TOMAD, COMED Y VIVID EL AMOR (fragmento de un folleto de Jesús Burgaleta, profesor de liturgia)
Tomado de
http://www.redescristianas.net/2007/05/03/haced-esto-en-memoria-mia-folleto-de-jesus-burgaleta-en-alandar-resumen-de-manuel-gonzalez/
En el último atardecer de la vida de Jesús, Jerusalén se tiñó de azul. El Nazareno lo tenía todo previsto y se dispuso a celebrar la cena de despedida. Se despedía de la vida. Se sentaron en torno a la mesa unas 25 personas, todos aquellos varones y mujeres que le habían seguido de cerca. En la sala de reunión se respiraba una atmósfera de amor, confianza y tristeza. Y se pusieron a comer juntos. Como en toda comida judía, el pan les dio ocasión a Jesús para bendecir a Dios. Así lo narran las tradiciones: “El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Haced lo mismo en memoria mía”. Comieron todos del pan y compartieron la cena. Hablaron de algunas cosas. Se callaron otras, aquellas que se referían al futuro inmediato de Jesús. Al finalizar la Cena, Jesús tomó su propia copa y se puso a bendecir a Dios por todos los acontecimientos de su vida.
Los discípulos nunca habían escuchado una alabanza como aquella. Y de su misma copa les dio de beber a todos, mientras les decía: “Esta copa es la nueva alianza sellada con mi Sangre; cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía”.
En el último atardecer de la vida de Jesús, Jerusalén se tiñó de azul. El Nazareno lo tenía todo previsto y se dispuso a celebrar la cena de despedida. Se despedía de la vida. Se sentaron en torno a la mesa unas 25 personas, todos aquellos varones y mujeres que le habían seguido de cerca. En la sala de reunión se respiraba una atmósfera de amor, confianza y tristeza. Y se pusieron a comer juntos. Como en toda comida judía, el pan les dio ocasión a Jesús para bendecir a Dios. Así lo narran las tradiciones: “El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Haced lo mismo en memoria mía”. Comieron todos del pan y compartieron la cena. Hablaron de algunas cosas. Se callaron otras, aquellas que se referían al futuro inmediato de Jesús. Al finalizar la Cena, Jesús tomó su propia copa y se puso a bendecir a Dios por todos los acontecimientos de su vida.
Los discípulos nunca habían escuchado una alabanza como aquella. Y de su misma copa les dio de beber a todos, mientras les decía: “Esta copa es la nueva alianza sellada con mi Sangre; cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía”.
Al día siguiente asesinaron a Jesús. Los discípulos se quedaron en blanco. El camino se desdibujó y comenzaron a separarse y a huir. Sin embargo, el Espíritu de Jesús seguía presente, vivo, incitante, ardía en ellos como una llama. Todas las noches amanecía en el corazón de los discípulos una luz llena de vida y amor. Nunca supieron bien cómo fue; pero el recuerdo actuante del mandato “haced esto en memoria mía” los fue reuniendo poco a poco.
Muy pronto comenzaron a hacer lo que tantas veces habían hecho con Jesús: sentarse a comer juntos. No era una novedad, era lo que siempre habían hecho. Se reunían en casas particulares. Alguien, mujer u hombre, preparaba y presidía el encuentro en un plano de igualdad. Nadie podía sentirse más importante o por encima de los demás. En las largas sobremesas el miedo y la esperanza fueron dialogando e intentando comprender aquello que Jesús les dijo en la última cena: “Haced esto en memoria mía.”
“¿Qué hizo Jesús?”, se preguntaban… Hacer el bien, estar atento a las necesidades de los demás, en especial de los que les había tocado pasarlo peor, rebelarse contra los que creaban opresión y ponían cargas pesadas. A esta conclusión llegó Pedro, después de darle muchas vueltas: pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos, y predicando un modelo de sociedad alternativa radicalmente distinta a la que estaban viviendo. Encima de la mesa, junto al pan, el vino y demás alimento, tenían escritas aquellas palabras de Jesús: “No he venido a ser servido, sino a servir”.
Recordaban cómo Lucas había narrado el mismo relato de la cena: “Mientras cenaban surgió (entre los discípulos) una disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado el más grande. Jesús les dijo: los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros, nada de eso; al contrario, el más grande de entre vosotros iguálese al más joven, y el que dirige al que sirve. Vamos a ver, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre vosotros como quien sirve”.
Los discípulos fueron descubriendo que Jesús, en la cena, celebró lo que había estado viviendo y lo que estaba dispuesto a vivir: su ser entregado. Fueron cayendo en la cuenta de que quien no entraba por la dinámica del servicio al hermano no tenía parte con Él. Las largas noches de las comunidades primitivas fueron el laboratorio de muchas historias sobre Jesús. Se contaban aquellas historias maravillosas en las que Jesús acogía a los marginados, violaba la ley de lo puro y de lo impuro, proclamando la dignidad de la persona por encima de toda prohibición ritual. Recordaban como comía con los leprosos, los paganos, los publícanos, los pecadores, las prostitutas, las adúlteras, los niños, las mujeres. Se contaban el enfrentamiento radical de Jesús con la estructura sacerdotal, con la influencia inmisericorde de los letrados, con el amargo poder de los fariseos y la corrupción de Herodes…
Con cada historia. nueva crecía la admiración por Jesús. Ese Jesús que no se quedó inmovilizado ante la estructura del mal del mundo, sino que se enfrentó a ella -al príncipe de este mundo, al demonio, a Jerusalén-, y dio la cara ante todo aquéllo que impedía que la gente levantara la cabeza. Jesús luchó hasta el final contra la injusticia que posee y para liberar a los “poseídos” por la injusticia. Aquellas reuniones estaban llenas de historias sobre Jesús.
A las comunidades primitivas no se les escapó tampoco el dato de que la Cena de despedida se celebró la noche en que iban a entregarlo. Lo entregaban todos aquellos hombres e instituciones que estaban en contra del designio de Dios y de la dignidad del hombre. Y fue aquella noche cuando, como testamento, Jesús les dijo intensamente: «Haced lo mismo que yo, sed cuerpo entregado y sangre derramada por amor”.
¡Ya estaba claro! “Haced esto en memoria mía” era hacer lo que él hizo en aquella cena y era, sobre todo, hacer aquellas cosas que él durante su vida había dicho y había hecho Recordaban las palabras que dijo mientras partía y repartía el pan y también aquellas otras:
“Si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti (más aún si tú tienes algo contra él), deja tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda” .
“¡Si comprendieras lo que significa corazón quiero y no sacrificios!”
“Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en el amor de Dios?”
“Hijos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad”.
“En esto os conocerán, en que os queréis los unos a los otros”.
“Porque tuve hambre y me dísteis de comer, tuve sed y me dísteis de beber, fui extranjero y me recogísteis, estuve desnudo y me vestísteis, enfermo y me visitásteis, estuve en la cárcel y fuísteis a verme”.
“Lo que hacéis a uno de éstos, conmigo lo hacéis”.
“Ha llegado la hora que los que den culto a Dios lo harán en espíritu y en verdad”…
Recordaban que el que atiende al que está herido y abandonado en la cuneta, hace lo que Jesús; que el que sale en defensa del desvalido, hace lo que Jesús; que el que ayuda al más pequeño, hace lo que Jesús; que el que da de comer al hambriento, hace lo que Jesús. Fueron descubriendo que Jesús no estaba en el pan, ni en el vino, sino en los que viven junto a cada uno de nosotros. Y que comer el pan y el vino era comprometerse a vivir con los otros como lo hizo Jesús. Descubrieron que Jesús mandó no hacer un rito, celebrar un sacrificio, sino vivir como Él, hacer lo que Él, ser fiel al designio de Dios.
A pesar de contarse tantas historias no todos entendieron qué era “haced esto en memoria mía”. Así los cristianos de Corinto intentaron pasarse de listos y Pablo tuvo que salir al paso de tamaña osadía. A estos cristianos se les ocurrió confundir a Jesús con el fundador de una religión cualquiera y a la reunión de la comunidad con un culto ritual más, y se dijeron con toda la cara del mundo: “Hacemos lo mismo que Jesús, porque repetimos minuciosamente lo que Él hizo en su cena de despedida”. Y celebraron sin vivir lo mismo que Jesús vivió en lo que hizo. Hacían la cena sin amor, sin compartir, sin respeto mutuo, sin cortesía, abochornando a los pobres, sin vivir la comunidad. Pablo, valiente, les escribió enseguida: “Eso que hacéis, aunque os lo parezca, no es la cena del Señor”, no es hacer lo que Él hizo. Se quedaron muy extrañados ante lo que Pablo afirmaba.
Ellos hacían lo mismo que Jesús hizo y dijo en la cena. Pero Pablo insistió: lo que Jesús mandó repetir y Él enseñó a la comunidad no fue un rito, sino un proyecto de vida. Ese estilo de vida que se revela en el gesto de Jesús. Les dijo: ¿de qué sirve vuestra reunión si uno no vive el amor? Si es así: “vuestras reuniones causan más daño que provecho”. Es la hora de que “se examine cada uno» y cada comunidad “antes de comer el pan y de beber la copa”. No sea que nos atrevamos a celebrar la comunión sin vivir en comunión y a hacer lo mismo que Jesús sin vivir en el amor, porque “el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y se bebe su propia sentencia”.
No a todos les era posible estar en estos encuentros comunitarios. Por eso, se guardaba un poco del pan que habían comido, y lo llevaban a aquéllos que estaban más lejos, impedidos, en la cárcel, etc., para que así también ellos se sintiesen en comunión con los reunidos y dispuestos a asumir como ellos ese “haced esto en memoria mía”, que no era otra cosas que asumir el mismo proyecto de vida que Jesús con los símbolos del pan y vino que en su última comida tenida con ellos, con sus palabras y con su vida, les había dejado.
A estos primeros cristianos les llamaban ateos. Porque no tenían templos, no tenían sacerdotes y no tenían cultos como las demás religiones.
En nuestros días estamos asistiendo, guste o no, a la multiplicación por el mundo entero de pequeños grupos que, liberados de normas, leyes y cánones, han puesto su mirada en el Jesús que se nos presenta en los Evangelios, y que celebran la Eucaristía como creen se hacía en los primeros tiempos, con el convencimientos de que es la comunidad, los reunidos en nombre de Jesús, y no el ministro ordenado, quien celebra la Eucaristía. Dejemos actuar al Espíritu.
Sólo puedo aportar mi sentir...mi percepción... pues todo el contenido está ahi...como muy bien indicas, querido José Antonio.
ResponderEliminarDecir que para mi LA EUCARISTIA es ese ENCUENTRO trascendente... -ignoro exactamente la dimensión de esta palabra pero me lleva más allá de mi- con JESUS...esa experiencia y camino directo hacia JESUS RESUCITADO, PRESENTE EN LA MESA, EN LA REPRESENTACION DE SU CUERPO Y SANGRE...allí, en la Iglesia...delante de todos... esperando ser recibido...
Para mi -durante mucho tiempo he llorado como una fuente al oir LA PALABRA...en la consagración y en el momento de la COMUNION- siempre es un encuentro nuevo, profundo...una UNION importante y esencial..que me deja una gran HUELLA. ALGO ocurre cada vez...unas veces más que otras...pero percibo una sanación a un nivel que casi ni veo...pero siento una Paz, un Espacio de SU LUZ en mi...una Presencia de SU AMOR Y MISERICORDIA de forma muy intensa en la EUCARISTIA.
Y antes, pasé años sin ir...O sea, que no es que un cura me haya convencido de ello...no. Es una experiencia de CRISTO en mi conciencia, y en todo mi ser.
En algunos momentos siento una tangencia de su dolor...y a la vez de su liberación...y se confunde en mi con un profundo gozo de todo lo recibido por ÉL... antes de la cruz... después...y ahora, cada dia, cada vez.
Es todo lo que puedo decir desde mi sencillo sentir.
Cercana en tu sintonía...
Tu experiencia me recuerda esa enseñanza de la teología que nos dice que la eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana. Tu corazón lo descubrió sin necesidad de teologías ni explicaciones.
ResponderEliminarEnhorabuena.
José Antonio tu visión de la Eucarístia, es francamente bella y está en sintonia con la mía.
ResponderEliminarCristo va mas allá de fundar una simple religión, es el nuevo hombre, que inicia el camino de trascender de toda la humanidad, hacia la dimensión espiritual que completa a la persona.
El Amor eucarístico, no es una liturgia, es una forma de vida, y toda la naturaleza habla y se comporta según ella, todo vive de darse, comer y ser comido.
Namaste a todos.