Los días de Semana Santa son propicios para toda serie de consideraciones piadosas a cerca de la pasión de Jesús. Los sermones y meditaciones tradicionales sobre los últimos acontecimientos de la vida de Cristo, ponen de relieve con frecuencia los aspectos más cruentos de sus padecimientos, intentando desde cierto “dolorismo” impresionar a los oyentes, mover su sensibilidad a la empatía con Jesús sufriente.
Los medios de comunicación, al intentar dramatizar la pasión de Cristo, refuerzan este enfoque cayendo en la tentación de recrearse en sus aspectos más sensacionalistas. Muestra de ello, es el tratamiento dado de estos sucesos en la película La pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson y estrenada en 2004, recordada tanto por la crudeza de su contenido como por los efectos patológicos causados en algunos asistentes a las proyecciones.
Contrasta esta perspectiva con lo que encontramos en los relatos evangélicos. Los autores escriben con un propósito muy concreto, que difiere de manera radical de los intentos de saciar nuestra curiosidad con detalles escabrosos sobre la intensidad del dolor producido, en el cuerpo del Galileo, por las torturas a que fue sometido; o de las pretensiones de las descripciones médicas sobre cómo se fue produciendo la degradación del cuerpo del Maestro, hasta llegar al desenlace fatal del paro cardiaco.
A los evangelistas no les importa tanto el cómo sino el porqué. En concreto, en el relato de la pasión del evangelio de Juan, meditado en numerosas congregaciones el Viernes Santo, se hace patente el enfrentamiento entre dos maneras de concebir la existencia humana radicalmente opuestas. El conflicto, puesto de relieve a lo largo del ministerio de Jesús, entre el Reino que anuncia y que pone en práctica, y el mundo, con sus criterios de dominación y exclusión, alcanza su punto máximo de tensión durante el proceso judicial a Jesús.
En este contexto se produce el encuentro entre Pilato, representante del poder imperial romano, y Jesús (Juan 18: 33-38, 19: 9-11). En el diálogo entre ambos se introduce el tema de la verdad. En una primera aproximación, quizá tengamos la tendencia a pensar en algo teórico, en un sistema de creencias, en una idea que es necesario aprender o con la que hay que estar de acuerdo. Pero la verdad de que se trata no es una verdad filosófica, sino una verdad existencial, insertada en el conflicto del Reino contra el mundo. Se trata de la manera correcta de vivir la vida, de enfocar la propia existencia. Para Pilato la única verdad es la del poder que representa, el dominio y la explotación de las personas en beneficio del sistema imperial esclavista, el enriquecimiento y el bienestar de unos pocos a costa de la salud y la vida de muchos, una compresión de las relaciones sociales que provoca exclusión y marginación; tal es el mundo que queda puesto en evidencia y es denunciado por las palabras y las obras de Jesús.
El Reino que Jesús propone frente a este orden de cosas, consiste en hacer de la vida un servicio para los demás, esta es su verdad, la manera de vivir en plenitud. La preocupación de Jesús es poner al ser humano y a sus necesidades vitales en el centro, cambiando el uso mercantilista de las personas por una actitud de autodonación para que tengan vida en abundancia (Juan 10: 10). En el evangelio de Juan, lo importante para Jesús es procurar el bienestar de los demás, su salud, que tengan qué comer. Este programa choca frontalmente con la verdad del mundo, y esto es lo que provoca el arresto y condena a muerte de Jesús. Su nuevo Reino se percibe como una amenaza para el orden establecido y el promotor debe ser eliminado. Este conflicto es el que se pone de relieve en el relato de la pasión, sin hacer concesiones a distracciones sentimentales ni desviaciones de atención sobre detalles escabrosos.
Hoy en día, se proponen diversas alternativas de verdad ante los dilemas que afectan a nuestra sociedad, asociadas a diferentes sistemas de creencias. Se nos presentan distintas respuestas sobre los nuevos modelos familiares, sobre la pertinencia de las teorías de género, sobre las causas y soluciones de la crisis, sobre cómo educar… pero, ¿quién tiene la verdad? ¿Cuál sería la verdad de Jesús en todas estas cuestiones? Sin duda la que se preocupa por el bienestar y la felicidad de las personas concretas, la que responde a las necesidades de vida abundante, de dignidad plena de cada ser humano concreto, y no la que sólo se preocupa por reproducir modelos heredados que aún hoy siguen provocando exclusión y marginación.
A. Luis Pelegrín, Almería
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