La contribución del cristianismo a la buena ciudadanía es radical a pesar de la pretensión laicista (del laicismo excluyente) de contraponer ambas. Sólo... tres argumentos.
El primero, la idea de libertad política como derecho individual es deudor de la idea de libertad espiritual, emanado de la concepción occidental y cristiana de la separación entre religión y poder político, lo que desacraliza el Estado y permite la crítica y la desobediencia a él en nombre de la conciencia personal.
Segundo, la religión es re-ligación no sólo con una trascendencia, sino con una comunidad de seres humanos con una historia, lo que educa en una serie de valores, como la conciencia de agraciado, el vínculo comunitario, un estilo de vida compartido, el sentido del bien común o la capacidad de sacrifico por el colectivo.
Tercero, la centralidad del amor, de la responsabilidad samaritana hacia el otro y la prioridad evangélica de los últimos en la forma de comprender el ser y la vocación de plenitud de la persona humana, lo que Weber llama “orientación hacia el mundo”…
En la historia reciente la educación de los ciudadanos cristianos se concebía en términos de moral. Hoy, en consonancia con el cambio cultural y con etapas pasadas de la historia del cristianismo, el centro es la espiritualidad.
Es más radical e interior a la persona que la virtud. Es propiamente la matriz del comportamiento ético. Es el núcleo de creencias, disposiciones y sentimientos básicos que dan unidad, identidad y sentido a la persona en su relación con los demás y con la realidad.
El cristianismo es portador de una tradición espiritual condensada en la Biblia con una riqueza pedagógica extraordinaria. Es ciego pretender ignorar esto. Los hay más avezados que concientes de su valor para el futuro como es el caso del pensador marxista S. Zizek sostienen que “el auténtico legado cristiano es demasiado precioso para dejarlo en manos de fundamentalistas perturbados.”
Cada vez menudean más las personas con convicciones públicas. Éstas se concentran de manera particular en el voluntariado y las ONGs. No todo pero buena parte de este voluntariado es cristiano o de inspiración cristiana. La minusvaloración, la distorsión o la descalificación de esta realidad no puede derivarse sino de un prejuicio anticristiano o anticlerical, poco acorde con el espíritu laico de la tolerancia y de la buena ciudadanía.
Ciertamente el activismo laicista es necesario en nuestra sociedad como garantía de libertad y autonomía moral. Sin embargo no hay un solo laicismo sino diferentes laicismos. Junto al laicismo incluyente hay una tradición de laicismo excluyente: aquel que persigue la eliminación de la actividad misionera y proselitista de la Iglesia, de su influencia en la vida pública e incluso del hecho en sí de la religión…
Cada vez menudean más las personas con convicciones públicas. Éstas se concentran de manera particular en el voluntariado y las ONGs. No todo pero buena parte de este voluntariado es cristiano o de inspiración cristiana. La minusvaloración, la distorsión o la descalificación de esta realidad no puede derivarse sino de un prejuicio anticristiano o anticlerical, poco acorde con el espíritu laico de la tolerancia y de la buena ciudadanía.
Ciertamente el activismo laicista es necesario en nuestra sociedad como garantía de libertad y autonomía moral. Sin embargo no hay un solo laicismo sino diferentes laicismos. Junto al laicismo incluyente hay una tradición de laicismo excluyente: aquel que persigue la eliminación de la actividad misionera y proselitista de la Iglesia, de su influencia en la vida pública e incluso del hecho en sí de la religión…
Este laicismo pierde dos características sustanciales al movimiento laicista: una la defensa de la libertad religiosa; otra, la afirmación de la tolerancia. Son ahora las personas religiosas los que sufren la discriminación y la falta de libertad. Son ahora los laicos los que se vuelven intolerantes y dogmáticos…
Es preciso pues un debate cara a cara y asertivo por parte del cristianismo emancipatorio y partidario del diálogo con la modernidad sobre el discurso y la agenda laicista. Hay propuestas que niegan de hecho la libertad religiosa en el espacio público. Si el espacio público es laico, lo que estamos dispuestos a defender, no es en calidad de cerrado a lo religioso sino en cuanto defensa de una tradición de tolerancia, diálogo y libertad que incluya a lo religioso también como factor de deliberación ética y de construcción ciudadana.
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