Al considerar al ser humano como un ser social por naturaleza, la DSI sostiene que el ser humano es por naturalezaun ser político. La política no es, pues, algo «añadido»al ser humano, sino algo constitutivo de su propio ser.¿Por qué?
Por lo que el ser humano es: un ser social,
Como subraya repetidamente el Concilio Vaticano II en «Gaudium et spes»: «Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad» (n. 32). Es decir, a diferencia de lo que se sostiene en otras concepciones del ser humano, especialmente en aquellas que lo consideran como un individuo que, después, para cubrir sus carencias (es decir, por conveniencia o interés) se une a otros formando sociedad, la Iglesia sostiene que el ser humano es, desde el principio e inseparablemente, un ser personal y social. La persona está unida a los demás porque la referencia del «yo» al «tú» y al «nosotros» está inscrita en su misma naturaleza. Este es el fundamento, entre otras cosas, de su práctica política. Por eso dirá Juan XXIII: «Al ser los hombres por naturaleza sociales, deben convivir unos con otros procurar cada uno el bien de los demás» («Pacem in terris», 31).
Este carácter social, fundamento de la política, es distintivo del ser humano. La vida comunitaria es una característica que forma parte de la naturaleza humana. Somos personas que vivimos y obramos en una comunidad de personas. Según la fe de la Iglesia, la persona está llamada desde el principio a la vida social. Vida social que no es exterior a la persona (por tanto, tampoco lo es la política que es la actividad dirigida a construir esa vida social), porque los hombres y mujeres no podemos crecer y realizar nuestro ser y vocación si no es en relación con los otros.
Por la vocación del ser humano a la comunión:
La política responde no sólo a ese carácter social del ser humano, sino también a su vocación a construir comunión con los demás, en la que se expresa su ser imagen del Dios-Comunión de Personas. Para lo cual las personas se enfrentan a la tarea de construir unas relaciones sociales fraternas que permitan a cada ser humano vivir de acuerdo a su dignidad.
La política es, pues, una necesidad del ser humano para su crecimiento como persona y para realizar su vocación. Esta vocación a la comunión interpersonal y social es el fundamento y el sentido de la política.
La política es instrumento para construir un orden social a la medida del ser humano.
Además de ser una práctica que responde al ser y vocación de la persona, la política es necesidad y tarea del ser humano porque es instrumento fundamental e indispensable para construir una sociedad humana, una sociedad justa en la que sea posible la realización de las personas. La realización humana, su vocación, su dignidad y su responsabilidad es lo que está en juego en la política. Un orden social justo ofrece a la persona una ayuda insustituible para la realización de su libre personalidad.
Y, al contrario, un orden social injusto es una amenaza y un obstáculo para el bien de la persona. Construir un orden social justo es la tarea política del ser humano.
Esta tarea humana que es la política implica, inseparablemente, dos dimensiones: la transformación de las estructuras, instituciones y relaciones sociales en bien de las personas y la misma transformación de las personas, su mismo crecimiento en espíritu social.
Es necesario para ello superar una ética individualista, porque mejorar las condiciones de la vida social no es posible «si los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismos y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales» («Gaudium et spes», 30).
Sin olvidar que en la medida en que ejerce su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa, la persona se hace más persona.
La ciudadanía pasiva
En realidad, estos dos términos (ciudadanía y pasiva) son contradictorios. Pero se ha llamado ciudadanía pasiva a la que predomina en nuestra sociedad (ciudadanía que tiene unos derechos individuales, vota cuando se la convoca a hacerlo, y paga sus impuestos, pocos a ser posible) como consecuencia de la comprensión y práctica de la política que hemos descrito. De hecho, es un tipo de ciudadanía en el que la persona se ha convertido, en el mejor de los casos (y aún muchos son excluidos de esta posibilidad), en poseedora de derechos particulares (individuales y sociales), que a veces reclama se le respeten y que los poderes públicos deben garantizar. Pero poco más. Esto es lo que hemos denominado al principio como la conversión de la persona en objeto de la política.
Sin embargo, la política tal como hemos visto que nos propone la DSI demanda lo que se suele denominar ciudadanía activa, o, podríamos decir mejor, simplemente ciudadanía.
La ciudadanía implica, al menos, tres cosas: ser sujeto de derechos que los poderes públicos deben garantizar para todos, responsabilidades hacia los demás y hacia la vida social, y, consecuentemente, participación, implicación en construir unas relaciones sociales más justas y humanas.
El predominio de una ciudadanía pasiva y la falta de una ciudadanía activa es una de las mayores debilidades de nuestra democracia y reproduce la concepción dominante de la política.
La ciudadanía requiere cauces y condiciones sociales que la hagan posible. Pero necesita también actitudes que deben ser cultivadas. Por eso la construcción de una ciudadanía activa remite a los valores éticos que comporta la democracia y la política. Es preciso el cultivo de la responsabilidad social, del sentirse responsables los unos de los otros, del sentirse responsables de lo común, yendo más allá de los intereses particulares. Porque la libertad y la autonomía del ser humano se realiza en su reconocimiento del otro, nunca aisladamente. La clave de la vida social no puede ser el individualismo, sino el reconocimiento recíproco y la cooperación.
Ambas cosas, los cauces y condiciones sociales para la ciudadanía y su fundamento ético, son las que se ven dificultadas por la concepción de la política que domina en nuestra sociedad. ■
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