Antes de que la película del director francés Xavier Beauvois “Des hommes et des dieux” (“Hombres y dioses”) –que obtuvo el Grand Prix en el último festival de Cannes– llegue el 14 de enero del próximo año a nuestras pantallas, sería conveniente saber del hecho real que inspira el film: la muerte violenta en 1996 de siete monjes cistercienses (trapenses) del monasterio de Tibhirine, en Argelia.
Era una pequeña comunidad monástica que se vio inmersa en la violencia que reinó en aquellos años en Argelia. Eran de nacionalidad francesa y, como otros muchos, tuvieron que elegir entre quedarse o marchar a sus países de origen. Ellos optaron por permanecer al lado del sencillo pueblo argelino con el que compartían la vida. Se sentían unidos por imperceptibles lazos del amor.
Difícil fue la elección de quedarse para aquella comunidad de monjes. Durante años tuvieron que ir renovando su opción con la dificultad que acarrea la fragilidad humana en un ambiente en el que continuamente había noticias de muertes y violencia. Ellos mismos, la noche de Nochebuena de 1993, fueron objeto de una “visita” nocturna de seis hombres armados en actitud amenazante.
Mejor que mis palabras será escucharlo que salía del corazón de aquellos monjes a través de algo que nos dejaron escrito como testimonio del amor que sentían por el pueblo argelino y todos los musulmanes.
El prior de la comunidad, P. Christian Chergé, dejó escrita su profunda experiencia de vida y amor; y un tiempo después de la muerte de los hermanos, se dio a conocer el texto que a continuación incluyo, que verdaderamente es el Testamento de los monjes de Tibhirine.
Recomiendo una lectura del testamento, en clave de silencio y oración, para ahondar en el significado de la vida de los hermanos monjes de Tibhirine. Desde luego eran hombres, no dioses, pero Dios estaba con ellos. Por eso pudieron dar testimonio con su vida donada desde el amor.
Conocida, al menos un poco, la verdadera dimensión de la historia, en enero iremos al cine.
Cuando un A-Dios se vislumbra...
Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí. ¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente.
Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo.
En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizá, la "gracia del martirio", debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.
Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas. Argelia y el Islam para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma.
Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.
Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: "¡Que diga ahora lo que piensa de esto!". Pero éstos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con Él a Sus hijos del Islam tal como Él los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios, que parece haberla querido enteramente para este gozo, contra y a pesar de todo. En este gracias en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue prometido!
Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este gracias, y este "a-dios" en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.
¡Amen! Imjallah! , Christian
Argel, 1 de diciembre de 1993 - Tibhirine, 1 de enero de 1994
Bibliografía para conocer más acerca de la comunidad de Tibhirine:
Martirio y Consagración, Dom Bernardo Olivera - Publicaciones Claretianas
El Soplo del Don, Diario del Hno. Christophe, monje de Tibhirine - Ed. Monte Carmelo
El Soplo del Don, Diario del Hno. Christophe, monje de Tibhirine - Ed. Monte Carmelo
No se quien dijo " Que los dioses envidian a los seres humanos por que son mortales ", eso le da cierto interés, cierta grandeza a los actos. Algún día habría que hablar del suicidio, por que parece que hay dos varas de medir. Saberse hombre y limitado unido al instinto de supervivencia hubiera permitido que el "Amor" unos años después siguiera entregándose.
ResponderEliminarJuan Manuel
Hola Juan Manuel:
ResponderEliminarNo sé si he entendido bien tu comentario, parece que crees que es mejor que los monjes no se hubieran expuesto y parece que lo entiendes como una especie de suicidio.
En mi opinion los monjes no desearon nunca esa muerte, sino permanecer en el lugar, junto al pueblo de Argelia, llevando adelante el dispensario que tenían y viviendo con sus amigos musulmanes, que eran los que más sufrían la guerra civil. Su opción fue por la vida y nunca por la muerte, pienso. El testamento de Christian así lo señala parece.
Cuando el amor es totalmente altruista, sin pensar en uno mismo... muchas veces te lleva a la muerte y hay que estar dispuesto.
ResponderEliminarEso no quiere decir que haya que tomar precauciones pero el dstino es capáz de moldearlas.
Un abrazo.
Un excesivo idealismo, nos lleva a arriesgar la vida, por una causa.
ResponderEliminarTodos los mártires sin restarles merito, caen en un cierto orgullo, en defensa de su fe.
Dios no necesita, de héroes sino de personas, sabias que sepan cuidar y cuidarse, la vida no solo es bendita, sino que es lo que tenemos para desarrollar hasta el final, una convivencia, que una a todos, no solo en Cristo, Mahoma o Buda, no podemos defender nuestras ideas, en contra de otras hasta la muerte, eso creo por lo menos, espero no te enfades conmigo.
Un abrazo Jose Antonio.
Un abrazo Jose Antonio.
Olga y Carles: Creo que comparto vuestra reflexión, si la he entendido bien.
ResponderEliminarHola Miguel Angel:
¿por qué me iba a enfadar? Has expresado tu opinión de un modo muy adecuado y es digna de todo respeto. Desde mi punto de vista, los monjes no murieron por defender una ideología, sino por su opción por estar con los argelinos. Creo que es generalizar decir que los "martires" tienen siempre algo de orgullo, puede ser en algún caso, no sé en otros si será así. Cristo muere "martir" pero desde mi punto de vista no con orgullo.
un abrazo.
Cristo no tuvo un juicio, donde pudiera defenderse, por lo que dadas sus palabras, pase de mi este cáliz, puede que no tuviera elección.
ResponderEliminarYo tampoco veo orgullo en Cristo, pero veo una cierta manipulación, en la visión por parte de sus apóstoles, para dar explicación salvadora mundial a la muerte de su Maestro.
Como diferimos mucho sobre este tema, no quiero hurgar mas....pero no soy participe de morir mártir por nada, al contrario, quiero vivir, sin hacerme el único, el mejor, la verdad, el camino o la vida,pese a mis diferencias, con toda la humanidad, quiero ser uno con todos.
Un abrazo fraternal.
Se me ocurre que ese deseo tuyo es el de muchos mártires que quieren ser uno con todos, precisamente para no singularizarse pueden asumir correr riesgos y en ocasiones sufrir el mismo destino que otras víctimas. En ocasiones huir de ese destino puede ser distinguirse y creerse mejor que los demás, no hacerse solidario de los demas.
ResponderEliminarAcabo de ver la película, y me encantaría conseguir el libro para poder leerlo.
ResponderEliminarMe impactó; y me quedé con algunas imágenes y secuencias dando vueltas dentro.
Y un deseo intenso de vivir en serio, siendo fiel hasta el final a lo que uno ES, sin claudicar.
Estos mojes dieron su VIDA, que no es lo mismo que dejarse morir o matar; su vida como signo fuerte de PAZ.