"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

sábado, 27 de marzo de 2010

DIOS NO QUISO SU MUERTE. Por R. J. García Avilés




Publicado por Fundación Epsilón

No. No fue por voluntad de Dios, ni mucho menos porque fuera necesario su sufrimiento para nuestra salvación. La pasión y muerte de Jesús, en cuanto sufrimiento y muerte, no formaban parte del designio de Dios. Fueron exigencia del pecado instalado en la esencia del poder de este mundo.

NO FUE DIOS

Se ha dicho, y quizá se siga diciendo, que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios como condición para conceder a los hombres el perdón de los pecados: como nosotros, humanos, no teníamos capacidad para merecer el perdón de Dios, éste envió a su Hijo para que, sufriendo y muriendo, consiguiera para nosotros los méritos necesarios para alcanzar tal perdón.

Mirando las cosas desde el corazón del hombre no es posible pensar que un padre exija el sufrimiento y la muerte de su hijo para perdonar a otros hijos suyos, y si hay algo claro en los evangelios es que Dios es Padre. ¿Cómo se puede compaginar la imagen de un Dios justiciero implacable con el padre de la parábola del hijo pródigo (véase comentario núm. 13) que está esperando a su hijo para perdonarlo, que, cuando llega, no lo deja terminar de pedir perdón y que, además, organiza una fiesta porque lo ha recuperado vivo?


Sin embargo, en los evangelios hay frases que, si se sacan fuera de su contexto, podrían servir para justificar esta forma de pensar: «Padre, si quieres, aparta de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo»; éste, que pertenece al evangelio de hoy, podría ser uno de ellos.

FUERON ELLOS

Los evangelios, y de forma especial el de Lucas, dejan muy claro quiénes fueron los verdaderos culpables de la muerte de Jesús: fueron ellos, los poderosos, los que manipulaban la fe del pueblo para manejar a su antojo a la gente, los que habían convertido la religión en un negocio, los que estaban interesados en que los pobres tuvieran miedo de Dios para que así les temieran también a ellos: los sumos sacerdotes, los letrados, los jefes, los reyes, los que se hacen llamar bienhechores de la humanidad... ¡en beneficio propio! Y también aquella parte del pueblo que, por miedo, por ceguera o porque se han dejado dominar por la ambición de poder, no se atreven a ser libres, no se deciden a ser hijos, no se arriesgan a ser solidarios, no se atreven a ser hermanos. Esos fueron los responsables de la muerte de Jesús. Fueron ellos los verdaderos culpables. No fue Dios ni el pueblo judío. Fue el sistema de poder establecido que contaminaba, como aún hoy la contamina, la sociedad de los hombres: los jerarcas judíos (22,66s; 23,1-2.13-23), denunciados directamente por Jesús (véase Lc 20,14); Herodes, cuya autoridad Jesús se niega a reconocer (22,8-12), y Pilato, que prefiere ceder a la arbitrariedad de los grandes en lugar de hacer justicia a los derechos de un pobre (22,24-25), y una parte del pueblo, totalmente dominada por sus opresores (22,13-23). Lucas, sin embargo, tiene buen cuidado de salvar a «una gran muchedumbre del pueblo, incluidas mujeres» (22,27), que siguen a Jesús por su camino hacia la cruz.

LO QUE DIOS SI QUERIA

¿Qué es entonces los que Dios quería? ¿Cuál es ese designio que Jesús dice que debe cumplirse antes que el suyo propio?

Lo que Dios pide a Jesús es que mantenga su compromiso de amor hasta el final, aunque los enemigos del amor lo hagan víctima de su odio asesino; que sea solidario con sus hermanos, aunque los enemigos de la solidaridad lo intenten eliminar. Es el amor, la lealtad en el amor, lo que Dios quiere. Un amor sin límites, que será la manifestación del amor del mismo Dios.


Jesús sabe que ese amor será rechazado por los que disfrutan o ambicionan el poder, por los que gozan de privilegios gracias a la injusticia establecida en la sociedad, y sabe que no van a ser blandos con él, porque su propuesta, convertir este mundo en un mundo de hermanos, acabaría con sus injusticias y sus privilegios. Y ante el dolor y la muerte, siente miedo «como un hombre cualquiera» (segunda lectura). Pero él está decidido hasta el final, y en el momento final seguirá dejándolo todo en las manos del que él sigue llamando Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu».

¿Y lo de que la muerte de Jesús nos obtiene el perdón de los pecados? Pues precisamente porque es la mayor muestra de amor que un hombre puede dar por sus amigos: dar la vida. Es el amor lo que salva, lo que libera, lo que obtiene el perdón, no la muerte en cuanto muerte ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. El amor de Dios que se manifiesta en el amor de su Hijo-hombre; el amor de aquel hombre que se mostró así como el Dios-hermano.

2 comentarios:

  1. Hola José Antonio:

    Este texto nos saca de la interpretación del Jesús que redime con su muerte y sufrimiento y deja en claro que Jesús veía a Dios como padre.

    En cuanto al destino del Jesús histórico, me parece que al igual que el de cualquiera de nosotros, se realiza en el misterio del Ser, podemos vivirlo pero jamás entenderlo. En el destino de cada uno interviene el destino de todos y esto no es algo que esté al alcance de nuestro entendimiento...las actitudes y expresiones de Jesús lo muestran como alguien cuya mirada surge desde una consciencia universal e impersonal y lo lleva hacia el amor incondicionado, esa es la vivencia que trasmite
    y en ella, me parece, está la clave de lo que llamamos destino.

    Un abrazo y gracias por tus publicaciones.

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  2. Gracias a ti Delia por lo profundo e inspirado de tu intervención, el amor es nuestro destino, también lo creo yo, sin duda.

    un abrazo.

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