"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

jueves, 9 de junio de 2011

La religión hoy: No hay que confundir




Juan Martín Velasco
Teólogo

Existen indicios suficientes para afirmar que la religión viene acompañando a la humanidad desde sus primeros pasos y a lo largo de todas las etapas de su historia. Sus formas son tan numerosas y tan variadas como las formas de ser hombre.

Todas son llamadas con razón religiones, porque todas tienen su raíz en la presencia de Dios en el fondo de todo lo que existe y en el corazón de los humanos, y todas son modulaciones del eco que esa presencia suscita en ellos. Sus diferencias proceden de la variedad de lenguas, culturas, obras, imágenes y gestos con que los hombres han vivido y viven la actitud con que reconocen el Misterio que los habita. En sus religiones, los humanos piensan, anhelan, imaginan, sueñan, alaban, cantan y dan forma y figura al manantial del que procede el arroyo de sus vidas.

Por eso las religiones tienen su origen en Dios, pero son obra de los humanos. Todo lo visible de la religión: creencias, ritos, oraciones, sentimientos, normas, templos, fiestas, instituciones procede de los sujetos religiosos y refleja las posibilidades de su pensamiento, de su libertad, de su imaginación; las condiciones de su cultura, a la vez que las limitaciones que impone a todo lo humano su finitud.

Lo visible de la religión, el sistema de sus mediaciones, es el cauce heredado de las generaciones que le han precedido por el que cada sujeto recibe noticias de la realidad de la que está constantemente procediendo. Es también la escala por la que eleva al cielo la adoración en la que reconoce a esa realidad. Pero sólo existe religión verdadera cuando el sujeto asume personalmente todos los elementos del sistema, haciéndolos expresión de esa actitud, personal como ninguna, de reconocimiento del Misterio, que es “actitud teologal” en el cristianismo, “islam” en la religión musulmana, “bakthi” en corrientes personalistas del hinduismo, “wu-wei” en el taoísmo, etc.

En la religión llegan a su cima las posibilidades de lo humano, gratuitamente donadas a todos los sujetos,. Por eso la religión ha producido los preciosos textos presentes en tantas de ellas, los
monumentos admirables que sus fieles han levantado, las composiciones musicales que han acompañado a sus oraciones, las sublimes obras de generosidad, de compasión y de justicia de sus mejores representantes. Por eso los hombres de todos los tiempos “esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón: ¿qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y el fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio, y cuál la retribución después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable Misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?” (Concilio Vaticano II)

Pero, como no hay nada peor que la corrupción de lo mejor, la historia de presenta episodios en los que no faltan sujetos que se sirven de la religión y de su capacidad de motivar a la persona y de arrastrar a las masas para perpetrar las acciones más perversas al servicio de su egoísmo, y de los intereses propios o de la institución o el pueblo a que pertenecen. Por eso las religiones han desprestigiado tantas veces la religión y ésta ha sido interpretada y despreciada como mero fruto del deseo humano, como medio para la alienación, como intento de dominación sobre la sociedad, como freno para el progreso humano, como represión de la libertad, como fuente de violencia.

La raíz de la mayor parte de las perversiones de la religión está en confundir la religión con el sistema de mediaciones que origina la actitud religiosa: creencias y fórmulas en que se expresan, instituciones que surgen de su condición de hecho social, sujetos que las gestionan, y atribuirles la condición de absolutas que son propias exclusivamente del Misterio al que remiten y que, absolutizadas, se convierten en ídolos que en lugar de orientar hacia Dios, lo suplantan, condenándose así a defraudar al sujeto religioso y esclavizarlo. Otra razón frecuente de tal perversión consiste en una mala “teología política”, es decir, en la pervertida forma concebir y realizar la presencia de la religión en la sociedad en la que vive.

Nuestra generación en los países occidentales ha heredado de las que nos han precedido en los últimos siglos todas estas descalificaciones de la religión y hoy las personas religiosas apenas pueden presentarse socialmente como tales sin tener que comenzar por superar los prejuicios, deshacer los malentendidos, eliminar las descalificaciones que imperan en el discurso cultural dominante.

De ahí, la profundidad de la crisis religiosa imperante en Europa, que no se limita a la crisis del conjunto de las mediaciones religiosas, sino que afecta a la misma realidad divina y a la relación
creyente que sólo él merece. El descrédito de la religión se ha hecho tan profundo que, incluso entre los cristianos, son numerosos los que abogan por la realización no religiosa del cristianismo, y no faltan quienes dan por superada la época religiosa y proponen como forma de realización ideal de lo humano una espiritualidad ajena a la religión, presentada como su alternativa.

El cristianismo se inscribe en la historia de las religiones y en el marco de comprensión de lo religioso al que acabamos de referirnos. Pero es una religión original, cuya novedad deriva de su comprensión del Misterio como Dios Padre, creador de todo lo que existe, revelado en Jesús de Nazaret, muerto en la cruz para revelar a los hombres el amor sin límites del Padre, resucitado por él y que entrega a los creyentes el Espíritu Santo para hacer de ellos su hijos. De la originalidad de su contenido se deriva la originalidad de la fe cristiana llamada a transformar la vida de los creyentes y moverlos a trabajar en la historia para hacerla avanzar hacia el reinado de Dios que culminará en “una tierra nueva y un cielo nuevo en que habite la justicia”.

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el camino que sigo es el camino de la mística del amor, no un amor sentimental, sino un amor inteligente o consciente (amor iluminado decían los antiguos) y solidario, que no olvida el sufrimiento y la injusticia.
Guiado de la mano de de la mística monástica cisterciense (la primera mística moderna del amor), el esoterismo cristiano, la mística de san juan de la cruz y el zen... y animado por ideales progresistas y solidarios os invito a caminar juntos hacia un mundo y unos hombres y mujeres nuevos.