Las formas futuras de la Iglesia están más allá de nuestro poder de prever, excepto una cosa: podemos estar seguros de que serán diferentes de las formas de ayer y hoy. La Iglesia no tiene necesariamente que mirar a la sociedad de mañana, ya que debe evitar esa conformidad con el mundo que el Apóstol condena (Rom 12,2).
Por otra parte, la Iglesia tendrá que hacer adaptaciones para poder sobrevivir en la sociedad del futuro y conformar los miembros de esta sociedad con las exigencias del Evangelio. Si miramos los profundos cambios que están teniendo en la sociedad secular y el impacto que están teniendo en la Iglesia en las décadas recientes parece prudente predecir que las cinco tendencias siguientes, observables ya en la historia reciente de la Iglesia, continuarán:
1. Modernización de las estructuras:
Las estructuras de la Iglesia especialmente de la Iglesia Romana Católica, participan muy fuertemente de las pasadas estructuras sociales de la sociedad europea occidental. En particular la idea de una sociedad «desigual» en la que ciertos miembros están situados en un plano superior y son invulnerables a las críticas y a las presiones de abajo, sintoniza mucho más con los antiguos regímenes oligárquicos que con la mentalidad del mundo contemporáneo.
En esta perspectiva, la sociedad actual adopta un enfoque mucho más funcional con respecto a la autoridad. La tarea de la cristiandad será armonizar un legítimo tipo de funcionalismo y sentido práctico con la idea evangélica de1 oficio pastoral como representación de la autoridad de Cristo.
Así la Iglesia, en mi opinión, tiene una importante contribución que hacer al mundo moderno. La concepción tradicional cristiana de la autoridad como servicio exigente permanece válida y potencialmente fructífera.
2. La comunicación ecuménica:
En esta perspectiva, la sociedad actual adopta un enfoque mucho más funcional con respecto a la autoridad. La tarea de la cristiandad será armonizar un legítimo tipo de funcionalismo y sentido práctico con la idea evangélica de1 oficio pastoral como representación de la autoridad de Cristo.
Así la Iglesia, en mi opinión, tiene una importante contribución que hacer al mundo moderno. La concepción tradicional cristiana de la autoridad como servicio exigente permanece válida y potencialmente fructífera.
2. La comunicación ecuménica:
Las presentes divisiones denominacionales entre las Iglesias, en gran parte, no corresponden con las realidades que simultáneamente unen y separan a los cristianos de nuestros días. Los debates que separaron a las Iglesias en el año 1054 y en 1520, aunque pueden reavivarse en actuales controversias, no son ya cuestiones que sean insalvables hoy en día. Se pueden encontrar métodos para superar las divisiones heredadas de manera que los cristianos comprometidos en diferentes denominaciones tradicionales se puedan encontrar de nuevo en una misma comunidad de fe, diálogo y adoración.
3. Pluralismo interno:
3. Pluralismo interno:
El pluralismo es ya hoy muy grande en algunas de las iglesias protestantes; estamos muy lejos de poder afirmar lo mismo con respecto a la Iglesia Católica. El fuerte centralismo del moderno catolicismo es debido a circunstancias históricas. En parte es fruto de una participación en una homogénea cultura de la Europa medieval y en parte al dominio de Roma con su rica herencia de cultura clásica y de organización legal.
En la Contrarreforma esta uniformidad se incrementó por una postura casi militar de resistencia a las invasiones de los sistemas ajenos de pensamiento, tales como el protestantismo y el deísmo racionalista.
La descentralización en el futuro implicará en una cierta medida una desromanización. Existen muy pocas razones para que la ley romana, la lengua romana, los esquemas conceptuales romanos y las formas litúrgicas romanas continúen siendo normativas para todo el ancho mundo. Con la creciente descentralización, la Iglesia católica en varias regiones será capaz de penetrar más vitalmente en las vidas de los diferentes pueblos y relacionarse de una manera más positiva con las tradiciones de las otras denominaciones cristianas.
4. Provisionalidad:
En la Contrarreforma esta uniformidad se incrementó por una postura casi militar de resistencia a las invasiones de los sistemas ajenos de pensamiento, tales como el protestantismo y el deísmo racionalista.
La descentralización en el futuro implicará en una cierta medida una desromanización. Existen muy pocas razones para que la ley romana, la lengua romana, los esquemas conceptuales romanos y las formas litúrgicas romanas continúen siendo normativas para todo el ancho mundo. Con la creciente descentralización, la Iglesia católica en varias regiones será capaz de penetrar más vitalmente en las vidas de los diferentes pueblos y relacionarse de una manera más positiva con las tradiciones de las otras denominaciones cristianas.
4. Provisionalidad:
En un mundo en el que todo se hace cada vez más rápido y que está proyectado al futuro, la Iglesia debe seguir proporcionando un campo de relativa estabilidad y debe capacitar al creyente para encontrar pleno sentido a su pasado religioso. Pero la Iglesia no puede permitir que se convierta ella misma en un relicario o una pieza de museo. Sino que debe mostrarse capaz de responder de una forma creativa a las demandas de nuevas situaciones y las necesidades de las generaciones que aún han de venir. Las decisiones de la Iglesia tienen que ir tomando de una forma progresiva la forma no de inmutables decretos, sino de mesuradas tentativas tomadas de necesidades cambiantes y de oportunidades temporales.
5. Ausencia de imposiciones:
5. Ausencia de imposiciones:
En la situación de nuestros días, en que nos encontramos en una situación postconstantiniana o de «diáspora», la Iglesia no debería ser capaz de relacionarse en la misma medida que antiguamente sobre la base de penalizaciones canónicas y de presiones sociales con el fin de mantener a sus fieles alineados. Nadie puede ser capaz de tomar opciones fuera de la Iglesia sin incurrir en miedos a sanciones legales o sociales. Más aún, el pluralismo interno de la Iglesia será tal que las directrices dimanadas de arriba deberán ser aplicadas en cada sitio de diversa manera, de forma que los oficiales de la cúspide no tengan capacidad para controlar los detalles que pertenecen al nivel de lo local.
En las presentes circunstancias, la Iglesia tendrá que regular cada vez más por persuasión y menos por la fuerza. Los oficiales deberán tener que preocuparse de contar con un amplio consenso antes de tomar decisiones, lo cual requerirá un amplio diálogo. En una cierta medida todo esto implicará una especie de humillación para la Iglesia, pero en otro sentido puede ser visto como un gran progreso.
La Iglesia será mucho más capaz de aparecer como una casa de libertad y como «un signo y una salvaguarda de la trascendencia de la persona humana»…
Con el gran despertar que significó el Concilio Vaticano II con sus grandes promesas de renovación y reforma, en los últimos tiempos estamos siendo testigos de un renacer del legalismo y la reacción.
El poder aún en pie de las líneas conservadoras y su determinación de adherirse a las formas antiguas ha sobrepasado lo que se podía esperar por parte de los ojos iluminados de los reformadores, que esperaban encontrar tras el Concilio tiempos fáciles para ellos. ¿Tendrá el tradicionalismo estático la última palabra? ¿O llegará a suceder que los hombres de la Iglesia de visión profética harán levantarse al Pueblo de Dios de una manera resuelta hacia el futuro?.
Lo que la Iglesia llegará a ser es algo que depende en un gran porcentaje de las respuestas que den los hombres, pero más aún de las libres iniciativas del Espíritu Santo. Si el hombre es libre y dinámico, el Espíritu de Dios lo es más aún. Para llevar a cabo su misión en la Iglesia, los cristianos, pues, tienen que abrir sus oídos y escuchar «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,17). Pero no es suficiente lo que el pueblo escuche a la Iglesia si la Iglesia a través de sus líderes responsables no escucha a su vez al Espíritu Santo. Sólo el Espíritu puede dar el necesario juicio y discreción. «El hombre espiritual juzga todas las cosas, pero no es juzgado por nadie» (1 Cor 2,15).
En las presentes circunstancias, la Iglesia tendrá que regular cada vez más por persuasión y menos por la fuerza. Los oficiales deberán tener que preocuparse de contar con un amplio consenso antes de tomar decisiones, lo cual requerirá un amplio diálogo. En una cierta medida todo esto implicará una especie de humillación para la Iglesia, pero en otro sentido puede ser visto como un gran progreso.
La Iglesia será mucho más capaz de aparecer como una casa de libertad y como «un signo y una salvaguarda de la trascendencia de la persona humana»…
Con el gran despertar que significó el Concilio Vaticano II con sus grandes promesas de renovación y reforma, en los últimos tiempos estamos siendo testigos de un renacer del legalismo y la reacción.
El poder aún en pie de las líneas conservadoras y su determinación de adherirse a las formas antiguas ha sobrepasado lo que se podía esperar por parte de los ojos iluminados de los reformadores, que esperaban encontrar tras el Concilio tiempos fáciles para ellos. ¿Tendrá el tradicionalismo estático la última palabra? ¿O llegará a suceder que los hombres de la Iglesia de visión profética harán levantarse al Pueblo de Dios de una manera resuelta hacia el futuro?.
Lo que la Iglesia llegará a ser es algo que depende en un gran porcentaje de las respuestas que den los hombres, pero más aún de las libres iniciativas del Espíritu Santo. Si el hombre es libre y dinámico, el Espíritu de Dios lo es más aún. Para llevar a cabo su misión en la Iglesia, los cristianos, pues, tienen que abrir sus oídos y escuchar «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,17). Pero no es suficiente lo que el pueblo escuche a la Iglesia si la Iglesia a través de sus líderes responsables no escucha a su vez al Espíritu Santo. Sólo el Espíritu puede dar el necesario juicio y discreción. «El hombre espiritual juzga todas las cosas, pero no es juzgado por nadie» (1 Cor 2,15).
Una preciosidad de escrito, felicitaciones.
ResponderEliminar¿Pero quien le pone el cascabel al gato?.
El Papa no lo va hacer, pues le va en ello todo su poder, los cardenales ,menos y si lo intentan los obispos van de medio lado.
El pueblo de Dios es el único, que dándoles la espalda, como ahora hacemos, puede conseguir algo, y si hacemos más, lograremos algo más.
La Iglesia tiene que dejar de ser religión, pues el religare es una falsedad, nunca dejamos de estar unidos a Dios, solo debemos de darnos cuenta, de ello,con la mística. y sobre todo que el pueblo participe y para ello, no se le puede seguir tratando como borregos, hay que ascenderlos de ovejas a personas libres y responsables, democracia ya.
Un abrazo Jose Antonio.
Un abrazo, Miguel, efectivamente la renovación de las iglesias vendrá de la mística y de los laicos y laicas, recobrando su protagonismo.
ResponderEliminarbendiciones.