Yo como educador sexual suelo decirles a mis alumnos, que un buen educador, es aquel que del pasado sabe diferenciar lo bueno y malo que le aporta. Mejor educador es aquel, que sabe discernir lo positivo y negativo que le aporta en este campo el presente. Que a su vez sabe unir lo positivo del pasado y del presente para vivir el momento concreto del hoy. Pero es todavía mejor educador, aquel que sabe intuir algo de lo mucho positivo que nos va a aportar el futuro y adelantarlo a nuestro presente. Por tanto es un hombre prudente el que sabe vivir su vida sexual y espiritual abierto a lo positivo que le da el pasado, el presente y lo que intuye del futuro mañana, que rápidamente se hace hoy.
Intentando unir lo positivo del pasado, presente y futuro que intuyo en el campo sexual y espiritual, la teología espiritual cristiana tiene como objetivo prioritario vivir el dinamismo sexual y el dinamismo espiritual de la persona integrados en la unidad del ser personal que nos permite vivirlos de una manera realizadora y gozosa ambos dinamismos.
El hombre es un ser unitario, una realidad armónica, a la vez esencialmente espiritual y sexuado. Debemos de una vez por todas, al hablar de estas realidades, dar por superado el dualismo griego. El hombre es un espíritu corpóreo sexuado, sexual y erótico, un espíritu encarnado o la encarnación de un espíritu. Corporeidad sexuada y espiritualidad son dimensiones constitutivas del ser humano. Por lo mismo todo en el hombre está marcado por la corporeidad y lleva un sello corporal de nuestra sexuación en todas sus instancias o áreas; aún la dimensión de su vida espiritual. El hombre es espiritual hasta en su misma corporeidad sexuada, sexual y erótica. Ese cuerpo sexuado es la cara visible de su espíritu, transparencia, acabamiento y plenitud del alma, medio de encuentro, relación comunicación con la realidad. El hombre sólo se realiza a sí mismo incluso en el ámbito espiritual, en ese cuerpo y ese mundo sexuado y, por lo mismo, en su propia corporeidad sexual.
Nuestra sexualidad es un don de Dios que hemos de integrar plena y gozosamente en nuestra espiritualidad y hoy nuestro mundo lo exige a los cristianos como una de los signos proféticos que más necesita.
Es imposible establecer adecuadamente una perspectiva cristiana de nuestra vida espiritual sobre la sexualidad sin volver primero al valor de que Dios ha hecho para siempre de la carne humana y de los cuerpos sexuados el lugar privilegiado de encuentro divino con nosotros.
Estoy persuadido en el campo de nuestra vida espiritual de que muchos creyentes simplemente tienen demasiado miedo de tomarse en serio el misterio de la encarnación y de actuar con madurez y libertad en el campo de su vida espiritual sexuada y sexual.
Si Dios ha puesto su confianza en el cuerpo humano y lo ha honrado al tomar forma humana y aceptar la sexualidad humana como una forma de entablar relación con toda la humanidad, cuánto más tenemos que esforzarnos por imitar el modelo de espiritualidad y sexualidad que nos ofrece la Palabra hecha carne. Dios eligió libremente hacerse cuerpo sexuado, sexual y erótico como nosotros.
La vivencia de la sexualidad humana dentro de la perspectiva cristina de un proyecto de vida espiritual de seguimiento a Jesús en la construcción del Reino de Dios recibe un nuevo enriquecimiento, la abre a nuevos horizontes, si se la vive y inserta conscientemente en una visión cristiana de la vida.
Ya no se identifica la espiritualidad cristiana simplemente con el ascetismo sexual, el misticismo, la práctica de las virtudes y de los métodos de oración. La espiritualidad cristiana, la capacidad humana de autotranscendencia, relación y compromiso libre, abarca toda la vida, incluida nuestra sexualidad humana.
La espiritualidad cristiana implica la actualización de esa trascendencia humana a través de la experiencia de un Jesús hecho carne sexuada, sexual y erótica, puesto que la experiencia de Dios Jesús la tiene a través de un cuerpo sexuado, sexual y erótico como el nuestro.
El dualismo espiritualista tiene sus raíces en la dicotomía de cuerpo y espíritu, que todavía abunda mucho en la filosofía cristiana y en la cultura occidental.
Una espiritualidad desexuada, desencarnada ha sido, y sigue siendo, una limitación central de nuestra espiritualidad cristiana.
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