Es curioso que en algunos ambientes religiosos la mística es vista con desconfianza. Es una paradoja, ya que hoy es opinión común entre los expertos en religión la idea de que las grandes religiones y culturas han nacido de experiencias místicas (James, Bergson, Panikkar…).
La mística es la experiencia de plenitud vital a la que todo ser humano está llamado, y es, por tanto, la meta a la que las diversas tradiciones culturales y las distintas religiones conducen, o deberían conducir.
Por mística entiendo una experiencia de comunión con toda la realidad, con Dios, con los otros, con el cosmos, con nosotros mismos, realizada, más allá de la mente, en la propia vida. Supone la salida de la fragmentación interior y del enfrentamiento con la realidad exterior, alcanzando la unidad, el equilibrio, la armonía siempre relativa como seres humanos limitados que somos y, a la vez, abiertos a una realidad que transciende y fundamenta nuestra experiencia cotidiana.
Hablar de mística no implica necesariamente hablar de religión, aunque la mística esté en el origen de toda religión auténtica y sea el fin último al que debería dirigir la religión.
La religión se basa en la aceptación profunda de unas creencias. La religión nos “religa”, nos une a toda la realidad y al fundamento dinámico de esta realidad (Dios) sin pretender unificarnos ni fusionarnos con esta realidad. Para la religión son reales las existencias separadas aunque es posible la relación entre ellas y entiende la pretendida superación de las diferencias como una falta de humildad, un orgullo espiritual.
El hombre religioso está llamado a tener fe, a inclinar su razón y su corazón a las verdades reveladas y a aceptar los preceptos de la religión, pero no debe pretender igualarse a Dios, haciendo una interpretación subjetiva de la religión, una religión “a la carta”.
En la experiencia religiosa Dios y el hombre nunca se unifican, el hombre se somete a Dios en esta vida y a los preceptos de la religión esperando la comunión plena con Dios en la vida futura escatológica.
Desde el punto de vista religioso, la mística suele confundirse con el “misticismo” (de ahí la desconfianza que genera), una experiencia espiritual fuertemente subjetiva y afectiva, que, cuando no se relativiza, tiende a convertirse en un foco de narcisismo espiritual que pretende situarse sobre las doctrinas religiosas interpretándolas de modo subjetivo y deformado.
La mística no prescinde de la dimensión doctrinal, sino que reconoce su verdad y busca profundizar esas doctrinas para descubrir la experiencia que transmiten, entendiendo así los dogmas como símbolos, como misterios, más que como creencias.
También es frecuente confundir la mística con el esoterismo. El esoterismo es un tipo de espiritualidad que se considera el núcleo interno común de todas las religiones, a las que ve como formas “exotéricas” (externas), formas de divulgación y popularización de ese núcleo, que no llegan a entender ni alcanzar.
El esoterismo considera que la espiritualidad es ante todo una experiencia de unificación con todo y con todos, más allá del ego y de la mente racional. La experiencia espiritual es una experiencia de transformación de la conciencia y de la existencia, que nos hace salir del error de identificarnos con nuestra individualidad y de creernos alejados de Dios, cuando somos en realidad una manifestación de él. Ésta es la Iluminación, una experiencia de salida de nuestro ego y de identificación con la toda la realidad, alcanzando una conciencia Transpersonal.
La visión que tiene de Dios es una visión que quiere ir más allá de cualquier imagen, representación, o creencia. Dios está más allá de la mente y se alcanza por una transformación de la conciencia, una ampliación de la misma. Dios, por tanto, no es una persona separada de nosotros, nosotros y Dios somos una unidad.
Nuestra visión habitual de la realidad, por tanto, es errónea hasta que no alcancemos la iluminación. La Conciencia es la realidad y las realidades aparentemente separadas son ilusorias. De esta forma, la historia, la materia, lo corporal, lo emocional y lo racional sólo tienen valor si están integrados en esa Conciencia Transpersonal que supone la iluminación.
El esoterismo es una espiritualidad “de los ojos cerrados”, centrada en la meditación, con la que busca alcanzar la Iluminación. Esta es la meta fundamental, más que transformar la realidad, o mejor, como única vía para poder transformar la realidad.
El esoterismo ha tendido a identificar a la mística como una forma de esoterismo. Es un error, la mística valora las diferencias, la historia, la pluralidad. No cree que las religiones sean formas diversas de una misma experiencia, aunque existan elementos comunes entre ellas.
Aunque la mística conoce los estados de iluminación no considera que estos estados sean la meta sino que la meta es la vida cotidiana y concreta, vivida desde la dimensión de profundidad que estos estados nos descubren y comprometidos con la transformación humilde de esa realidad para liberarla del dolor, de la deshumanización, de la injusticia.
La mística reconoce el valor de las religiones como revelaciones únicas que transmiten una experiencia espiritual. No existe una mística universal sino una mística de cada religión o tradición particular, aunque con elementos comunes que permiten dialogar y colaborar entre sí. Las místicas religiosas nunca rechazan o prescinden de su religión, sino que la profundizan, teniendo siempre en ella la ayuda fundamental en su camino espiritual.
A diferencia de la religión, la mística cree que hay que buscar la experiencia de comunión con Dios más allá de la separación pero sin suprimir las diferencias. Dios y el hombre son diferentes pero no están separados. Las experiencias de unificación con él son posibles y deseables. Pero la experiencia mística no es la experiencia de que la única realidad es Dios o la Conciencia como para los esoteristas. La realidad, para el místico, es una unidad en la pluralidad, la realidad es la relación, que une sin suprimir las diferencias. Por eso, la realidad es descrita como Trinidad o no dualidad. Con estos símbolos se intenta transmitir que esa realidad trasciende todo y, a la vez, fundamenta la identidad de todo, sin que las diferencias sean identificadas como algo que nos separa sino como algo que nos une, por lo que son valiosas, no son meras ilusiones.
La comunión que el místico busca con Dios no es tanto un estado alterado de conciencia, aunque reconoce el valor de estas experiencias ( y también sus peligros cuando se absolutizan), sino la comunión con Dios en la vida, en la historia cotidiana, en el cuerpo y en la materia, transformándolas y colaborando a su mejora y liberación.
Hay que entregarse a ese Dios totalmente transcendente e inmanente, sin pretender objetivarlo o apresarlo con nuestras emociones, con nuestra razón o con nuestra conciencia más allá de la razón. Por eso, el místico deja a Dios ser Dios, y se centra en la vida desde la experiencia de profundidad que ha conocido. Para el místico, la Vida y Dios sin ser lo mismo no están separados, y lo fundamental es hacer la voluntad de Dios, ser lo que uno es y ayudar a que todo sea lo que es, es decir colaborar en llevar armonía, justicia, amor a esa vida.
Al final, ser un místico es ser un ser humano y ser humanizador, y es que ésta es la mayor comunión con Dios: cuanto más humanos más divinos.
El Amor, la compasión, inteligentes y discernidos, son la experiencia más plena y también más humilde de Dios. La mística está siempre encarnada y comprometida, por eso es siempre una espiritualidad “de ojos abiertos”, como decía el teólogo Metz.
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