada en Kyoto (1970) formuló la convergencia de las religiones en su documento final en estos términos :"Hemos descubierto que las cosas que nos unen son más importantes que las que nos separan. Hemos encontrado que tenemos en común: la certeza de una unidad fundamental de la familia humana y de la igualdad y la dignidad de todos los hombres; el sentimiento de la intangible dignidad de cada uno y de su conciencia; el sentimiento del valor de la comunidad humana; la conciencia de que el poder no es un derecho; de que el poder humano no puede bastarse a sí mismo y no es absoluto; la fe en que el amor, la piedad, la penetración y la fuerza del espíritu y la sinceridad tienen un peso mayor que el odio la hostilidad y el egoísmo; el sentimiento de la necesidad de comprometerse del lado de los pobres y de los oprimidos en la lucha contra los ricos y los opresores; la profunda esperanza de que la buena voluntad termina por triunfar".
Pero la convergencia de las religiones no se reduce al terreno de la ética. Primero, porque todas ellas impregnan la realización del contenido de las afirmaciones que acabamos de leer de motivaciones y justificaciones que suponen un cambio radical del corazón de las personas, y otorgan a las formas de vida a que se refieren nuevos contenidos: la llamada a la compasión y al perdón, por ejemplo, y un estilo diferente. Por otra parte, los encuentros interreligiosos permiten a las diferentes religiones percibir su convergencia en aquello de lo que todas viven: la conciencia de "aquel íntimo e inefable Misterio" que envuelve la existencia de los humanos, “del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos”, como decía el Vaticano II. Esta conciencia común permite a las religiones descubrir la relatividad de sus sistemas doctrinales, cultuales e institucionales, y su incapacidad para expresar adecuadamente ese Misterio hacia el que todas ellas aspiran pero que ninguna de ellas consigue expresar del todo. La relativización de ellas mismas que impone el descubrimiento del Misterio les permite mantener y afirmar su propia identidad religiosa, sin que esa afirmación comporte la exclusión o el menosprecio del resto de las religiones. La experiencia parece mostrar que el encuentro entre las religiones y el diálogo y la cooperación que suscita hacen posible una convencida afirmación de la propia identidad que permite evitar al mismo tiempo el peligro del relativismo y la indiferencia, por una parte, y el del fanatismo y el dogmatismo, por otra.
No faltan razones para pensar que los buenos augurios del diálogo y la colaboración entre las religiones son algo más que piadosos deseos. En muchas tradiciones religiosas aparecen relatos en los que el descubrimiento de tesoros maravillosos presentes en el hogar de la propia tradición depende de indicaciones y de impulsos procedentes de personas de otros pueblos y otras tradiciones. N. Söderblom, gran estudioso de la historia de las religiones y eminente teólogo luterano, lo expresaba al final de su vida cuando repetía:"Yo sé que mi Dios vive; me lo ha enseñado la historia de las religiones".
De la otra tarea enunciada: la colaboración entre las religiones, hay que reconocer que no existe todavía una verdadera experiencia. Se trata de una tarea pendiente. Pero todo hace pensar que el día en que las diferentes religiones colaboremos con todos nuestros recursos a la búsqueda de soluciones para los ingentes problemas de la humanidad, habremos hecho una contribución decisiva a la causa de la esperanza y habremos hecho más creíble para nuestros contemporáneos el nombre con que cada tradición invoca al Misterio santo. Es probable que la expresión del Cardenal Martini pueda aplicarse a todas las religiones: el cristiano de mañana será ecuménico o no será cristiano.
Estabdi de acuerdo con muchos aspectos de este artículo, en cuanto a desenvolvimiento histórico, no lo estoy tanto en el sentido que las religiones intente siquiera transmitir un mensaje de verdadera integración con la sociedad.
ResponderEliminarLo estamos viendo con el totalitarismo que se transmite desde Roma, a través de la intolerancia de Ratzinger y gran parte de los oblispos católicos que nos envían un mensaje contrario. Lo vemos desde el radicalismo religioso islámico y también desde el judaísmo ultramontano.
Más que unir a las sociedades, parece que se intenta enfrentarlas y no creo que ese sea el mensaje de Dios y menos de Jesús.
La visión del artículo, es quizás, la que buena parte de católicos quisiésemos percibir, pero desgraciadamente, el mensaje es muy distinto. O es el mismo de siempre, solo que ahora a las personas, tengamos la condición social que tengamos, nos da por pensar, por analizar y no nos gusta, al menos a mi no me gusta, el mensaje distorsionador que recibo por parte de la jerarquia de la Iglesia.
Mientras tanto, algunos católico, tendremos el consuelo de contar con personas de la talla, ética y moral, de Pedro Casaldiga, Leonardo Boff y tantos otros que han sido sacrificados por el Vaticano
Saludos
RBlanco
Perdón, al primcipio quiero decir: "Estoy". Es el problema de cuando la vista no funciona muy allá.
ResponderEliminarRBlanco
Muchas gracias por tu comentario que comparto. De hecho creo que las religiones han sido la forma que se ha transmitido la espiritualidad,es decir, una experiencia y no una creencia. Las instituciones luego se han aprovechado de esto y la situación de integrismo y burocratización actual es insostenible, por eso hace falta gente como tú, como Casaldáliga y tantos cristianos y cristianas de base que no renuncien a pensar y a sentir. Y continúa enriqueciéndo el blog con tus aportaciones.
ResponderEliminarUn abrazo