"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

viernes, 10 de abril de 2009

La Necesaria Laicidad. Un camino hacia la mística.


Con esto de la laicidad me parece que a la jerarquía eclesiástica le está pasando lo que le pasó con la libertad religiosa, condenada y combatida por los Papas modernos, hasta que el Concilio Vaticano II la admitió y entonces se empezó a defender, e incluso se pasó a denunciar a quienes supuestamente o realmente la atacaban, es decir, a los que hacían lo mismo que los jerarcas católicos antes del Concilio.

A veces, uno se pregunta si estas conversiones son fruto de una autentica convicción o cambios estratégicos de una institución que ha querido (y conseguido en muchos casos) controlar la sociedad desde la Edad Media. Quiero creer que en muchos ha sido una verdadera apertura metal. En cualquier caso, no estaría de más que los católicos valoráramos a los movimientos que lograron implantar esa libertad religiosa, y estos no son otros que los movimientos de defensa de la laicidad.

Sin laicidad no habría sido posible la defendida libertad religiosa. Fueron los defensores de la laicidad los que, valorando la dignidad del ser humano por encima del abuso de Iglesia y Estados, defendieron la necesidad de una libertad de conciencia y de voluntad, sobre la base de la dimensión racional de todos los seres humanos. Sin esta fundamentación laica no tiene sentido la defensa de la libertad religiosa.

La laicidad es la clave de la convivencia presente y futura, sin ella no puede haber libertad religiosa ni democracia. Es la dimensión que nos une a todos, pues podemos tener muchas ideologías y creencias diversas, pertenecer a géneros y culturas diferentes, pero todos somos seres humanos racionales y libres, y ahí nos podemos encontrar todos. Me parece bastante difícil defender la libertad religiosa y no defender el laicismo.
Hoy además la laicidad es clave para convivir en un mundo plural en donde la alternativa es o la lucha de civilizaciones que defendía Bush y Hungtinton, o la Alianza de civilizaciones de Obama y Zapatero.

Si la laicidad es un valor debe ser promovido activamente por los Estados y por las mismas Iglesias. Sin embargo, cuando esto ocurre saltan las alarmas eclesiásticas y se sienten atacados. Cabe preguntarse si realmente creen en la libertad religiosa, o si por libertad religiosa se entiende libertad para que el control de la institución eclesiástica en la sociedad sea cada vez mayor.

No hablo de abstracciones, en nuestro país el exceso y los privilegios de la jerarquía católica, aliada con la derecha más reaccionaria (a la derecha incluso de Rajoy, al que se critica desde la emisora episcopal), están a la orden del día. En Madrid, por ejemplo, el dinero público se destina con excesiva generosidad a los centros concertados religiosos, mientras los colegios públicos son escasos y faltos de medios. Y ahora nos enteramos que el alcalde le proporciona de forma ventajosa al arzobispado un parque en el centro de la ciudad para construir un complejo de edificios, que ya ha sido denominado como “minivaticano”, despojando a la ciudad de uno de sus espacios verdes. Las protestas vecinales, que parecen mayoritarias y las de los grupos ecologistas y ciudadanos por ahora no han sido escuchadas.

Como creyente, defensor de la libertad religiosa, soy partidario de la promoción de la laicidad. Ambas van indefectiblemente unidas, si somos coherentes y no meros estrategas de los intereses de una institución.

En España hoy hay una situación anómala, la Iglesia sigue teniendo un tratamiento completamente diferenciado al resto de instituciones religiosas, y no sólo porque sea la confesión mayoritaria, sino porque trata al Estado de igual a igual, firmando tratados internacionales con él.

La mejor manera de defender la religión es defender la democracia de todos y no crear bunkers para sentirse seguros e intocables. El miedo es lo contrario de la fe y hay mucho de miedo en estas actitudes defensivas. Los propios creyentes deberíamos denunciar toda situación de privilegio y habría que comenzar por denunciar los acuerdos entre la Iglesia y el Estado, como propone la Iglesia de Base de Madrid (existe en redes cristianas un manifiesto que os animo a firmar).

La defensa de la laicidad es, además, la mejor manera de luchar contra el llamado “laicismo agresivo” que también puede darse. Éste desde luego no se puede combatir desde posturas antilaicas, más o menos maquilladas.

El laicismo hoy va unido al pluralismo, a la defensa de la convivencia plural en nuestro país y en el mundo. Entronca con nuestra mejor tradición de convivencia intercultural y pasa por desmontar mitos como que la esencia de España es ser católica o monárquica.

Hoy la laicidad nos lleva a descubrir el patrimonio de místicos de diversas religiones que convivieron y dialogaron en nuestro país, en los momentos en que la mística tuvo mayor presencia en este suelo. Esa sí es una verdadera esencia de lo español, que además sirvió de referente en Europa entera.

Por eso, la defensa de una laicidad democrática es el mejor camino para desarrollarnos como país de místicos progresistas, es decir, para que lo religioso sea significativo y eficaz en nuestro mundo hoy, impulsor de tolerancia y convivencia y no de luchas y confrontaciones como en el pasado y aún en la actualidad. Sin verdadera laicidad no habrá mística. Y todo verdadero místico será tolerante y generador de diálogo y convivencia. Hoy esto es lo que se logra con la laicidad.




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el camino que sigo es el camino de la mística del amor, no un amor sentimental, sino un amor inteligente o consciente (amor iluminado decían los antiguos) y solidario, que no olvida el sufrimiento y la injusticia.
Guiado de la mano de de la mística monástica cisterciense (la primera mística moderna del amor), el esoterismo cristiano, la mística de san juan de la cruz y el zen... y animado por ideales progresistas y solidarios os invito a caminar juntos hacia un mundo y unos hombres y mujeres nuevos.