Una definición sencilla de mística es la del teólogo Juan Martín Velasco en el Congreso Internacional sobre el fenómeno místico como “la experiencia de una presencia inobjetivable en el centro mismo de lo real pero desde la absoluta trascendencia”.
Parece contradictorio y sin embargo es así de fascinante todo lo referido al misterio de Dios, un misterio trascendente y cercano a la vez, del cual no podemos casi decir nada pero si podemos tener la certezas muy hondas, tanto que sostengan nuestra vida.
Martín Velasco destaca que el encuentro místico no se queda en un estado de ánimo sino que da lucidez porque el amor -usando su expresión que creo que es preciosa-es vidente. ¿Por qué?
Pues por algo sencillo, porque el amor verdadero permite penetrar distintos niveles de la realidad más hondos, que a menudo ni siquiera descubrimos.
Nos ocurre con el corazón como con el cerebro: la mayoría de los estudios sobre el funcionamiento del cerebro coinciden en destacar nuestro desconocimiento ya que no usamos habitualmente toda la capacidad de nuestro cerebro, pues igual nos ocurre con el uso del corazón; ya que habitualmente no somos capaces de experimentar todas las posibilidades de un amor maduro y auténtico en el ser humano. A menudo, estas posibilidades que se abren en el encuentro místico no pueden ser descritas si no es, como dice Teresa de Jesús, por los “dejos” que son los efectos que se dan en el proceso de transformación-visión personal. La experiencia mística no es por tanto, contrariamente a lo que mucha gente pueda pensar una serie de fenómenos extraños que asemejan al místic@ a alguien visionario y fuera de este mundo, en absoluto. Los fenómenos a veces son ciertamente poco comunes pero sólo son uno de los aspectos más externos de ese proceso de visión- transformación mística que se va dando en la persona.
Martín Velasco y muchos otros autores, junto con los propios místicos coinciden en invitarnos a esta aventura que es para todos, a “estar atentos al eco que las lecturas místicas dejan en nosotros porque estamos hechos de la misma condición aunque no tengamos la misma experiencia”. En palabras de la propia Teresa de Jesús:
“¡ No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque ansí dijo Su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mi también”, y dice: “Yo estoy en ellos” (IVM 2,10)
Por tanto se nos invita a todos a entrar en la experiencia mística. De Karl Rahner el gran teólogo del siglo XX es la tan repetida y profética frase: el cristiano del futuro será místico o no será cristiano. Todos estamos llamados a ser místicos porque todos somos llamado a vivir en plenitud la experiencia personal con el Dios Uno y Trino. ¿Habéis vivido alguna vez una experiencia de Dios tan fuerte que es capaz de sostener una vida y de resituar todas nuestras relaciones y vinculaciones? ¿Una experiencia de encuentro con Dios tan fuerte que es capaz de enseñarnos a mirar de otra forma la vida y a los demás, empezando por nosotros mismos? Yo creo que esos son encuentros místicos. Ese encuentro con el Dios de la vida que se da en el ámbito de lo nuestro más personal, tal y como somos, sin tapujos ni máscaras; tomando la definición que dábamos antes en el centro mismo de lo real pero desde la absoluta trascendencia, esos encuentros son místicos. Dios nos ama en lo que somos, poco o mucho, en nuestra desnudez; esta certeza de saberme profundamente amada por Dios pone raíces firmes a la vida hasta el punto de cambiar el centro de mis deseos, de mis convicciones, de mis acciones y la visión de la vida y de la gente con la que me relaciono.
Martín Velasco y muchos otros autores, junto con los propios místicos coinciden en invitarnos a esta aventura que es para todos, a “estar atentos al eco que las lecturas místicas dejan en nosotros porque estamos hechos de la misma condición aunque no tengamos la misma experiencia”. En palabras de la propia Teresa de Jesús:
“¡ No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque ansí dijo Su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mi también”, y dice: “Yo estoy en ellos” (IVM 2,10)
Por tanto se nos invita a todos a entrar en la experiencia mística. De Karl Rahner el gran teólogo del siglo XX es la tan repetida y profética frase: el cristiano del futuro será místico o no será cristiano. Todos estamos llamados a ser místicos porque todos somos llamado a vivir en plenitud la experiencia personal con el Dios Uno y Trino. ¿Habéis vivido alguna vez una experiencia de Dios tan fuerte que es capaz de sostener una vida y de resituar todas nuestras relaciones y vinculaciones? ¿Una experiencia de encuentro con Dios tan fuerte que es capaz de enseñarnos a mirar de otra forma la vida y a los demás, empezando por nosotros mismos? Yo creo que esos son encuentros místicos. Ese encuentro con el Dios de la vida que se da en el ámbito de lo nuestro más personal, tal y como somos, sin tapujos ni máscaras; tomando la definición que dábamos antes en el centro mismo de lo real pero desde la absoluta trascendencia, esos encuentros son místicos. Dios nos ama en lo que somos, poco o mucho, en nuestra desnudez; esta certeza de saberme profundamente amada por Dios pone raíces firmes a la vida hasta el punto de cambiar el centro de mis deseos, de mis convicciones, de mis acciones y la visión de la vida y de la gente con la que me relaciono.
Y ante esta relación tan profunda con el Dios de Jesús, el Dios que es comunión y relación, Uno y Trino me surge la primera pregunta: ¿Cómo es posible que este encuentro cierre nuestros ojos y nos haga vivir en la intimidad y desviar la mirada de la realidad?, como menciona algún autor reciente sobre nuestros grandes místicos. No me parece probable ni teológica, ni experiencialmente
Ya en el siglo XII decía Ricardo de San Victor que el elemento incomunicable de Dios, su esencia, es el amor como salida hacia el otro. Esa es también nuestra esencia puesto que somos imagen de Dios. La aperturidad, la alteridad, la salida hacia otros, es nuestro sello trinitario y también la promesa de nuestra plenitud como personas creadas a imagen de Dios. ¿Será posible pensar o imaginar un encuentro hondo con el Dios trinitario, con el Dios encarnado, que nos lleve a cerrar los ojos para no ver a los otros ni la realidad, que no nos fortalezca precisamente en esa alteridad, en el olvido de si y salida hacia el otro? ¿No será que es así como hemos malentendido un encuentro que se da desde la absoluta trascendencia? ¿No será más bien que el encuentro con el Dios Trino, si es verdadero, nos capacita para la relación, nos arranca las escamas de los ojos y nos da una nueva visión para descubrirlo presente en todo lo creado?.
Ya en el siglo XII decía Ricardo de San Victor que el elemento incomunicable de Dios, su esencia, es el amor como salida hacia el otro. Esa es también nuestra esencia puesto que somos imagen de Dios. La aperturidad, la alteridad, la salida hacia otros, es nuestro sello trinitario y también la promesa de nuestra plenitud como personas creadas a imagen de Dios. ¿Será posible pensar o imaginar un encuentro hondo con el Dios trinitario, con el Dios encarnado, que nos lleve a cerrar los ojos para no ver a los otros ni la realidad, que no nos fortalezca precisamente en esa alteridad, en el olvido de si y salida hacia el otro? ¿No será que es así como hemos malentendido un encuentro que se da desde la absoluta trascendencia? ¿No será más bien que el encuentro con el Dios Trino, si es verdadero, nos capacita para la relación, nos arranca las escamas de los ojos y nos da una nueva visión para descubrirlo presente en todo lo creado?.
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