"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

sábado, 23 de enero de 2010

Más allá de la Oración de Petición, según Queiruga.




por Gonzalo Haya Prats

Andrés Torres Queiruga, en su libro “Recuperar la creación” (1996) dedica un amplio capítulo a la oración de petición. [Su pensamiento lo había desarrollado precedentemente en el número 157 de Iglesia Viva, marzo-abril 1991, con el título “Más allá de la oración de petición”]. Yo quiero agradecerle que su lectura me ha ayudado a recuperar mi oración, a volver a conversar con Dios nuestro Padre.


Creo que la explicación de Torres Queiruga se basa en tres principios.

En primer lugar, la creación no fue una acción de hace millones de años, sino que es una acción continua de Dios. Él sustenta todo el universo, lo recrea en cada segundo. Todo acto positivo es una coproducción de Dios y del hombre, o de Dios y de la naturaleza. Todo elemento negativo es consecuencia de la finitud –de la inevitable carencia- del hombre, o del elemento con el que Dios se ha comprometido a trabajar. Carencia inevitable, porque no tener ninguna carencia significaría ser Dios mismo.


En segundo lugar, pedirle a Dios que –como hacemos en la Oración de los fieles- “nos escuche y se apiade” de los niños que mueren de hambre en Etiopía, resulta –según “la estructura objetiva de las palabras”- ofensivo para Dios. Por supuesto que ésta no es nuestra intención subjetiva. Y para hacer más comprensible esta afirmación presenta el ejemplo de una madre a los pies de la cama de un hijo enfermo; llegamos nosotros y le decimos a la madre que nos escuche y tenga piedad de su hijo.

En tercer lugar, “La estructura objetiva de las palabras tiene por sí misma un influjo que va más allá de la voluntad de quien las pronuncia” y repetida miles de veces, deja en nuestro subconsciente un imaginario falso sobre Dios. Nos deja la imagen de un Dios lejano, poco sensible a las necesidades humanas.


Aquí me permito añadir algo, no sé si de mi cosecha o de lecturas olvidadas. En nuestra querida, y millones de veces repetida, oración del padrenuestro solemos decir –con la versión de Mateo 6,9- “Padre nuestro, que estás en los cielos”. Creo que la estructura objetiva de la expresión “que estás en los cielos” ha dejado en nuestro imaginario colectivo la idea de un Dios que está allá arriba; Dios Padre, pero lejos de nosotros. Esta imagen nos hace menos sensibles para percibir a Dios dentro de nosotros, actuando conjuntamente con nosotros. Modestamente sugiero que sería preferible decir el padrenuestro según la versión de Lucas 11,2: “Padre, sea santificado tu nombre”.

Consecuencia: después de hacer nuestras peticiones, dejamos a Dios encargado de resolver el problema del hambre en Etiopía y salimos tranquilos con la conciencia de haber cumplido ya nuestra parte. Y así nos vamos a tomar el aperitivo (lo del aperitivo es añadido mío).


Torres Queiruga propone una solución positiva.

No se trata de conmover a Dios y de pedirle lo que Él está intentando darnos –aunque no lo consiga por la debilidad de los coproductores humanos a los que ha querido ligarse-. Es preferible exponerle, y compartir con Él, nuestra preocupación por los niños que mueren de hambre en Etiopía –o por la paz del mundo- y ofrecernos a hacer lo que podamos por cooperar con Él para remediar tal situación. Quizás entonces salgamos de la iglesia con intención de saludar al vecino engreído o de pagar un salario más justo al inmigrante sin papeles (este añadido también es mío).
¿Por qué decía yo que he recuperado la oración? Porque ahora cada vez que voy a pedirle algo a Dios me retracto; le expongo lo que me preocupa y me pongo a pensar cómo puedo cooperar

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