Hoy es Sábado Santo un día de serenidad y reflexión en espera de celebrar esta noche la Resurrección de Jesús, la exaltación de la vida comprometida en la liberación de toda fuerza de muerte y opresión, vivida en comunidades fraternas y solidarias.
La Resurrección es el símbolo de la experiencia cristiana, una experiencia mística que no se limita al ámbito interno y subjetivo, ni sólo a lo supramental o suprarracional, sino que incluye las dimensiones de encuentro verdadero con el cuerpo, las emociones y la integración y manifestación de esta experiencia en la dimensión social, interpersonal y política. En este sentido, es una experiencia integral, ya que es una experiencia que reconcilia y pone en relación todas las dimensiones de la realidad humana, cósmica y divina, por eso, Panikkar la llama cosmoteándrica.
A todos los que nos interesa, o intentamos vivir, un camino místico nos es conocida la idea de que la mística nos lleva a superar las visiones dualistas de la realidad, aquellas que contraponen unos elementos de la realidad a otros, y que de una u otra forma, rechazan y excluyen partes de la realidad. Esta visión dualista está muy unida a la visión egoica, esa visión de mundo que nace de la creencia en nuestra identidad separada del resto de la realidad y en combate con ella. Todos los que apostamos por la mística creemos que este dualismo lleva inevitablemente a la confrontación: la mente contra el cuerpo, el espíritu contra la materia, lo masculino contra lo femenino… Por eso, sólo superando esta visión dualista podemos vivir una verdadera actitud de diálogo y reconciliación con nosotros mismos, con los demás y con el resto de la realidad. La mística sería el camino para superar el dualismo.
Creo que el peligro que más acecha a los místicos es el del monismo, el pretender que la realidad se puede reducir a un único principio, del que el resto son meras expresiones. Este principio generalmente es el espíritu, la conciencia, lo divino. En el fondo, el monismo es un rechazo a vivir la limitación de lo concreto e individual, y muchas veces de la misma materia. Tiene mucho de rechazo de la realidad e incluso de lo humano. Esta mística siempre lleva, de una forma u otra, al descompromiso con la transformación de la historia y de la sociedad. Tiene mucho de escapismo. Y por lo tanto, no es la experiencia mística verdadera.
En toda experiencia mística se da una aparente o real paradoja, la experiencia de plenitud y de limitación, el asombro ante lo infinito y ante lo más pequeño y limitado, la integración interna aceptando la imposibilidad de integrarlo todo, es decir, aceptando nuestra división interna estructural. Es una experiencia que tiene que ver con la reconciliación de diversas realidades que son diferentes y, a la vez, con alcanzar una realidad que se constituye mediante la relación de todas ellas y está más allá de todas ellas. La experiencia mística es una experiencia de salida más allá de todo y de integración de todo sin que pierda nada su propia realidad. Es una experiencia de unión en la pluralidad, no de monismo. Por eso, es una experiencia pluralista, que nace de una visión que cree que la realidad es estructuralmente plural y, a la vez, está en comunión superando, sin eliminar, ese pluralismo.
En esta experiencia no está excluida la aceptación de la limitación y de la ignorancia, por ello, siempre va unida a un trabajo de transformación y de progreso para mejorar la sociedad, los seres humanos y a uno mismo. Es siempre una experiencia que tiene una dimensión política. Va unida a un gran realismo y un sentido práctico acentuado, el propio que tiene alguien que acepta lo prosaico de la vida en toda su realidad, siendo fascinado por su misterio. El místico tiene siempre los pies en la tierra y no idealiza ni la misma experiencia mística, aunque sea un idealista y no un conservador.
El tipo de experiencia mística pluralista no creo que encuentre un buen símbolo de expresión en la forma de una experiencia de conocimiento, de Gnosis, dado que el conocimiento supramental es un conocimiento que unifica, que fusiona al conocedor y a lo conocido pero no expresa bien esa separación que también existe en la experiencia.
Es más adecuado expresar esta experiencia como Amor, ya que en la experiencia del amor hay fusión y separación a la vez, no evoca la idea sólo de lo mental sino también de lo emocional y carnal, es un símbolo más completo, aunque por supuesto ninguno es adecuado.
Lo que no hay que confundir es esta experiencia de Amor con la experiencia emocional de tipo devocional, donde no hay experiencia mística sino mera emoción religiosa. La mística del amor no es la mística afectiva occidental ni tampoco es igual a numerosas manifestaciones de la Bakhti hindú, también identificada en gran medida con lo puramente devocional y no con lo místico.
En Occidente, ya los cistercienses, los primeros occidentales que reflexionaron por escrito sobre la teología mística, se encargaron de señalar que la mística del Amor no es la mística emocional. "Amor ipse intellectus est", decían, es decir, el Amor al que se refieren es una forma de conocimiento, el conocimiento más pleno, aún siendo siempre limitado, pero un conocimiento que se expresa mejor denominándolo amor.
En cualquier caso, digamos lo que digamos la experiencia va más allá y toda expresión es incompleta, y sin embargo, es necesario hablar, al menos para ayudar a distinguir posibles equívocos y también para animarnos en el camino.
Estoy contigo en algunos puntos y luego no en otros...
ResponderEliminarPero bueno, cada busqueda es particular y lo importante es iniciarla decia un amigo.
Pues me alegro que coincidamos en parte, si te animas me cuentas cómo lo ves tú, para poder seguir avanzando en la búsqueda. Gracias por tu comentario. José Antonio.
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