Por José Eizaguirre SM
Tomado de http://www.marianistas.org/justiciaypaz/Materiales/Ayuno-oracion/Recuperar%20el%20ayuno%20VN%20Definitivo.pdf
Estas páginas han sido escritas desde la modesta experiencia de quien comenzó ayunando en solidaridad con los hambrientos y ha ido progresivamente descubriendo la rica variedad de dimensiones del ayuno cristiano. La intención ha sido la de ayudar a comprender esa riqueza e invitar a introducirse en ella.
Bertolt Brecht, en una interesante escena de teatro, representa a Galileo invitando a los sabios de su época a mirar por el telescopio que había construido y a cerciorarse por ellos mismos de la existencia de los satélites de Júpiter. Sin embargo, los sabios se niegan a mirar, argumentando que eso es imposible: “Tal vez sepa usted que, según las hipótesis de los antiguos, no existen ni estrellas que giran alrededor de otro centro que no sea la Tierra ni astros en el cielo que no tengan su correspondiente apoyo”. La insistencia de Galileo es inútil; los sabios “saben” que no puede haber dichos satélites y consideran inútil toda prue-
ba: “¡ni una palabra más!”.
La escena, leída con los ojos de nuestra época, tiene mucho de tragicómica. Si me he permitido citarla es porque algo parecido puede pasarnos con el tema del ayuno. ¿Para qué hablar de sus bondades si “sabemos” de antemano que no va con nosotros? ¿Por qué habríamos de probarlo –honradamente, sin engañarnos– si “sabemos” que no vamos a pasar de la prueba?
¿Por qué habríamos de intentarlo? Bueno, porque otros lo han llevado a cabo y con buen provecho. Porque durante siglos toda la Iglesia lo ha ejercido de forma natural viviendo su sentido purificador. Porque grandes figuras de todos los tiempos lo han practicado y recomendado. Y porque hoy se está recuperando con una intención renovada que añade el aspecto profético y solidario a las dimensiones de siempre. Y, en último término, porque nos fiamos de quienes han encontrado en el ayuno un medio positivo de crecimiento en la vida personal y de fe y un instrumento de compasión, denuncia y solidaridad ante los sufrimientos injustos de la humanidad.
Y para que estas líneas no se queden en un brindis al sol, he aquí una propuesta concreta:
- Empezar por prescindir de una comida al mes (o a la semana). Puede ser el desayuno, la comida o la cena, pero es bueno que siempre sea la misma, para que su regularidad nos recuerde de manera más efectiva el gesto que estamos haciendo. Y es que en nuestro ritmo de vida es fácil que haya días en que nos saltamos una comida: una noche que llegamos tarde a casa y nos acostamos directamente sin cenar, un día que no desayunamos porque no nos da tiempo o porque la noche anterior cenamos demasiado… Evidentemente, no se trata de eso.
- Dedicar a la oración el tiempo de esa comida. Lo que se propone no es sustituir el rato que antes dedicábamos a comer por un tiempo empleado en trabajar más o en hacer más cosas. ¡Ya hacemos bastante durante el resto del día! La intención es que nuestro ayuno nos vuelva hacia Dios, que nos recuerde que sin Él no podemos hacer nada, que nos ayude a reconocernos limitados e impotentes y a confiar en Él un drama que nos desborda.
- Acrecentar la limosna. No se trata sólo de calcular el dinero que nos ahorramos dejando de comer sino de aprovechar la ocasión para un plus de generosidad en nuestra comunicación cristiana de bienes, especialmente dirigida esta vez a instituciones que trabajan por combatir el hambre en el mundo. Que nuestro ayuno sirva efectivamente para que otros no tengan que ayunar.
Esta propuesta puede considerarse tanto individual como comunitariamente.
Y se invita además a revisarla periódicamente, descubriendo hasta qué punto vamos integrando el ayuno en nuestra vida. Porque si somos constantes poco a poco iremos pasando del gesto al hábito, de modo que lo que empieza siendo un gesto extraordinario se convierta en un hábito integrado en nuestra vida. Será entonces, quizás, el momento de plantearnos un paso más.
Y un último recordatorio: lo que se propone no es “rezar una vez al mes (o a la semana) por la justicia y la paz en solidaridad con los hambrientos”, sino “hacer una vez al mes (o a la semana) un ayuno solidario, rezando por la justicia y la paz”. No se trata de añadir más oración y más reflexión a nuestra vida sin más. Si nuestra oración y reflexión no nos hace cambiar nuestro estilo de vida, aunque sea un poquito, mejor dejar de rezar y de reflexionar. Si no somos capaces de privarnos de nada en nuestra preocupación por la justicia, nos pasará como al imprudente del Evangelio, que empezó a construir sin darse cuenta de lo inútil de su esfuerzo.
Pero si nuestra preocupación por la justicia nos hace cambiar en cosas chiquitas, entonces vamos por buen camino. Y ya conocemos la cita de Eduardo Galeano:
Son cosas chiquitas.
No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción,
y, de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizás desencadenen la alegría del hacer y la traduzcan en actos.
Y, al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito,
es la única manera de probar que la realidad es transformable.
Y la mejor manera de probar que la realidad es transformable es mostrar que nosotros lo somos. Merece la pena intentarlo.
Tomado de http://www.marianistas.org/justiciaypaz/Materiales/Ayuno-oracion/Recuperar%20el%20ayuno%20VN%20Definitivo.pdf
Estas páginas han sido escritas desde la modesta experiencia de quien comenzó ayunando en solidaridad con los hambrientos y ha ido progresivamente descubriendo la rica variedad de dimensiones del ayuno cristiano. La intención ha sido la de ayudar a comprender esa riqueza e invitar a introducirse en ella.
Bertolt Brecht, en una interesante escena de teatro, representa a Galileo invitando a los sabios de su época a mirar por el telescopio que había construido y a cerciorarse por ellos mismos de la existencia de los satélites de Júpiter. Sin embargo, los sabios se niegan a mirar, argumentando que eso es imposible: “Tal vez sepa usted que, según las hipótesis de los antiguos, no existen ni estrellas que giran alrededor de otro centro que no sea la Tierra ni astros en el cielo que no tengan su correspondiente apoyo”. La insistencia de Galileo es inútil; los sabios “saben” que no puede haber dichos satélites y consideran inútil toda prue-
ba: “¡ni una palabra más!”.
La escena, leída con los ojos de nuestra época, tiene mucho de tragicómica. Si me he permitido citarla es porque algo parecido puede pasarnos con el tema del ayuno. ¿Para qué hablar de sus bondades si “sabemos” de antemano que no va con nosotros? ¿Por qué habríamos de probarlo –honradamente, sin engañarnos– si “sabemos” que no vamos a pasar de la prueba?
¿Por qué habríamos de intentarlo? Bueno, porque otros lo han llevado a cabo y con buen provecho. Porque durante siglos toda la Iglesia lo ha ejercido de forma natural viviendo su sentido purificador. Porque grandes figuras de todos los tiempos lo han practicado y recomendado. Y porque hoy se está recuperando con una intención renovada que añade el aspecto profético y solidario a las dimensiones de siempre. Y, en último término, porque nos fiamos de quienes han encontrado en el ayuno un medio positivo de crecimiento en la vida personal y de fe y un instrumento de compasión, denuncia y solidaridad ante los sufrimientos injustos de la humanidad.
Y para que estas líneas no se queden en un brindis al sol, he aquí una propuesta concreta:
- Empezar por prescindir de una comida al mes (o a la semana). Puede ser el desayuno, la comida o la cena, pero es bueno que siempre sea la misma, para que su regularidad nos recuerde de manera más efectiva el gesto que estamos haciendo. Y es que en nuestro ritmo de vida es fácil que haya días en que nos saltamos una comida: una noche que llegamos tarde a casa y nos acostamos directamente sin cenar, un día que no desayunamos porque no nos da tiempo o porque la noche anterior cenamos demasiado… Evidentemente, no se trata de eso.
- Dedicar a la oración el tiempo de esa comida. Lo que se propone no es sustituir el rato que antes dedicábamos a comer por un tiempo empleado en trabajar más o en hacer más cosas. ¡Ya hacemos bastante durante el resto del día! La intención es que nuestro ayuno nos vuelva hacia Dios, que nos recuerde que sin Él no podemos hacer nada, que nos ayude a reconocernos limitados e impotentes y a confiar en Él un drama que nos desborda.
- Acrecentar la limosna. No se trata sólo de calcular el dinero que nos ahorramos dejando de comer sino de aprovechar la ocasión para un plus de generosidad en nuestra comunicación cristiana de bienes, especialmente dirigida esta vez a instituciones que trabajan por combatir el hambre en el mundo. Que nuestro ayuno sirva efectivamente para que otros no tengan que ayunar.
Esta propuesta puede considerarse tanto individual como comunitariamente.
Y se invita además a revisarla periódicamente, descubriendo hasta qué punto vamos integrando el ayuno en nuestra vida. Porque si somos constantes poco a poco iremos pasando del gesto al hábito, de modo que lo que empieza siendo un gesto extraordinario se convierta en un hábito integrado en nuestra vida. Será entonces, quizás, el momento de plantearnos un paso más.
Y un último recordatorio: lo que se propone no es “rezar una vez al mes (o a la semana) por la justicia y la paz en solidaridad con los hambrientos”, sino “hacer una vez al mes (o a la semana) un ayuno solidario, rezando por la justicia y la paz”. No se trata de añadir más oración y más reflexión a nuestra vida sin más. Si nuestra oración y reflexión no nos hace cambiar nuestro estilo de vida, aunque sea un poquito, mejor dejar de rezar y de reflexionar. Si no somos capaces de privarnos de nada en nuestra preocupación por la justicia, nos pasará como al imprudente del Evangelio, que empezó a construir sin darse cuenta de lo inútil de su esfuerzo.
Pero si nuestra preocupación por la justicia nos hace cambiar en cosas chiquitas, entonces vamos por buen camino. Y ya conocemos la cita de Eduardo Galeano:
Son cosas chiquitas.
No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción,
y, de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizás desencadenen la alegría del hacer y la traduzcan en actos.
Y, al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito,
es la única manera de probar que la realidad es transformable.
Y la mejor manera de probar que la realidad es transformable es mostrar que nosotros lo somos. Merece la pena intentarlo.
Muchas gracias, querido Miserere por abordar el tema del Ayuno... Es precisamente algo que me daba vueltas y no sabía como empezarlo. Lo había hecho por Cuaresma...pero algo en mí me pedía hacerlo con más regularidad.
ResponderEliminarEl trabajo, y cansancio -sobre todo en esa época del año que es cuando voy más agotada por la faena- apuntaban a observar ESE AYUNO que reclama mi atención....desde esa necesidad de vaciarme a nivel físico y corporal..para poder ser mejor recipiente de ÉL... y a la vez -eso me ha dado luz- dedicar ese tiempo a la Oración... y colaborar con ese dinero no gastado con la causa de los pobres.
Muy buenos, provechoso e instructores consejos cristianos, hermano.
QUE ESTA NAVIDAD LLEVE A CADA UNO LA LUZ DEL DIVINO QUE ENCARNÓ PARA LIBERARNOS DE LA MUERTE, EL MAL... DESDE SU INFINITO AMOR... A TRAVÉS DE MARIA... QUE SU HIJO JESÚS NAZCA EN NUESTRO CORAZÓN INTERNO COMO EL CRISTO QUE ESPERA SER CONOCIDO COMO NUESTRO DESPERTAR.
Un Navideño , Luminoso y Crístico Abrazo, querido hermano.
Carmen.
querida Carmen: Gracias por tus buenos deseos.
ResponderEliminarEs muy importante unir ayuno y oración intensa, para experimentar que hay un pan de lo alto que nos alimenta. Los primeros monjes sólo comían una vez al día y estaban fuertes y sanos por su continuo alimento de la meditación y su actitud ética, honrada. Sin estas cosas, el ayuno puede enfermarnos. La oración intensa es fundamental si seguimos un tiempo de ayuno. Así como hacer el bien. Si no se hace desde ahí no lo recomendaría, porque puede hacernos daño.
Feliz Navidad, para ti y los tuyos.