El dualismo insostenible
El dualismo nace con el pensamiento. La mente es dualista, porque sólo puede operar si fracciona la realidad en sujeto y objeto (cognoscente y conocido). Quitada esta primera dualidad, la mente se colapsa. Pero, aceptada, se convierte en la fuente de todos los dualismos posteriores.
La mente necesita delimitar todo aquello que quiera pensar; pero delimitar equivale a objetivar. Es decir, la mente únicamente puede moverse entre “objetos”. Hasta el punto, de que el propio sujeto, en cuanto es pensado, termina siendo un “sujeto objetivado”: ¡una verdadera contradicción! De ese proceso de objetivación, no hay nada que pueda escaparse, ni siquiera Dios. El Dios pensado es algo delimitado: deviene, por tanto, un objeto (mental). Con lo cual, desde el momento mismo en que se lo objetiva, está empezando a nacer el ateísmo, que no se resigna a aceptar como “Dios” algo que pueda ser pensado, es decir, un “objeto”, por más atributos con que se lo quiera adornar.
Como consecuencia de ese dualismo –al haber identificado el conocer con la mente-, se pensó el Ser y, de ese modo, también se lo convirtió en objeto: se lo entificó. Con lo que habría de producirse, nada menos, que lo que Heidegger denunció como el “olvido del Ser” –se piensa el ente, se olvida el Ser-, que abocaría finalmente al nihilismo.
El monismo reductor
El monismo, a su vez, no resulta menos insostenible, por la simple razón de que es incapaz de dar cuenta de la infinita variedad y la hermosa diferencia de todo lo real.
Al proclamar, sin matizaciones, que todo es Uno, no es fácil seguir afirmando las diferencias que percibimos. En términos religiosos, esa afirmación tiene que desembocar, forzosamente, en el panteísmo: si todo es Uno, el Uno es todo.
Pero todavía hay más: el monismo –como su polar, el dualismo- es también resultado de la mente objetivadora. Por eso, tampoco así se supera el dualismo: de hecho, la afirmación de lo Uno excluye su opuesto, que la realidad sea múltiple. Y mientras haya algo “excluido”, nos hallamos todavía en el reino de la dualidad.
La clave: el modelo dual de cognición
Monismo o dualismo son las dos únicas salidas posibles para el modelo dual de cognición, y las dos se revelan igualmente engañosas. Al afirmar que “todo es dos”, la realidad queda dicotomizada en partes; si se afirma que “todo es uno”, se deja fuera, inadvertidamente, lo múltiple, “lo que no es uno”; y lo que es más grave, tampoco así se ha logrado el objetivo buscado: superar el dualismo…
La sabiduría de la No-dualidad
Agotado el modelo dual o mental, ¿qué camino se abre? Una cosa nos queda claro: el Ser no es objetivable, ni “algo” que se pueda conocer mentalmente, sino “algo” que se vive experiencialmente, “algo” que se es. Ni siquiera el propio sujeto puede ser objetivado, si no queremos caer en una contradicción interna.
Todo lo que es, es. Y lo que es no puede ser delimitado ni objetivado, no puede ser pensado, escapa a los límites de la razón dual. A partir de ahí, parece claro que hay que hablar de una realidad supra-objetiva que fundamenta, sostiene y se manifiesta en todo lo objetivado. Ésta es la primera aportación de la perspectiva transpersonal o no-dual: la supuesta existencia de un sujeto clausurado y autoconsistente frente a una realidad “externa” es, pura y simplemente, una creación de la propia mente. Quita la mente, y ese dualismo desaparecerá, en lo que tiene de “absoluto”. La no-dualidad seguirá afirmando las diferencias, pero no la separatividad.
Ésta es, probablemente, la intuición más interesante y revolucionaria del pensamiento contemporáneo: sujeto y objeto, hombre y mundo constituyen una unidad indisoluble. Sujeto y objeto –escribe Mónica Cavallé-, lejos de ser algo dado y en sí, son “dos polos de un mismo y único acto de recreación permanente”.
Las modernas ciencias cognitivas están avanzando en esta dirección que, en mi opinión, va a resultar revolucionaria. No es para menos, porque se trata del salto de un modelo de cognición a otro: de uno mental/dual/egoico a otro transmental/no-dual/transpersonal. Por aquí pasaría el “salto de nivel de conciencia”, que augura una transformación en nuestro modo de percibir y de actuar.
Ahora bien, si la realidad no-dual no deja nada fuera de sí, ¿cómo poder situarla ante los ojos? Porque todo lo que pudiéramos llegar a pensar no podría ser nunca la realidad no-dual, sino únicamente un “objeto”, mayor o menor, pero objeto al fin.
La clave: el modelo dual de cognición
Monismo o dualismo son las dos únicas salidas posibles para el modelo dual de cognición, y las dos se revelan igualmente engañosas. Al afirmar que “todo es dos”, la realidad queda dicotomizada en partes; si se afirma que “todo es uno”, se deja fuera, inadvertidamente, lo múltiple, “lo que no es uno”; y lo que es más grave, tampoco así se ha logrado el objetivo buscado: superar el dualismo…
La sabiduría de la No-dualidad
Agotado el modelo dual o mental, ¿qué camino se abre? Una cosa nos queda claro: el Ser no es objetivable, ni “algo” que se pueda conocer mentalmente, sino “algo” que se vive experiencialmente, “algo” que se es. Ni siquiera el propio sujeto puede ser objetivado, si no queremos caer en una contradicción interna.
Todo lo que es, es. Y lo que es no puede ser delimitado ni objetivado, no puede ser pensado, escapa a los límites de la razón dual. A partir de ahí, parece claro que hay que hablar de una realidad supra-objetiva que fundamenta, sostiene y se manifiesta en todo lo objetivado. Ésta es la primera aportación de la perspectiva transpersonal o no-dual: la supuesta existencia de un sujeto clausurado y autoconsistente frente a una realidad “externa” es, pura y simplemente, una creación de la propia mente. Quita la mente, y ese dualismo desaparecerá, en lo que tiene de “absoluto”. La no-dualidad seguirá afirmando las diferencias, pero no la separatividad.
Ésta es, probablemente, la intuición más interesante y revolucionaria del pensamiento contemporáneo: sujeto y objeto, hombre y mundo constituyen una unidad indisoluble. Sujeto y objeto –escribe Mónica Cavallé-, lejos de ser algo dado y en sí, son “dos polos de un mismo y único acto de recreación permanente”.
Las modernas ciencias cognitivas están avanzando en esta dirección que, en mi opinión, va a resultar revolucionaria. No es para menos, porque se trata del salto de un modelo de cognición a otro: de uno mental/dual/egoico a otro transmental/no-dual/transpersonal. Por aquí pasaría el “salto de nivel de conciencia”, que augura una transformación en nuestro modo de percibir y de actuar.
Ahora bien, si la realidad no-dual no deja nada fuera de sí, ¿cómo poder situarla ante los ojos? Porque todo lo que pudiéramos llegar a pensar no podría ser nunca la realidad no-dual, sino únicamente un “objeto”, mayor o menor, pero objeto al fin.
Dicho de otro modo: dado que el Ser no puede ser delimitado (objetivado), no está tampoco al alcance de la razón (no puede ser pensado). Eso significa que no se lo puede conocer pensándolo, sino siéndolo. Lo conoce quien lo es. De ese modo, conocer y ser se reclaman mutuamente. Con otras palabras: el acceso a la verdad del Ser acontece sólo en y a través de la realización experiencial de dicho conocimiento.
Ello implica que no puede haber conocimiento si no hay transformación (metanoia) de quien se apresta a conocer. El conocer modifica a quien conoce y sólo la transformación hace posible conocer el Ser. (Los místicos han expresado algo similar: No cabe conocer a Dios, sólo cabe serlo. O de otro modo: sólo cabe conocerlo siéndolo, con un conocimiento no-dual, en el que no hay un conocedor distinto de lo conocido, ni lo conocido se convierte en objeto: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”, proclamaba el místico cristiano Angelus Silesius (1624-1677).
Sólo a través del silenciamiento de la conciencia dual, acallando la mente para poder ir “más allá” del pensamiento, puede desvelarse otro modo de conocer. Dicho con otras palabras: no se puede superar el modelo dual a través del pensamiento –por algo tan obvio como que la mente nunca podrá ver más allá de la mente, más allá del propio marco o modelo mental-, sino acallándolo, para poder trascenderlo. Esto es lo que proponen todas las prácticas meditativas.
Y lo que emerge entonces es una modalidad de conciencia previa a la división sujeto-objeto. Previa a la vivencia subjetiva que el yo tiene de sí y previa a su vivencia objetiva de la realidad, hay una experiencia directa, supraobjetiva, no relacional, inmediata e irreductible del Ser/Sí Mismo. Una vivencia que diluye las contradicciones en virtud de las cuales el yo llega a ser siempre un extraño para sí mismo, y lo otro, mero objeto unívoco que nunca es en sí sino sólo en la re-presentación del yo.
Por eso, las doctrinas no-duales no pretenden ser teorías explicativas, no proporcionan porqués; son sólo modelos operativos de transformación-comprensión.
En Occidente, el saber se ha sustentado básicamente en el conocimiento racional y en la fe en una revelación teísta. Es decir, se ha fundamentado en un paradigma dualista. Por eso, cuando el creyente oye hablar de la superación del dualismo, se le encienden todas las alarmas, porque le parece que eso equivale a negar la distancia entre el Creador y la criatura, creencia que cimenta toda su fe. Eso es inevitable cuando –por estar anclado en un modelo dual- se considera que la alternativa al dualismo es el monismo (panteísmo), que nivelaría a Dios y lo creado y negaría su trascendencia.
Pero la perspectiva no-dual (transpersonal) supera el dilema dualismo-monismo; no niega la relación Dios-criatura, la respeta en su nivel, si bien otorgándole un trasfondo que transfigura dicha relación y le permite trascender su carácter alienante y dilemático.
En esa perspectiva no-dual, tanto el sujeto como el objeto son relativamente reales y no cabe reducir la realidad de uno al otro (como hace el monismo idealista, por ejemplo); ambos son expresiones de la Conciencia pura (como las olas y el océano).
Si aplicamos todo esto a nuestro modo de hablar de Dios, tendremos que concluir que el modelo dual (mental) es absolutamente incapaz de formular algo sobre Él que no sea inadecuado. La razón es simple: tal modelo no puede referirse sino a un Dios objetivado, algo en sí mismo contradictorio. El Dios de la fe-creencia –el Dios pensado- es, necesariamente, un dios-objeto.
Pero un Dios que es objeto, tarde o temprano, no puede sino morir. El monje cisterciense Thomas Merton lo expresa con tanta claridad como contundencia: “Muere no sólo por tratarse de un objeto abstracto sino porque contiene tantas contradicciones internas que deviene por completo inaceptable, a menos que se le solidifique como ídolo, protegiendo su existencia por un mero acto de deseo”.
Sólo a través del silenciamiento de la conciencia dual, acallando la mente para poder ir “más allá” del pensamiento, puede desvelarse otro modo de conocer. Dicho con otras palabras: no se puede superar el modelo dual a través del pensamiento –por algo tan obvio como que la mente nunca podrá ver más allá de la mente, más allá del propio marco o modelo mental-, sino acallándolo, para poder trascenderlo. Esto es lo que proponen todas las prácticas meditativas.
Y lo que emerge entonces es una modalidad de conciencia previa a la división sujeto-objeto. Previa a la vivencia subjetiva que el yo tiene de sí y previa a su vivencia objetiva de la realidad, hay una experiencia directa, supraobjetiva, no relacional, inmediata e irreductible del Ser/Sí Mismo. Una vivencia que diluye las contradicciones en virtud de las cuales el yo llega a ser siempre un extraño para sí mismo, y lo otro, mero objeto unívoco que nunca es en sí sino sólo en la re-presentación del yo.
Por eso, las doctrinas no-duales no pretenden ser teorías explicativas, no proporcionan porqués; son sólo modelos operativos de transformación-comprensión.
En Occidente, el saber se ha sustentado básicamente en el conocimiento racional y en la fe en una revelación teísta. Es decir, se ha fundamentado en un paradigma dualista. Por eso, cuando el creyente oye hablar de la superación del dualismo, se le encienden todas las alarmas, porque le parece que eso equivale a negar la distancia entre el Creador y la criatura, creencia que cimenta toda su fe. Eso es inevitable cuando –por estar anclado en un modelo dual- se considera que la alternativa al dualismo es el monismo (panteísmo), que nivelaría a Dios y lo creado y negaría su trascendencia.
Pero la perspectiva no-dual (transpersonal) supera el dilema dualismo-monismo; no niega la relación Dios-criatura, la respeta en su nivel, si bien otorgándole un trasfondo que transfigura dicha relación y le permite trascender su carácter alienante y dilemático.
En esa perspectiva no-dual, tanto el sujeto como el objeto son relativamente reales y no cabe reducir la realidad de uno al otro (como hace el monismo idealista, por ejemplo); ambos son expresiones de la Conciencia pura (como las olas y el océano).
Si aplicamos todo esto a nuestro modo de hablar de Dios, tendremos que concluir que el modelo dual (mental) es absolutamente incapaz de formular algo sobre Él que no sea inadecuado. La razón es simple: tal modelo no puede referirse sino a un Dios objetivado, algo en sí mismo contradictorio. El Dios de la fe-creencia –el Dios pensado- es, necesariamente, un dios-objeto.
Pero un Dios que es objeto, tarde o temprano, no puede sino morir. El monje cisterciense Thomas Merton lo expresa con tanta claridad como contundencia: “Muere no sólo por tratarse de un objeto abstracto sino porque contiene tantas contradicciones internas que deviene por completo inaceptable, a menos que se le solidifique como ídolo, protegiendo su existencia por un mero acto de deseo”.
Ahora bien, la alternativa a este modelo no es el monismo (o panteísmo); también esa afirmación, como hemos visto, sigue naciendo de la mente dual y, por lo mismo, sigue siendo objetivadora: el “Uno”, por más que se le nombre de este modo, tampoco deja de ser un “objeto” mental.
El modelo dual de cognición únicamente es trascendido en el modelo no-dual, que requiere el silenciamiento de la mente y permite la afirmación simultánea, ¡no-dual!, de todo lo que es, en su carácter absoluto y en el manifiesto (o relativo). Ni se niega, ni se reduce, ni se absorbe una parte en la otra. Todo eso serían aún movimientos duales.
Entre lo absoluto y lo relativo, entre Dios y el mundo, no hay una simetría ontológica que permita hablar de comparación u oposición real. Esta no reciprocidad excluye la posibilidad de calificar esta perspectiva de panteísmo o de inmanentismo.
Lo Absoluto y lo relativo no son dos conjuntos dualísticamente enfrentados; tampoco quedan confundidos o disueltos en un monismo amorfo; son, más bien, las dos caras de una misma realidad, en relación no-dual. De modo que no puede ser el uno sin el otro, como el océano y las olas, el bailarín y el baile: “si yo no existiera, Dios no sería «Dios»”, decía el Maestro Eckhart; si bien sigue siendo cierto que lo “relativo” no agota lo “Absoluto”.
Dios es absolutamente trascendente con relación al mundo. Pero no como realidades separadas (dualismo), sino en una no-costura. Dios y el mundo son no-dos. Y esto no puede ser pensado –la mente únicamente puede pensar el “uno” o el “dos-; sólo puede ser experimentado y vivido, únicamente se puede serlo.
Esa Unidad-en-Dios, la experiencia no-dual que nada separa ni nada niega, es lo que experimentan los místicos. Por eso, querría concluir con un texto de santa Teresa de Jesús que, aun siendo ejemplo de oración relacional y afectiva, en su obra de madurez se ve llevada por su propia experiencia a reconocer la Unidad, echando mano de imágenes atrevidas:
“Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una... Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida, se hace todo una luz” (7 Moradas 2,4).
Para volver al principio. Todos podemos correr el riesgo de descalificar aquello que nos resulta demasiado nuevo o, simplemente, desconocido. De ahí, la importancia de “tomar distancia” de nuestro propio sistema de pensamiento –lo cual implica ir desarrollando la capacidad de observar a distancia nuestra mente-, para preguntarnos: ¿y si las cosas fueran de otro modo a como yo las pienso?
En concreto, quienes han crecido identificados con el modelo dual o mental de cognición, pueden calificar de monista o panteísta a quien ponga en cuestión el dualismo, que para ellos ha llegado a ser, por familiar, incuestionable.
Pero rechazar el dualismo no significa adherirse al monismo. La perspectiva no-dual parece la más adecuada para dar razón de lo real. Y es la perspectiva que se abre en cuanto dejamos de reducirnos a la mente. De ahí, que sea denominada como “transmental” o “transpersonal”.
Por otro lado, cuando el modelo dual de cognición se aplica a la teología –y se absolutiza, confundiendo de nuevo el territorio por el propio mapa-, sus partidarios aparecen preocupados por salvar, antes que nada, lo que ellos llaman “la alteridad entre el Creador y la criatura”. Pero, ¿qué es esa proclamada “alteridad”, fuera de ese mismo modelo dual? ¿No es sólo un concepto más? ¿Qué vive quien va más allá de la mente? ¿Cómo vive a Dios quien realmente lo vive?
La persona que lo experimenta trasciende los límites de la mente –que únicamente puede pensar el dos o el uno-, para vivir en la plenitud de Lo no-dos.
Hola José Antonio,
ResponderEliminarun artículo muy interesante. Sobre la metáfora del mar y las olas, el absoluto y lo relativo, la unidad y la multiplicidad, te dejo algunos versos de poetas persas de los siglos XIII, XIV.
Estos de Fakir-al-Dîn 'Iraqui:
... cada imagen pintada
en el lienzo de la existencia
es la forma del mismo artista.
Eterno Océano que
vomita nuevas olas.
"Olas" es el nombre que les damos,
pero en realidad solo hay mar".
Muchas y variadas olas no hacen del mar algo múltiple, ni tampoco los Nombres hacen del Nombrado más que Uno. Cuando el mar respira lo llaman bruma; cuando esta se acumula la llaman nubes. Cae de nuevo, y entonces la llaman lluvia, que se reúne con el mar. Y es siempre el mismo mar que ha sido.
Estos de Mu`ayyid al-Dîn Jandî:
"... Con lo que el Océano es el Océano
como lo es desde la Eternidad,
y los seres contingentes solo olas y corrientes.
No dejes que las olas y las brumas del mundo
te velen de Aquel
que adopta la forma de esos velos."
A lo que podríamos añadir que Aquel tampoco te vele a las olas y las brumas del mundo.
Abrazos
Eso es Jan, esa es la prespectiva, unidad en la pluralidad, Trinidad en el lenguaje cristiano.
ResponderEliminarMe preocupa la difusión actual de un lenguaje no dual que en realidad es un monismo disfrazado, creo que muchos de los neoadvaitianos terminan cayendo en él, al final sólo la Conciencia es real y las manifestaciones creadas son una mera ilusión (algo que Shankara no decía) por lo que la ética,la belleza, etc... quedan reducidas a nada y se llega a afirmar que Hitler es igual a Teresa de Calcuta. Es el síntoma de lo que el maestro Hakuin llamaba la gran enfermedad zen, el iluminado que vive fuera de la realidad concreta, en un mundo confuso y sin límites, creyendo que es Dios y despreciando la realidad manifiesta, incapaz de descubrir en ella la armonía que la fundamenta y que es el fundamento del mundo: cada ser expresando su naturaleza, la manifestación de Dios que sólo él y nadie más puede expresar.
En mi éxtasis, me vi devorado por un "monstruo",pero antes, sentí, ser llamado a morir.
ResponderEliminarAcepte la muerte y me vi devorado, pasando de una gran oscuridad, a una gran luminosidad.
Todo eran respuestas, no había preguntas, yo conocía todo aquello, no era un nuevo conocimiento,todo lo sabía ya antes.
Esa información, no cabe en un cerebro humano, por eso cuando vuelves, la mente recuerda, trozos,partes....y dura años, esto me sucedió en 1983 y todavía, intento recopilar parte de esa información.
En resumen, me veo en una especie de campo unificado de energía consciente donde todo se forma y deforma, no existiendo la dualidad, todo es unidad.
No es panteismo, pues esa energía lo compenetra todo y lo sustenta todo, pero no es lo externo de las cosas...el monte no es Dios, el arbol, no es Dios, el sol y las estrellas, no son Dios, pero todas las cosas son formadas por Dios de El mismo.
Esa es mi experiencia mística, un abrazo Jose Antonio Vazquez, espero te sirva para algo.
Firmado Miguel Angel Soro Falces.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLas experiencias místicas se producen, quizá haya muchas formas de vivirlas según nuestro carácter, cultura,etc... , efectivamente suponen el acceso a un tipo de conciencia diferente. Me quedo con tu frase "el monte no es Dios, el arbol, no es Dios, el sol y las estrellas, no son Dios, pero todas las cosas son formadas por Dios de El mismo."
ResponderEliminarMe parece una buena descripción de la experiencia no dual, más allá del monismo y del dualismo.