Traducido por Carmen Monske
Aparte de la pedagogía, de los rituales y de la liturgia, o sea de los elementos exotéricos, cada religión dispone de un camino de acceso a la experiencia, el camino esotérico. Contemplación es el término utilizado a lo largo de toda la Edad Media para designar ese camino de oración que lleva a la experiencia de lo divino.
La pedagogía cristiana distingue tres etapas diferentes:
1ª ) la oración vocal: oratio, 2ª ) la oración meditativa: meditatio, 3ª ) la oración
contemplativa: contemplatio.
La 3ª forma se enseñó hasta bien entrada la alta Edad Media y en este artículo quisiera aclarar esto, basándome en los grandes místicos de Occidente, aunque no me sea posible referirme a todos ellos: Casiano, Evagrio Ponticus, Dionisio, la Filocalía, Buenaventura, Eckhart, Hugo de San Víctor, el autor de La Nube del no-saber y Juan de la Cruz.
Hablarán ellos mismos. Para más de un lector resultará sorprendente encontrar en sus instrucciones sobre la oración contemplativa un gran parecido con las formas esotéricas orientales, como por ejemplo el vipassana, el zen y el yoga. No mencionaremos a Ignacio de Loyola, porque abandonó la tradición, ya que incluyó en la contemplación una forma de oración que se sirve de la imaginación, que pertenece a la meditación, pero no a la contemplación.
Desgraciadamente, hoy ya no se utilizan los términos de meditación y contemplación en sus significados originales. La meditación, según la definición tradicional clásica, se dirige a la capacidad sensitiva de la persona, es decir a los sentidos, sentimientos y el entendimiento. Se ocupa de los contenidos de la consciencia, tales como las imágenes, palabras y metáforas, con lo cual se activan las potencias del alma. Quien se encamina a la contemplación, debe abandonar la meditación durante este ejercicio. Juan de la Cruz escribe a este respecto: “Por tanto, en toda sazón y tiempo, ya que el alma ha comenzado a entrar en este sencillo y ocioso estado de contemplación, que acaece cuando ya no puede meditar ni acierta a hacerlo, no ha de querer traer delante de sí meditaciones ni arrimarse a jugos ni sabores espirituales”. (Ll III, 36). Se da por supuesto la práctica intensiva de las dos primeras formas de oración antes de aventurarse al camino de la contemplación.
La contemplación será solamente factible si el entendimiento, la memoria y la voluntad están sosegados. Todas las potencias del alma quedan pasivas en ella. Algo le sucede a la persona en oración. Ningún contenido será aceptado, se dejarán atrás hasta las imágenes religiosas, las visiones, los discursos y los pensamientos devotos.
Contemplación es un puro mirar. Se trata del despertar al Ser divino auténtico. En el sentido original de la palabra, contemplación equivale a las formas orientales del zen, del vipassana y algunas modalidades del yoga, y en el ámbito cristiano se debería volver
a utilizarla con este contenido clásico.
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