¿Dónde está el cristianismo hoy en España? ¿Cuáles son sus expresiones determinantes tal como ellas han ido construyéndose en los decenios siguientes al Concilio Vaticano II?. Yo veo cuatro formas de cristianismo explícito:
I. El primero es el que se ha configurado a lo largo de los siglos, con sus expresiones normativas en el dogma, la jerarquía apostólica, los sacramentos, el clero, las organizaciones parroquiales, bien de carácter estrictamente religioso o en su prolongación mediante asociaciones de seglares. Es el cristianismo implantado en el lugar, referido a demarcaciones concretas y atenidas a pie de tierra en lugar y tiempo.
II. Junto a esta primera expresión han ido surgiendo a lo largo de los siglos intentos de expresar el evangelio en una radicalidad mayor bien por una entrega incondicional de ciertas personas a su anuncio, bien por la voluntad de expresar comunitariamente alguna de sus exigencias o porque han ido apareciendo tareas universales que la iglesia parroquial y diocesana no podía cumplir. Primero fueron los monjes y luego San Benito, instrumento providencial en Europa para el cultivo de las tierras, la cultura del espíritu y el culto a Dios. Franciscanos y dominicos en el siglo XIII, jesuitas y carmelitas en el siglo XVI, las congregaciones de enseñanza, caridad y misión en el siglo XIX, han ido dando cuerpo histórico al evangelio, para ser vivido no sólo como tradición y norma colectiva sino desde la experiencia personal, confiriéndole credibilidad histórica. Los monjes, religiosos y religiosas en sus variadísimas formas deben ser la cabalgadura ligera de la iglesia, la presencia inmediata en las situaciones límite, la voz profética ante lo nuevo no atendido o frente a lo viejo necesario pero olvidado.
III. En los últimos decenios han surgido otras formas expresivas del cristianismo: movimientos, comunidades, grupos carismáticos... Son el reverso necesario de una iglesia ya dentro de una nueva sociedad, en la que tejido cristiano y tejido social no coinciden, en la que no basta la fe recibida en las anteriores formas tradicionales, en las que no es suficiente la participación anónima en la parroquia y menos todavía la realización individualista y solitaria de la existencia cristiana. La sociedad secular, las ideologías dominantes, la información derivada de otros intereses económicos o políticos, ideológicos y sociales, para los que la dimensión religiosa no cuenta: todo ello orientó a una reconstrucción de la fe desde bases estrictamente personales, desde una nueva inserción en la iglesia, desde unas articulaciones grupales con cuya ayuda la fe del individuo pudiera formarse y consolidarse, purificarse y defenderse. Estos grupos, legítimos y necesarios, pueden convertirse en minorías acendradoras de una fe más experiencial y misionera, o pueden degradarse en sectas.
IV. Hay todavía una cuarta expresión de este cristianismo católico, despuntando como brizna de nuevas floraciones, todavía apenas perceptibles, pero que llevan dentro de sí una nueva primavera. Me refiero a los bautismos y conversiones de adultos. No pocas madres y padres formados universitariamente entre los años sesenta y los noventa rompieron con su tradición católica, no bautizaron a sus hijos ni les legaron en familia oraciones, signos, experiencia religiosa alguna. Han pasado los años y esos hijos creciendo en la no fe se encontraron con las preguntas inevitables, con los interrogantes que inexorablemente exigen respuestas, con la propia vida por hacer, con el testimonio de creyentes ejemplares. Pidieron cuenta a sus padres de esa negligencia religiosa y estos, aturdidos y ya desilusionados de las revoluciones soñadas, no saben responderles. De estos que descubren la fe como un universo de valor, dignidad humana y promesa divina, los que antes no habían recibido el bautismo ahora lo piden y quienes ya estaban bautizados se integran para una nueva formación e inmembración personalizada en la Iglesia. Ellos ya no saben del nacionalcatolicismo, ni de Franco, ni de las disputas en torno al Concilio Vaticano II, ni de integristas y progresistas. Sencilla y radicalmente preguntan por Dios, se asombran ante Cristo, reconocen lo que ha sido la gran tradición de santos, mártires y escritores en la Iglesia. Más allá de sus padres y de su contexto en esta España convulsa se abren a Dios, se convierten a Cristo e integran en la Iglesia, porque saben que sólo desde dentro de ella la llama de la fe tiene pabilo y cera para seguir ardiendo sin consumirse.
Estas son las cuatro formas primordiales que veo en el cristianismo español. Cada una de ellas tiene sus acentos y establece sus primacías. Una pone en primer plano la dimensión institucional de autoridad y fidelidad a una tradición apostólica que hay que prolongar; otra la atención social y la innovación misionera; otra la experiencia sacramental y la identidad eclesial; la última subraya la dimensión de gracia y el valor humanizador propio de la fe. Estos últimos venidos a la fe explicitada saben lo que pueden y deben esperar de la ciencia, la técnica y la política, pero no las consideran un absoluto suficiente para su vida; y saben sobre todo que este mundo no es la última patria de las almas. Cada una de estas formas de cristianismo eclesial está ante un doble imperativo: cultivar con amor ilusionado y explicitud cotidiana su propio carisma, pero sin absolutizarlo. La afirmación de lo propio, la abertura y comunión con los demás, la remisión a los fundamentos constituyentes y a los criterios de autoridad son esenciales para ser católicos. Del apoyo recíproco, comunión y coordinación entre estas formas de iglesia depende hoy y en el futuro la presencia del cristianismo en España.
Junto a este cristianismo explícito yo quisiera reconocer a esa masa considerable de españoles que nacieron a la fe y crecieron en la iglesia, pero a los que los vendavales de la historia colectiva, los dramas y atajos de la vida personal, los han arrojado a costas extrañas. Ya no se sienten ni dentro ni fuera de la Iglesia, sino más bien como pecios de un súbito naufragio. Generaciones de universitarios y profesionales por un lado, y por otro de gente sencilla que fue trasterrada de sus aldeas a los barrios marginales de las grandes ciudades. Arrancados a los medios en que recibieron la fe y cambiadas las fórmulas de catecismo en que la aprendieron, ya no saben por qué han cambiado tantas cosas, qué es verdad, qué no se puede creer y qué se debe creer hoy con dignidad. Esa masa tiene el derecho a esperar de la Iglesia instituida una atención especial y un cariñoso cuidado pastoral. No se debe quebrar la caña cascada ni apagar la mecha humeante. Se trata de un cristianismo implícito, que no logra una explicitud coherente con las nuevas formas de vida; cristianismo perplejo, que puede desembocar en la gozosa explicitud renovadora de la fe o en el simple ateismo desilusionado. Hay otra expresión del cristianismo entre nosotros. Se trata de aquellos que habiendo nacido y crecido como cristianos han roto decididamente con el cristianismo por no reconocerle verdad teórica, por considerar que se ha degradado en la historia, que la Iglesia no responde a las necesidades últimas de la vida humana o que su propuesta moral no concuerda con las evidencias de la conciencia contemporánea. Sin embargo, valoran su legado cultural, social y humanitario, pero quisieran heredarlo desde otras claves, transfiriéndolo a interpretación secular y a propiedad civil. Es el cristianismo cultural o poscristianismo, ya sin fe y sin Iglesia, que en algunos casos se traduce como anticristianismo. La Iglesia tiene que ser consciente de ello intentando comprender esas trayectorias y proponiendo a todos el evangelio, también a este último grupo.
Tal es la complejidad de la presencia católica en la sociedad española, en la que a su vez desde su perspectiva propia y la correspondiente libertad religiosa colaboran otras expresiones del cristianismo y las de otras religiones. El diálogo en libertad hacia la verdad es el imperativo exigido tanto por la dignidad humana como por la dignidad de la religión y del cristianismo.
¿Pero quien es el que pone ese nuevo cristrianismo en marcha?
ResponderEliminar¿La jerarquia católica? ¿Los cristianos de base?
¿Los teologos y teologas católicos?
¿La sociedad?,?Los monjes? ¿Los místicos?
La realidad es que la inmensa mayoría pasa....
Les importa muy poco, la Iglesia, Cristo y el Papa.
Por ello todas esas tendencias van al cero pelotero.
Solo el reconocimiento por parte de la Jerarquía católica, que ellos no pueden solucionar la crisis, por haber traicionado y falseado,el evangelio de Cristo y dimitir,igual que hicieron los diputados de las cortes franquistas, para dar el poder al pueblo de Dios
un fuerte abrazo.
Seguramente todos podemos contribuir a crear y a construir una nueva primavera de la Iglesia. Al menos todos los que nos sentimos cristianos y miembros de las Iglesia. Soy optimista, la verdad.
ResponderEliminarabrazos.