"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

jueves, 21 de abril de 2011

RECUPERAR EL SENTIDO NO DOLORISTA (NO CENTRADO EN EL SUFRIMIENTO) DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS.





¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención».

Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que está en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para asumir así nuestra representación jurídica ante Dios y «pagar» por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» la ofensa, redimiendo de esa forma a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.

Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo, que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino de la Iglesia.

¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?

¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (aunque lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una maravillosa construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la genialidad medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo, en aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo bien: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van ya mucho más allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.

¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias?

Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como estamos en un siglo XXI...

Debajo de la semana santa que celebramos no dejan de estar, allá, lejos, bien al fondo de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya celebraban sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, de una a otra cultura, de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los nómadas israelitas como la fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como la fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención, por obra del genial san Anselmo de Canterbury..

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente!

No vamos a desarrollar aquí, ahora, una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos por hoy cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables del deseo de que «otra semana santa es posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

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No obstante, la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí, pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró. En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una «propuesta nueva pero desde los mismos fundamentos»... Hoy esos fundamentos están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva, es decir, desde presupuestos nuevos: sin «dos pisos», sin el histórico pecado original, sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas literales...

En este sentido, es el obispo John Shelby SPONG quien con más claridad y valentía está proponiendo reinterpretar el cristianismo desde una superación radical de este «mito básico cristiano», como lo llama él: cfr. el capítulo «Cambiando el mito básico cristiano» de su reciente libro «Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo» (Editorial Abya Yala, Quito enero 2011). Véase un artículo exprofesso sobre el tema en la RELaT titulado «Jesús como rescatador y redentor: una imagen que debe desaparecer» [.

También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista,).



Tomado de http://admaioremdeigloriam.wordpress.com/2010/03/28/comentarios-domingo-de-ramos/

DIOS NO QUISO SU MUERTE

No. No fue por voluntad de Dios,
ni mucho menos porque fuera necesario su sufrimiento para nuestra salvación. La pasión y muerte de Jesús, en cuanto sufrimiento y muerte, no formaban parte del designio de Dios. Fueron exigencia del pecado instalado en la esencia del poder de este mundo.

NO FUE DIOS

Se ha dicho, y quizá se siga diciendo, que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios como condición para conce­der a los hombres el perdón de los pecados: como nosotros, humanos, no teníamos capacidad para merecer el perdón de Dios, éste envió a su Hijo para que, sufriendo y muriendo, consiguiera para nosotros los méritos necesarios para alcanzar tal perdón.

Mirando las cosas desde el corazón del hombre no es posible pensar que un padre exija el sufrimiento y la muerte de su hijo para perdonar a otros hijos suyos, y si hay algo claro en los evangelios es que Dios es Padre. ¿Cómo se puede compaginar la imagen de un Dios justiciero implacable con el padre de la parábola del hijo pródigo (véase comentario núm. 13) que está esperando a su hijo para perdonarlo, que, cuando llega, no lo deja terminar de pedir perdón y que, además, organiza una fiesta porque lo ha recuperado vivo?

Sin embargo, en los evangelios hay frases que, si se sacan fuera de su contexto, podrían servir para justificar esta forma de pensar: «Padre, si quieres, aparta de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo»; éste, que pertenece al evangelio de hoy, podría ser uno de ellos.

FUERON ELLOS

Los evangelios, y de forma especial el de Lucas, dejan muy claro quiénes fueron los verdaderos culpables de la muer­te de Jesús: fueron ellos, los poderosos, los que manipulaban la fe del pueblo para manejar a su antojo a la gente, los que habían convertido la religión en un negocio, los que estaban interesados en que los pobres tuvieran miedo de Dios para que así les temieran también a ellos: los sumos sacerdotes, los letrados, los jefes, los reyes, los que se hacen llamar bien­hechores de la humanidad… ¡en beneficio propio! Y también aquella parte del pueblo que, por miedo, por ceguera o porque se han dejado dominar por la ambición de poder, no se atreven a ser libres, no se deciden a ser hijos, no se arriesgan a ser solidarios, no se atreven a ser hermanos. Esos fueron los responsables de la muerte de Jesús. Fueron ellos los verdade­ros culpables. No fue Dios ni el pueblo judío. Fue el sistema de poder establecido que contaminaba, como aún hoy la con­tamina, la sociedad de los hombres: los jerarcas judíos (22,66s; 23,1-2.13-23), denunciados directamente por Jesús (véase Lc 20,14); Herodes, cuya autoridad Jesús se niega a reconocer (22,8-12), y Pilato, que prefiere ceder a la arbitrariedad de los grandes en lugar de hacer justicia a los derechos de un pobre (22,24-25), y una parte del pueblo, totalmente dominada por sus opresores (22,13-23). Lucas, sin embargo, tiene buen cuidado de salvar a «una gran muchedumbre del pueblo, incluidas mujeres» (22,27), que siguen a Jesús por su camino hacia la cruz.

LO QUE DIOS SI QUERIA

¿Qué es entonces los que Dios quería? ¿Cuál es ese desig­nio que Jesús dice que debe cumplirse antes que el suyo propio?

Lo que Dios pide a Jesús es que mantenga su compromiso de amor hasta el final, aunque los enemigos del amor lo hagan víctima de su odio asesino; que sea solidario con sus herma­nos, aunque los enemigos de la solidaridad lo intenten elimi­nar. Es el amor, la lealtad en el amor, lo que Dios quiere. Un amor sin límites, que será la manifestación del amor del mismo Dios.

Jesús sabe que ese amor será rechazado por los que disfru­tan o ambicionan el poder, por los que gozan de privilegios gracias a la injusticia establecida en la sociedad, y sabe que no van a ser blandos con él, porque su propuesta, convertir este mundo en un mundo de hermanos, acabaría con sus injusticias y sus privilegios. Y ante el dolor y la muerte, siente miedo «como un hombre cualquiera» (segunda lectura). Pero él está decidido hasta el final, y en el momento final seguirá dejándolo todo en las manos del que él sigue llamando Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu».

¿Y lo de que la muerte de Jesús nos obtiene el perdón de los pecados? Pues precisamente porque es la mayor muestra de amor que un hombre puede dar por sus amigos: dar la vida. Es el amor lo que salva, lo que libera, lo que obtiene el perdón, no la muerte en cuanto muerte ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. El amor de Dios que se manifiesta en el amor de su Hijo-hombre; el amor de aquel hombre que se mostró así como el Dios-hermano.

LA HORA CERO DE LA CUENTA ATRAS

«Cuando llegó la hora, Jesús) se recostó a la mesa y los apóstoles con él» (22,14). Jesús no se pone a la mesa con los Doce -¡si Judas ya ha resuelto entregarlo!-, sino con los «após­toles»: la denominación positiva «apóstoles/enviados» pone a la eucaristía bajo el signo de la misión; el compromiso que ésta presupone será lo que les capacitará para llevarla a término. La frase semitizante: «con gran deseo he deseado», expresa el deseo vivísimo de Jesús de completar su obra (c£ 12,50) y lo relaciona con el hambre que experimentó en el desierto (c£ 4,2: al término de los «cuarenta días», toda su vida pública). Es la última «pas­cua» que Jesús comerá con ellos antes de su pasión (22,15). Con su muerte inaugurará un nuevo éxodo, una nueva pascua, ya no patrimonio de Israel, sino de toda la humanidad: ésta no tendrá plena realidad hasta que los paganos reciban el mensaje (22,16: «hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios», cf. 9,27; 13,28s; 21,31).

A continuación expresa el mismo compromiso de entrega, el suyo personal y el de los discípulos: «Tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomad, repartidla entre vosotros; porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios” »(22,17-18). Jesús acepta la «copa», anticipando el momento en que el Padre le pedirá que acepte su pasión y muerte como expresión de su entrega total por amor a la humanidad (cf 22,42). Con ella Jesús renueva el compromiso sellado en el bau­tismo (cf. 3,21-23; 12,50) y a la vez invita a los discípulos a comprometerse con una entrega semejante a la suya (cf. 9,24).

El producto de la vid contiene una alusión a la parabola de los viñadores (cf. 20,9-19). El reinado de Dios se inaugurará con la entrada de los paganos (cf. 20,16: «entregará la viña a otros»).

«PARTIR EL PAN», SIGNO DE IDENTIFICACION

DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

«Y cogiendo un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo [...]. Pero mirad, la mano del que me entrega está a la mesa conmigo, porque el Hombre se va, según lo establecido, pero ¡ ay del hombre que lo entrega!”» (22,19a.21-22). Con toda probabilidad éste es el texto primitivo de Lucas. La mayoría de códices griegos, en cambio, conservan un texto más largo (el que se suele editar en las traducciones), emparentado con 1Cor 11,24b-25, que lo asimila a Mc y Mt. De hecho, el lenguaje de la lección larga presenta rasgos no lucanos, su origen es muy difícil de explicar y el significado de la segunda copa no podría ser distinto del de la primera (la aceptación por parte del discípulo de la entrega de Jesús y de la suya propia); finalmente, el texto breve da cuenta de la expresión «la fracción del pan» empleada exclusivamente por Lucas para la eucaristía (Hch 2,42.46; 20,7.11) o como forma de reconocer a Jesús (Lc 24,30.35; cf. 9,16).

Lucas evita cualquier atisbo de terminología sacrificial, ci­frando en la acción de «compartir» la señal distintiva de la iglesia «cristiana» (cf. Hch 11,26). Esta se manifiesta precisamente, no a base de grandes proyectos comunitarios (como se propuso la iglesia «judeocreyente» de Jerusalén, a imitación de comunidades judías análogas, como la de Qumrán), sino en el preciso instante en que se dispone a prestar un servicio a los demás (cf Hch 11,28-29). Poner los bienes en común puede ser un acto heroico, pero es puntual y, bien mirado, egoísta, ya que revierten en el mismo grupo o comunidad que se beneficia de ellos; en cambio, compartir los bienes propios, «según los recursos de cada uno» (Hch 11,29), nos obliga a salir de nosotros mismos y nos entrena para una comunión de bienes cada vez más universal.

La traición de que ha sido objeto Jesús por parte de Judas no es un sacrilegio (lenguaje religioso) ni una deserción (lenguaje secular), sino fruto de la especulación más horrenda: «y se com­prometieron a darle dinero» (22,5). Judas, lejos de compartir, ha vendido al Maestro a cambio del valor supremo de la sociedad, al que nunca había renunciado (por mucho que lo hubiese dejado todo). La invitación que Jesús hará al grupo a continuación conviene que nos la grabemos en la cabecera de la cama. «Vamos a ver, ¿quién es más grande: el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve» (22,27). No tiene vuelta de hoja. Lucas lo desacraliza todo y lo sitúa a nivel del hombre, a nivel del plan de la creación, donde no existe puro e impuro, sagrado o profano (léase tres veces [!] Hch 10,9-16; 11,5-10), sino «pan», «compar­tir» y «servir». Eso está al alcance de todo el mundo.

LA CRUZ

la cruz aparece en este relato de la Pasión como un verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc 23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

A la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51); el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos(Lc 23,34); el del malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).

Jesús aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aún en el proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El centurión también reconoce su inocencia.

Sólo en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero, para Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por el Señor.

La Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y de la muerte de Jesús.

Lucas concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús. Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23). En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese ‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret, Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2 que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.

Nota para lectores críticos

Si somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.

Pues bien, en la historia ha habido varios modelos soteriológicos.

El modelo que nos ha llegado a nosotros es el que elaboró fundamentalmente san Anselmo de Cartebury en el siglo XI,
sobre la tradición jurídica del derecho romano. El ser humano ofendió a Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.

Por una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no es «la» explicación, sino «una» explicación, no la única. Además, no está en el Nuevo Testamento: es una elaboración teológica muy posterior, que asume las categorías y la lógica del derecho romano recepcionado en el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción. Es la teología de la «redención» («re-d-emere»), re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.

Esta teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de pastoral tienen todavía hoy día en su conciencia, en su comprensión del cristianismo, o en su subconsciente incluso. Y es para muchos de ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio de la «redención».

Hay que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la metáfora nunca debe ser tomada literal ni metafísicamente, sobre todo en el segundo término al que traslada el sentido (“metá-fora” = cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos soteriológicos o, en general, esas teologías, aparecen crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor» feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana… para cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y miles de años -hoy sabemos que serían millones de años-, hasta la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo, con razón.

Si este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la «satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un derecho sobre la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V, 1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17 y 18).

Este modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad, aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana. Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que retiene la la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es resarcido «justamente» por Dios, nada menos que con la muerte de su Hijo, un Diablo que sólo así será «derrotado por la victoria de Cristo».

¿Qué queremos decir con todo esto? Muchas cosas:

-que las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni descripciones metafísicas;

-que las teologías son muchas, variadas, no sólo una… y que cuando adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata sólo de «una» teología, no de «la» teología;

-que las teologías son contingentes, no necesarias;

-que son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la sociedad en la que han sido concebidas;

-que son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta desechadas;

-que los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar muy atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;

-que pueden y deben tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra generación actual a las preguntas de siempre.

La Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de nuestros esquemas teológicos al respecto.

- Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://www.untaljesus.net

- La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene un capítulo, el 85, titulado «¿Los judíos mataron a Cristo?», que puede ser útil para suscitar un diálogo-debate sobre el tema. Su guión y su audio puede recogerse en http://www.emisoraslatinas.net/entrevista.php?id=180085

- Como bibliografía para recuperar lo mejor de la visión clásica de la teología respecto a la pasión y muerte de Jesús, recomendamos el excelente libro de BOFF Pasión de Cristo, Pasión del mundo (Sal Terrae en España, Indoamerican Press en Colombia, Vozes en Brasil…). Del mismo autor, el artículo 217 en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat): Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro señor Jesucristo.

Para el estudio de la sucesión de interpretaciones de las fiestas a lo largo de la historia de Israel, se puede recurrir al ya citado Fiesta en honor de Yavé, de Thierry MAERTENS (disponible en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca). También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista, www.seleccionesdeteologia.net). También, véase: John Shelby SPONG, Jesús como Rescatador y Redentor: una imagen que debe desaparecer, en RELaT (servicioskoinonia.org/relat/380.htm). Sobre mesianismo, véase: Jon SOBRINO, Mesías y mesianismos, (servicioskoinonia.org/relat/069.htm).

8 comentarios:

  1. Muchos de esos conceptos que contribuyeron a ese armado no son necesariamente evangélicos sino tan solo humanos, más específicamente acordes a una experiencia humana de un determinado tiempo. No a todo el mundo se le ocurre que la magnitud de la ofensa se mide por la dignidad del ofendido. Me permito decir que eso solamente se puede concebir en una sociedad en la que existe la creencia en seres humanos más dignos y menos dignos. Ya eso para mi da un contexto erróneo. Luego la extrapolación de ese concepto meramente humano a la realidad de Dios, vaya antropomorfismo si lo hay. Y además de todo eso una construcción que pide a gritos soluciones increíbles para tapar las propias falencias de esa lógica. De la dignidad del ofendido a la magnitud de la ofensa, del daño hecho a la necesidad de reparación de ésta a la imposibilidad nuestra de repararlo -dada nuestra contingencia y finitud- y de ahí a la necesidad de un ser Infinito para reparar la ofensa.

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  2. Efectivamente es una explicación deudora de la mentalidad y el contexto de su época, algo por otro lado comprensible, posiblemente supuso un avance con respecto a interpretaciones anteriores, si bien hoy es insostenible.

    Gracias por tu aportación, un abrazo.

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  3. Personalmente tal como yo lo veo y valoro, la historia de Jesús nos habla y describe de manera profética el paso del hombre por el mundo. Nacimiento de una madre naturaleza virginal e inocente "Maria", un desarrollo natural e imbuido en el pensamiento mágico arcaico con su eslabón perdido, pues hay mucho de la vida de Jesus que es desconocido, para pasar a una perdida o camino con la cruz y hacia la cruz que simboliza el pensamiento mecánico_racional lieralista_coceptual que nos deshumaniza, torturando al alma hasta la indescriptible soledad ante la vida natural y humana.

    Una vez crucificado en vida, sin mas vinculo con la totalidad que es "Dios", se siente abandonado, desesperado, a pesar de que en su corazón existe la semilla cristica de la unidad con Dios y que ha defendido aun en modo inconsciente por recuperar el vinculo en algunos casos, y en otros conscientemente pero luchando contra la adversidad.

    Posteriormente muerte y resurrección, que no es mas que trascendencia de toda su historia camino hacia la unidad.

    *Nota . La Jeralquia Eclesial esta simbolizada por Pilatos

    Juan Manuel

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  4. La vida de Jesús puede ser una referencia inspiradora para tod@s, cada época ha ido elaborando su visión de Jesús, traduciendo a su lenguaje la experiencia que vivió y que se considera una referencia.

    Gracias por compartir tu visión.

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  5. Hola José Antonio:

    He disfrutado leyendo lo que hoy nos traes en tu nueva entrada. Cada vez son más los que proclaman la necesidad de revisar y reinterpretar el Misterio cristiano. Envestir con un nuevo ropaje las eternas verdades.

    Gracias

    Un abrazo

    José

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  6. Hola José Antonio,

    Una entrada miy interesante que plantea un nuevo reto en el corazón dela Iglesia como es la renovación o transformación de ese "dolorismo", "oscurantismo", "amargura" de la Pasión de Jesús (que tanto protagonismo cobra en la Semana Santa) en el verdadero gozo y fiesta de la Resurrección, que no siempre es debidamente sentida y festejada como correspondería con la tradición.

    Un cordial saludo,

    Pablo

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  7. Muy buenas interpretaciones.
    De esa manera puede vivirse la Semana Santa felizmente.
    La Vida de Jesús, ese gran Hombre que simbolizó la Conciéncia Cristíca para todo el mundo, es el mismo reflejo que la nuestra.
    A El vamos unidos.
    Nacemos en la cueva del corazón donde todo es oscuro, salvo una pequeña Luz que va creciendo. Todas las partes de la Naturaleza están a nuestro alrededor.
    en el Bautismo: Nos lavamos y despojamos de nuestro egos.
    La Transfiguración en el Monte: Nuestra mente y Corazón hacen vida conyugal, la mente se expande y abraza.
    La Cruz:
    Nuestra vida, con todas sus penas, la gente que no te entiende, los golpes, las acusaciones por no ver o no querer ver lo que tu ves, de esa manera vamos ascendiendo hasta dejar en esa cruz todo lo que no sirve y elevar los ojos al padre.. Resucitando al final como un Hombre totalmente nuevo y transparente. A los demás les es muy díficil conocerte como antes, pero al final, más pronto o más tarde los más cercanos van abriendo también los ojos.
    La Semana Santa te da el mensaje de salir del sepulcro y vivir plenamente de la Luz.
    Vivamos su mensaje en nosotros.
    Cuando un Maestro ha cumplido su enseñanza se va por otros caminos para que el pueblo siga el suyo própio libremente, pero siempre a su lado en conciéncia.




    Grácias.




    Grácias.

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  8. Hola Frater:

    Me alegra mucho te haya gustado la lectura de estos temas, de alguna manera están en sintonía con tu propia labor de relectura del misterio cristiano a través de la investigación que das a conocer con tu novela.

    un abrazo.

    Hola Pablo:

    Gracias por tu aportación , yo también creoq ue hay que centrar más todo en la resurrección, verdadero centro del mensaje cristiano.

    un abrazo.

    Hola Olga i Carles:

    Gracias por compartir vuestra experiencia y refelxión en torno a el misterio de Cristo, expresándolo en términos tan cercanos al pensamiento transopersonasl y acercándolo así a nuestra cultura actual.

    un abrazo también para vosotros.

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Hola, Bienvenid@s.


Este Blog quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos que queremos ayudar a transformar la sociedad para convertirla en un lugar más fraterno, más libre, más justo y, a la vez, somos conscientes de que todo cambio social sólo es posible si hay un cambio personal e interno y no se olvida lo que nos enseña la Tradición Espiritual de la Humanidad, intentándo actualizarla creativamente en cada época.


Mi camino...

el camino que sigo es el camino de la mística del amor, no un amor sentimental, sino un amor inteligente o consciente (amor iluminado decían los antiguos) y solidario, que no olvida el sufrimiento y la injusticia.
Guiado de la mano de de la mística monástica cisterciense (la primera mística moderna del amor), el esoterismo cristiano, la mística de san juan de la cruz y el zen... y animado por ideales progresistas y solidarios os invito a caminar juntos hacia un mundo y unos hombres y mujeres nuevos.