Introducción. Liturgia, la “obra de Dios”
Esa oración cristiana se arraiga, por un lado, en la plegaria de los sacerdotes y levitas de Israel que veneraban a Yahvé mañana y tarde, en el ámbito del templo, con salmos y con cantos, con incienso y sacrificios. Por el otro, ella se funda en la historia más antigua de los pueblos que han alzado a Dios su canto y su plegaria, en las jornadas especiales de júbilo y de fiesta.
Cantar y bailar de gozo por la vida, por el don de existir, y así decirlo juntos cada día, al Dios de la mañana y de la tarde. Esa es la obra de Dios, el gozo de los hombres, algo que está por encima de toda obligación.
Nosotros, los cristianos, asumimos gozosos la herencia universal de la oración de los diversos
pueblos de la tierra, pero hemos querido retomarla y recrearla desde Cristo, nuestro Hermano Orante.
Sabemos con Pablo que la auténtica liturgia está enla vida. Es la vida de Jesús que se ha ofrecido al Padre, en un camino de entrega por los hombres (cf.Heb 8-10). Es la vida de los fieles que presentan ante Dios su misma voz y su existencia como ofrenda inmaculada, pura y santa (cf. Rom 12, 1-2).
En ese aspecto, no podemos olvidar que la liturgia verdadera es la existencia en cuanto tal, es el conjunto de la vida interpretada como don y realizada como ofrenda, abierta a Dios, en comunión de amor hacia los hombres.
Sólo si la vida entera es ya liturgia, puede haber unos momentos especiales de liturgia dentro de la vida. Son momentos que explicitan y concretan en forma de alabanza externa y canto, de vivencia y sentimiento, lo que expresa cada día nuestra vida.
Es normal que los cristianos, desde tiempos muy antiguos, hayan cultivado momentos especiales de alabanza, transformando su existencia y la existencia de este mundo en voz de canto. Actuando de esa forma, no han querido inventar nada: asumen la vida de Jesús y, desde dentro del camino de este mundo, con los pueblos de la tierra, hacen del mundo flor y canto de acción celebrativa.
Una liturgia de este tipo debe hallarse muy fundada en la experiencia concreta de los hombres. Por eso ha de brotar, casi espontánea, de la vida de los fieles: explícita en voz de canto, en plegaria compartida, el ritmo y alabanza de la misma vida. Por eso, junto a los salmos de Israel, actualizados por Jesús, resultan necesarios en esta perspectiva los salmos y los cantos de plegaria de los pueblos y culturas de la tierra. Esto es lo que, partiendo del Concilio Vaticano II, ha querido explicitar la nueva Liturgia de las horas.
Lo ha querido hacer, pero quizá no lo ha logrado de manera suficiente, al menos a mi juicio. El modelo que el «orden» de liturgia que la iglesia Católica sigue presentado a los diversos pueblos de la tierra es todavía, tras el Concilio Vaticano II, un orden demasiado romano, muy centralizado y hierático.
Creo que no asume de manera suficiente las distintas experiencias orantes de los pueblos y culturas de la tierra. Pero la intención de fondo es buena y el camino se ha empezado. Quizá en algunos años, los cristianos de la India, China, África y América Latina... podrán re formular sus formularios de alabanza litúrgica, partiendo de los salmos de Israel, del evangelio y de sus propias tradiciones religiosas.
Por ahora pensamos que se puede y debe ahondar en el modelo latino ya existente, que ofrece todavía grandes posibilidades de oración abierta, compartida, gozosa y hasta creadora.
1. EL FORMULARIO LITÚRGICO.
Vaticano II, Pablo VI
El Vaticano II, en su Constitución sobre la Sagrada Liturgia (83-101), habló del Oficio Divino (Opus Dei, alabanza), resaltando su carácter de oración eclesial.
Sobre esa base, Pablo VI inició una reforma que ha quedado reflejada en la Ordenación General de la Liturgia de las Horas (Laudis Canticum, 1970). Éstos son, a mi juicio, sus aspectos principales:
• El Oficio divino se ha desclericalizado.
Deja de ser oración casi secreta para clérigos y monjas y se viene a convertir en formulario de plegaria para todos los creyentes. De ese modo quiebra la antigua división que separaba oraciones litúrgico-oficiales (especiales para el clero) y otras formas de oración piadosa propias de los simples fieles. De ahora en adelante, los diversos grupos de creyentes se encuentran invitados a participar en una misma oración oficial y solemne de la iglesia, celebrada en lengua popular y adaptada a las variantes de cultura y tiempo.
• Esta oración se ha vuelto más comunitaria.
Ciertamente, religiosos y canónigos rezaban en común su breviario (Oficio divino). Pero los clérigos normales (seculares) lo rezaban en privado, como devoción particular de consagrados. Pues bien, de ahora en adelante, sin perder su carácter personal, la Liturgia de las horas cobra un carácter más comunitario, como forma de plegaria abierta a grupos parroquiales, movimientos de cristianos y diversas comunidades «de base». Parece normal que el presbítero o pastor celebre su Liturgia de las horas, de manera normal, con los creyentes que forman su parroquia o grupo de alabanza.
• Esta oración puede ser más creadora.
La escisión que antes había entre oraciones oficiales y plegarias más privadas (más devocionales) de los fieles ha venido a ser causa de escándalo y motivo de ruptura dentro de la iglesia. La oración oficial no enriquecía la vida de los fieles. Por su parte, esos fieles, un poco abandonados a su propia forma de plegaria, han terminado cayendo muchas veces en formas de piedad emocional, sin hondura teológica ni fuerza cristiana. La causa de ello ha de buscarse en la falta de creatividad de una jerarquía que se hallaba demasiado centrada en sus propias tradiciones y seguridades.
2. RENOVAR LA LITURGIA
Han pasado 40 años desde la reforma del Vaticano II y de Pablo VI, y son muchos (entre ellos, quizá, el responsable vaticano: Card. D. A. Cañizares),los que piensan que se ha ido demasiado lejos, que tenemos que “atar y muy atar” la liturgia orante de la Iglesia, trataré este tema en los próximos días, pero pienso que el problema no está en volver atrás, sino en avanzar, en la línea del evangelio.
Ha llegado el momento en que, junto a la celebración del recuerdo de Jesús (eucaristía), los fieles de la iglesia puedan acceder, personal y comunitariamente, a unos esquemas de oraciónque, siendo oficiales o litúrgicos, resulten creadores y gratificantes. Hasta el día en que la iglesia sea capaz de ofrecer a sus distintos grupos de creyentes un espacio de oración abierta y creadora, hay algo que no marcha en la llamada reforma del Oficio de las horas.
• Esta oración será más cristológica, es decir, más arraigada en el misterio de Jesús, el Cristo, en su libertad y entrega orante, en su gozo desmedido.
Hasta ahora, la Liturgia de las horas resultaba demasiado veterotestamentaria, muy centrada en los salmos de Israel. Por su parte, las devociones populares de los fieles se encontraban teñidas de sentimentalismo poco denso. Juzgo que ese estado de cosas debe terminar. Queda el AT con sus salmos, deben aceptarse las modas de los tiempos. Pero, más allá de todo eso, la liturgia de la iglesia habrá de hallarse mucho más centrada en la apertura haciaJesús, el Cristo. A no ser que la presencia cristológica se exprese con más fuerza de misterio, de exigencia y de poesía, mucho temo que el esfuerzo de reforma venga a resultar baldío.
Ha llegado el momento de asumir con plena madurez y seriedad la palabra originaria de la iglesia: «lex credendi, lex orandi», la oración refleja y explícita el contenido de la fe. Por eso, una oración que no resulte radicalmente centrada en Jesucristo y su evangelio de amor hacia los pobres es contraria a la exigencia y al misterio de la iglesia.
• Finalmente, esta oración ha de encontrarse más unida con la vida.
Tenemos una especie de divorcio entre liturgia y existencia... Por eso la oración se entiende como refugio peculiar para guardarnos de los males de este mundo. Pues bien, es necesario que unamos estos dos momentos. ¿Cómo? Haciendo que ore nuestra misma vida: la existencia plena, el ser del mundo debe ponerse ante el Señor en gesto y palabra de alabanza. A través de la oración, dejamos que la vida se expanda ante el Señor y se refleje, en toda su dureza, su esperanza, su exigencia. Sólo así podremos recuperar la vida en Dios y realizarla, sabiendo que Dios mismo la potencia, la sostiene y transfigura.
Todos estos elementos de la nueva adaptación del Oficio divino se han venido a explicitar (al menos inicialmente) en el nuevo formulario de la Liturgia de las horas que los fieles celebran en la iglesia.
Interpretado al trasluz de una casuística jurídica de tiempos anteriores, ese formulario debería cumplirse hasta el último detalle, en rúbricas, palabras, gestos, por el orbe entero de la tierra. Hoy entendemos mejor esa exigencia, en un nivel más hondo de creatividad y compromiso orante.
Los esquemas que ofrece la Liturgia de las horas constituyen un modelo de oración abierta, rica, universal, que nos permite asumir día tras día, año tras año, el ritmo de plegaria del conjunto de la iglesia. Normalmente ha de seguirse. Pero los orantes saben emplear la libertad que les ofrece ya el espíritu eclesial para adaptar su ritmo de oración en días y tiempos especiales, conforme a las culturas que están vivas dentro de la iglesia. Cada comunidad cristiana asumirá su propia tarea creadora, adaptando su esquema de oración, a partir del formulario oficial de la Liturgia de las horas.
Sólo de ese modo se mantienen vivas las palabras viejas. Partiendo de los textos oficiales, cada comunidad concretará su ritmo de alabanza, en un esquema donde caben tiempos de silencio, de meditación compartida y de plegarias personales.
3. CONSAGRACIÓN DEL TIEMPO
La oración es una forma privilegiada de asumir el tiempo como don de Dios y de crearlo humanamente como ritmo significativo de realización para los hombres. Desde el modelo de liturgia cristiana, trazaré unos rasgos de oración del tiempo, destacando las horas del día, los días del año, los años de la vida.
A) LAS HORAS DEL DÍA
La liturgia es oración de las horas que aparecen definidas como tiempo de misterio. La alternancia de día y de tiniebla trasciende el ritmo cósmico y se viene a convertir en expresión de gracia: gracia es la mañana con su luz recién amanecida, y gracia la llegada de la tarde con las sombras que invitan a plegaria. Partiendo de los ritos de Israel, que se suponen cumplidos por Jesús, la iglesia ha establecido desde antiguo un ritmo de plegaria que destaca algunos elementos de eso que llamamos la Liturgia de las horas.
1. Hay una oración de la mañana
que es el tiempo de alabanza (Laudes): al romper el día, con el sol que emerge de las sombras, celebramos la pascua de Jesús que triunfa de la muerte. Este es el tiempo de la luz y de la vida, es el momento en que asumimos otra vez la creación y así cantamos la grandeza de Dios en cada una de las cosas. Por eso reasumimos los salmos de alabanza de Israel y con su anciano sacerdote Zacarías preparamos la llegada de Jesús, el sol que nace de lo alto (cf. Benedictus, en Le 1, 68-79).
2. Hay una oración de la tarde,
que es tiempo de recogimiento agradecido (Vísperas): al acabar el día, los creyentes vuelven del trabajo a la plegaria, celebrando la grandeza de Dios que nos invita a su descanso. Este es el tiempo de la acción de gracias, que convoca en unión fraterna a los hermanos; por eso ellos evocan la presencia de María y cantan con ella su Magníficat, pidiendo a Dios que eleve a los pequeños-oprimidos y que sacie de pan a los hambrientos (Le 1, 46-55), de manera que todos podamos ya sentarnos a la mesa del amor común y la alabanza.
3. Hora intermedia.
Entre esos dos momentos fuertes de plegaria, la iglesia ha introducido otro que, a falta de un nombre mejor, solemos llamar Hora intermedia; ella se viene a celebrar y realizar en un momento de descanso en medio del trabajo. Estrictamente hablando, esta es la plegaria del trabajo. Por eso evocamos el canto del martillo, el giro de la rueda, la eficacia de la mano, el cansancio de la mente (cf. himnos de este tiempo). Envueltos en un mundo que labora, elevamos hacia Dios nuestro latido: el gozo de una tarea realizada o la vivencia del fracaso; la alegría de los campos en sazón o la fatiga de una tierra que parece estéril; la ganancia del esfuerzo o la fatiga inútil, angustiada, de la falta de trabajo. Desde el centro del día, en eso que llamamos Hora intermedia, elevamos a Dios nuestra plegaria de la vida, mientras vamos cumpliendo su palabra de labrar y fecundar la tierra.
4. También hay una oración de la noche,
como tiempo de entrega de la vida en manos de Dios, conforme a la palabra del anciano Simeón (Le 2, 29-32). Esta es la oración del hombre que, al final de la jornada, hace un examen de conciencia de sus horas y pone su existencia en manos del descanso, que es el signo de la muerte-pascua. Esta es la oración del sueño que ofrecemos ante Dios como alabanza en el reposo del cuerpo, al ritmo lento de la respiración, en el sosiego de la mente que nos lleva hacia el descanso de Dios mientras dormimos. Esta es oración de pasividad y muerte, allí donde los límites del hombre se tornan más patentes y Dios mismo viene a revelarse ya como descanso (muerte y pascua). Ciertamente, esta plegaria no se puede interpretar sin más como un somnífero en sentido corporal, pero ella lleva en sí una garantía misteriosa de descanso y esperanza. Por eso se ha llamado oración de las Completas, es decir, de aquello que llena y plenifica nuestra vida.
5. Hay finalmente una oración meditativa,
que en la nueva liturgia se ha llamado Oficio de Lecturas. Antiguamente se solía celebrar de madrugada, en los nocturnos de «maitines» (primera mañana, antes de amanecer). Pienso que sería conveniente conservar algunas veces este encuadre de silencio y noche: los creyentes meditan y reviven el misterio cuando el mundo duerme, preparando así la vida y el trabajo que deben reasumir en la jornada. Pero esta oración meditativa, centrada en la lectura reposada de la Biblia y de los libros santos de la iglesia (y de la historia), tendrá que realizarse de ordinario en los momentos que resulten más estimulantes y apropiados para los creyentes. La oración se vuelve así meditación, tiempo de encuentro personal con el misterio que yo asumo y recreo cada día en mi experiencia.
B) LOS DÍAS DEL AÑO.
El tiempo de oración tiene otro ritmo más extenso, más lento y sosegado, de manera que ella viene a presentarse como liturgia de los días en un plano cósmico, cristiano y personal.
Hay una oración de los tiempos del cosmos que se expanden, se completan y repiten cada año. A través de la alternancia de las estaciones, con el ritmo de la siembra y la cosecha y el retorno de las posiciones solares (y lunares), el año constituye para todos los pueblos agrícolas antiguos un espacio unitario de plegaria: vuelven las mismas situaciones, se reiteran las palabras de gozo, invocación o llanto, se celebran las mismas ceremonias.
También nosotros, los cristianos, conservamos y, de un modo muy profundo, recreamos este ritmo anual de la plegaria: Cristo es sol que se levanta, Cristo es pascua; a Dios miramos y cantamos, como creador primero y salvador final, mientras respira y rueda año tras año el viejo cosmos. Invierno y primavera, verano y otoño son para nosotros «estaciones» o paradas diferentes de una misma marcha de plegaria. Pero esa marcha tiene ya un ritmo cristiano, de manera que los días del año se dividen en un tipo de esquema trinitario.
Desgraciadamente, la nueva ordenación de la liturgia, pensada de manera demasiado racional (racionalista), ha diluido los momentos de ese esquema al suprimir el ciclo de Pentecostés y convertirlo en «tiempo ordinario». Pienso que debemos conservar el orden más antiguo de los días del «año cristiano», destacando desde Cristo sus tres grandes estaciones o sus tiempos.
• Primero se halla el tiempo de adviento-navidad, más vinculado al misterio de Dios Padre:
es tiempo de esperanza que nos lleva hacia Israel, para encarnarnos nuevamente en Cristo, naciendo con él a la existencia de la gracia.
• Luego viene el tiempo de cuaresma-pascua, que nos introduce en el camino de Jesús, el Hijo: es tiempo de entrega en el que todo está dispuesto para que muramos con el Cristo, renaciendo o mejor resucitando en actitud de pascua.
• Finalmente, el tiempo de pentecostés se encuentra vinculado al misterio del Espíritu y se extiende desde su venida (domingo de pentecostés) hasta el final del año cristiano (domingo de Cristo rey, día del juicio/perdón del Señor o parusía). Este es tiempo de vida renovada y compromiso misionero abierto a todos los hombres de la tierra.
Esta oración de los días del año debe actualizarse de manera personal. Como hemos visto, el año tiene un ritmo cósmico (cuatro estaciones) y otro cristiano (tres tiempos litúrgicos). Lógicamente, nosotros reasumimos esos ritmos y los transformamos muy por dentro de manera que podemos celebrar y celebramos un «año personal» de encuentro con Dios y de plegaria, que sólo puede precisar y valorar aquel que lo realiza. De esa forma, los ciclos del cosmos (khronoi) y los momentos salvadores del año cristiano (kairoi) se convierten para nosotros enpunto de partida o signos de un «kairos personal»: debo asumir y realizar mi propio ritmo de encuentro con Jesús, en un camino que comienza en el Antiguo Testamento (adviento) y me conduce por la muerte-pascua hasta la gloria final (la parusía). Dentro de ese ritmo voy hallando mis momentos de gracia y conversión, de entrega y esperanza. De esa forma voy trazando y recorriendo mis años de plegaria, en un camino siempre repetido y siempre nuevo.
C) LOS AÑOS DE LA HISTORIA
Esos años de plegaria a que aludía el apartado precedente enmarcan un camino que no puede ya planificarse. Por eso, al llegar a este nivel terminan los esquemas objetivos, más universales, y comienza la aventura personal de la existencia, abierta a Dios en Cristo.
Comienza la aventura, pero no es búsqueda ciega en un camino sin señales. Tenemos, ante todo, la señal israelita. Cuando oramos y buscamos, nos valemos de los salmos: avanzamos con el pueblo de la alianza, con los hombres y mujeres que tendieron desde lejos al misterio. Por eso, en actitud de nuevo adviento, podemos revivir en nuestra historia personal los años de la historia israelita: así escuchamos la llamada con Abrahán y caminamos con Moisés por el desierto; pasamos por el mar con los hebreos liberados, sufrimos cautiverio en Babilonia y esperamos la liberación de Dios que prometieron los profetas. De ese modo, los años de nuestra oración están prefigurados y anunciados en los años de plegaria de la historia israelita.
Tenemos, ante todo, la señal de Jesucristo. Por eso cuando oramos volvemos a su historia para actualizar todo el camino de su vida y de sus gestos. Así aprendemos a orar al encarnarnos, descubriendo que la auténtica plegaria es gesto de inmersión en nuestra historia. Y descubrimos también que la oración es siempre pascua: estar muriendo con Jesús, actitud de entrega abierta hacia los otros. Esta señal de Jesús va definiendo y enmarcando nuestros tiempos de plegaria como vocación (llamada de Dios), tentación (riesgo de perdernos, buscando otro camino), transfiguración gloriosa, etc. Por eso, los anillos que definen y señalan nuestro verdadero crecimiento humano son anillos de plegaria: nuestros años de vida sólo pueden contarse en relación a Cristo, como espacios o momentos de un acercamiento dialogal que ya culmina con la parusía...
CONCLUSIÓN. ANOTACIONES PRÁCTICAS.
Pero dejemos ese plano de principios. Sabemos ya que la Liturgia de las horas constituye la conciencia orante de la iglesia. Por eso debe ser cuidadosamente preparada y celebrada. No basta repetir unas fórmulas, debemos recrearlas. No basta con oír unas palabras, es preciso convertirlas en principio de alabanza. Por eso hay que insistir en la exigencia creadora de las comunidades cristianas, a fin de que el esquema oficial de la Liturgia de las horas pueda abrirse suscitando espacios de oración intensa y jubilosa. Sin oración, la iglesia acaba perdiendo la conciencia de sí misma.
Si la oración no es fuerte, o si ella o se diluye entre repliegues de puro sentimiento, esa conciencia acaba haciéndose alienada. La Liturgia de las horas sólo puede llegar a convertirse en oración auténtica si, uniéndonos a Cristo, nos permite vivir desde la urgencia de este mundo.
Hasta ahora, esa liturgia se encontraba demasiado ligada a una visión estática del cosmos. Por eso se alababa a Dios partiendo del sosiego y equilibrio de la naturaleza. Sin perder ese valor, hay que expresar más la vivencia del trabajo que transforma los objetos de la tierra. Hemos de orar desde la entraña de este mundo conflictivo donde son fundamentales el trabajo, la justicia, la hermandad entre los hombres. Pienso que esta perspectiva no ha incidido de manera suficiente en nuestros rezos.
La verdadera reforma del Opus Dei, Oficio divino, no ha empezado todavía. Éste es quizá el tiempo dispuesto para el cambio, pues algunos en el Vaticano quieren volver atrás e imponer unos ritos y ritmos de oración cerrados en lo puramente sacral.
son muchas las comunidades que en Europa y América Latina, en todo el mundo, han empezado a orar en gesto activo, desde el mismo campo de trabajo y compromiso de la tierra. Por eso, ahora, partiendo del camino de Jesús, van a surgir en el contexto de la iglesia formas nuevas de oración comunitaria.
Ha de surgir una liturgia más profunda y creadora, más abierta hacia el misterio, pero, al mismo tiempo, más cercana a los dolores y trabajos de los hombres de este tiempo.
Esa oración será recuerdo de Jesús, plegaria que se eleva hacia el misterio con las voces más pequeñas de este mundo, recitada en común o compartida. Será también oración meditativa, que permita recoger en lo más hondo del propio corazón el gran misterio del amor de Jesucristo, de su entrega por los hombres. Pero, al mismo tiempo, habrá de ser Plegaria abierta a lo contemplativo: capaz de convertir nuestra existencia en un camino de inmersión en el gran cuerpo mesiánico y divino de Jesús,el Cristo.
Para que esto se realice, es necesario que, fundados en el compromiso de Jesús en favor de los pequeños y los pobres, vivamos la Liturgia de las horas como fiesta de alabanza. Esa actitud de fiesta no se puede asumir todos los días con igual intensidad.
Por eso habrá jornadas de oración sencilla, en que se siga sobriamente el ritmo de los textos oficiales.
Pero en días especiales de domingos y de fiestas, juzgo necesario que se ponga de relieve el valor celebrad lo que implica la alabanza. Es conveniente que el espacio de plegaria se prepare con símbolos de fiesta. Es necesario que los mismos orantes se preparen para el gozo y alabanza, no sólo en lo interior, sino también en forma externa. Es aquí y no en la vida ordinaria de trabajo donde tienen su sentido los vestidos corales de los monjes y las monjas (es decir, los hábitos). La misma actitud celebrativa ha de expresarse en cada uno de los gestos: los ritos exteriores y lecturas, las luces y los cantos. Si no tiende a reflejarse algunas veces como gesto de alabanza bien gozosa, bien festiva, la Liturgia de las horas pierde pronto su valor y su sentido. Sólo así puede surgir la fiesta de la fraternidad.
La liturgia no se entiende como gesto de evasión de unos creyentes especiales que han huido de este mundo; es ámbito de encuentro, lugar donde los fieles oyen y celebran la palabra, para convertirse de esa forma en compañeros de Dios sobre la tierra, hermanos. Como hermanos buscan la justicia, superan los problemas, cantan. Cesan de esa forma las antiguas divisiones, los enfrentamientos, las rupturas. Los creyentes participan de la gracia común en la plegaria. Así se vuelven capaces de entender lo que supone la justicia sobre el mundo, estando ya comprometidos por lograrla.
APLICACIÓN
• Nivel personal. Estudiar la estructura y elementos de las horas del Oficio divino, precisando sus aspectos más significativos. En esta perspectiva pueden ayudar estas sencillas reflexiones: laudes y vísperas se muestran como liturgia de alabanza al comenzar el día y al caer la tarde; la hora intermedia es liturgia del trabajo, expresión de la obediencia de los hombres que, siguiendo la palabra de su Dios, laboran en la tierra; completas es liturgia del descanso, la expresión del sueño como signo de misterio; finalmente, el oficio de lecturas es liturgia de la meditación, tiempo de encuentro personal con la palabra. ¿Cómo vivimos cada una de esas horas? ¿Cómo venimos a expresarlas después en nuestra vida?
• Nivel comunitario. Nuestra comunidad o grupo orante ¿celebra la Liturgia de las horas?, ¿con qué intensidad y frecuencia?; ¿cómo se vincula esa liturgia con otras formas de plegaria (carismática, liberadora, eucarística...) que también utilizamos? Programar una posible celebración comunitaria (¿diaria? ¿semanal? ¿mensual?) de la Liturgia de las horas en comunidades de base, en grupos de reflexión cristiana o parroquias.
(Tomado de X. Pikaza, Para vivir la oración cristiana, Verbo Divino, Estella)