"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

viernes, 29 de octubre de 2010

Volver a Jesús, por José Antonio García, s.j.


Tomado de la revista Sal Terrae 97.

Cuando las «tradiciones» cristianas que en otro tiempo orientaron la vida de sociedades y sujetos han perdido ya ese poder –ejercido muchas veces indebida y abusivamente– y cuando, consiguientemente, se genera en quienes formamos la gran Iglesia el inevitable desconcierto de no saber cómo situarnos en la nueva coyuntura, es preciso volver a Jesús («fides retro oculata»), al origen y fuente de nuestra fe. Por más importante que sea mirar atentamente al hombre y la sociedad actuales («fides ante oculata»), no será suficiente. La fe cristiana está hecha de esas dos miradas: la segunda desde la primera, la primera en la segunda. Es claro: la primacía es de la primera, la que funda radicalmente nuestra fe.


La expresión «volver a Jesús» puede resultar ambigua, puesto que no se trata de ningún ejercicio histórico o arqueológico. Tal vez habría que decir, siguiendo en esto a San Ignacio de Loyola: «traer a Jesús» a nuestro presente (Ejercicios Espirituales, 102), pues de eso se trata. Ésa la misión que dio Jesús al Espíritu poco antes de morir: la de hacer que Cristo fuera contemporáneo nuestro (Jn 16,12-15) Ahora bien, en esta última perspectiva tampoco podríamos olvidar que Cristo es Jesús de Nazaret, resucitado pero el mismo. En tal sentido, las dos expresiones podrían ser perfectamente asumibles.

Pues bien, vayamos o traigamos a Jesús, siempre contemplaremos en él lo mismo: su Pasión por Dios, de la que deriva y en la que entronca su amor y entrega a la humanidad, especialmente a los pobres, a los enfermos y a todos los excomulgados de la vida. No deberíamos equivocarnos, por tanto. Si la Iglesia es (somos) prolongación histórica del cuerpo salvador de Cristo, su primer reto es Dios. Dios y su Reino. De Dios debe «recibirse» la Iglesia, no de sí mima ni de ningún otro. Al Reino de Dios ha de «consagrase» la Iglesia, y a nadie más. Dios y su reino ha de ser su Tesoro, sus Ojos, su Señor (Mt 6,19-24).

Prolongar históricamente a Jesucristo en su pasión por Dios va a suponer para la gran Iglesia en España y para todos nosotros en ella buscar más a Dios, dialogar más con él, discernir junto a él nuestra vida y acción: buscarlo y hallarlo en todas las cosas. Por lo general, hablamos mucho de él, pero demasiado poco con él. Va a suponer también acompañar a otros en esta misma búsqueda.


Prolongar históricamente a Jesucristo en su pasión por la humanidad, y especialmente por los pobres... Pido disculpas por centrarme en dos de esas pobrezas, consciente como soy de que la lista sería interminable:


– Se avecinan unos años socialmente duros para nuestro país, y mucho más para los terceros mundos. Los efectos de la crisis económica ya están ahí e irán a más. Todos sabemos a quiénes golpearán con más fuerza. La Iglesia de España está haciendo ya un esfuerzo inmenso (reconocido unas veces, otras no) por aliviar muchas necesidades materiales. Pero no bastará con eso en los próximos años.

¿Somos conscientes, o lo somos suficientemente, de que la respuesta de la fe a esta situación pasa necesariamente por los bolsillos de quienes sufrimos menos, poco, o nada, esa crisis? He ahí una primera derivación de que Dios sea realmente el primer «problema» de la Iglesia para todos: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, clases medias, gentes que conservan su trabajo y gozan de una relativa estabilidad económica... Desde los más golpeados, Dios llama a su Iglesia a una mayor movilización en favor de quienes son sus predilectos por el simple hecho de necesitar más de su «reinado».

– Dentro de la gran Iglesia existen otras situaciones de pobreza que no podemos más que mencionar (las llamamos así por lo que tienen de exclusión real, coincida además o no con otro tipo de exclusiones sociales o económicas). Por ejemplo: parejas que conviven antes de casarse; divorciados vueltos a casar; miles y miles de parejas casadas que no viven su relación afectivo-sexual según las normas de la Iglesia; otros tantos que sólo se identifican «parcialmente» con ella; el mundo de los homosexuales; etc., etc. ¿Qué pensar de su situación actual ante la gran Iglesia? Pero ¿qué pensar también de la posición de nuestra Iglesia ante todos ellos?.


Hace años, leí un librito del teólogo alemán y ahora cardenal, Walter Kasper, al que me siento muy agradecido7. Al hablar de los fracasos matrimoniales y de la postura de la Iglesia con respecto a los divorciados, decía lo siguiente: con respecto a la indisolubilidad del matrimonio, la Iglesia no podrá renunciar a seguir predicando el ideal evangélico defendido por el propio Jesús: la del matrimonio para toda la vida, símbolo (sacramento) del amor inconmovible de Dios a la humanidad. No podría hacerlo.


Pero en Jesús no encontramos sólo ese dato. Encontramos también una infinita misericordia, com-pasión y acercamiento hacia los «fracasos humanos». ¿Por qué no podría la Iglesia, se preguntaba Kasper, conjugar mejor las dos actitudes de Jesús: el anuncio de un ideal al que prepararse y por el que luchar, y la com-pasión no excluyente hacia los fracasos o impotencias humanas, casi siempre tan condicionados? ¿No existe otra manera mejor que la actual de defender la sexualidad humana, el matrimonio, la fe débil, etc.?

Estas preguntas son extremadamente serias para nuestra Iglesia pues están en la base de una enorme sangría eclesial, producida sobre todo a partir de la Humanae vitae. No podemos cerrar los ojos ante este «éxodo silencioso» de muchos creyentes que ni entienden ni ven fundadas ni cumplen algunas disposiciones del magisterio en todos estos campos. Con un agravante añadido: el descrédito se extiende hacia otros terrenos en los que la Iglesia empeña su palabra de un modo mucho más comprometido y trascendente. Me refiero, por ejemplo, a los temas del aborto, la justicia social, etc. Ese creciente descrédito hace que todas sus palabras se arrojen indebidamente en el mismo saco roto, aunque en realidad tengan muy distinta fundamentación e importancia.


Urge, por tanto, un replanteamiento en este y otros campos que incorpore mucho más que hasta ahora el diálogo interno de la Iglesia y también el diálogo de la Iglesia con las Ciencias y la sociedad. Tenemos que aprender a vivir en una sociedad plural, no tutelada ya por la Iglesia. Tenemos que aceptar con humildad y paz que no poseemos «todas las palabras» sobre los problemas humanos y que, por tanto, ni podemos darlas por definitivamente encontradas ni, mucho menos, imponerlas. Sí buscarlas con otros; y, por supuesto, proponer sin imponer la que sí es nuestra: Jesucristo y su Evangelio.

4 comentarios:

  1. "Ego dico tibi quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversum eam."

    Una sociedad no tutelada ya por la Iglesia. No se van a dejar.

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  2. Sí no será fácil,si bien merece la pena, ¿no?

    un abrazo.

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  3. Que razón tiene Nicolas, pero merece la pena Jose Antonio.
    Que Pedro fuese la primera piedra, no quiere decir que los pontífices, no tengan que estar a las ordenes del Pueblo de Dios.
    Espero verlo...
    Un abrazo en Cristo.

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  4. Efectivamente, el magisterio no es autosuficiente, está al servicio de la Palabra de Dios y del sensum Fidei del Pueblo de Dios.

    abrazos.

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Este Blog quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos que queremos ayudar a transformar la sociedad para convertirla en un lugar más fraterno, más libre, más justo y, a la vez, somos conscientes de que todo cambio social sólo es posible si hay un cambio personal e interno y no se olvida lo que nos enseña la Tradición Espiritual de la Humanidad, intentándo actualizarla creativamente en cada época.


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