La visita de estado de Benedicto XVI a Inglaterra es, sin duda un hecho histórico. Salvando el viaje pastoral, es decir, sin rango de jefe de estado, que Juan Pablo II realizó a las islas Británicas en 1982, las relaciones entre Gran Bretaña y el Vaticano han sido cuando no tirantes, inexistentes.
No hay que olvidar que Inglaterra se apartó de la obediencia a Roma cuando Enrique VIII se proclamó jefe de la Iglesia Anglicana, que Escocia apoyó la reforma protestante promovida por John Knox, fundador del presbiterianismo, o que, a lo largo de los siglos, los católicos británicos han sido percibidos por sus compatriotas como potenciales traidores, siempre dispuestos a anteponer su lealtad al Pontífice y su fe, a la debida al monarca y al Estado. Pero el que haya sido una visita histórica, no quiere decir que haya sido oportuna.
Un evidente descontento
El trasfondo de la protesta
Tras la protesta, no obstante, se escondían, otras motivaciones que iban mucho más allá de los argumentos económicos. En su manifiesto los intelectuales protestaban ante la intransigente posición del Vaticano en temas como el aborto, los derechos de los homosexuales, el control de la natalidad o la incorporación de la mujer al sacerdocio. Y, sobre todo, ante la política de encubrimiento de los delitos de pederastia dictada desde el Vaticano.
Un momento delicado
Un momento delicado
Un ámbito especialmente sensibilizado
Una curiosa interpretación teológica
Una historia de corrupción sin vuelta atrás
La corrupción en el seno de la Iglesia Católica no es nada nuevo, sino un hecho históricamente probado. No hay más que pensar en la corte vaticana renacentista o en los escándalos económicos del Banco Vaticano en el último tercio del siglo XX. Pero también es cierto que, periódicamente, la Iglesia Católica ha tenido diversas ocasiones de oro para regenerarse, olvidar los malos hábitos de sus jerarcas y reconstituirse según el propósito de pobreza y honestidad con que fue creada. Lo fue el movimiento cátaro, reprimido por la alianza entre el poder civil y el eclesiástico; la Reforma, que pretendió una iglesia más pobre y más libre; o el aún reciente Concilio Vaticano II.
Sin embargo, una y otra vez, la jerarquía vaticana prefirió dar la espalda a toda revisión interna, a todo “aggiornamento”, con el fin de seguir manteniendo sus privilegios políticos y económicos. Es inevitable pensar que la visita con honores de jefe de Estado de Benedicto XVI al Reino Unido, entre oropeles y sin voluntad alguna de reconsiderar la actitud de la Iglesia ante determinados temas, no es más que la confirmación de que esta postura sigue vigente.
Una buena crónica del viaje. Desde el interior de la iglesia católica, me uno a cada una de las motivaciones y argumentos que fundamentan la protesta. Lamentablemente a la institución le da lo mismo, toda la estructura está concebida para mantenerse en la autoridad, el poder y la veneración de la casta clerical.
ResponderEliminarEfectivamente uno de los males de la estructura clerical es precisamente el autoritarismo y el excesivo clericalismo. En cualquier caso, la iglesia no es la jerarquía sino el pueblo de Dios, tan plural y tan rico.
ResponderEliminarun abrazo.