"Tutti i miei pensier parlan d’amore (Todos mis pensamientos hablan de Amor)". Vita Nuova. Dante Alighieri.

martes, 8 de febrero de 2011

El regreso salvaje de la espiritualidad o la necesidad de pertenencia flexible a una organización iniciática.


Hoy parece que muchos están interesados en esto de la espiritualidad y también parece que más que nunca esta espiritualidad se vive de formas muy diversas. Esto en principio debería alegrarnos, pero también me genera dudas.

Y es que creo que este fenómeno del regreso de la espiritualidad es, por ahora, una realidad ambigua, ya que puede dar lugar a diversos resultados; pienso que, por un lado, puede ayudarnos a vivir en plenitud saliendo de reduccionismos, pero sospecho que también puede llevar al renacer de la irracionalidad más delirante o del fanatismo fundamentalista más grosero. No creo que esto fuera para alegrarse.


En cualquier caso, lo que parece que cada vez es más evidente es que el modelo tecnocrático, logocéntrico y economicista en el que vivimos es insostenible y debe ser superado.


No es extraño, por tanto, que cada vez más personas tengan experiencias “espirituales” y busquen cómo integrarlas en sus vidas de un modo adecuado. Aquí hay diversidad de “soluciones”.

Para muchos está superado el tiempo de las instituciones religiosas o espirituales, sólo se fían de la búsqueda personal y de la propia experiencia. A partir de ella, interpretan las tradiciones religiosas, las mezclan, las alaban o descalifican según sus criterios.

Otros dicen estar ligados a una tradición sin ninguna práctica, sin atender a las mínimas reglas de pertenencia a esa tradición o sin aceptar los elementos fundamentales de la misma.


No dudo que puedan darse en algunos casos verdaderas experiencias espirituales humanas y humanizadoras entre quienes optan por esta vía, pero no creo que sea el camino más recomendable.


Recorrer el mundo “espiritual” exige tener un hilo de Ariadna para que el subjetivismo y el narcisismo no se traguen todo el “trabajo” y, sin la ayuda de una organización espiritual y una tradición, esto es muy difícil. Lo más fácil será caer en el “narcisismo espiritual”, lo que se llama en el zen la enfermedad zen (quietismo en el cristianismo), que se caracteriza por creerse ya uno “iluminado” por su experiencia y sin necesidad de someterse a las reglas y las enseñanzas de las instituciones y organizaciones espirituales tradicionales.


Otros huyendo de este peligro del narcisismo espiritual buscan evitarlo ingresando en organizaciones espirituales a las que consideran el único lugar válido para vivir la espiritualidad. La organización se ensalza por encima de todo y el sometimiento extremo a las autoridades de esa organización es para ellos el punto central para no equivocarse en su camino. El narcisismo espiritual se refleja aquí identificándose con la organización que tiene toda la verdad y no puede errar en ningún caso. Al identificarme con la institución, cuanto más la ensalzo, más me estoy ensalzando yo mismo. La organización nada tiene que aprender ni debe adaptarse a las personas y a los tiempos, sino al contrario. No se busca la espiritualidad como una experiencia personal transformadora sino como una forma de identificación personal, una ideología que les dé identidad y protagonismo frente a los demás que están en el error o nos persiguen (son inferiores). Se mata así la persona y su espiritualidad y se sustituye por el robot religioso uniformado bajo un mismo patrón, que obtiene el caramelo de creerse en la verdad y ser superior. Unos buscan su identidad comprando coches o mediante buena ropa, otros buscan llenar su vacío interior con etiquetas religiosas que los distingan.

También están aquellos que desprecian las religiones y buscan una espiritualidad más madura, el esoterismo. Para ellos, las religiones son todas expresiones de una misma Tradición Primordial y conducen a la misma experiencia. Las religiones viven la espiritualidad de modo deformado e inmaduro, son infantiles. Habría pues que unirse a un grupo esotérico que nos diera la verdadera experiencia sólo reservada a una élite.


Creo que esta forma de pensar olvida que cada religión es una experiencia única e intransferible, si bien haya elementos comunes y que permiten estar en armonía, enriquecerse mutuamente y entenderse.


Desde mi punto de vista, la división exotérico (externo y masivo) y esotérico (interno y elitista) debe ser superada. El centro de las tradiciones no es el esoterismo sino la mística (que nada tiene que ver con el misticismo sentimental) o dimensión monástica. La experiencia espiritual no es en último término la iluminación, aunque suponga una experiencia iluminadora, sino un estilo de vida que ve en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo sencillo, en lo pobre y feo el lugar por excelencia del misterio. Es la llamada pobreza fecunda cisterciense.


Somos seres incompletos, fragmentados, “caídos” y por nosotros solos no podemos salir de nuestra situación. Necesitamos una “bendición”, la “gracia”, la “influencia espiritual” venida de más allá del mundo humano para salir de nuestra situación, pero que se “encarne” en nuestro mundo mediante una realidad física y material. Esto es lo que hacen las instituciones religiosas y espirituales, ser cadenas de esta influencia y encarnarla en el mundo. Naturalmente la influencia espiritual se daría también más allá de las instituciones religiosas o espirituales.


Creo, por tanto, en la necesidad de incorporarse a una institución religiosa u organización espiritual, haciéndolo de modo flexible, asumiendo lo esencial de su doctrina y de sus reglas y, a la vez, recreando la tradición recibida, sin traicionarla, a partir de la experiencia personal de la verdad espiritual que esta tradición porta.


Formar parte de una tradición nunca puede suponer perder la propia personalidad asumiendo un modelo prefabricado, ni renunciar al modo personal de vivir esa tradición. Las instituciones u organizaciones espirituales deben ser, por ello, plurales y, a vez, a través de una serie de referencias comunes, permitir vivir armonizadas todas sus sensibilidades. Querer uniformar demasiado será matar la tradición, tanto como olvidar los elementos comunes y caer en un puro subjetivismo narcisista. Ambos errores acechan al caminante.

6 comentarios:

  1. El razonamiento, de la espiritualidad, como tema personal,para mi es correcto, en su forma mística.
    Pero apuntar que el hombre esta "caído" es volver al pecado original;cosa que no comparto,Las instituciones religiosas
    llevan al individuo a la uniformidad, orquestas que tienen todo trompetas.
    Una institución que fuera una verdadera orquesta, donde todos los instrumentos tocasen en armonía,sería la clave, si la Iglesia católica,convirtiese su férrea dictadura en una democracia donde todos tuviésemos cabida y el director pudiese ser criticado y por lo tanto cambiado, por los músicos, en vez de como ahora, que el director anula a todo aquel que desafina "su melodía"y quiere que solo se toque aquello que a "su santidad"le gusta,no creo que sea lo correcto.
    Un abrazo Jose Antonio.

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  2. Hola Miguel Angel.

    Comentas que consideras más adecuada una búsqueda personal de la espiritualidad y desconfías de las instituciones por su tendencia a la uniformidad, además tampoco te gusta la imagen del hombre caido o fragmentado ya que recuerda al pecado original en el que no crees.

    Como ves mi sugerencia para recorrer la espiritualidad va más por la línea de la vinculación con una institución, que no sea excesivamente uniformadora, dado qeu pienso que sólos corremos más riesgos ya que pienso que partimos de una situación de desorientación y fragmentación interna, que es lo que para la tradición cisterciense significa el "pecado original", que no es la última palabra sobre el hombre (la última es que somos hijos de Dios o estamos llamdos a ser divinos) pero que también (la fragmetnación o limitación) es una realidad existencial desde mi punto de vista.

    un abrazo

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  3. Muy bien, estando de acuerdo en lo fundamental, debo de intentar aclarar que el hombre desorientado o fragmentado, por supuesto que tiene unos limites, pero ello no quiere decir que necesite de una institución que lo manipule, como hace la santa madre Iglesia, sino todo lo contrario, la Iglesia debe dar enseñanza a sus "fieles" para que consigan la autonomía espiritual sin tener que depender de la institución.
    Una sociedad, que no promocione a sus socios y viva de ellos, en vez de conseguir, una sociedad fuerte, lo único que consigue es una sociedad de marionetas.
    Pedir una institución que no sea excesivamente uniformadora es pedir peras al olmo en un Vaticano dictador, dogmático, machista y excesivamente rimbombante....llenos de lujo y ceremonias hipnotizadoras.

    Un abrazo Jose Antonio.

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  4. Hola Miguel.

    Estoy de acuerdo que no necesitamos una institución que nos manipule y que el objetivo de la institución es la plena autonomía de las personas, lo cual no quiere decir que eso suponga la no vinculación (vivir aislados), somos seres relacionales y vivir en relación o pertenecer a una comunidad no es perder autonomía sino desarrollar nuestra naturaleza comunitaria.Vivir en plenitud.

    No se trata de pedir nada a nadie sino de vivir nuestra vinculación y nuestra pertenencia a la Iglesia de modo plural y pluralista.

    saludos.

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  5. Hace unos días hablando con una amiga, ella me comentaba que en su camino de crecimiento espiritual ella iba encontrando maestros y tomaba lo que le parecía bien y así iba aprendiendo. Por alguna razón le dije -te elegiste el camino más dificil! y me tuve que explicar esas palabras a mí y luego a ella. Lo que leo en el post de hoy es justamente mi respuesta con palabras más precisas. Es en ese espejarse en la tradición que uno construye con mucha dificultad la propia historia. Y comparto con José Antonio que la "dureza" de esas normas es uno de los medios más efectivos para sacarnos de nuestro obstinado narcisismo. No tener ese espejo puede hacer nuestro camino mucho más largo y enrevesado aunque parezca más facil. Sin embargo no niego que a veces preferiría no tener que estar sujeto a tal roce o trabajo. Y tampoco puedo dejar de lado que la mayoría de las personas que dirigen la Iglesia -o por lo menos los más visibles- me dan miedo. No especialmente nuestro Papa. Pero una cosa es el espejo y otra cosa ese mismo espejo empañado por cuestiones de poder y por los propios narcisismos de los que tienen la tarea de conducirnos. Nosotros los tenemos a ellos como espejo. Ellos a quien tienen? Se que la frase no es completamente acertada pero espero se entienda su sentido. Una cosa es la inevitable dureza de ver nuestro egocentrismo reflejado y otra es sumarle a ese trabajo cargas innecesarias. Saludos Luis Pesciallo desde Argentina

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  6. Hola Luis:

    Encantado de conocerte y gracias por tu enriquecedora aportación.

    Efectivamente las tradiciones deberían estar para facilitarnos el camino y no par aponernos obstáculos.

    Como señalas los que en ellas ejercen una labor de dirección deben también tener controles. El mayor control es que deben estar al servicio del mensaje original y de la comunión de todos, no poner el mensaje a su servicio ni ponerse de parte de un grupo u otro, o buscando dominar a los demas.

    Coo sabes esto se ha dado en muchas ocasiones, por ello, es lógico que muchos desconfíen de las instituciones. Seguramente las instituciones necesitan renovarse siempre para ser fieles al mensaje original y para expresar adecuadamente ese mensaje en cada época.

    Esto hace ver la importancia de poner nuestras fuerzas en la reforma de estas instituciones, cuando éstas se han anquilosado, siendo fieles a lo esencial en ellas. Creo que sería una pena tirar el niño junto con el agua sucia. Quizá de ese modo perdieramos los tesoros que las tradiciones contienen, pese a que hoy su embalaje esté viejo o sucio.

    saludos fraternales.

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Hola, Bienvenid@s.


Este Blog quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos que queremos ayudar a transformar la sociedad para convertirla en un lugar más fraterno, más libre, más justo y, a la vez, somos conscientes de que todo cambio social sólo es posible si hay un cambio personal e interno y no se olvida lo que nos enseña la Tradición Espiritual de la Humanidad, intentándo actualizarla creativamente en cada época.


Mi camino...

el camino que sigo es el camino de la mística del amor, no un amor sentimental, sino un amor inteligente o consciente (amor iluminado decían los antiguos) y solidario, que no olvida el sufrimiento y la injusticia.
Guiado de la mano de de la mística monástica cisterciense (la primera mística moderna del amor), el esoterismo cristiano, la mística de san juan de la cruz y el zen... y animado por ideales progresistas y solidarios os invito a caminar juntos hacia un mundo y unos hombres y mujeres nuevos.