La transformación de la época, en todos los ámbitos, es tan acelerada que, si no se está atento, puede ocurrir que cuando creemos alcanzar una meta…ya la hayamos superado. Sería absurdo tomar el ramal de un centro urbano si pretendemos ir más allá y existe una circunvalación. Que no se me malentienda. Soy consciente de simplificar: si apunto en el mapa adónde entiendo que debemos llegar, aparte de poder equivocarme, no me detengo ni en itinerarios ni en tiempos. Júzguense, pues, las presentes reflexiones desde un enfoque teológico alternativo del ‘ministerio ordenado’ o jerarquía eclesiástica o ‘casta sacerdotal’ (expresión para algunos tan definidora)... que subyace y que sólo apuntaré al final. Es tarea aventurada y no pretendo, en modo alguno, molestar a nadie ni imponer mi opinión. Simplemente la expongo con libertad porque la creo fundada y, pese a revuelos momentáneos, benéfica y fructífera para el futuro.
Como acabo de mencionar, en estos últimos tiempos suenan algunas reivindicaciones más específicas del pensamiento cristiano alternativo que están pidiendo paso cual mascarones de proa. Se pide al Papa –cuello de botella en el cambio puesto que todo, dicen, ha de pasar por él- que acabe cediendo al clamor de las bases y concediendo la libertad del celibato en los sacerdotes y el acceso de la mujer al ministerio ordenado. Lo que ya pocos nos atrevemos a reclamar –aunque algunos lo practicamos tímidamente- es celebrar la eucaristía cuando falta el sacerdote. La cosa no es fácil y hay “progres” que hacen trampa: algunos sacerdotes secularizados que, por lo tanto, no pueden oficiar lícitamente sin supuesto pecado grave, viven una penosa ambigüedad. Celebran misa con buen criterio por el bien de la comunidad que se lo solicita, mas, al mismo tiempo, sienten que no pueden dejar que oficie otro no ordenado si ha de haber “consagración” que para algunos de sus fieles es imprescindible para que baje Jesús al altar. Es decir, con tal de garantizar la consagración muchos no ponen reparo en que celebre un secularizado. Aunque a otros les frena que se entere el obispo y sancione al capellán titular de la comunidad.
Estos tres casos constituyen precisamente un ejemplo de cómo la falta de objetivos claros induce a perseguir metas intermedias falsas. Celibato opcional, ordenación de mujeres y misas a medias (sólo con un diácono o con hostias pre-consagradas) son, para algunos, una necesidad para obviar la creciente escasez de clero. Mientras que para otros éste sería el efecto benéfico de una legislación obsoleta: la desaparición del poder sagrado o jerarquía. De tal modo que el hecho de consolidar las tres metas mencionadas sólo serviría a prolongar la crisis de la iglesia. Así, pongo por caso, si yo volviera al año 71 no pediría exclusivamente la dispensa del celibato, como explícitamente formulé en la carta al Papa, sino lo que en cualquier caso me iban a imponer, la baja en mi oficio. En otro de los ejemplos, si hoy una señora devota y progre me pidiera consejo (pura ficción) para ordenarse de sacerdote le diría: No pierda el tiempo, señora, el tren ya ha salido y se encamina a una vía muerta. Y si mi comunidad cristiana se negara a celebrar misa sin cura ordenado (incluso aceptando a un secularizado), no faltarían quienes rememoraríamos, dentro de una verdadera comida, la ‘fracción del pan’ de Jesús, a guisa de liturgia o de paraliturgia. Digo paraliturgia para no violentar ninguna conciencia ni ofuscar al obispo (Pikaza).
Mas… ¡alto! Que no todo el personal está de acuerdo con lo de celebración paralitúrgica. Y miren por dónde, esta vez no por lo de si se asegura o no la ‘presencia real’. Al parecer, la razón es de mayor calado teológico aún: está en peligro la identidad y supervivencia del clero. Si el sacerdote para el bautizo no es necesario, si en las bodas es sólo testigo, si ya no confiesa y, ahora, puede haber misas sin él… ¿qué le queda al clero?
Si observamos de cerca, el punto clave es el clero: curas casados, señoras curas, misas sin cura… A bote pronto se me ocurren tres observaciones:
1.- Como en tantas ocasiones, no esperemos a que nos llegue de arriba algo que depende de abajo. Las comunidades son organismos vivos y no es preciso pedir permiso para vivir. Por otro lado ¿quién puede señalar en el devenir de la iglesia alguna nueva ley, o norma liberalizadora de algo, que no haya sido precedida por una costumbre anterior contra o praeter legem? La lengua popular en la liturgia, la comunión bajo las dos especies, o en la mano, la vestimenta civil en curas y religiosos, etc. De modo que lo quiera o no la jerarquía, acabará aceptando lo ahora inconcebible cuando haya prevalecido la costumbre contraria.
2.- Lo que vaticino en teoría es ya realidad práctica aunque todavía tímida y minoritaria. Los obispos saben de sobra que comienzan a proliferar curas casados o que viven en pareja. Y, al parecer, desvían la mirada para otro lado y sólo piden discreción. Últimamente han sido ordenadas como sacerdotes o sacerdotisas católicas unas cuantas señoras. En otras iglesias cristianas el hecho es ya normal; en la nuestra llegará a serlo por mucho que se resista la jerarquía; el movimiento es imparable. Sucederá como con la prohibición de los anticonceptivos que cualquiera los usa sin problema de conciencia. Me cuesta no sonreir imaginando a Pío IX, Pío X, Pío XII, Juan Pablo II o Benedicto XVI, entre muchos otros, echando una ojeada a la tierra desde el cielo de aquí a unos años. Si ello fuera posible en el cielo se morirían de la vergüenza contemplando el nulo efecto de sus esperpénticos argumentos contra las libertades modernas, la evolución de las especies, los anticonceptivos, los matrimonios homosexuales, las leyes de divorcio, el casamiento de los curas, la ordenación de mujeres, las misas sin cura, etc. La lista de despropósitos es interminable hacia atrás en la historia. Ello mismo, a medida que nos despierte el sentido común, impedirá que prosiga hacia adelante: el desprestigio de su magisterio tal vez les haga callar.
3.- Lo de la misa sin cura, por muy extraño que parezca, es lo que más va a propiciar los cambios de fondo. Estoy constatando que el fenómeno se extiende: se multiplican los casos de eucaristías presididas y animadas por curas casados y, más aún, por simples’ laicos, ya sean varones, ya sean mujeres… Son hechos y contra los hechos no valen razones, contra facta nihil. Pero es que, además, los hechos son portadores de mucho significado.
4.- Es inútil que la jerarquía reaccione asegurando que tales comportamientos se sitúan fuera de la iglesia. Cada día son más quienes no le creen ni entienden justificados tales criterios sobre la pertenencia a la iglesia o sobre su unidad. No es inteligente, señores obispos, patalear contra el viento. Crece el número de seguidores de Jesús a quienes nos sobran todas las leyes y nos bastan Jesús y los hermanos.
5.- Decía que lo de las misas sin cura, a mi modesto entender, es lo más significativo de por dónde se van a superar los otros problemas y se van a dejar atrás las metas que hoy todavía perseguimos. Si ya no acudimos al confesor’ y ahora dejamos de hacernos problemas en cuanto a esa necesidad de juntarnos entre hermanos para “la fracción del pan, es decir, para el más bello gesto comunitario de compartir el alimento como símbolo de vida compartida (que en eso consiste la presencia real’ de Jesús) ¿qué papel le queda a la jerarquía? Ya ha perdido el poder de dominación del pensamiento y de las conciencias: ¿cuántos cristianos leen documentos papales o pastorales episcopales? (Por cierto ¡menudo esperpento el reciente catecismo universal abreviado!) Pues bien, en cuanto pierdan el poder mágico sobre “el cuerpo y la sangre del Señor, se habrá acabado el poder sagrado que eso significa jerarquía.
Todo llegará. Pero que nadie se alarme. Las comunidades cristianas, no menos -¡ni más!- que cualquier grupo humano es realidad viva pero articulada. Jesús rechazó cualquier tipo de poder (¿Lo de los jefes de las naciones? ¡Nada de eso entre vosotros!) San Pablo habló de carismas o aptitudes al servicio de la comunidad. Todos tenemos algo en qué servir a los demás. Por eso toda comunidad organiza sus coordinadores, escucha a sus mayores (sus presbíteros), envía a sus delegados a otras comunidades y hasta llegará el día en que alguna buena persona, estilo Dalai Lama, en alguna modesta vivienda, simbolice la unión de todos los cristianos. Pero de ahí a asegurar que la verdad y el poder de Dios, por revelación y disposición suya, se han materializado en un cuerpo de sacerdotes hay un abismo. No cabe duda que poderes y jerarquías son algo muy en lo más negativo de la naturaleza humana pero el estamento jerárquico es el colmo de la perversión. Lo que representa el virus de la magia en la ideología religiosa, lo representa el estamento jerárquico en la organización: ambas realidades pervierten la médula misma del evangelio de Jesús.
Dios es uno y por lo tanto todos somos El, pues fuera de El nada hay.
ResponderEliminarLas palabras de Cristo el "padre" y yo somos lo mismo, sirve para toda la humanidad:Todos somos Dios, en potencia....semillas divinas, que nos desarrollaremos igual que se desarrollan las semillas del almendro, hasta convertirse en un almendro;nosotros como semillas divinas llegaremos a ser Dios, pues verdaderamente El es Alfa y Omega. miguel angel soro falces
Hola Miguel Angel:
ResponderEliminarEsto que dices me recuerda lo que señala Willigis Jager sobre cual es la esencia del mensaje de Jesús: "El Padre y yo somos uno". La experiencia mística es en esencioa esa experiencia de no-dualidad o adualidad como prefiera decir Panikkar, Dios y nosotros somos los dos polos de una única relación. Creo que estamos viviendo un momento en que esa experiencia se va a ir convirtiendo en central par poder lograr una convivencia y un nuevo paradigma cultural y social.También los cristianos tenemos que recuperar esa experiencia a veces escondida bajo un lenguaje dualista que ponía a Dios arriba y lejano, ajeno a lo humano.
José Antonio, un abrazo, me da mucha alegría, que algunos penséis como yo, llevo muchos años luchando prácticamente solo,la humanidad, dará los pasos necesarios, para llegar a la unión espiritual, no por sus méritos o deméritos sino porque es Dios quien nos empuja hacia El.
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