"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

domingo, 12 de abril de 2009

Más allá de la Iluminación: La Experiencia de la Resurrección


Hoy celebramos el día más importante de la liturgia cristiana, el día en el que se actualiza de manera simbólica la experiencia cristiana fundamental, la resurrección de Cristo, nuestra propia resurrección. Hablamos, por lo tanto, de la experiencia mística cristiana fundamental, es decir, sobre la que se construye todo el edificio de la religiosidad cristiana. Sin ella, nada de lo demás tiene sentido, y todo queda relativizado a su lado, es el objetivo último de todo cristiano. Es una experiencia para vivir aquí y ahora.


Hoy me gustaría hablar de algunas experiencias personales cercanas a las experiencias místicas. No creo que nadie pueda saber si es un místico o no. En todo caso, puede saber que ha tenido experiencias cercanas a las místicas y ha experimentado cambios. Pero la experiencia mística es inaprehensible por definición. Quien busque seguridad en estos temas está claro que todavía no es un místico. Además forma parte de la lucidez de la experiencia el reconocer las limitaciones de todo conocimiento y de toda vivencia, incluida la experiencia mística.


Creo que la primera experiencia cercana a lo que describen los místicos la comencé a vivir al año o dos años de ingresar en el monasterio, fue una experiencia de presencia de Dios, una presencia sentida casi físicamente en el cuerpo e incontrolada aunque tranquila. Es decir no es que yo forzara que estuviera. Simplemente estaba allí. En todo momento.


En la oración y meditación, la experiencia normalmente sentida en torno al corazón también se producía en torno a la cabeza y luego fue uniendo cabeza y corazón. No era muy consciente de esta sensación, fue poco a poco que fui tomando consciencia de esa presencia. Tampoco me hacía muchos problemas, simplemente estaba allí, era muy sencillo y natural.


La nueva experiencia tampoco se produjo de manera inmediata, sino de forma gradual y no podría decir exactamente cuando comenzó, sí recuerdo cuando tomé conciencia de ella, fue en un retiro de meditación. Durante la meditación fui consciente de que no es que estuviera habitado, sino que era Dios el que vivía a través de mí, es decir, yo era simplemente la experiencia que Dios tenía a través de mí. Mi vida era Dios haciendo la experiencia humana. Yo era yo mismo igual que siempre y también era él haciendo la experiencia de la vida humana. Esta fue la experiencia fundamental, en torno a ella fui siendo consciente, aunque menos, de que todo era también Dios, Dios haciendo la experiencia del timbre de la puerta, del paisaje, y por supuesto del otro. Para mí, está fue una experiencia cercana a la iluminación, tal y como lo leía y oía a otros. Sin embargo, creo que hay más.


Como cristiano diría que hay que ir más allá de la iluminación a la experiencia de la Resurrección, la experiencia de volver a lo más concreto, lo más material, lo puramente humano y descubrir el misterio inefable que tiene en sí mismo, “la resurrección de la carne”. No sé muy bien cómo expresarlo pero tiene que ver con la humanización plena, con no contentarse con estar viviendo las dimensiones más elevadas o espirituales de la realidad, sino acercarse y descubrir el valor que lo roto, lo feo, lo pobre… tienen en sí mismos. El valor de toda la realidad, al margen de Dios mismo, no por estar en comunión con él, sino en sí misma. Y esto sin abandonar las otras experiencias que corresponden a otros modos de manifestarse la realidad.


Esta experiencia, que considero la más plena, la puede tener un ateo perfectamente. Yo diría que es la experiencia de humanizarnos en plenitud, valorar lo humano en sí y no por su dependencia de lo divino. El efecto que produce esta experiencia es sentirse plenamente humano y por lo tanto, incompleto, limitado pero no resignado. Supone sentirse en solidaridad con tod@s y, por tanto, con ánimos para ir construyendo un mundo mejor, pero sin protagonismos, poco a poco, en los propios ambientes cercanos y también colaborando con los proyectos de transformación de toda la sociedad. No supone en absoluto excluir las dimensiones espirituales, es descubrir el valor de lo secular, la sacralidad de lo secular en sí mismo. No desaparece ninguna de las otras experiencias sólo se relativizan y se sienten más plenamente en lo más humano, pequeño y pobre.


Al final, la experiencia mística misma queda relativizada, pero la vida queda valorada al máximo (teniendo en cuenta que la perfección no existe) y el sentimiento de colaboración y comunión con los demás y el deseo de participación en proyectos transformadores, sin tener grandes pretensiones pero sin renunciar a los grandes ideales, es el dominante. Se produce una aceptación total de la realidad sin embellecerla con espiritualismos y una vitalidad para transformar las cosas en una dirección más fraternal y humanizadora.


He celebrado estos oficios de Semana Santa con un grupo de antiguos transeúntes, en una casa de acogida, en la que viví durante una año y con la que sigo vinculado como colaborador. La experiencia fundamental es de pobreza, de limitación, de precariedad, de fealdad… si uno puede descubrir el misterio que oculta el dolor, la pobreza, el sufrimiento, el absurdo, sintiendo la común humanidad incluso con aquellos que nos pueden repugnar (y esto es natural) en un cierto nivel, creo que está teniendo la experiencia de la resurrección, de la valoración total de la Vida y del ser humano, sin grandilocuencias, desde la consciencia de la incapacidad para hacer grandes cosas pero con el ánimo para continuar participando en la transformación del mundo y del hombre.


Algunos cuando se habla de política o de actividades solidarias creen que esto pertenece a niveles “inferiores” de la experiencia mística. Una vez que se alcanza la iluminación se descubriría que no es necesario hacer estas cosas, vienen a decir. Es verdad, que podemos hacerlas desde el ego, pero también creo que no hay iluminación si no hay compromiso y amor al mundo y al hombre expresado en compromisos humanos, que siempre tienen una dimensión social y política. Si no nos humaniza y simplifica, la iluminación es un engaño refinado. Hay que ir más allá de la iluminanción a la resurrección, reencontrarse con la carne, con la humanidad desde el nuevo lugar alcanzado en la iluminación.


1 comentario:

  1. Hola José Antonio, este es el texto que más me ha gustado porque hablas más desde la experiencia. Lo del amor al mundo y a cada ser humano, me parece fundamental y lo explicas muy bien.
    Me surge después de leer todo lo que has escrito la pregunta de por qué considerar la espiritualidad progresista, frente a visiones conservadoras. Me parece que es la mente la que establece esas categorías, pues la espiritualidad, parece que trasciende esos términos y siempre puede relacionarse con cosas que mantener o conservar y otras que desarrollar... ¿Tú qué crees?

    Y enhorabuena por animarte a montar tu blog sobre cosas tan interesantes.

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Hola, Bienvenid@s.


Este Blog quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos que queremos ayudar a transformar la sociedad para convertirla en un lugar más fraterno, más libre, más justo y, a la vez, somos conscientes de que todo cambio social sólo es posible si hay un cambio personal e interno y no se olvida lo que nos enseña la Tradición Espiritual de la Humanidad, intentándo actualizarla creativamente en cada época.


Mi camino...

el camino que sigo es el camino de la mística del amor, no un amor sentimental, sino un amor inteligente o consciente (amor iluminado decían los antiguos) y solidario, que no olvida el sufrimiento y la injusticia.
Guiado de la mano de de la mística monástica cisterciense (la primera mística moderna del amor), el esoterismo cristiano, la mística de san juan de la cruz y el zen... y animado por ideales progresistas y solidarios os invito a caminar juntos hacia un mundo y unos hombres y mujeres nuevos.