
Tomado de Testimonio N° 213 – 2006 Martin Königstein ss.cc.
A partir del siglo III se inicia el movimiento monacal simultáneamente en distintos lugares. Mujeres y hombres se retiraban a lugares despoblados primero y luego al desierto (sobre todo en Egipto y Siria). Abba Antonio (251 - 356) en los alrededores de Alejandría en el norte de Egipto es “padre de monjes”. El gran obispo de Alejandría, san Atanasio (295 - 373) escribió su biografía (Vita Antonii) con la finalidad de estimular y motivar a otros y otras a seguir el camino de búsqueda de Dios, de ascesis que dispone al encuentro con Dios. Escribe Atanasio: “Bueno es el combate que habéis emprendido con los monjes de Egipto: ser semejantes a ellos o superarlos, avanzando en la ascesis, con la práctica de vuestra virtud. (...) grande es el beneficio que obtengo tan sólo con recordar a Antonio. Sé bien que también vosotros, al oírme, no sólo sentiréis admiración por este hombre, sino que también desearéis imitar su propósito; pues para los monjes la vida de Antonio es modelo suficiente de ascesis.
La vida de los ascetas del desierto fue una continua soledad y vigilancia y en constante búsqueda de Dios, para conseguir de este modo, un gran conocimiento de la persona humana y encontrar un verdadero rastro de Dios.
Ammas y abbas se fueron a la soledad del desierto para disponer el corazón para el encuentro con Dios; para lograr la “apatheia", la paz del corazón o - como dice Juan Casiano - la pureza del corazón. Para Casiano la oración no sólo no está agitada por mirada alguna o visión de imágenes, sino ni siquiera por voz o palabra alguna: “se profiere por la inflamada intención de la mente por medio de un inefable transporte de corazón y por una inexplicable velocidad del espíritu. Oración altísima, elevada a Dios por el alma con gemidos inenarrables y suspiros.”
Estado altísimo de contacto con Dios justificado sólo por la cima de perfección alcanzada por el alma en su larga ascensión: respuesta de Dios a la generosidad de quien, con corazón puro, lo ha buscado y alcanzado.
Los monjes del desierto sabían que esta “disposición del alma”, la “pureza del corazón” condición para esta “oración altísima” sólo se puede alcanzar por el camino del conocimiento de si mismo. “Si quieres conocer a Dios, aprende antes a conocerte a ti mismo“, dice Evagrio Póntico. Un padre anciano le dice a un novicio: “Anda, vete a tu celda y siéntate. La celda te enseñará todo“. (Apo 500) Y otra sentencia dice: “Uno dijo a abba Arsenio: Mis pensamientos me atormentan diciendo: “Tu no puedes ayunar y tampoco trabajar; por tanto, visita al menos a los enfermos, ya que esto es también caridad.“ El anciano, sin embargo, reconociendo aquí la semilla de los demonios, le dijo: “Vete, come, bebe y duerme, y no trabajes. Únicamente no dejes tu celda“. El sabía bien que el permanecer en la celda lleva al monje al buen camino.“ (Apo, 49)
El permanecer en la celda es enfrentarse a si mismo con verdad y honestidad y también con valor. Los monjes saben que el camino espiritual comienza con el esfuerzo de la persona por reconocer la propia verdad, por nombrar y aceptar los propios límites y asumir e integrar las propias sombras. Esto sólo es posible permaneciendo consigo mismo, evitando toda tentación a la evasión, la distracción y enfrentando los movimientos interiores, los pensamientos y los sentimientos, las tentaciones o los demonios, como ellos lo llamaban. Avanzar hacia la paz del corazón sólo es posible pasando por la propia verdad y entonces “la verdad los hará libres“ (Jn 8, 32). La persona que busca la paz del corazón debe luchar con los pensamientos, las tentaciones o los demonios. Es lucha con los pensamientos, no contra ellos. No se trata de reprimir, ni de negar u ocultar lo que hay en mi, se trata de reconocerlo, aceptarlo y asumirlo para integrar y transformarlo. Sólo aceptando e integrando mis sombras podré ser entero y yo mismo.
La ascesis de los monjes consistía en reconocer y luchar con los “pensamientos”, los “vicios” o los “demonios”. Los monjes distinguen diversas clases de demonios. El criterio para su discernimiento lo suministra la llamada cautela ante los vicios. Esta doctrina cautelar es un interesante capítulo de la psicología monástica. Fue desarrollada sobre todo por Evagrio Póntico y Casiano. Se distinguen ocho pensamientos: 1.- la gula; 2.- la lujuria; 3.- la codicia. - 4.- la tristeza; 5.- la cólera; 6.- la acedia. - 7.- la vanagloria; 8.- el orgullo. Los vicios o pensamientos se dividen en tres grupos. Los tres primeros se sitúan en la parte concupiscible (epithimia), los tres siguientes en la parte excitable (thymos) y los dos últimos en la parte espiritual del alma.
Los tres primeros son impulsos fundamentales. Podrían hacerse corresponder con la fase oral, anal y edípica del desarrollo de la primera infancia. Estos impulsos pertenecen a la naturaleza humana y no se les aparta fácilmente. La tarea consiste en integrarlos dándoles su justa medida. Los tres siguientes son estados de ánimo negativos más difíciles de dominar. No se dejan dominar como los impulsos. El trato correcto con ellos exige un equilibrio anímico y una madurez interior que sólo se alcanza mediante una leal confrontación con los pensamientos y estados de ánimo y una apertura incondicional para con Dios. Aún más difíciles de vencer son los dos últimos vicios puesto que el espíritu es menos dominable.
Según Evagrio gran parte de nuestro camino espiritual consiste en prestar atención a las pasiones en nuestro corazón, conocerlas y tratarlas debidamente. Evagrio pide prestar mucha atención a los pensamientos y sentimientos, a los demonios y a sus leyes: “Para que el hombre pueda conocer por propia experiencia a los malos demonios y familiarizarse con sus artimañas, le aconsejo prestar atención a sus pensamientos. Ha de prestar atención a su intensidad, también a cuándo remiten, a cuándo aparecen y desaparecen. Tiene que prestar atención a la multiplicidad de sus pensamientos, a la regularidad de los demonios que son responsables de ellos, cuáles se han disuelto y cuales no. Luego ha de pedir a Cristo que le aclare lo que ha contemplado. Los demonios se muestran sobre todo rabiosos contra los que, armados con tal conocimiento, practican las virtudes.” Es eso lo que quiere decir el anciano padre cuando aconseja: “Anda, vete a tu celda y siéntate. La celda te enseñará todo“.
La finalidad de ese camino es la “apatheia”, un estado de paz y tranquilidad interior. ”Una vez concluido el combate, un estado apacible y un gozo inefable suceden al alma,” dice Evagrio y llama a la “apatheia” la “salud del alma”. El objetivo del camino espiritual no es un ideal moralizante, verse libre de faltas, sino la salud del alma. “Monje es aquel que, separado de todo, está unido a todos.” “Separado de todo”, quiere decir libre de todo, libre de pasiones, de apegos desordenados. Para los ascetas del desierto el alma está sana cuando es capaz de amar, ya que sólo quien alcanza la “apatheia” puede amar verdaderamente. “Sí, la “apatheia” es en realidad amor,”complementa Anselm Grün.
… “para encontrar a Dios hay que saber que Él está en todas partes, pero también hay que saber que Él nunca está sólo”. Atanasio hace ver en la “Vida de Antonio” que la larga lucha ha abierto su corazón a Dios y simultáneamente comienza a servir al prójimo. Esta lucha a Antonio le ha permitido alcanzar un gran equilibrio interior, este equilibrio que es dinámico y motivador y no excluye “la tensión de todo compromiso cristiano (que) se explica por la Cruz, se resuelve en la Cruz: ella es nuestro equilibrio normal de cristianos. (...) La cruz está plantada precisamente allí (...) entre los dos mandamientos de la caridad que Dios quiere inseparables y distintos.”
…Me parece que una ascesis auténtica hoy nos podría permitir ver en cada ser humano “caído en manos de salteadores” (Lc 10, 30) a un hermano que comparte nuestra propia debilidad y que espera con nosotros a aquel Samaritano que es Jesús, para que Él ponga en nuestras heridas el aceite del consuelo y derrame en ellas el vino de su fuerza y alegría.
Con la mirada fija en el misterio vivo de Dios, en la belleza y la gloria de Dios, en lo absoluto de Dios podremos luchar con los demonios que hoy intentan distraernos, apartar nuestra mirada de Dios y del hermano / la hermana. Antonio enfrentaba “sus” demonios con ayuno y vigilias.
Nosotros podemos liberar la mirada en el vacío del ayuno de imágenes seductoras para contemplar la realidad de otra manera más libre. Podremos descubrir mejor lo que hay de destructor y lo que existe de novedad positiva y salvadora, de don de Dios para todos.
Contemplar no es idealizar, sino tener una sensibilidad que pueda acoger la novedad de Dios hoy en medio de nosotros. Y esto requiere el trabajo de purificarnos de lo impuesto y, al mismo tiempo, una educación contemplativa en la manera de percibir lo nuevo a partir de la contemplación de los misterios de Jesús. Este es el desafío, crear una nueva sensibilidad contemplativa en medio de este mundo nuevo. Es un fruto que nace de la contemplación del Jesús de la historia y de una manera de mirar lo cotidiano.
Dolores Aleixandre nos sugiere en su aporte al Congreso de la Vida Consagrada 2004 los nombres de algunos de los “demonios” con que tenemos que luchar hoy:
el “demonio de la necedad desinformada y conformista" que nos hace creer que la situación del mundo no tiene remedio ("son las leyes de una economía de mercado...", "es el precio a pagar por el avance tecnológico...") y que lo más sensato que podemos hacer es acomodarnos a lo que hay.
el "demonio neoliberal y consumista" que nos arrastra hacia un engañoso modo de ser "como todo el mundo", nos crea necesidades crecientes de confort y consigue que nos parezca lo normal estar situarnos en un cómodo centro, alejados de cualquier riesgo y camuflando como "prudencia" la resistencia a todo lo que amenace desinstalarnos. A fuerza de vivir así, la "chispa de locura" que movilizó nuestras vidas hacia el seguimiento de Jesús se apaga, nuestra mirada se enturbia y los lugares de abajo que estamos llamados a frecuentar, terminan por sernos invisibles.
el "demonio individualista" que nos ciega las fuentes de la alteridad, nos seduce con la facilidad de una vida trivial y distraída en la que no nos alcanzan el dolor de los otros, la gravedad de la presencia de Dios o el recuerdo peligroso de su Evangelio.
el "demonio secularista" que nos aleja del pozo, del encuentro profundo con el Señor y de la experiencia mística, nos hace vivir solamente desde imperativos éticos, "seculariza" nuestro corazón y nos incapacita para expresar la experiencia espiritual. De ahí nace ese "despalabramiento" para lo sublime, ese pavor ante el misterio y el símbolo, esas liturgias fosilizadas y ese activismo apostólico donde no hay tiempo ni espacio para una oración jugosa, silenciosa, "ociosa" y constante.
el "demonio espiritualista" que nos impulsa a seguir levantando santuarios y a escapar hacia los montes de nuevas sacralizaciones y restauracionismos con rasgos de new age vaporoso, sin relación con lo tangible de la vida real y cotidiana.
el "demonio idolátrico" que nos hace dar culto a los medios y a los instrumentos, a las instituciones, los ritos y las leyes, haciendo cada vez más difícil esa adoración que el Padre busca de nosotros y que no tiene nada que ver con el "retorno" a lo religioso.
el "demonio de los mil quehaceres" que esconde dentro el viejo dinamismo de buscar la justificación por las obras, nos configura como dadores más que como receptores y convierte los fracasos apostólicos o la vejez en verdaderos traumas, porque en esos momentos el trabajo pierde su pretensión de absoluto.
La invitación del Cohélet: “En medio de tantas pesadillas y de tantas palabras y cosas sin sentido, tu debes mostrar reverencia hacia Dios” (Qo 5, 7) centra - como Antonio - nuestra mirada en Dios y esto nos permite ser contemplativos/as, compasivos/as y compañeros/as en este mundo nuestro.