"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

domingo, 14 de junio de 2009

Un nuevo error: la posible condena al teólogo Andrés Torres Queiruga.


A estas alturas ya uno no se asombra de nada y, conociendo la triste situación de la cúpula eclesial actual, no nos vamos a sorprender de que el grupo de funcionarios y fundamentalistas que están teniendo cada vez más peso en ella, comentan un nuevo error.


No hace falta buscar enemigos fuera, como les gusta a ciertos obispos que ven peligros masónicos y laicistas por todas partes, sin entender ni lo que es el laicismo sano ni la masonería; el peligro lo tenemos dentro, en las más altas esferas que están dinamitando todo lo que de inteligencia y de humanidad vaya asomando en el mundo cristiano.


Como un boxeador sonado, la cúpula eclesial pega golpes a diestro y siniestro, sin ton ni son, aterrorizada ante sus propios fantasmas, y termina por golpearse a sí misma y por destruir lo que con mucho trabajo y entrega se le va aportando para que pueda ofrecer al "dueño de la viña" los talentos que tiene, centuplicados. No es que entierre sus talentos es que los destruye en un acto suicida propio de alguien que ha perdido el juicio.


Ya recordaréis lo que decía en la parabola el Señor al siervo que enterró su talento:


"Siervo malo; sabías que yo soy un hombre duro, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues ¿Por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo hubiera cobrado con los intereses. Y dijo a los presentes: Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas... Os digo que a todo el que tenga se le dará; pero al que no tenga, aún lo que tiene se le quitará".


Biblia de Jerusalén, Lucas, 19, 22-28.


Recientemente hablaba con un profesor de religión, hombre más bien conservador, que me decía que tras estudiar teología la había tenido que dejar, por lo poco realista que era su lenguaje para poder transmitir la fe a los niños, sólo la pudo recuperar tras leer a Torres Queiruga.


No es un caso aislado, somos muchos los que hemos podido entender mejor la teología gracias a Queiruga y gracias a él continuamos en la Iglesia; lo que Queiruga ha aportado a la misma supera con mucho lo realizado por muchos de los obispos y funcionarios eclesiales que se han limitado a hacer carrera sin pensar demasiado (no vaya a ser que eso empañe su imagen de cara a la promoción). La envidia es la enfermedad de los mediocres. Y es rumor general que detrás de esta posible condena hay mucha envidia a una de las grandes cabezas de la teología española.


En fin, aquí os dejo algo de él para que veais las peligrosas ideas que sostiene, ideas como defender la esperanza frente al absurdo del mal o que Dios es amor. Algo por supuesto digno de una condena en toda regla.


EL PROBLEMA DEL MAL
La inevitable y posible teodicea

TEXTO DE ANDRÉS TORRES QUEIRUGA



Nota: Por teodicea se entiende el tratado de Dios o la ciencia de Dios en relación con el problema del mal.

El problema del mal es tan antiguo como el ser humano. En realidad constituye su problema, el problema por excelencia. La teodicea, o sea, la realidad Dios ha existido siempre en la mente humana pues es el modo como la humanidad ha tratado de dar algún sentido al problema del mal y del sufrimiento. Nadie escapa a ese problema, por tanto nadie puede dejar de darle algún tipo de respuesta. De manera consciente o menos consciente toda persona toma postura ante él.

El problema del mal empezó a plantearse dentro de la religión y con enorme seriedad como lo demuestran los textos religiosos: los poemas del justo que sufre (en Mesopotamia) el diálogo de un hombre con su alma (en Egipto)el libro de Job (en Israel) etc. pero no se cuestionaba la existencia de Dios por la existencia del mal sobre todo para los cristianos porque Jesús presenta un Dios salvador y liberador que ama sin límite y perdona sin condiciones. San Agustín dice: Dios por ser soberanamente bueno no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal.


Si de verdad se cree en el Dios de Jesús que es amor y crea por amor, que vive volcado con ternura infinita sobre todas y cada una de sus creaturas, no puede dudarse que hacia ellas de Él solo puede venir bien y salvación, en radical oposición a cualquier mal que pueda dañarlas. Así lo dice el libro de la sabiduría (Sb 11,24-26)


“Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces; si algo odiases no lo habrías creado ¿y cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida”


En efecto, Dios ama incluso cuando las creaturas son moralmente malas pues también sobre ellas hace salir el sol de su gracia y la lluvia de su bendición. Basta con repasar la parábola del hijo pródigo para negarse a poner en duda la radical oposición de Dios a nuestro mal, sea cual sea nuestra conducta.


Por lo tanto, si a pesar de que Dios no quiere el mal, ese mal está ahí es porque no puede ser de otra manera. Esto no anula la fe del creyente porque saben que ésta tiene fundamentos tan hondos y seguros que “debe de haber una solución” aunque no la conozcamos. Sin embargo hoy no podemos eludir el examen de la crítica.


Los ataques continuos que la modernidad ha lanzado contra la fe apoyándose en el problema del mal muestra lo serio del tema y que ya no valen simples arreglos. Ante estas dificultades no hay que refugiarse fácilmente diciendo que “es un misterio” porque una fe viva y realista debe estar dispuesta a dar razón de sus convicciones.


Creo que en el día de hoy hemos de completar esta interpretación que se apoya en la confianza en Dios con otras maneras que se enfrenten sistemáticamente a estas graves dificultades que la realidad del mal presenta a la coherencia de la fe en la nueva situación cultural.

Un replanteamiento necesario

El problema del mal no es un problema únicamente religioso sino simplemente humano. Afecta a toda persona como tal. Todos, creyentes y no creyentes estamos expuestos a su mordedura; nacemos llorando, al final nos espera la muerte y en medio nadie escapa a sus embates en forma de culpa o sufrimiento, de mal cometido o de mal sufrido, de catástrofe natural o de crimen humano.


Si nos planteamos la pregunta sobre el mal surgen distintas respuestas según la creencia o increencia. Entre ellas está la respuesta cristiana.

El mundo funciona autónomamente. A la pregunta clásica “¿de dónde viene el mal? la respuesta es “del mundo mismo”. Cada vez se hace más claro que la aparición del mal es inevitable en el mundo tal como es y como lo conocemos. Ni la evolución cósmica puede avanzar sin catástrofes y sufrimientos humanos y animales, ni la evolución social puede realizarse sin contar con luchas, desigualdades, opresiones e injusticias.

Con todo, filosóficamente queda una segunda pregunta: ¿es también inevitable el mal en otro mundo? ¿No sería posible un mundo, dentro del universo, sin conflictos, rupturas, crímenes y sufrimiento?¿Un mundo sin mal?

La raíz última del mal está en la finitud. Lo confirman tanto la evolución cósmica y biológica como la social e histórica. Nadie piensa hoy en la posibilidad de un mundo perfecto. Todos intuimos que la finitud excluye la perfección total por la misma razón que un círculo no puede ser cuadrado. Un mundo finito-perfecto sería un mundo finito-infinito, o sea una contradicción. Por lo tanto si la raíz del mal está en la finitud es imposible pensar en algún mundo sin mal. En la hipótesis de que exista vida en otros mundos no sabemos cómo serán sus problemas, sus enfermedades, o sus conflictos pero podemos estar seguros de que los tendrán. Serán diferentes pero llevarán la marca de lo que “no debería ser”. Habrá mal en ellos.


Esta ley no excluye la libertad. Pero la libertad también es finita por lo tanto está expuesta al fallo y al fracaso. No es posible una libertad impecable.

Una observación importante: el que el mal sea inevitable en una realidad finita no significa que ésta sea mala. Significa solo que es “finitamente buena” porque tiene que irse realizando en lucha contra el mal sin lograr nunca la victoria plena. La finitud no es un mal sino sólo la condición de que sea posible su aparición tanto el mal físico como el mal moral.

Diferentes respuestas frente al mal

Puesto que es inevitable la existencia del mal en el mundo porque es finito, constituye un problema para todos y nos podemos preguntar ¿Qué sentido tiene entonces la existencia? y por consiguiente ¿qué actitud se ha de tomar ante él y cómo afrontarlo? Ahí cada persona toma su opción, adopta su visión de la vida. La opción puede ser de tipo no creyente. Si así es puede adoptar distintas modalidades: un pesimismo, una desesperación, o una actitud heroica o simplemente pasar de ello y no pensar…Pero si la opción es de tipo creyente podrá ser quizá mágica o personalista, mística o profética, de renuncia al mundo o de transfiguración del mundo; son distintos tipos de respuesta con sus ventajas y sus dificultades. Lo importante es que cada una de estas respuesta juega un papel fundamental en la configuración de la propia vida.

La respuesta cristiana

Ante la inevitabilidad del mal la pregunta acerca de la coherencia del Dios de Jesús cambia radicalmente de tono y de lugar. Y no tendría sentido preguntar si Dios quiere o no quiere eliminarlo porque sería tan absurdo como preguntar si quiere o no quiere hacer círculos-cuadrados.


Habrá que afrontar el verdadero problema que es el siguiente: ¿Por qué, sabiendo que si creaba el mundo, éste estaría expuesto a los horrores del mal, Dios lo creó a pesar de todo? Se trata de revisar nuestra idea de Dios y de sacar las debidas consecuencias.


Empezando por la omnipotencia. Se trata de comprender el verdadero sentido de la omnipotencia. Dios es capaz de crear y dar autonomía a su creatura sin intervencionismos que la anularían puesto que eliminar el mal del mundo equivaldría a hacerlo infinito, es decir a negarlo.


Lo mismo sucede con la bondad. El Dios de Jesús es compasivo y liberador. Es el anti-mal. Así lo vieron los profetas y aparece con toda claridad en el viejo testamento. Así pues Dios ha creado el mundo porque vale la pena a pesar de lo inevitable del mal porque con su bondad nos acompaña siempre en la lucha contra él y con su omnipotencia es capaz de asegurarnos el triunfo definitivo. Esto, las religiones lo han presentido y afirmado siempre; que al final Dios, o lo Divino en sus diversas formas logrará librarnos de él. Toda religión en definitiva es “religión de salvación”

Pero sigue la dificultad

Porque si Dios nos va a liberar del mal esto quiere decir que existe una finitud sin mal -antes habíamos dicho que toda finitud lleva consigo la carencia de bien o sea el mal- ¿no es una contradicción?


San Ireneo nos da un comienzo de respuesta: Lo que es posible al final no siempre lo es al principio. Por mucho cariño que ponga, una madre no puede dar a comer carne a su reciennacido…No somos creados ya en la plenitud de la gloria que nos evitaría el mal, porque es imposible. La persona se hace en el lento y libre madurar de su propia historia. Un hombre o una mujer no pueden nacer ya adultos…¡! sería algo fantasmal. Estamos destinados a la plenitud del Ser y comenzamos a formarnos desde que nacemos.


Entonces…¿resulta cierto que hay una salvación perfecta sin dejar de ser finitos? Respuesta: Hay un rasgo en el ser humano, único y exclusivo que abre a esta posibilidad y es la aspiración, el anhelo, la tendencia, el deseo de “siempre más” nunca estamos satisfechos con nada, siempre anhelamos más y más y más. Somos “el infinito en hueco” un vacío capaz de infinito. ¿Y por qué? por la vocación y llamada a la Comunión con el Infinito. Se opera un trasvase de identidades: “Todo lo mío es tuyo, todo lo tuyo es mío” y esto lo hace el Amor. El Amor de Dios puede realizar lo aparentemente imposible: una cierta “infinitización” de la persona finita pues en la gloria ella puede decir “todo lo de Dios es mío”.


San Juan de la Cruz dice: “Porque estando el alma en una misma cosa con Dios, en cierta manera es ella Dios por participación…y allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria…”


conclusión

Sea cual sea cualquier mundo posible, será finito y por tanto también en él será inevitable el mal. Eso no implica que estemos ni en el mejor ni en el peor de los mundos posibles. Se trata de tener una visión realista y esperanzada. El mal se puede vencer. Dios está con nosotros para ayudarnos a superarlo a base de bien.

Hasta aquí, el resumen del artículo de Andrés Torres Queiruga.
Tomado de:


2 comentarios:

  1. Me ha gustado el artículo. ¿Puedes recomendarme algún libro de Torres Queiruga para este verano?

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  2. Pues claro Nicolás, te doy unos cuantos porque no todos serán accesibles, sobre el cristianismo te cito:
    -Creo en Dios Padre.
    -Recuperar la creación, por una religión humanizadora.
    -El fin del cristianismo premoderno.

    y si te interesa el tema del diálogo interreligioso es interesante:

    -Diálogo de las religiones y autocomprensión cristiana.

    Todos son de la editorial Sal Terrae.

    Espero que te gusten, en cualquier caso es una lectura vitalizante y enriquecedora. un saludo.

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